El comienzo
— ¿Estás lista? —Le preguntó Yang Mi a Abigail debido a que ella iba a ser la primera. Abigail asintió acomodando la polea que le permitiría pasar de un edificio a otro; los cuales estaban conectados con un grueso cable.
—Suerte. —Le deseó Kwan.
—Nos vemos del otro lado. —Se lanzó dejando que la gravedad hiciese su trabajo. Sus compañeros no tardaron en seguirla. Debían ser bastante cuidadosos, pues sabían que ese lugar estaba bastante protegido.
Al llegar al techo del otro edificio engancharon un cable para bajar al nivel correcto. Kwan se aseguró de que el piso al que iban a entrar estuviese vacío antes de hacer un hoyo en la ventana e infiltrarse por ahí. Una vez todos estuvieron dentro se dirigieron exactamente al lugar en donde sabían que guardaban el oro robado. Conocían la contraseña de la puerta gracias a tanto tiempo de estar observando desde el otro edificio al par de personas presionando los mismos números una y otra vez. Cuando la puerta se abrió no esperaban encontrarse con lo que vieron.
Toneladas y toneladas de lingotes de oro. Los cuatro se quedaron con la boca abierta.
—No es posible. —Fang Yin quería gritar por la sorpresa pero se contuvo.
—Sabíamos que habían traficado oro robado, pero jamás creí que sería tanto —dijo Abigail sorprendida—. Aquí debe haber el equivalente a más de 300 millones de dólares. —Kwan dio dos pasos hacia la habitación pero fue muy tarde para decirle que se detuviera. Una luz roja se encendió al mismo tiempo que las ruidosas alarmas.
— ¿Qué has hecho? —Preguntó Yang Mi furiosa. Pero no había tiempo para pelear, tenían que escapar antes de que llegara la compañía no deseada. Kwan corrió directo al hoyo de la ventana, se enganchó a la misma cuerda por la que habían bajado hasta ese lugar,subió sin esperarlas.
— ¿Qué haces? —Las tres asomaron sus cabezas para ver el trasero de su compañero subiendo a la azotea.
— ¡Pediré ayuda! —Gritó sin detenerse.
—Debemos prepararnos para cuando los americanos entren. —Dijo Abigail a sus dos compañeras. Ambas asintieron. Las tres se escondieron; Yang Mi detrás de la puerta, Fang Yin y ella se decidieron por unos muebles altos.
Un total de cinco personas entraron con armas; fue relativamente sencillo luchar contra ellos, desarmarlos y matarlos. Regresaron al hoyo de la ventana esperando alguna señal de Kwan pero nada.
— ¿Lo habrán atrapado? —Preguntó Fang Yin preocupada. No dio tiempo de responderle porque un disparo se escuchó y ella cayó al suelo. Yang Mi y Abigail se giraron solo para encontrarse con 6 sujetos apuntándoles a la cara.
— ¡Bajen las armas! —Ordenaron. Lentamente Abigail se agachó para dejar las pistolas en el suelo. Giró su cabeza esperando ver a Yang Mi imitándola pero no fue así. Ella aún estaba de pie. Levantó las armas hacia los americanos, por desgracia para ella, no fue lo suficientemente rápida. Decenas de balas fueron disparadas hacia su cuerpo. El chaleco antibalas que traía no le iba a servir de nada. Dio un paso hacia atrás tropezando y cayendo, por el hoyo de la ventana, hacia el vacío. Eso le dio tiempo a la chica agachada para volver a tomar sus armas y dispararles a los seis hombres frente a ella, los cuales no tuvieron ni tiempo de reaccionar antes de que las balas atravesaran sus cabezas. Cuando todos estuvieron muertos se giró hacia Fang Yin quien tenía un orificio en la pierna.
—Vete. —Le pidió.
—Aún te podemos salvar. —Abigail analizó su herida pero Fang Yin negó con la cabeza.
—Sólo voy a ser un estorbo. Vete. —No supo qué más decirle, así que se puso de pie y salió de la habitación. Recorrió varios pasillos sin bajar la guardia por si veía a otros americanos; intentaba encontrar la escalera de incendios aunque sabía que el llegar a ella no significaba su salvación en lo absoluto. De repente se topó con una chica de cabello rubio que le apuntó al pecho. Iba a levantar la pistola para matarla antes de que ella pudiese siquiera pestañear pero la castaña escuchó otra voz detrás de ella.
— ¡Suelta el arma! —Lo hizo. Éstas hicieron un fuerte ruido al tocar el suelo. La chica se acercó a Abigail sin dejar de apuntarle. Esperó a que estuviera a una distancia lo suficientemente cerca para tomarla de la muñeca y golpearla en el codo, atrapando en el aire la pistola que la chica acababa de soltar. Después de hacerlo se cubrió con su cuerpo para que éste recibiera los disparos que el otro americano hacía. Con el arma de la rubia le disparó al compañero de la misma. Ambos cayeron al suelo casi al mismo tiempo. Después de ellos, se topó con otros tres sujetos: a uno le rompió la nariz, a otro le dio una patada en la entrepierna tan fuerte que lo dejó fuera de combate casi al instante y con el último hizo un movimiento que le encantaba, saltar, atrapar su cabeza con las piernas, girar para hacerlo caer y, en el mejor de los casos, hacer que su frente choque contra una pared o que se le rompa el cuello.
Una vez se liberó de ellos, tomó sus armas y corrió en dirección a la puerta de emergencia, pero cuando estaba a una esquina de llegar tres personas aparecieron en su camino. La joven se detuvo de golpe. Levantó las manos incluso antes de que se lo ordenaran.
— ¡Suéltalas! —Gritó una mujer detrás de ella. Lo hizo.
Estaba agotada, pero si sólo eran cuatro probablemente podría contra ellos. De repente una mano la sostuvo de la muñeca, ella intentó golpear a la mujer pero con una fuerza sorprendente ésta le dobló el brazo por la espalda y la empujó contra una pared.
—Buen intento. —Abigail se sorprendió al escuchar la voz de un hombre pegada a su oreja. No era la chica que había gritado anteriormente. A él nunca lo escuchó llegar, y algo de lo que la joven se jactaba era de su gran oído, el cual era capaz de oír hasta el aleteo de una mariposa. El hombre le esposó las manos por la espalda. A continuación le pusieron una bolsa negra y apestosa de tela en la cabeza para cubrir su visión. Dos personas la obligaron a caminar llevándola por el brazo. Subieron a un ascensor, podía escuchar a cuatro de ellos respirar, pero no al que estaba a su derecha; él era extremadamente silencioso, si no fuese porque alcanzaba a ver las puntas de sus pies por debajo de la bolsa no sabría que él estaba a su lado.
Al salir del edificio la metieron a una camioneta y condujeron por una hora aproximadamente hasta que finalmente se detuvieron y la forzaron a bajar.
Te van a torturar. Van a querer que les des información. Estás preparada para esto. No les dirás nada.
Bajaron unas escaleras que aprecian interminables hasta que finalmente llegaron al fondo del lugar. El ambiente era húmedo y caluroso. Sólo se escuchaban cinco pisadas caminando por el corredor.
Son seis, recuerda al silencioso detrás de ti.
Le quitaron la bolsa para dejarle ver un gran cuarto vacío hecho de piedra. Le soltaron las manos pero antes de poder decir algo la empujaron al interior del lugar. Logró mantener el equilibrio y no caer.
Durante varias horas intentó encontrar una manera de poder escapar aunque sabía que no serviría de nada. Estaba sudada y cada vez sentía más y más sed. De repente, por un pequeño hoyo que tenía la puerta, apareció una botella de agua. Dudando se acercó y la examinó. Lucía normal. Pero al girar la tapa se percató de que no hacía ese pequeño click que hacen las nuevas botellas al ser abiertas por primera vez.
Le pusieron algo. Ya la habían abierto antes de dartela. Quieren drogarte. ¿Qué pretenden? ¿Darte una especie de suero de la verdad?
Lentamente dejó la botella justo de donde la había tomado. No iba a beber de esa agua, moriría de sed antes que quedar indefensa ante sus captores. Calculando no viviría más de dos días.
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