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Te amo

     Habían pasado varias semanas desde que se mudaron a Brasil. Aunque sabían que estaban obligados a seguir en movimiento por al menos un par de meses más para evitar ser encontrados por los alemanes, simplemente no podían irse de aquel maravilloso lugar y de su pequeña pero muy acogedora casa. Básicamente sólo tenía una habitación con una cama matrimonial, frente a ésta había una estufa, un mini refrigerador, una mesa y dos sillas, y al fondo estaba el baño. 

     —Abi —la llamó Hermann mientras se pasaba una toalla por el corto cabello—, debemos pensar en nuestra próxima parada —Abigail dejó de ponerse sus tenis para mirarlo. Al interpretar su mirada él agregó—. No podemos quedarnos mucho más aquí. 

     —Lo sé —suspiró ella—, pero realmente no quiero irme. 

     —Ni yo —admitió el otro—, pero no podemos darnos el lujo de bajar la guardia.

     —Yo nunca bajaré la guardia, estemos en donde estemos —se puso de pie y caminó hacia un pequeño mueble en donde tenían varias armas que habían conseguido gracias a un traficante bastante famoso de por ahí—. Es más —continuó tomando una Ruger LCP—, si en este momento entrara uno de tus amigos alemanes —verificó que la pistola estuviese cargada— le pondría una bala entre las cejas. 

     —Eso es bastante excitante. —Se acercó a ella de manera coqueta. 

     — ¿Sí? —Se guardó la Ruger en el pantalón cubriéndola con su blusa. Hermann asintió como respuesta antes de abrazarla por la cintura y besarla. Abigail le devolvió el beso por unos segundos antes de separarse—. Voy a comprar los ingredientes para la feijoada.

     —Con cuidado. —Ella asintió antes de darle un beso rápido y salir de la casa.


     Abigail le estaba pidiendo verduras a una trabajadora del mercado más cercano a su casa cuando de repente escuchó a lo lejos una voz que dijo: Objetivo en la mira.

     En ese momento llevó la mano a la pistola oculta en sus pantalones mientras giraba la cabeza a todos lados buscando la procedencia de la voz. 

     —Deja de decir tonterías —se escuchó otra voz, pero parecía salir de una radio—, ¿ya viste el camión de frutas y verduras? —Estaban hablando Portugués. A Abigail no se le dificultaba mucho ese idioma debido a que era muy parecido a su lengua materna. 

     —Eso es lo que dije... Objetivo en la mira... —Abigail vio que a unos 15 metros había un camión de frutas y verduras. Localizó al que había estado hablando porque llevaba un walkie-talkie en la mano. 

     —Deja de ver películas de espías —dijo la voz saliendo del aparato—. Dile al conductor que ya le pagué al patrón la cantidad que acordamos.

     —Señorita —llamó su atención la mujer frente a ella, quien le extendía una bolsa con cebollas y tomates. 

     —Lo siento —Abigail le sonrió dejando el arma en sus pantalones y extendiendo una mano para sujetar la bolsa—, creí que había olvidado el dinero. —Explicó como razón de haber llevado la mano a su pantalón. Sacó un par de monedas que sumaban 9 reales y le pagó por aquellos productos. 

     Caminó hasta su vehículo agudizando su oído en caso de escuchar alguna otra cosa sospechosa. Al subirse no condujo directamente a casa, sino que dio varias vueltas previniendo así que la siguieran, pero al parecer aquella broma del "objetivo en la mira" había sido un hecho aislado.


     Al regresar continuaron con la plática sobre irse de ahí. Acordaron que se quedarían una semana más y después viajarían en el viejo carro que habían comprado apenas unos días atrás. Éste no había costado mucho pero sí lo pensaron mucho antes de darle el dinero en efectivo al antiguo dueño. Recorrerían toda Sudamérica, lo cual les tomaría al menos un año e irían llegando a los diferentes puntos en dónde habían dejado más dinero y pasaportes falsos. Nadie además de ellos sabían en donde estaban, por lo cual sería muy difícil encontrarlos.


     Abigail se estaba cepillando los dientes cuando vio a Hermann por el espejo, entrando al pequeño baño y colocándose detrás de ella. Abigail se agachó para escupir la pasta de dientes, cosa que Hermann aprovechó para sujetarla por la cintura. 

     —En definitiva me encanta como te ves rapada. —Le dijo. Cuando terminó de lavarse los dientes se giró para contestarle.

     —A mí también —colocó sus brazos sobre los hombros del chico—, es bastante cómodo y no me tengo que cepillar el cabello todas las mañanas. 

     —Te ves sexy, badass. —Se acercó para besarla pero ella se alejó con una ceja levantada. 

     —Yo siempre me he visto sexy y badass

     —Pero ahora más. —No había porqué estaban alargando lo inevitable, así pues, se dejó llevar. Pegó sus labios a los de él, Hermann la abrazó con aún más fuerza y, sin separarse un segundo, salieron del baño en dirección a la cama. 

     Abigail cayó de espaldas y Hermann sobre ella. Se incorporaron un poco para quitarse las camisetas que llevaban puestas. Hermann bajó de la cama para quitarle el pantalón y la ropa interior, también para deshacerse de la suya. Siguieron besándose hasta que él bajó poco a poco, primero a su cuello, después a sus pechos, a continuación a su abdomen para finalizar en su zona íntima. Abigail no tuvo la necesidad de fingir o exagerar sus gemidos; el placer que él le provocaba era real. Se llevó un dedo a la boca para morderlo. 

     —Quiero escucharte. —Le dijo al ver que sus gemidos habían disminuido por tener algo bloqueando su boca. Abigail le sonrió y bajó la mano que había tenido en sus labios hacia la cabeza de Hermann enredando los dedos en su corto cabello, obligándolo a volver a pegar su lengua a ella. Así pues, la chica no volvió a disminuir el ruido que salía de su garganta. 

     Hermann regresó a sus pechos pero ella lo tomó por las mejillas para besarlo. Aprovechó para rodar sobre la cama, de tal manera que ahora ella quedaba sobre él. 

     Sujetó su miembro ya erecto y lo introdujo en ella. Hermann la sujetó por la cintura pero permitió que ella se moviera libremente y a la velocidad que quisiese. 

     Abigail se acercó a su rostro, lentamente acarició sus mejillas, sus ojos, su frente. 

     —Te amo. —Era la primera vez que se lo decía directamente. Hermann sonrió de oreja a oreja. 

     —Yo también te amo. —Se besaron.

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