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¿Tú me amas?

     El tiempo en el que Hermann vendó los dedos en su mano izquierda y su brazo derecho le pareció interminable a la chica.

     —Ya está. —Habló él mientras cerraba la botella de agua oxígenada.

     — ¿Cómo llegamos a Alemania? —Hermann se paralizó al escuchar su pregunta—. ¿Cuánto tiempo estuve con ustedes? —El castaño se mordió el labio inferior pensando si responder o no.

     —Fuimos en barco, te mantuvieron drogada durante el camino con la esperanza de que hablaras, o al menos, de que no opusieras resistencia.

     — ¿Cuánto tiempo? —Hermann miró al suelo apretando los dientes.

     —Dos semanas —Abigail sintió cómo el aire dejó de entrar a sus pulmones—, cuando llegamos sufriste torturas por al menos tres días. —Se recargó en el respaldo de la silla en la que estaba sentada sin poder creerse lo que Hermann acababa de decirle.

     —No están buscándome. —Susurró.

     — ¿Qué cosa? —Hermann la miró sin entender.

     —No están buscándome. —Repitió.

     —No puedes saberlo —negó con la cabeza—, seguramente no han parado de buscarte.

     —La... —se detuvo antes de decir DIA—. La agencia para la que trabajo me abandonó, pudieron rescatarme, antes de que ustedes me tomaran, pero no lo hicieron —recordó el momento exacto en el que vio a Robert y por un segundo creyó que estaba ahí para ayudarla—, o bien asumen que estoy muerta o bien que los traicioné como hice con Corea.

     — ¿Corea? —Abigail asintió.

     —Antes de trabajar para... mi agencia, trabajaba para Corea, me capturaron y los traicioné. No me sorprendería que crean que haré lo mismo con ellos.

     —Tu agencia. No quieres decir su nombre —reaccionó—. ¿Acaso todavía no confías en mí? —Ella lo miró sin responder—. ¿Cómo es posible? ¡Te ayudé a escapar! —Exclamó.

     — ¡Y también viste como me drogaban y torturaban por semanas y no hiciste nada en ese tiempo! —Se defendió, tenía muy buenas razones para dudar de sus intenciones, pero también excelentes para no hacerlo.

     — ¡No hice nada porque no sabía si te amaba lo suficiente para traicionar a mi país por ti! —Soltó. Abigail abrió ligeramente la boca sorprendida. Hermann suspiró bajando la voz de nuevo—. En serio me rompiste el corazón, pero te amo y no podía seguir viendo lo que te estaban haciendo... —Pasaron un par de segundos en silencio antes de que continuara—. ¿Cómo sabías que iba a ayudarte? —Abigail sabía que hablaba del momento en el que él estaba en la habitación cuando Johann se dedicaba a torturarla—¿Por qué dijiste que querías chuparsela?

     —No sabía si entenderías o si recordarías cuando te dije que me daba asco hacerlo. No estaba segura de que me ayudarías, simplemente lo esperaba...

     —Abigail —era la primera vez que decía su verdadero nombre—, ¿tú me amas? —Era la segunda vez en menos de cinco minutos que ella dejaba de respirar.

     —Yo... —Tragó saliva. Tenía que decirle la verdad. Hermann nunca le había mentido y siempre había sido honesto con ella, tenía que devolverle el favor—. No lo sé...

     — ¿Es en serio? —Se puso de pie indignado.

     —Espera —sujetó su muñeca derecha con la mano sana impidiéndole irse—, déjame explicarte... —No sabía si él estaba dispuesto a escucharla, después de un debate interno, Hermann cedió volviendo a sentarse—. Yo... —Comenzó—. Antes de ti nunca había sido amada, y nunca había amado a nadie, por lo cual no sé cómo se siente  el amor realmente.

     — ¿Nunca amaste a nadie? ¿Ni a tus padres?

     —Mis padres me abandonaron apenas nací. Viví en un orfanato católico hasta que me escapé a los 12 años. Un día intenté robarle a la persona equivocada, creí que me mataría, pero en vez de eso me ofreció alimento y un techo... Empecé a trabajar con ellos robando, era pequeña así que entraba en lugares en los que un adulto no podía... Mi infancia es un tema para otro día —sacudió la cabeza intentando regresar al punto original—. Te cuento esto para explicarte que nadie nunca me había amado, ni siquiera mis padres —se preguntó por un segundo si Robert alguna vez había sentido algo por ella—, me cuesta mucho confiar en las personas —Robert regresó a su mente, recordaba haber pensado que podría confiarle su vida, ahora ya no estaba tan segura. Se obligó a sacarlo de su cabeza y no dar más vueltas al asunto—, por eso te digo que nunca amé a nadie. No sé cómo se siente el amor.

     —Creo que sí lo sintieras por mí lo sabrías. —Desvió la mirada hacia una pared. Abigail pudo ver que sus ojos estaban llenos de lágrimas, luchando por no llorar frente a ella.

     —No sé lo que se siente amar —tocó su mano—, pero estoy segura de que lo que siento por ti es lo más cercano posible. —Hermann regresó su vista a ella, le brillaban los ojos, pero esa vez de felicidad.

     — ¿Estás diciendo que me amas? —Sonrió de oreja a oreja, ese gesto fue suficiente para que las lágrimas escaparan de sus ojos.

     —Eso creo. —Abigail se encogió de hombros.

     — ¡Sí lo estás diciendo! —La sujetó por las mejillas y le plantó un beso en los labios. Ella no pudo evitar contagiarse por la felicidad de aquel hombre. Se pusieron de pie, fueron a la cama y siguieron besándose. La chica se sentó en la orilla mientras Hermann se quitaba la camisa y se desabrochaba el pantalón. Abigail se recostó boca arriba, él sobre ella, siguieron besándose—. Espera —la miró desde arriba—, no tengo protección.

     —No importa. —Le sonrió sin mostrar los dientes.

     — ¿Y si quedas embarazada? Todavía no llegamos al punto de la relación para tomar una decisión así.

     —No necesitas protección —puso los ojos en blanco—, a menos que tengas alguna enfermedad de transmisión sexual... —Levantó una ceja.

     —No tengo —negó con la cabeza— pero, ¿por qué dices que no necesito? Los accidentes ocurren.

     —No puedo quedar embarazada —explicó—, me cortaron las trompas cuando tenía 15... Al ser mujer los austriacos no querían arriesgarse conmigo. —Se encogió de hombros.

     —Lo lamento...

     — ¿Por qué? No es tu culpa, además, me ha facilitado mucho la vida —volvió a alzarse de hombros—. ¿Podemos continuar?

     — ¡Ah! —Reaccionó—. Claro. —Se recostó sobre ella abriendo sus piernas y volviendo a besarla. Hermann levantó el largo vestido de la chica deslizando sus dedos debajo de este, sobre su piel. Cuando llegó a las cosillas, Abigail lo empujó de golpe soltando un pequeño gemido de dolor—. ¿Qué pasa? —Preguntó preocupado.

     —Nada —negó con la cabeza—, es sólo que Johann me dio un par de golpes y me lastimó.

     —Lo siento —se disculpó quitando su peso de encima y sentándose en la cama a su lado—, no quería lastimarte.

     —Está bien —se incorporó—, creo que sería mejor que descansáramos. Mañana hay que levantarnos temprano.

     —Tienes razón. —Se puso de pie, rodeó la cama y se sentó al otro extremo. Sacó una Walther P99 de su pantalón y lo colocó en la mesita de noche a su lado.

     — ¿Cuántas pistolas tienes? —Le preguntó.

     — ¿Qué? —Él la miró extrañado.

     —Sería una buena idea que yo tenga un arma en caso de que entren a mitad de la noche —Hermann la miró si responder, entonces supo lo que significaba—. ¿No confías en mí?

     — ¿Me dirás el nombre de la agencia para la que trabajas? —Le había respondido con otra pregunta. Abigail tragó saliva—. Ahí lo tienes, confiaré en que no me traicionarás cuando confíes en que yo no lo haré. —Ella se mordió el labio inferior. Era justo, pero no lo quería admitir.

     —Más te vale estar atento al más mínimo ruido.

     —No te preocupes, me despertaré incluso si sólo vas al baño. —Abigail supo que eso se trataba más de una advertencia que de un intento por tranquilizarla. Sin agregar nada más, se acostó en la cama dándole la espalda pero no cerró los ojos sino hasta que escuchó que la respiración de Hermann se volvía más profunda y tranquila que la que solía tener cuando estaba despierto.

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