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Haz lo que tengas que hacer

     — ¡Aléjense! —Gritó Abigail sin apartar los ojos de Johann.

     —Vaya —Johann levantó las cejas—. ¿Hablas alemán? ¿Todo este tiempo lo fingiste? —La chica apretó los dientes.

     —Déjenme ir o lo mataré. —Sintió que el cuerpo de Hermann se tensó. Johann le sonrió retándola.

     —Sabes que no podemos hacer eso. —Negó con la cabeza.

     — ¡Juro que le haré un agujero en la cabeza¡

     —Haz lo que tengas que hacer. —Johann, sin dejar de sonreír, extendió los brazos hacia los lados esperando a que cumpliera su amenaza. Abigail tocó la sien de Hermann con el arma. Pasó su cabeza del hombro izquierdo del hombre al derecho, viendo que por otro el lado de la habitación entraba Ferdinand mostrándose sorprendido por la situación. Al comprender lo que estaba sucediendo inclinó ligeramente su cabeza esperando.

     Abigail analizó sus posibilidades:
     Podía dispararle a Hermann pero no lograría nada con eso dado que una lluvia de balas le caería encima antes de que el hombre llegara al suelo; podía dispararle a Johann (cómo había querido hacer desde el primer día que lo conoció) pero sería el mismo resultado: Hermann y ella muertos por la balacera que se desataría; o simplemente podía darse por vencida, dejar que Hermann viviera, en esta opción había dos posibles desenlaces, en el primero ella terminaría muerta, en el segundo la tomarían como rehén. Después de todo, la DIA debería estar llegando en esos momentos al salón de fiestas listos para entrar al lugar en el que ellos estaban y la rescatarían antes de que fuera demasiado tarde. Así pues, soltó el agarre del cuello por el que tenía a Hermann dejándolo ir al mismo tiempo que levantaba las manos sobre la cabeza.

     — ¡Suelta el arma! —Gritaron tres sujetos al mismo tiempo. Abigail miró con odio el rostro de satisfacción de Johann antes de hacer lo que le decían. Dejó caer la pistola al suelo, está rebotó un par de veces provocando un ruido muy fuerte. Un par de hombres se acercaron a ella, la empujaron con brusquedad hasta que su espalda chocó violentamente contra la pared, la giraron 180 grados obligándola a pegar su mejilla contra el muro y la esposaron por la espalda; una decisión muy sabia pues, si lo hubiesen hecho por el frente aún podría pelear bastante bien y vencer a uno que otro alemán o ruso. La tomaron por los hombros en dirección al salón de eventos. Abigail no opuso resistencia alguna, de nada serviría. Tenía el tiempo contado, la DIA seguramente estaba entrando por la puerta principal. Las personas que iban rodeándola para evitar que intentara escapar actuaban como si nada pasara para no asustar a los invitados de la reunión. Cuando estaban por salir del gran salón se topó con el rostro de Robert a unos metros de ella, le sonrió disimuladamente sin poder evitar mostrar su alegría.

     Todo pasó muy rápido, aunque para ella, el tiempo disminuyó su velocidad. Por un segundo creyó que Robert estaba ahí para rescatarla, y es probable que él también lo pensaste, pero en cuanto el de ojos azules se llevó una mano a la oreja para escuchar mejor lo que G le decía al oído y vio su expresión de sorpresa supo que no estaba ahí con la misión de rescatarla. Los habían enviado para evitar el ataque al Pentágono, no para salvar a una agente que llevaba un par de años trabajando para el gobierno de los Estados Unidos. La sonrisa de Abigail se borró en cuanto se dio cuenta de que no podría evitar que aquellos alemanes se la llevaran. Robert se disculpó con los ojos antes de seguir su camino en dirección a la puerta al fondo del salón, seguido por una decena de agentes más.

     Una limosina negra con vidrios polarizados se detuvo frente a ella. Los hombres que la sospetenían por los hombros abrieron la puerta y la empujaron sin cuidado al interior. Cuando estuvo sentada en el asiento, varios más subieron, uno de ellos le cubrió la cabeza con una bolsa de tela del mismo color que la limosina. Respiró profundo intentando escuchar cada detalle.

     —Oye, ésta está muy buena, ¿no lo crees? —Dijo en ruso el hombre a su lado derecho.

     —Demasiado —respondió el que estaba a su izquierda—, me dan ganas de... —Abigail sintió una mano tocando uno de sus pechos. Se sacudió como pudo. El de la derecha se rio mientras la abrazaba jalándola hacia él. Ella se recargó sobre el sujeto y levantó su pierna con fuerza alcanzando la cabeza del que la había tocado. El que la tenía abrazada la apretó aún más contra él.

     — ¡Sujétenla! —Un fuerte dolor le recorrió la mejilla cuando alguien la golpeó con el puño cerrado; cosa que se repitió hasta que quedó inconsciente.

     Una descarga de electricidad le recorrió todo el cuerpo, sintiendo que las cosillas era la zona en donde más le dolía, como si le estuviesen poniendo un metal al rojo vivo sobre la piel. Sentía cómo los músculos de sus brazos y piernas se contraían. Aún minutos después de que la electricidad se había detenido, seguía teniendo convulsiones involuntarias y no se había atrevido a abrir los ojos.

     —Esto puede terminar tan rápido como lo desees. —Escuchó la voz de Ferdinand. Finalmente sólo uno de sus párpados se separó dejando entrar la luz a su ojo, el otro estaba tan hinchado por los golpes que le habían dado en la limosna que no podía abrirlo.

     Lo primero que vio fue sus manos pegadas a la mesa de metal, una especie de grillete sobresalía de ésta, que era donde sus muñecas estaban. Al levantar la vista hacia Ferdinand vio una especie de bastón, el hombre lo presionó para demostrarle que era un aparato de descarga eléctrica, con el cual la había despertado. Abigail giró su cabeza lentamente para apreciar la habitación en donde estaban, sólo había una mesa, una silla y ellos dos, además de una pequeña cámara en la esquina la cual prendía y apagaba una luz roja cada dos segundos.

     — ¿Para quién trabajas? —Preguntó volviendo a prender el aparato en un intento de asustarla o amenazarla con volver a utilizarlo—. ¿Qué información les diste? ¿Por qué te enviaron?

     — ¿Acaso no es obvio? —Sintió que todo su cuerpo se le había acalambrado—. Dime, ¿el ataque al pentágono fue evitado? —Ferdinand apretó los dientes antes de pegar el bastón a su brazo y encenderlo de nuevo. Abigail sintió que el brazo le quemaba así como el resto de su cuerpo, de hecho podía oler el vello quemado. Cuando el alemán dejó de electrocutarla ella siguió dando varios brincos cada par de segundos.

     — ¿Para quién trabajas? ¿El FBI?, ¿la NSA?, ¿la DIA? —Abigail no tuvo ninguna reacción para que no supiera que había acertado por accidente—, ¿la DOD? —La chica lo miró retándolo con los ojos. No pensaba decirle nada a ese bastardo.

     Ferdinand comenzaba a impacientarse, no le gustaba hacer el trabajo sucio, pronto se lo dejaría a los que estaban por debajo de él; dejaría que le hicieran todo lo que quisieran a aquella delgada chica, dudaba que sobreviviera por mucho tiempo. Volvió a encender el aparato, el cual creó un ruido que asustaría a cualquiera que no estuviese acostumbrado a escucharlo, pero él ya lo estaba. Volvió a pegarlo al brazo de la chica, en la misma zona que la vez anterior sabiendo que así le dolería más pues ya tenía una ligera quemada ahí. Vio cómo la joven castaña se retorcía frente a él.

    

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