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¿Tú?

     Aprovechó el vuelo para ponerse al tanto de los hombres a los que de ahora en adelante vigilaría en aquel restaurante. Sus nombres y un poco de información sobre ellos iban acompañados de una foto de cada uno.

     Ferdinand Fischer, 55 años.

     Sospechoso de ser uno de los líderes terroristas más crueles de Alemania. Es tan bueno ocultando su rastro que nunca se le ha podido acusar ni comprobar nada. Se calcula que con sus ataques ha matado a más de 40 personas.

     Abigail leyó todas y cada una de las horribles cosas que el hombre había hecho. 

     Johann Fischer, 30 años.
     Hijo y aprendiz de Ferdinand. Sigue los mismos pasos que su padre. Su número de asesinatos asciende a los 23.

    Para ser tan joven también había hecho cosas muy malas.

     Ritter Schulz 36 años.
     Arquitecto. Se encarga de estudiar edificios para facilitar ataques terroristas. Se cree que ha trabajado para Ferdinand desde 2009.

     También decidió leer y memorizar su nueva vida.

     María Hernández, 27 años. Soltera, sin hijos, padres inmigrantes fallecidos, hija única. Nacida en Puebla, México. Llegada a Estados Unidos a la edad de 8 años.

     Cuando el piloto avisó que estaban a punto de aterrizar, Abigail guardó la carpeta. El equipaje que llevaba era de mano pues no empacó mucha ropa: un par de blusas y pantalones, algo de maquillaje y un cepillo de dientes y uno para el cabello. Se subió a un taxi en el mismo aeropuerto, dio la dirección del apartamento en donde viviría por esa temporada. Al llegar vio que era mucho más pequeño de lo que se había imaginado; un cuarto con una cama individual, un pequeño guardarropa, un mini refrigerador, una mesa cuadrada de poco más de un metro de largo y un baño con regadera.

     Abigail suspiró al ver su nuevo hogar. No esperaba mucho, pero al menos deseaba que la DIA le diera un lugar más acogedor. Miró el reloj en su muñeca izquierda. Aún tenía una hora para entrar al trabajar. Se maquilló y peinó antes de salir a buscar el restaurante. Sólo había tenido un par de misiones en Washington por lo cual no conocía muy bien el lugar.

     No tardó más de 20 minutos en llegar caminando al restaurante. Resultó que la gerente era una mujer rubia de unos 50 años bastante agradable, o tal vez sólo lo era por el dinero con el que la recompensaban. Le dio un vestido negro como uniforme y le indicó el baño para que se cambiara. Le explicó rápidamente el menú de comidas y le dijo que se pusiera a trabajar porque en unos minutos abrían. Abigail esperaba que al menos le dieran un curso de entrenamiento, pero supuso que como la mujer ya estaba enterada de que ella no sería en sí una mesera no se molestó en explicarle algo. Pasaron varias horas hasta que finalmente vio entrar a Ferdinand con los otros dos hombres quienes se sentaron en la esquina más sola del lugar. Habló con el chico al que le tocaba esa mesa y él estuvo de acuerdo con cambiarla por otra que solía tener más clientes gracias a la vista y que le había tocado ese día a Abigail. Fue a la estación en donde guardaban los menús, estaba por acomodar el tercero en su brazo cuando se detuvo al escuchar una voz familiar.

     — ¡Lamento llegar tarde! —Se giró para ver la espalda de un cuarto hombre sentándose en la mesa de los terroristas—. Disculpen, no encontraba el restaurante, ya saben que apenas llegué ayer... —Se excusó.

     ¿Otro hombre? No había un cuarto nombre en la carpeta que G le había entregado.

     Suspiró molesta. Odiaba que le cambiaran algo en el último segundo. Tomó un cuarto menú antes de caminar hacia la mesa en donde los cuatro hombres estaban sentados.

     —Hola, buenos días, bienvenidos —les entregó el menú—. Mi nombre es María y hoy yo seré su... —Se quedó paralizada al ver al cuarto hombre. Era al mismo que le había intentado sacar plática sobre su dibujo el día anterior sólo que antes tenía barba y lentes pero en ese momento estaba rasurado y sin anteojos, muy probablemente para ocultar su identidad, intención que había fallado pues la chica ya lo había reconocido. Ese encuentro muy probablemente iba a arruinar toda la misión. Él sabía que había estado en presencia de un asesinato/accidente un día antes que ese sorpresivo encuentro.

     — ¿Tú? —Preguntó él confirmando que en efecto sí la reconocía.

     Mierda.

     — ¿Tú? —Repitió ella sin saber que más hacer.

     — ¿Qué haces aquí?, ¿no estabas en Boston ayer?

     —Eso mismo podría preguntarte yo...

     — ¿Se conocen? Preguntó Ferdinand en alemán. Abigail lo miró fingiendo que no había entendido. El hombre del parque la miró unos segundos antes de responder.

     —Nein. Nos vimos ayer, intenté sacarle plática pero fue algo grosera...

     —Si te conoce podría arruinar nuestro plan... Dijo seriamente el mayor del grupo. Abigail no podía permitir que se fueran.

     —Eh... —Llamó su atención—. ¿Quieren que regrese en unos minutos para tomar su orden? —Preguntó ella intentando actuar normal.

     —No creo que nos entienda. —Susurró el cuarto hombre.

     —Veamos... habló al que identificó como Johann—. María —miró su pecho en donde estaba el gafete con su nombre—, levántate el vestido y déjanos ver lo que hay debajo.

     —Disculpe —se controló para no golpearlo en el ojo—, ¿dijo mi nombre? Yo... No le entiendo. —Volteó a ver al cuarto hombre suplicándole por ayuda en la traducción.

     —Johann, no seas irrespetuoso esa vez fue Ritter quien habló. Abigail se sorprendió por lo calmada y suave que era su voz. Volteó a ver a la chica de pie ante ellos—. Creo que no corremos riesgo.

     —Bien. —Con eso Ferdinand dio por terminada la conversación sobre ese tema.

     —Creo que les daré unos minutos para pensar. —Dijo Abigail dispuesta a irse.

     —Espera —el único hombre que "hablaba su idioma" la sujetó por la muñeca deteniéndola. Abigail lo miró notablemente molesta, al darse cuenta de su error él rápidamente la soltó—, lo lamento —se disculpó, no quería hacerla sentir incómoda—. ¿Qué me recomiendas?

     —Depende de qué tenga antojo.

     — ¿Hay alguna hamburguesa con tocino y sin queso? —Preguntó mirando el menú.

     —Claro que sí —se asomó ligeramente sobre el hombro del hombre para leer los nombres de las hamburguesas pues aún no se sabía todos los tipos que ofrecían—. La BBC Bacon lleva tocino y salsa BBC y no lleva queso. Claro que si no quiere la salsa puede pedir cualquier otra hamburguesa sin queso y, como extra, tocino.

     —La BBC me llama la atención, quiero esa. —Los otros tres hombres pidieron comidas diferentes.

     Una vez les sirvió los platillos que habían ordenado, se quedó parada a una distancia en la que los hombres se confiarían para hablar pero que ella, gracias a su oído desarrollado, podría escuchar a la perfección.

     — ¿Así que te gusta la mesera? —Se burló Johann.

     —Es muy guapa, síadmitió el cuarto hombre—, pero obviamente no está interesada.

     — ¿De qué estás hablando? ¡Está derritiéndose por ti! Sólo se está haciéndose la difícil para que le ruegues. Abigail se esforzó en no mirar al cielo ante aquella afirmación.

     —Yo creo que si una mujer muestra que no tiene interés en ti es porque efectivamente no lo tiene... Y no para "hacerse la difícil". —Le sorprendió que un posible terrorista (aún no estaba segura de cuál era su rol en todo eso) pensara así, pues la mayoría solían ser bastante machistas y misóginos, como claramente lo era Johann.

     —El no ya lo tienes asegurado —habló Ritter. Abigail sabía que con aquella hermosa voz, si él le hablaba en la noche sobre lo que fuese, se sentiría tan tranquila que sería capaz de quedarse dormida a su lado—. Puedes invitarla a salir.

     —Tal vez lo haga...

     — ¿Podemos volver al punto de estas reuniones? —Preguntó Ferdinand notablemente molesto. Los otros tres se quedaron callados.

     El resto de la tarde hablaron sobre un ataque y un blanco aunque aún no estaban seguros de qué día lo harían. Abigail descubrió que el cuarto hombre era un fabricante de armas y bombas, pero como hablaban en palabras claves le era muy difícil unir los puntos.

     Cuando terminó su horario llegó tan rápido como pudo a su departamento y encendió la laptop iniciando una video-llamada, para su sorpresa su jefe fue quien contestó, cuando normalmente era otra persona quien respondía por él.

     — ¿Sí?

     —Tenemos un problema. —No podía ocultarle lo que había pasado ese día, debía saber todo.

     — ¿De qué problema hablas? —Levantó la vista sobre la computadora, más allá de la cámara que lo mostraba, e hizo una señal que le decía a alguien, el cual Abigail no podía ver, que pasara pero a continuación le mostró la palma de la mano indicándole que se detuviera y que no hablara.

     —Bueno, en realidad son dos problemas —admitió—. Hay un cuarto integrante, creo que apenas llegó ayer. También es alemán pero desconozco su nombre; me parece que es un fabricante de armas. Y... —Se lamió los labios—. El otro problema es que le atraigo físicamente y creo que planea invitarme a salir.

     — ¿Y? —Preguntó seriamente.

     —Que... —Tragó saliva—. Creo que eso pondría en riesgo la misión.

     —Piensa en grande. Si aceptas salir con él lograrías meterte en su vida y en su trabajo.

     —Señor, ¿qué me está pidiendo? —Ella ya lo sabía pero no le agradaba la idea. G se inclinó sobre la mesa para acercarse más a la cámara.

     —Te estoy pidiendo que hagas absolutamente todo lo que sea necesario para que te ganes su confianza.

     —Entiendo, señor —asintió—, lo haré. —Antes de que su jefe terminara la llamada, levantó la vista hacia aquella persona que había entrado a la oficina en medio de la conversación.

     — ¿En qué te puedo ayudar, Robert? —Colgó. Abigail se quedó paralizada. Su amante había escuchado toda la conversación; básicamente se tenía que vender como prostituta para lograr la misión. 

     ¿G lo había hecho porque estaba enterado sobre su relación y quería destruirla poniendo celoso a Robert? Abigail sabía que por eso no debían etiquetarse como novios o pareja. Él no podía ponerse celoso de esa misión, ¿o sí? Después de todo sólo era trabajo. Y ella estaba al tanto de que Robert también había tenido que conquistar a ciertas chicas para lograr su objetivo, claro, esas misiones habían sucedido antes de que ellos dos empezaran a acostarse. Él no tenía por qué celarse, ella no lo haría si estuviese en su posición, ¿o sí? Y cuando G le dijo que debía hacer absolutamente todo para cumplir la misión, ¿también se refería a acostarse con aquel hombre? ¿Sería capaz de hacerlo? Hasta donde sabía, Robert nunca se había acostado con ninguna mujer mientras estaba con ella, aunque simplemente pudo hacerlo y no decírselo a Abigail. 

     Se tiró sobre la cama. Pensó por horas en todo eso hasta que se quedó dormida.


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