Me llamo Abigail
—Oye —escuchó una voz lejana—, despierta —alguien la sacudió. Abigail abrió lentamente los ojos. El rostro de Hermann estaba frente al suyo pero al revés, es decir, ella veía su boca y él la suya, la chica pensó en el famoso beso que se habían dado Spiderman y Mary Jane en aquel callejón. Hizo un gran esfuerzo por incorporarse y sentarse en el asiento trasero—. Toma —le extendió una botella de agua abierta. Abigail se la arrebató y comenzó a beber—. Es para que te quites la sangre de la boca —Abigail bajó la botella, ya se había terminado casi todo el líquido—. Vamos a entrar a un restaurante y las personas te mirarán raro si ven la mitad de tu rostro lleno de sangre —era cierto. No recordaba que aún estaba sucia por haberle mordido (casi arrancado) el miembro a Johann. Hizo una especie de cuchara con su mano y dejó caer el agua para, a continuación, enjuagarse el rostro—. Eso es —dijo una vez que había terminado—, ahora cámbiate —le extendió un vestido morado que le recordó a esos que se usan para ir a la playa. Se hizo bolita en el asiento para que nadie pudiese verla, se quitó la vieja camisa gris que llevaba y se puso la prenda que Hermann le había dado, aunque como él no le había proporcionado ropa interior, se sentía prácticamente desnuda. Se preguntó por cuánto tiempo había estado dormida para que Hermann hubiese salido a comprarle ropa—. Ponte esto —le extendió un gran y grueso abrigo que por dentro parecía ser térmico—, estamos a 2 grados centigrados, no quiero que mueras de hipotermia —se colocó el abrigo mientras se preguntaba por qué le había dado un vestido en vez de unos pantalones y una blusa de manga larga. Por último le extendió unas botas calientes—. Pasa tu brazo sobre mis hombros —ordenó. Ella lo hizo apretando los dientes; el cuerpo entero le dolía. Al bajar del vehículo se dio cuenta de que el vestido le llegaba hasta los tobillos—. ¿Puedes caminar? Me refiero a sin mi ayuda. —Abigail asintió. Cuando Hermann dejó de sostenerla estuvo a punto de caerse pero se sostuvo del auto. Caminaron lentamente hacia el restaurante que reconoció al instante como uno de comida rápida. Hermann no le quitaba la vista de encima por si llegaba a tropezar o a desmayarse por el esfuerzo, se imaginaba por el dolor físico que estaba pasando.
—Voy al baño. —Le dijo Abigail al entrar. Hermann asintió antes de dirigirse al mostrador.
Hizo sus necesidades, por la falta de agua de todos esos días no había requerido deshacerse de nada pero ahora que Hermann la había hidratado se había visto obligada a sacar lo que acababa de beber. Al terminar salió para lavarse las manos, no sin antes verse al espejo. La mitad de su rostro izquierdo aún mostraba un poco de color morado, resultado de los golpes que le habían dado, pero como había pensado cuando metieron su cabeza en el balde con agua fría; había servido mucho para bajar la hinchazón. Fuera de eso su rostro estaba bien. Se quitó el abrigo para ver sus brazos, en el derecho, justo debajo de donde se había mordido mientras Johann la torturaba, y en donde se podía apreciar una marca redonda de dientes perfectamente detallados, tenía una mancha negra que le había quedado de la vez que Ferdinand la había electrocutado. El par de uñas que le faltaban en la mano izquierda era bastante notorio. Abrió la llave del agua. Se mordió el labio inferior al sentir el contacto del líquido con sus dedos en carne viva, tuvo cuidado de que no le cayera jabón. Cuando terminó se mojó un poco el cabello para disimular lo despeinada que se veía antes de volver a ponerse el abrigo.
Respiró profundo antes de salir del baño. Vio a Hermann en el asiento más alejado de la puerta y de las ventanas, algo que ella también hubiese hecho. Se sentó frente a él. Un minuto después su orden estaba lista, Hermann se puso de pie y caminó de nuevo hacia el mostrador para recogerla. Una mujer regordeta que estaba sentada a unas cuantas mesas de ella se acercó.
—Eh... Hola —habló. Al instante Abigail se puso a la defensiva, miró hacia todos lados como si esperase que todo el restaurante se avalanzara sobre ella—, ¿estás bien? —Preguntó mirando su rostro golpeado. Abigail escondió su brazo izquierdo hasta la altura del codo debajo de la mesa para evitar que ella viera sus dedos sin uñas.
— ¿Qué? —Vio a un par de niños observándola sin disimulo, uno parecía de 13 años y el otro de 7, ambos las miraban, entonces supuso que esa mujer debía ser su madre.
—Quiero saber si estás bien, si necesitas ayuda. —Miró sobre su hombro. Se puso tensa al ver que Hermann caminaba de regreso hacia ellas.
—Estoy bien, gracias por su preocupación. —Le sonrió. La mujer vaciló antes de asentir y alejarse de regreso a su mesa.
— ¿Quién era ella? —Preguntó Hermann sin dejar de ver a la regordeta señora.
—Sólo una buena samaritana —se sentó frente a ella—, cree que tú me golpeas o algo así, y quería asegurarse de que estaba bien o de que le pidiera ayuda.
—Pobre de aquel que se atreva a golpearte.
—Ya ves cómo terminó Johann. —Ambos rieron al recordarlo.
Hermann le ayudó a abrir el envoltorio de su hamburguesa. Abigail apenas la masticó antes de tragarla tan rápido como pudo.
—Come despacio —le aconsejó él pero ella lo ignoró. Moría de hambre—. ¿Cuál es tu nombre? —Preguntó de repente. Abigail casi se ahoga al escucharlo—. Creo que merezco saberlo.
— ¿Cómo sé que todo esto no es sólo un plan para que te diga mi verdadera identidad y así los alemanes la descubran y me investiguen?
— ¿Es en serio? —Preguntó ofendido.
—Es algo que yo haría. —Se encogió de hombros, pero entonces se dio cuenta de lo que acababa de decir.
—Sí, sé que lo harías. —Hermann le dio el último mordisco a su hamburguesa. La chica lo miró sin saber cómo arreglar aquello.
Si todo eso era un plan para descubrir su verdadera identidad, ¿de qué le serviría postergarlo? De cualquier forma estaba muy débil para intentar huir, y si Hermann en realidad había traicionado a los alemanes por ella, él merecía saber la verdad.
—Abigail —lo miró—, me llamó Abigail.
—Un placer. —Sonrió extendiendo su mano derecho hacia ella. Abigail la estrechó después de un par de segundos.
Cuando se estaban terminando las papas fritas, Hermann se quedó viendo sus dedos sin uñas.
—Debemos curarte esa mano. —Susurró señalándola con la cabeza.
—No —respondió—, lo que debemos hacer es encontrar otro vehículo, uno que no llame la atención.
— ¿Qué tiene de malo el que usamos? —La miró con el ceño fruncido. Ella levantó una ceja. Era bastante obvia la respuesta.
—En cuanto encuentren el vehículo blindado, sabrán que estuvimos aquí, le preguntaran a los empleados quienes muy probablemente nos describirán, porque —se miró de arriba a abajo— no pasamos muy desapercibidos que digamos...
— ¿Y cómo planeas conseguir otro auto? —Como si el destino lo estuviese oyendo, una camioneta se estacionó en la entrada del restaurante, un hombre de gran barriga bajó y se dirigió directamente al mostrador. Alcanzó a escuchar que el sujeto pedía tres hamburguesas con doble carne, extra de papas fritas y tres refrescos.
—Tengo una idea. —Se puso de pie rápidamente, tiraron sus desperdicios en la basura y salieron del restaurante lo más tranquillamente que pudieron disimular. Se detuvo detrás a la Nissan Frontier roja.
— ¿Estás demente? —Preguntó al entender su plan—. Esta cosa no tiene techo, nos verá mientras sube.
—Es por eso que tú —tocó su chamarra verde militar— vas a cubrir mi vestido morado y no notará nuestra presencia.
— ¿Y cómo sabemos que no va en dirección a la zona de la que acabamos de escapar?
—Ayúdame a subir —una vez arriba, ella se acostó viendo hacia el lado izquierdo, en donde podría ver al conductor subir y Hermann podría taparla con su cuerpo—. Él pidió tres hamburguesa dobles, extra de papas fritas y tres refrescos —comenzó a explicar en voz baja una vez que Hermann también estuvo acostado de lado, frente a ella—, podrá ser muy gordo, pero créeme que todo eso no es para él, lo que significa que se lo va a llevar a otro lugar para compartir la comida, éste no debe estar muy lejos porque (si no) las hamburguesas se enfriarían. Tú condujiste por al menos un par de horas, y supongo que aquel lugar era secreto o algo por el estilo y él no tiene la pinta de ser militar. En conclusión, no, no irá en dirección a la zona de la que acabamos de escapar. —Hermann la miraba sorprendido, sin poder creer lo lista que era y cómo había llegado a esa deducción.
—Ya entiendo por qué te enviaron a hacer esta misión.
—Sí, bueno, en ésta fallé... —lo miró a los ojos—, ¿o no?
— ¿A qué te refieres?
— ¿Logré detener el ataque al pentágono? —Hermann abrió la boca para contestar pero justo en ese momento se escuchó una voz acercándose al vehículo.
—Sí, ya voy, llego en 15 minutos. —Abrió la puerta de la camioneta y subió sacudiéndola por su peso. Abigail le sonrió de oreja a oreja a Hermann, ambos sabían que era su manera de decirle te lo dije.
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