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Puedo explicarlo

     Contestó pegando el aparento a su oreja.
  
     —Necesitamos que intervengas. —reconoció a G al otro lado de la bocina.

     — ¿Intervenir? —Bajó la voz dirigiéndose a una pared para alejarse lo más posible de todos los invitados.

     —Los refuerzos llegarán en siete minutos —explicó—, necesito que intervengas.

     —Señor —no podía creer lo que le estaba pidiendo—, si entro por esa puerta la misión se verá comprometida.

     —Si no entras por esa puerta —escuchó que su voz perdía cada vez más la paciencia— la misión se verá comprometida. No voy a repetirlo una tercera vez.

     —Sí, señor. —Terminó la llamada. Sujetó su bolso con fuerza sintiendo el duro metal del arma dentro de ésta mientras caminaba en dirección a la puerta al fondo del salón. Al llegar, la abrió con todo un plan fingiendo que buscaba el baño pero que se había equivocado; para su sorpresa había dos hombres inconscientes en el piso. Cerró la puerta sin despegar los ojos de ellos, alerta ante cualquier movimiento. Se extrañó al darse cuenta que el ruido del evento detrás de ella había desaparecido por completo, entonces supo que el pequeño espacio en el que se encontraba tenía paredes hechas para amortiguar el sonido. Caminó hacía otra puerta que había en aquel lugar. Se encontró con tres hombres en una habitación llena de televisiones, todos se movían de un lado a otro hasta que notaron la presencia de la chica.

     — ¡No puedes estar aquí! —Habló uno de los tres en ruso.

     —Lo siento, no entiendo. —Fingió confusión.

     — ¡Fuera de aquí! —El que le estaba gritando se acercó a ella, otro seguía concentrado en las pantallas y el tercero se había quedado quieto observando lo que sucedía. Abigail metió la mano en su bolsa sujetando el arma y quitándole el seguro en cuanto el sujeto mantuvo contacto físico con ella.

     —Lo lamento, no hablo ruso.

     — ¿Cómo sabes que es ruso? —Preguntó el que se había quedado viendo de brazos cruzados con un notable acento extranjero. Abigail lo miró con una ligera sonrisa. Tan rápido como pudo levantó el bolso a la altura del pecho del hombre más cercano a ella y jaló del gatillo, después le disparó a los otros dos hombres que quedaban. Se acercó corriendo a las pantallas solo para darse cuenta de que eran imágenes de cámaras dispersas por todo el edificio, tanto en el salón de fiestas como en esa mini base terrorista. Reconoció a varios agentes con los que había trabajado. Intentó ubicarlos con las cámaras pero no llegó a mucho pues a todos y a cada uno los mataron en tan solo un par de minutos, entonces se percató de que había un cuarto de control en donde Ferdinand estaba dando instrucciones, o eso supuso dado que no podía escuchar lo que decía y la lectura de labios no era algo en lo que se pudiera confiar al 100%. Abigail suspiró mientras le quitaba sus armas a los hombres muertos y revisando la cantidad de balas. Siempre hay que contarlas, era algo que había aprendido hace mucho.

     Salió en dirección al lugar preciso en donde Ferdinand se encontraba, no sabía muy bien qué haría cuando estuvieran frente a frente (si lograba hacerlo antes de que la mataran). Se imaginó disparándole una bala entre las cejas. Se encontró con varias personas en su camino a las cuales mató sin dudar. Gracias a su gran sentido auditivo podía escuchar los pasos de cualquiera antes de que ellos se percataran de su presencia. Logró llegar a un cuarto lleno de máquinas que no supo para qué eran, pero se encontró con un gigante que alcanzó a llegar hasta ella antes de que pudiese siquiera jalar del gatillo. Le quitó las armas y las aventó lejos. Genial, pelea con puños. Dio unos pasos hacia atrás en posición de defensa levantando las manos a la altura de su cabeza para protegerse.

     — ¿En serio crees que puedes ganar? —Se burló el hombre frente a ella que debía sacarla al menos una cabeza y media y pesar mínimo 20 kilos más que ella.

     —Te sorprendería la fuerza que una chica puede tener. —Lo retó. El sujeto corrió en su dirección como si quisiera tackearla pero ella lo esquivó pasando por debajo de su brazo, sujetándolo y doblándolo sobre su espalda en un ángulo doloroso para finalizar con sujetar su mano moviéndola al sentido contrario del que se supone que debería. Se escucho un crack acompañado de un grito del gigante en cuanto su muñeca se hubo roto. Lo golpeó detrás de las rodilla obligándolo a caer sobre éstas al suelo. Rodeó su cuello colocando sus brazos en una llave que lograría dejarlo sin aire en un par de minutos. El hombre no podía hacer mucho con una muñeca rota pero eso no impidió que le diera varios codazos en un intento por safarze. También intentó ponerse de pie pero Abigail se las ingenió para impedírselo. Finalmente el hombre cayó de boca al piso. La chica se limpió el sudor de la frente al mismo tiempo que trataba de recuperar el aliento cuando escuchó una voz familiar.

     — ¡No te muevas! —Le dijo en alemán. Abigail se paralizó al reconocerlo—. ¡Levanta las manos lentamente sobre la cabeza! —Su voz tembló, entonces supo que él también la había reconocido. Hizo lo que le ordenaba antes de girarse 180 grados para quedar frente a frente. Vio sus ojos llenos de lágrimas y sus manos temblando apuntándole con un arma—. ¿Quién eres? —Estaba decepcionado por haberla descubierto ahí.

     —Puedo explicarlo. —Dio un paso hacia él pero el hombre al instante se puso a la defensiva.

     — ¡No te muevas! —Se acercó a ella.

     —Si no me vas a matar —sabía que todo podía terminar en menos de un minuto si él decidía jalar del gatillo— tienes que dejarme ir.

     —No puedo.

     —Sabes lo que me harán si me atrapan.

     —Sabías en lo que te metías. —Sacó unas esposas del bolsillo trasero de su pantalón. A Abigail le dolió que el mismo sujeto al que había besado en repetidas ocasiones ahora estuviese dispuesto a que ella sufriera las torturas más horribles. Cuando estuvo lo suficientemente cerca de ella, aprovechó que sólo le estaba apuntando con una mano para (tan rápido como pudo) sujetar el arma, empujar su mano lejos de ella al mismo tiempo que le sostenía la muñeca para que el brazo no se moviera, a continuación le dio una patada en la entrepierna aprovechando el momento en el que se dobló sobre su estómago para quitarle el arma y sin soltarle el brazo pasarlo sobre su cuello pegando su pecho a la espalda del castaño obligándolo a incorporarse ahorcándolo sin presionar demasiado. Justo en ese momento un par de hombres entraron al lugar. Por instinto Abigail le apuntó al castaño en la sien.

     — ¡No se acerquen! —Amenazó cuestionándose internamente si de verdad estaría dispuesta a matarlo. Un par de segundos después apareció otro rostro al cual reconoció.

     — ¿Quién lo diría? —Preguntó Johann con una irritante sonrisa de burla—. Nunca me imaginé que su primera pelea de novios sería así. —Pasó su mirada de Abigail a Hermann y de Hermann a Abigail.

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