No hemos terminado
Incluso antes de que Abigail abriera los ojos ya sabía que sus manos estaban atadas sobre su cabeza al techo. Los brazos le dolían por haber estado soportando su peso, al recargarse sobre sus piernas sintió que la sangre volvía a fluir por sus manos. Levantó la vista hasta sus dedos los cuales estaban morados e hinchados. En la punta del de en medio se estaba formando una gota de sangre, en el dedo donde solía tener una uña. La siguió con la vista cuándo se despegó y por la gravedad cayó al suelo, se dio cuenta de que no era la única gota que había caído, por lo menos una docena más habían creado un pequeño charco en el suelo. Entonces vio sus pies descalzos y los analizó como si fuese la primera vez que los observaba. Siguió el camino de sus piernas hasta las caderas. La camisa de hombre que le habían dado no alcanzaba a cubrir su zona íntima por lo cual estaba expuesta. Abigail suspiró de manera ruidosa, claro que aquellos idiotas no la habían dejado conservar su ropa interior.
De repente un hombre detrás de ella, del cual no había percatado su presencia, se dirigió a una puerta que se hallaba en una esquina de la habitación y salió. Se dio cuenta de que no había ninguna mesa ni silla de metal, aquel era un cuarto vacío de concreto. Intentó mover sus adoloridos brazos, no estaba atada con una cuerda, sino con unas cadenas sujetas al techo.
—Que bueno que despiertas —Johann entró a la habitación con dos hombres detrás de él, uno de su estatura pero obeso y otro un poco más bajo y delgado, ambos eran calvos y de piel muy blanca—. No hemos terminado. —Los tres bajaron la vista para contemplar la mitad del cuerpo desnudo de Abigail. A ella le dieron unas inmensas ganas de apuñalarlos y despellejarlos lentamente.
Entonces Hermann también entró al lugar, Abigail lo miró sorprendida. Johann siguió su mirada y al percatarse de la razón de su reacción sonrió.
—Sólo está aquí para asegurarse de que no mueras —explicó—. Puede que hace rato me haya pasado un poco de la raya. Pero nada que no puedas superar, ¿no? —Le guiñó un ojo, como si el hecho de arrancarle las uñas a alguien y después rociar sus dedos con alcohol etílico fuese lo más normal del mundo. Hermann se acercó a ella mirándola con impotencia, levantó una botella de agua, la abrió y se la puso en los labios. Abigail lo miró resistiendo con toda la fuerza de voluntad que le quedaba. Él adivinó por qué lo hizo; le dio un trago considerable para demostrarle que no le habían metido algo. Abigail separó un poco los labios y dejó caer su cabeza un poco hacia atrás indicándole que podía dársela de beber. Sintió como si aquel líquido poseyera vida propia y viajara desde el interior de su boca hasta su garganta, incluso la sintió llegar a su vacío estómago—. No creas que se preocupa por ti o que aún tiene algún tipo de sentimiento, sólo debe mantenerte con vida un tiempo más —Abigail siguió bebiendo sin importarle lo que Johann decía. Podía afirmar que Hermann mismo le abriría el abdomen y le sacaría las tripas mientras siguiera respirando y ella seguiría sin prestarle atención. Por la desesperación de beber varias gotas de agua se escaparon por las comisuras de sus labios y resbalaron por sus mejillas. Cuando terminó de beber toda el agua, Hermann limpió su rostro manteniendo un pulgar en su barbilla. Se miraron un par de segundos antes de que éste se alejara y se colocara en la esquina frente a la puerta por la que había entrado, como si estuviera bloqueándola—. Bueno, a lo que venimos. —Se acercó a ella y le dio un puñetazo en el abdomen obligándola a levantar una de sus rodilla doblándose por el dolor. Le dio un par más, como si de un saco de box se tratase. Con su mirada periférica, Abigail pudo darse cuenta de que Hermann miraba hacia otro lado con los brazos cruzados sobre su pecho.
Cuando Johann concluyó que había recibido los golpes suficientes se desabotonó el pantalón y bajó la cremallera. Abigail instintivamente volteó a ver a Hermann quien se había puesto tenso. Al parecer no tenía idea de lo que Johann deseaba hacerle. Abigail se preguntó si él había sido testigo de todas las torturas que le habían hecho a lo largo de esos días.
—Sus piernas. —Ambos hombres morenos las sujetaron y las levantaron del piso abriéndolas. Abigail cerró los ojos al sentir el peso de su cuerpo siendo sostenido por sus muñecas.
— ¿No te vas a poner condón? —Intentó sonar lo más relajada posible. Johann la miró como si estuviera tonta mientras reía.
—Por supuesto que no. Nunca he usado, se siente más rico sin él.
—Pero no estás lubricado, no vas a poder meterlo.
— ¿Crees que eres la primera? Sé cómo hacer esto. —Acercó su mano a la entrepierna de la agente.
— ¡Espera! —Exclamó antes de que él llegase a tocarla. Tenía un plan pero no sabía si iba a funcionar. Que éste tuviera éxito no dependía de ella, sino de alguien más, alguien que esperaba la ayudara.
—No intentes postergar lo inevitable. —Sonrió.
—No es eso —intentó poner más peso en sus piernas para que los hombres la dejaran bajarlas o al menos para descansar un poco sus muñecas—, sólo estaba pensando en que podría arte una buena mamada antes.
— ¿Qué? —Johann dio un paso hacia atrás por la sorpresa.
—Piénsalo, necesitas que esté lubricado para que se deslice con más facilidad dentro de mí, y a mí me encanta hacerle oral a los hombres —se resistió para no mirar a Hermann—. Si voy a morir, al menos me gustaría chupársela a alguien por última vez. No es por presumir pero creo que soy muy buena haciéndolo —Johann tenía ambas cejas levantadas sin poder creer lo que estaba escuchando—, si no pregúntale a Hermann. —Ya no había vuelta atrás. Ese era el momento en el que descubriría si podía confiar en él o en el que la violarían y matarían. Johann se giró lentamente sobre sus talones para mirar a Hermann quien intentaba descifrar lo que Abigail estaba planeando.
— ¿Es verdad? —Preguntó Johann. Hubo unos estresantes segundos en los que Hermann y Abigail se miraron, la chica estaba segura de que podía escucharlo cuestionándola para, al final, comprender lo que pasaba por su mente; con la forma en que la observó supo al instante lo que él contestaría.
—Así es —asintió—, la mejor mamada que me han hecho. —Abigail no pudo evitar sonreírle por una fracción de segundo antes de ponerse seria otra vez cuando Johann regresó su atención a ella.
—Bájenla —ordenó. Los dos sujetos que la habían estado sosteniendo dejaron que volviera a poner los pies descalzos en el suelo. Johann se acercó al más alto y sacó un cuchillo de su pantalón, a continuación lo puso en el cuello de Abigail—. Si intentas algo...
—Lo único que voy a intentar es darte el mayor placer de tu vida. —Dijo sin apartar los ojos de los de él. Johann sonrió bajando el cuchillo.
—Suéltenla. —El más alto fue quien se encargó de liberar sus muñecas. Los hombres, que seguían a su lado, la sujetaron por los brazos. Abigail abrió y cerró los puños varias veces intentando disminuir la sensación de agujas siendo enterradas en sus manos. La obligaron a ponerse de rodillas. Entre las piernas de Johann alcanzó a divisar que Hermann había dado un paso hacia ellos. Abigail levantó la barbilla para mirar a Johann quien la observaba con una enorme sonrisa. Él se bajó los pantalones hasta el piso dejando ver su miembro erecto.
Abigail nunca había visto tan pequeño en toda su vida.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro