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Más torturas

     Abigail despertó con un brinco cuando uno de los sujetos que la habían estado torturando golpeó la palma de la mano contra la mesa asustándola. 

     — ¡Oh, disculpa! —Fingió sorpresa—. ¿Tomabas un descanso? —Ella asintió. 

     —Me dejaste exhausta, guapo. —Le guiñó un ojo. 

     Él la miró extrañado, no acostumbraba que las personas aún tuviesen sentido del humor después de tres días de torturas. La joven no había hecho del baño en todo ese tiempo porque apenas le había dado agua para beber, no le habían dado ni un poco de comida y no se había levantado de la silla, si sus piernas no la estaban matando seguramente su columna lo estaba haciendo. 

     Un par de hombres más entraron a la habitación arrastrando a alguien. Ella lo miró preguntándose si sería Hermann. ¿Acaso ellos serían tan crueles como para torturar a alguien de su mismo lado? Entonces recordó que tanto la DIA como en su antiguo trabajo la habían torturado con el objetivo de prepararla para una situación como esa. Uno de los hombres tomó por el cabello al que arrastraban y levantó su cabeza para que lo viera. Aún con la cara golpeada y los ojos tan hinchados que no podía abrir ninguno de los dos lo reconoció. Paul Thomson era un agente que se había unido a la DIA casi al mismo tiempo que ella; habían llegado a compartir al menos cinco misiones pero nunca habían entablado una amistad como lo había hecho con otros... como lo había hecho con Robert. 

     —Los dos son huesos duros de roer —el que la había despertado se acercó a Paul—. Hemos decidido matar a uno de los dos y, déjame decirte que tu rostro es mucho más agradable de ver que el de éste —señaló al hombre apenas consciente—. Aunque si decidieras comenzar a hablar justo ahora —uno de los que lo sujetaban sacó un cuchillo y lo puso en el cuello de Paul— podríamos decidir perdonarle la vida. —Abigail lo miró, no sabía siquiera si él podía hacerlo también por lo hinchados que sus ojos estaban, pero seguramente era capaz de hablar. Espero en silencio. Nada. El hombre que sostenía el cuchillo lo presionó contra su piel cortándolo. Seguía sin decir palabra alguna, eso era suficiente para ella. Paul no quería que se convirtiera en una rata, primero daría su vida antes de traicionar a su país, era admirable. Abigail, en cambio, se había rehusado a cooperar porque sabía que en cuanto lo hiciera la matarían, aún tenía la ligera esperanza de que Hermann realmente se hubiese enamorado de ella y fuera a salvarla pero aquella idea poco a poco iba desapareciendo de su mente, después de todo, si él de verdad la había amado en algún momento, esa traición debió haberle partido el corazón. 

     — ¿En serio no vas a decir nada para salvarle la vida a tu amigo?

     — ¿Tú lo harías? —Abigail miró al que estaba más cerca de ella. 

     —Tal vez no para salvar a un compañero pero sí para salvar mi trasero. —Ante esa respuesta Abigail giró su cabeza en dirección a la cámara en la esquina del cuarto. 

     — ¿Están seguros de que confían en alguien que afirma que los traicionaría para salvar su pellejo?  —El hombre se acercó a ella, la sujetó por el cabello y empujó su cabeza contra la mesa. Su mejilla izquierda había recibido la mayor parte del impacto gracias a que alcanzó a girarse justo antes de que su nariz se estrellara, quebrándose en el acto. Por un par de segundos vio destellos. Al regresar la vista a Paul, el que sostenía el cuchillo le cortó el cuello salpicando todo el piso de sangre. Cayó boca abajo mientras terminaba de desangrarse. 

     —Si alguna vez me rescatan —miró su cuerpo en el suelo—, me aseguraré de mencionar tu valentía. —Todos salieron de la habitación arrastrando el cadáver de Paul el cual dejó un rastro de sangre.


     Abigail intentó tragar saliva pero su boca estaba tan seca que no pudo, también trató de lamerse los resecos labios, una tarea imposible. 

     —Quise entrar a este cuarto por días —la chica giró su cabeza al reconocer la voz de Johann, él le sonreía con malicia—. ¿Cómo te han tratado? —Se burló. Ella regresó su vista a la pared de concreto frente a ella. El hombre colocó una pesada bolsa sobre la mesa de metal, por el ruido que está hizo supo que dentro había herramientas del mismo material. La abrió. Fue sacando lentamente un martillo, varias agujas, un bote de alcohol etílico, navajas, entre otras herramientas. Todo eso lo colocó en una fila frente a ella, como si quisiese torturarla con sus mismos pensamientos, con la imaginación de todo lo que podría hacerle, lo que iba a hacerle—. Te diré —levantó el martillo y lo analizó como si tuviese algo raro— que en realidad no me importa si hablas o no —la miró bajando la herramienta de nuevo—, pero esto realmente lo voy a disfrutar.

      —Darte placer es lo último que me gustaría. —Se esforzó por decir. Johann sonrió aún más. 

      —Podrías darme placer de otras maneras. —Dijo con claro doble sentido. 

      —Algo me dice que cuando terminemos aquí eso será lo siguiente. —Johann soltó una carcajada. Abigail esperaba que Hermann estuviera oyendo, que abriera la puerta de la habitación en ese momento y moliera a golpes al sujeto frente a ella. 

     — ¿Tienes prisa por llegar a eso? —Levantó una ceja como si en verdad lo creyese. 

      —Te agradecería de corazón si me mataras antes. —Se forzó a sonreírle. Johann volvió a soltar otra carcajada. 

     —Veremos cuánto tiempo dura tu buen humor. ¿Qué te parece si empezamos con esto? —Una vez más levantó el martillo, pero esa vez tocó la mano de la chica con la parte plana, ella al instante la cerró en un puño—. Te dejo elegir; un dedo, el más inútil si quieres, o toda la mano —por ningún motivo pensaba ofrecerle alguno de sus dedos para que lo aplastara con aquella cosa pero sabía que si no lo hacía toda su mano se vería perjudicada—. ¿Y bien?, ¿has tomado una decisión? —Abigail sacó el dedo de en medio del puño, mostrándoselo sobre la mesa. Por tercera vez Johann soltó una carcajada, nunca lo había escuchado reír tanto ni tan fuerte. Levantó el brazo con todo y martillo listo para estrellarlo contra su dedo, ella volvió a meterlo en su puño cerrando los ojos, a la espera del dolor que estaría por sentir, pero éste nunca llegó, volvió a abrirlos. Johann acababa de dejar la herramienta de nuevo frente a ella, fuera de su alcance. Levantó una aguja y la analizó de la misma manera que lo había hecho con él martillo. Sujetó su mano izquierda, ella apretó el puño con más fuerza. Lucharon por un par de segundos hasta que logró sacarle el dedo de en medio y pegarlo a la mesa. Abigail decidió no ver, giró su cabeza hacia el lado derecho viendo a la pared, entrando en su palacio mental una vez más. 

     Comenzó a cuestionarse si Robert y la DIA estarían rastreándola, siquiera buscándola. Sintió un horrible dolor en su dedo, sabía lo que Johann le estaba haciendo pero se resistía a observar. Se mordió la lengua tan fuerte para no gritar que saboreó la sangre que salió de ésta. Johann sacó su dedo índice del puño con mucha más facilidad ya que no tenía la fuerza para mantenerlo cerrado. Volvió a sentir ese dolor punzante. Respiró hondo pensando en Robert, en Hermann, ¿qué sentía por uno y qué por el otro? ¿Alguno de los dos realmente sentía algo por ella? ¿Alguno de los dos la salvaría? No, ella no necesitaba ningún príncipe azul en armadura de plata, ella podría librarse sola o morir ahí. 

     —Eres bastante fuerte, lo admito —escuchó la voz de Johann a lo lejos, no quería que la sacara de su concentración o realmente dejaría que unas cuantas lágrimas resbalaran por sus mejillas mostrando cuánto le estaba doliendo; no era una satisfacción que estuviera dispuesta a darle—. He visto a hombres (capaces de levantar un refrigerador) llorar por un par de agujas enterradas debajo de sus uñas —Abigail se preguntó si empezar a contar números primos le ayudaría a mantenerse en su palacio, pensar en Robert y Hermann no le estaba sirviendo de nada—, ¿sabes? Si no fueses una agente del gobierno de los Estados Unidos, tú y yo podríamos haber hecho una linda pareja. —2, 3, 5, 7, 11, 13, 17, 19, 23, 29. Respiró tan profundo como pudo. Quería responderle burlándose de lo que acababa de decir, hacerle saber que ni en un millón de años le habría hecho caso pero tenía que mantenerse concentrada y, si hablaba, esa concentración se rompería. De repente sintió un inmenso dolor. Johann había sacado las agujas sin cuidado, pero eso no era lo peor, un par de segundos después le dio un manotazo tan fuerte que la hizo gritar y llorar sin poder evitarlo. Su vista se volvió negra aún con los ojos abiertos. Dejó caer su cabeza hacia atrás viendo al techo pero, en vez de éste, sólo podía ver una gran mancha oscura y unos destellos de luces. Se desmayó.

 
    
     No supo cuánto tiempo estuvo inconsciente pero se despertó gracias a un penetrante olor a alcohol. Al abrir los ojos se encontró con la botella de ese líquido justo frente a su nariz, sostenida por Johann. Cuando pudo reaccionar alejó su rostro evitando mirar su mano izquierda. 

     —Aún no hemos terminado, querida. —Johann rodeó la mesa para quedar de nuevo frente a ella. Abigail lo miró apretando los dientes. El hombre levantó un pequeño objeto lleno de sangre y se lo enseñó. Era una uña. No sabía si se le habían caído en los dos dedos o si sólo en uno, el dolor era igual en ambos, y éste se extendía más allá de su brazo. Entonces Johann levantó la botella de alcohol etílico y lo puso sobre su mano derecha. Abigail comenzó a respirar tan rápido y profundamente como podía. Sabía que ir a su palacio mental no evitaría que sintiera la agonía que estaba por llegar. 

     Sin dejar de sonreír Johann dejó caer el líquido sobre su mano. Abigail intentó morderse un hombro pero no alcanzó, así que se inclinó hacia adelante y mordió su brazo derecho mientras gritaba lastimándose la garganta. No sabía si el líquido tibio que sentía resbalando por su brazo era saliva o sangre, no podía abrir los ojos. Volvió a desmayarse.

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