La Primera Cita
Cuando Abigail salió del trabajo se acercó a Hermann.
— ¿Vamos por otra malteada de fresa al mismo lugar que ayer? —Preguntó él mostrando una tímida sonrisa.
— ¿De qué estás hablando? —Abigail se mostró indignada—. ¡Esas malteadas estaban asquerosas!
— ¡Oye! —Se quejó el otro—, ¡son mis malteadas favoritas!
— ¡Oh, querido! —Le dio unos golpecitos en el pecho—. Te falta mucha experiencia en esto, vamos. —Sin pensarlo, lo tomó de la mano para llevarlo caminando hacia un restaurante (cuya ubicación había buscado la noche anterior) con temática de los años 50 que, en Chicago al menos, preparaba las mejores malteadas de fresa de la historia.
—Vaya, es lindo. —Admitió Hermann mirando el suelo de cuadros negros y blancos y los sillones con forma de asientos de carros antiguos. Cuando se sentaron, un joven se acercó a ellos. Abigail pidió dos malteadas.
— ¿Te gustaría compartir? —Preguntó Hermann. La chica se forzó en no mostrar la cara de asco que sentía, no tenía planeado compartir saliva con aquel hombre, y menos en la primera cita.
— ¿Crees que voy a querer compartir de mi malteada? No, señor. —Regresó su vista al mesero repitiendo la orden.
—Y... Cuéntame de ti. —Pidió Hermann una vez que las malteadas llegaron a la mesa.
—Pues... —Recordó la información que G le había dado sobre su identidad falsa—. Tengo 27 años, soy hija única, nací en México (pero eso ya lo sabías)...
— ¿Cuándo llegaste a Estados Unidos? —Preguntó el hombre sin apartar la vista de ella.
—A los 8; mis padres vinieron buscando una oportunidad de trabajo. Mi madre falleció cuando tenía 10 años y mi padre cuando tenía 17.
—Lo lamento. —Le tocó la mano. Abigail respiró hondo sin moverla.
— ¿Y tú? Cuéntame de tu infancia. —En realidad Abigail ya sabía mucho de la vida del hombre pues, en cuanto averiguó su nombre, le pidió a una de sus compañeras de la DIA que lo investigara.
—Bueno —pensó por dónde comenzar y qué tanto debía decirle—, mis padres también murieron cuando yo era joven —ella sabía que ambos habían sido asesinados en una guerra en Irak pero, por la gran inteligencia de Hermann, él había sido mantenido con vida y entrenado para fabricar bombas ganándose la confianza de sus captores hasta que lo liberaron—. Sobreviví como pude. —Claro, causando la muerte de cientos de personas.
—Te entiendo.
En realidad, Abigail había sido abandonada cuando era niña, nunca conoció a sus padres. Durante su infancia fue cuidada por una casa de adopción católica hasta que, al cumplir 12 años, se escapó y empezó a robar para sobrevivir. Todo cambió cuando intentó hurtar ciertas pertenencias a un mafioso austríaco; ese hombre, al verla sucia y desnutrida pero con el valor suficiente para atreverse a robarle, en vez de mandarla a matar, como normalmente haría, le ofreció trabajo. Ella estuvo con ellos durante tres años hasta que el National Intelligence Service, en Corea, la reclutó. Abigail sabía que no sería tan fácil salirse de ese grupo mafioso, así que le pidió ayuda a la NIS para que fingieran su muerte, y así fue. Claro, en la agencia de Corea su identidad había cambiado, por eso le sorprendió que la DIA hubiese descubierto su verdadero nombre cuando ella supuestamente había muerto tres años atrás.
— ¡Diablos! —Hermann la sacó de sus pensamientos—. ¡Esta malteada sí que es deliciosa! —Abigail sonrió sin poder evitarlo.
—Te lo dije. —Ella también dio un largo trago a su bebida dejando que el delicioso sabor le inundara la boca.
Siguieron hablando por varias horas. Abigail se dio cuenta de que realmente no la pasaba tan mal con aquel hombre; eso hacía las cosas más fáciles para ella. Cuando empezaba a anochecer, Hermann se ofreció a llevarla a su casa, ella aceptó. Al estar frente al apartamento donde vivía la chica, se detuvieron. Se miraron unos segundos a los ojos.
— ¿Planeas ir pronto al restaurante? —Abigail rompió aquel silencio para que Hermann entendiera que no quería besarlo.
—Eh... No lo sé —se rascó detrás de la oreja—. Yo creo que iría hasta la siguiente semana, pero creo que Ritter y Johann quieren salir una noche, no sé si te gustaría ir. —Se encogió de hombros.
—Uhm, claro —asintió–—. Tendríamos que ponernos de acuerdo después, ¿no?
—Sí, eh, ¿me pasas tu número? —La chica intentó recordarlo pero no pudo.
—Mejor pásame el tuyo —sacó la libreta de comandas de su trabajo y una pluma. Se las extendió para que anotara los números. Hermann lo hizo antes de volver a quedarse callado mirando los labios de la chica. Abigail habló de nuevo—. Entonces nos vemos después... —Le tocó el brazo como despedida y entró al apartamento dejándolo de pie frente a la puerta.
Se sentó frente al escritorio, abrió la laptop pidiendo hacer una video-llamada con alguno de los técnicos, uno aceptó. Para su sorpresa Robert se encontraba del otro lado de la pantalla.
— ¿Robert?, ¿qué haces frente a una computadora?, ¿no deberías estar en una misión o algo?
—También me da gusto verte. —Dijo sarcásticamente.
—Lo siento —le sonrió—, no esperaba verte tan pronto.
—Bueno, estaba investigando sobre un sujeto cuando apareció tu mensaje. —Le devolvió la sonrisa.
—Hablando de investigar a un sujeto, ¿crees que me puedas ayudar? —Él asintió—. Necesito que intervengas este número. —Se lo escribió por mensaje.
— ¿De quién es? —Preguntó mientras copiaba el número en una hoja de papel.
—De un tipo al que tengo que enamorar, Hermann Schäfer —la falta de reacción por parte de Robert le sorprendió; pensó que al menos haría un comentario sarcástico sobre no enamorarse, al algo así, en cambio, no obtuvo nada—. Necesito saber con quién habla y sobre qué, en especial si esa persona es Ferdinand Fischer.
— ¿El terrorista? —Se sorprendió al identificar ese nombre. Ella asintió—. ¿En qué te metiste? Él es muy peligroso.
— ¿Acaso no me conoces? —Preguntó ella retándolo. Robert sonrió tranquilizándose. Giró su cabeza hacia un lado y asintió.
— ¿Necesitas algo más? —Ella negó comprendiendo que la llamada llegaba a su fin—. Bien, me parece que en un rato el teléfono estará intervenido, se te va a notificar.
—Gracias. —Colgó. Abigail suspiró acostándose en la cama. Levantó el celular que le había sido asignado y agregó el número de Hermann. Le envió un mensaje pero no esperó respuesta antes de quedarse dormida.
A la mañana siguiente fue muy temprano hasta el lugar donde vivía Ferdinand y esperó varias horas a que saliera. Cuando lo hizo lo siguió, el hombre había ido a trotar un poco antes de regresar a casa. Un par de horas después volvió a salir, esa vez se encontró con un hombre pálido y alto. Abigail sacó la cámara, la cual también se le había asignado para aquella misión, y les tomó varias fotografías. Al anochecer las mandó a la agencia para que comprobaran la identidad del hombre. Resultó ser una persona importante en Rusia, es decir, ese encuentro casi confirmaba la alianza entre Rusia y Alemania para crear un ataque contra E.U.A. Si no fuera porque no se sabía de qué habían hablado.
Se fue turnando varios días para seguir a cada integrante del grupo. Algunas veces sí se encontraban con alguien importante, y otras ni siquiera salían de casa. El teléfono de Hermann no delataba mucho, sólo hablaba con Johann y Ritter. O ese era un teléfono que solo usaba por diversión o se ocultaba bastante bien.
~Hola, oye, ¿quieres salir esta noche conmigo y los chicos? ~Le llegó un mensaje del susodicho.
~Claro, ¿en dónde y a qué hora? ~Hermann le envió el nombre de un bar y la hora en la que se iban a ver. También se ofreció a pasar por ella pero la chica se negó.
Abigail tuvo que salir a comprar algo que quedara con la salida a un bar. Terminó usando un conjunto de un top amarillo con unos pantalones de cintura alta de líneas verticales. Si Abigail ya tenía un cuerpo esbelto y bien trabajado por los ejercicios que realizaba a diario, ese conjunto la hacía sobresalir de entre las demás chicas.
—Te ves muy bien —dijo Hermann cuando la vio salir del taxi. Ella sonrió como agradecimiento—. ¿Entramos? —Asintió. Los otros dos hombres ya estaban sentados en una mesa, cuando los vieron saludaron.
— ¡Oye! ¡Pero que buena está tu novia! —Soltó Johann en alemán creyendo que Abigail no podía entenderle.
—Cállate, idiota. —Respondió Hermann en tono de broma mientras los cuatro se sentaban.
—Hola —se acercó una mesera—, ¿les ofrezco algo de tomar? —los tres pidieron bebidas alcohólicas, por el contrario, Abigail, por el contrario, ordenó agua.
— ¿Agua? —Preguntó Ritter con notable acento alemán—. Pedir otra cosa.
—Es verdad —Hermann concordó con el dueño de la voz hermosa—, estamos en un bar, pide algo decente, yo pago. —Abigail no quería nada que tuviera alcohol; estaba trabajando y no podía distraerse de esa manera.
—Bien, una cerveza —la mesera apuntó la orden, cuando estaba a punto de alejarse, Abigail la tomó por la muñeca jalándola para que se agachara y pudiese susurrarle al oído—. Que sea sin alcohol, por favor. —La mujer sonrió como si estuviera burlándose antes de alejarse.
— ¿Que le dijiste? —Preguntó Hermann intrigado—. No pediste algo costoso como una champaña, ¿o sí? —Abigail rio de manera sospechosa para asustarlo como si realmente lo hubiera hecho.
—Mi nombre es Ritter —se presentó el hombre sentado frente a ella—, ¿cómo te llamas tú?
— ¡Oh! ¡Claro! No nos habíamos presentado formalmente... Soy María. —El chico le sonrió—. Creí que sólo hablabas alemán. —Admitió ella mirándolo con curiosidad.
—Está aprendiendo, quiere ligarse a alguna chica mientras está aquí. —Explicó Hermann.
— ¿Está funciona? —Ritter preguntó con una notable y, tal vez, exagerada timidez. Abigail no pudo evitar soltar una carcajada.
—Sí, un poco.
—Oye —interrumpió Hermann—, me costó mucho trabajo hacer que le agradara como para que tú me la quites con tu papel de alemán tímido. —Abigail lo miró con una ceja levantada.
—Yo me la podría ligar si quisiera. —Dijo Johann con soberbia. La chica tuvo que contenerse para no soltar una carcajada más fuerte que la anterior. Regresó su mirada al hombre frente a ella.
— ¿Consejo? —Pidió Ritter.
—No sé si podría aconsejarte algo —Abigail se rascó la barbilla pensando—. Depende mucho de la persona a la que quieras conquistar. Por ejemplo: a una chica se le puede hacer muy lindo que un chico admire su trabajo y agradecerle cordialmente —giró su cabeza para mirar a Hermann—, mientras que otra podría ser una completa perra con él. —El hombre a su lado sonrió al comprender que esa era la manera en la que Abigail se estaba disculpando por lo que había hecho hacía unos días.
— ¿Qué? —Ritter los miró a ambos sin entender. Justo en ese momento llegó la mesera con todas las bebidas. Johann levantó su vaso.
— ¿Cómo se dice salud? —Preguntó Abigail.
—Zum wohl.
—Sum vol! —Exclamó mal a propósito. Los tres la miraron con ganas de reírse pero, en vez de hacerlo, chocaron sus vasos.
—Sum vol! —A Abigail se le hizo muy tierno que hicieran eso.
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