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La misión

     Habían pasado dos años desde que Abigail empezó a trabajar para la DIA.


     Esa mañana ella se encontraba sentada frente a una fuente, dibujando a una mujer sentada en una banca no muy lejana.

     —Lindo dibujo. —Dijo una voz detrás de ella. Giró la cabeza sobre su hombro para mirar al hombre que le había hablado. Debía tener entre dos a cinco años más que ella, usaba lentes y tenía una barba café de, al menos, una semana.

     —Gracias. —Respondió ella sin ponerle mucha atención antes de regresar su mirada a la mujer que dibujaba.

     —Eres muy talentosa —el hombre volvió a hablar. Abigail miró al cielo soltando aire ruidosamente para que él entendiera que la estaba molestando, pero al parecer no lo hizo porque continuó intentando sacarle plática—, ¿te dedicas al arte o algo? —La mujer a la que dibujaba se puso de pie y empezó a caminar hacia la calle. Sin responderle al hombre, cerró su libreta, se levantó de la banca y empezó a seguirla. Cuando se aseguró de que el hombre ya no la estaba viendo y de que tampoco podía escucharla, marcó un número en su celular y habló.

     —El objetivo estará cruzando en diez segundos. —Giró hacia su izquierda para disminuir sospechas. Exactamente en el tiempo que ella había dicho, un fuerte golpe se escuchó seguido de gritos desesperados. Abigail giró su cabeza y fingió sorpresa al ver que una camioneta negra, polarizada y sin placas, atropellaba a la misma mujer a la que había estado dibujando.

     —C, 4, 1, p, 3, 7, 4, c, 3, 11, 4, d, 4.—Dijo la voz en su oreja. Una motocicleta se detuvo frente a ella antes de que pudiese cruzar la calle; el conductor le extendió un casco, se lo puso y subió detrás de la persona. Antes de que ésta arrancara, le echó una rápida mirada a la mujer muerta en el piso.



     —Habla —le ordenó al hombre con grandes entradas en la cabeza—, y así nos ahorraremos muchas horas, y tú sufrimiento.

     —No me parece que me vayan a torturar —se burló—, si no estaría atado a esta silla —señaló el objeto en el que estaba sentado— y esta mesa no nos estaría separando. 

     —Planeaba hacerlo por las buenas. —Admitió la chica. 

     — ¿Van a hacer lo del policía bueno y policía malo? 

     —Señor Argent —Abigail sonrió cruzando los dedos sobre la mesa—, estar frente a un policía es lo que deseará si no empieza a hablar. —El hombre asintió y le hizo una señal con sus dedos indicándole que se acercara un poco. La chica bajó la guardia. Argent puso su asquerosa mano sobre uno de los pechos de la agente, pero ella reaccionó con rapidez; sujetó la muñeca de la mano que la estaba tocando, se puso de pie y con su otra mano empujó con fuerza la cabeza del hombre contra la mesa de metal ocasionando un fuerte ruido. El hombre se incorporó llorando un poco, su nariz sangraba en exceso. Cuando dejó de cubrírsela, Abigail notó que se la había roto, haciéndola sentir bien. Al abrir la puerta se encontró con el agente Achaga, un hombre de unos cincuenta años de orejas muy grandes, quien sostenía una carpeta llena de información con la cual amenazaría al hombre dentro de la habitación. Su superior la miró con desaprobación. Entonces ella comprendió que él seguramente no había notado lo que Argent le había hecho; pues durante el interrogatorio, Abigail le había estado dando la espalda al vidrio detrás del cual Achaga se encontraba.

     —Me tocó un pecho. —Explicó levantando la barbilla. Sin decir nada Achaga asintió, como si entendiera la reacción de la chica, y pasó por un lado de ella. Abigail salió de la habitación cerrando la puerta detrás de ella.


     — ¿Qué dices?, ¿dos de tres? —Preguntó el chico frente a ella. Abigail sujetó el brazo de Robert por la muñeca cuando estaba a punto de golpearla en el pecho. A continuación ella intentó imitar su movimiento pero él también la detuvo. 

     La chica pasó su pierna detrás de la de Robert enganchándola. Se dobló colocando su hombro sobre el abdomen del chico y con todas sus fuerzas empujó causando que perdiera el equilibrio y cayera de espaldas sobre el tapete. Abigail colocó su antebrazo sobre el cuello del joven y acercó su rostro al del castaño.

     — ¿Es normal que esto me excite? —Preguntó él sonriendo de manera coqueta.

     — ¿Te excita que una chica te gane en una pelea física? —Abigail levantó una ceja devolviéndole la sonrisa.

     —No me estás ganando —la corrigió—, yo te estoy dejando ganar. —Logró soltarse de la llave que ella le estaba haciendo pero poco pudo hacer antes de que Abigail sujetara su brazo entre las piernas y cruzara los pies a la altura de los tobillos sobre su pecho. Si ella hacía el movimiento correcto podría romperle el brazo, pero él, sabiendo que no le haría tal cosa, se volvió a zafar de la llave de la chica. Terminó sobre la cintura de ésta sujetándola por las muñecas sobre su cabeza.

     —No vale, dos de tres, ya te había ganado. —Se quejó ella.

     — ¿Y si lo hacemos tres de cinco? 

     —Sabes que podemos alargar esto por mucho tiempo. —Técnicamente ya tenía la victoria asegurada pero quería pasar más tiempo con él.

     — ¿Y te gusta alargar cosas? —Preguntó con aquella sonrisa que hacía temblar las piernas de la chica. Abigail sonrió entendiendo el doble sentido. Por un segundo estuvo segura de que Robert la besaría. En ese momento entró alguien a la sala de entrenamiento; si esa persona hubiese tardado unos segundos más en llegar probablemente los habría visto besándose, y eso traería un gran regaño para ambos. Abigail aprovechó la distracción de Robert para plantar sus pies bien sobre el tapete y levantar su pelvis con fuerza hacia un lado haciendo que el chico perdiera el equilibrio. Rápidamente se colocó en su espalda, enganchó sus piernas sobre la cintura de éste, dio una vuelta para ella quedar abajo, pasó un brazo alrededor del cuello de su oponente colocando la mano de ese brazo sobre su antebrazo del otro y apretando con fuerza. Esa llave era capaz de dejar inconsciente a cualquiera en muy poco tiempo.

     —Tres de cinco, gané. —Lo soltó y se puso de pie al darse cuenta de que aquella persona no había dejado de observarlos desde que había entrado. Giró la cabeza para verla.

     —G quiere verte. —Informó sin despegar los ojos de Abigail. Ella asintió como respuesta. La persona volvió a salir de la sala. Se limpió rápidamente las gotas de sudor que resbalaban por su frente y su cuello con la blusa. 

     Caminó hacia el mismo lugar en el que dos años atrás había aceptado ser parte de la DIA. Tocó la puerta.

     —Pasa —escuchó que G dijo. Al entrar vio al hombre de lentes agachado sobre una de las tantas computadoras, explicándole algo a una chica de color. Al ver a Abigail, le dedicó toda su atención—. Buenas tardes.

     —Buenas tardes, señor. —A aquel hombre lo llamaban G para evitar que, si alguno de sus agentes era capturado, pudieran darle información al enemigo. Era algo bastante inteligente. Lo único que Abigail sabía sobre el hombre con bigote era que su nombre iniciaba con esa letra, o podía ser que ni siquiera eso fuera verdad; hasta donde sabía era la única información que cualquiera de sus compañeros tenía sobre él.

     —Felicidades con tu misión. —Dijo, ella sabía que se refería a la mujer que había muerto el día anterior. 

     —Gracias, señor, pero yo no soy quien conducía la camioneta. 

     —Lo sé, pero fuiste de gran ayuda para que ese momento preciso llegara. Tú y James evitaron un gran desastre al eliminarla el día de hoy —Abigail asintió con agradecimiento pero no dijo nada más—. Desafortunadamente, nuestros enemigos no descansan —le extendió una carpeta—. Te tengo una nuevo misión —la tomó y la abrió. Contenía información sobre tres hombres de nacionalidad alemana—. Creemos que planean un ataque terrorista pero no tenemos mucha información. 

     — ¿Alemanes?, ¿que la Primera y la Segunda Guerra Mundial no les enseñó nada? —Bromeó. G esbozó una rápida sonrisa.

     —Parece que no. Pero no están solos. Sospechamos que están trabajando con Rusia. Suelen juntarse en un restaurante para planear... lo que sea que estén planeando.

     — ¿En un restaurante? —Lo miró extrañada—. ¿No deberían juntarse en una base secreta o algo así?

     —La mejor manera de ocultar algo es a la vista de todos. Además, creen que nadie ahí habla alemán, por eso pensamos en ti. Al ser mexicana creerán que lo máximo que podrías hablar es inglés, fingirás no entender alemán para que se confíen. 

     —Ya veo. —Respondió hojeando rápidamente la información, ya tendría tiempo después para leerla a detalle.

     —Te irás mañana —Abigail pestañeó un par de veces ocultando su sorpresa; normalmente le daban más tiempo para planear lo que haría—. Ya tenemos un pequeño apartamento rentado en Washington, no tienes que preocuparte por eso. Te daremos una laptop y un teléfono desechable con los que te mantendrás en contacto con nosotros. Te llamarás María y trabajarás como mesera en el lugar en donde se reúnen.

     — ¿María? —Levantó una ceja. 

     —Es de los nombres más comunes de México. —Explicó.

     —Tiene sentido.

     —La gerente del restaurante te dará el uniforme necesario, y no te preocupes si necesitas faltar cinco de los siete días de la semana para espiar a alguno de esta escoria, ella es bien pagada para asegurarnos de que no se quejará con algún superior... —Se quedaron callados unos segundos, al ver que ella no decía nada, continuó—. Bien, ve a empacar tus cosas, el avión sale mañana a las 0630. —Abigail estaba a punto de preguntarle si ocupaba algo más, pero como si G le hubiese leído la mente agregó: — Eso es todo, puedes retirarte. —Asintió antes de girar 180 grados y salir del lugar. 

     Fue directo a su habitación a tomarse una ducha. Justo al salir, alguien tocó la puerta. Se asomó por el mirador de ésta, al ver que era Robert, le abrió. El cabello de Abigail aún goteaba y notó como los ojos del chico bajan hasta sus pechos, que era donde una mancha de agua empezaba a formarse.

     — ¿Quieres pasar? —Le preguntó. Él asintió con una sonrisa—. ¿Vienes por la revancha?

     —Más bien a hacer un trato de paz. 

     — ¿Y cómo harías eso? —Preguntó cerrando la puerta y pegando su espalda a ésta sensualmente. Sabía que el pequeño pijama compuesto por un mini short y una blusa de tirantes le encantaba al chico. 

     —No pensé en eso... —Se acercó lentamente—. ¿Tienes alguna idea? —Rozó sus labios con los de ella pero no la besó.

     —Se me ocurren algunas... —Cerró los ojos levantando la barbilla para dejar su cuello a la vista. Robert entendió lo que quería, empezó a besarlo lentamente. En cuanto puso sus manos sobre la cintura de la chica lamió, con la punta de la lengua, su cuello haciendo que soltara un pequeño gemido. Se acostaron en la cama. No podían hacer mucho ruido porque alguno de los otros agentes podría escucharlos. Mientras Robert le besaba los pechos, Abigail decidió explicarle lo de la nueva misión.

     —Tengo que decirte algo.

     — ¿Sí? —El chico la besó en los labios sin estar muy interesado en seguir hablando.

     —Tengo una nueva misión... —Tuvo que mover su cabeza hacia un lado para que la dejara hablar.

     — ¿De qué se trata? —Empezó a lamerle el lóbulo.

     —Sabes que no puedo dar detalles. —Se miraron a los ojos unos segundos.

     — ¿Entonces por qué me lo dices? 

     —Porque es en Washington, D.C.

     —Oh... —Robert se incorporó un poco sin quitarse de encima—, ¿y cuando te vas?

     —Mañana. El avión sale a las 0630, pero debo llegar dos horas antes, y tengo que hacer las maletas. De hecho, creo que debería dormir temprano...

     — ¿Con 15 minutos te conformas? —Preguntó, pero ella sabía bien que no se refería al tiempo para dormir.

     —Depende que tan bien los utilices. —Ambos sonrieron mostrando los dientes. Sabían a la perfección lo bien que la podían pasar con sólo 15 minutos, no era su primera vez pero no sabían si sería la última; antes de cada misión nunca podían estar seguros de que regresarían con vida.

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