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¿Durmiendo con el enemigo?

     Continuaron bebiendo el resto de la noche, los alemanes seguían sin darse de que Abigail no había consumido nada con alcohol. Se dio cuenta de que Ritter era un hombre bastante agradable, aunque la mitad de las cosas que decía en alemán tenía que pedirle a Hermann que lo tradujera, así como todos chistes machistas que hacía Johann, Abigail debía fingir que no le entendía.

     Cuando Abigail miró el reloj en su muñeca, suspiró. Ya era casi la una y media de la mañana y ese mismo día tenía que levantarse temprano para seguir a Ferdinand que, si había sido invitado a la reunión de esa noche y se había negado, era muy probable que fuese porque se reuniría con alguien y no quería desvelarse como lo estaba haciendo Abigail.

     —Creo que ya es hora de que me vaya... —Dijo poniéndose de pie.

     — ¿Quieres que te acompañe? —Preguntó Hermann también levantándose.

     —No es necesario, iré en taxi.

     —Te acompaño —esa vez no fue una pregunta. Abigail estaba a punto de rechazarlo de nuevo, pero el hombre continuó hablando—. No me gustaría que una hermosa mujer, con algunas copas de más, se encuentre a solas con un completo extraño. —La chica se resistió a no reírse en su cara. No estaba ebria y un hombre (sin conocimiento en algún arte marcial o militar) jamás podría ganarle en una batalla. Ella sabía que la fuerza no era lo más importante, sino la agilidad, técnica correcta y habilidad de pensar rápido ante un ataque.

     —De acuerdo. —Accedió sin saber muy bien cómo contrarrestar lo que él le acababa de decir.

     — ¡Eso! —Exclamó Johann—. ¡Fóllatela de una vez para que ya la superes! —Le dio un gran trago a su jarra de cerveza.

     — ¡Te pedí que le tuvieras más respeto! —Le dijo Hermann dejando ver lo molesto que ese comentario lo había puesto.

     —Te estás pasando... —Ritter lo miró de la misma manera. Johann sólo respondió riendo.

     Durante el trayecto del bar a su casa, Abigail fue pensando en una excusa para evitar acostarse con Hermann; sabía que esa era la intención del castaño al ir con ella a su apartamento. Al llegar, se detuvieron delante de la puerta de metal que detenía elpaso al edificio a menos que tuvieses la llave. La chica se mordió los labios. Él, al ver esto, lo tomó como una señal y la besó. Abigail se alejó sorprendida, pero no por el hecho de que la hubiese besado, sino de que no le había disgustado del todo.

     —Lo siento... —Se disculpó abriendo bien los ojos—. Yo creí que tú querías... —Se metió las manos a los bolsillos notablemente apenado. Esto le dio mucha ternura a la chica; no por eso iba a invitarlo a pasar. Dormir con él sería como si se estuviera prostituyendo, pero sin un pago de por medio, lo cual consideraba todavía peor, viendo la miseria de habitación que la DIA le había dado para esa misión—. Lamento haberte incomodado.

     — ¿Quieres pasar? —Ni siquiera sabía por qué lo había preguntado. Se regañó mentalmente.

     — ¿Segura? —Preguntó mientras se le dibujaba una sonrisa en el rostro.

     —Sí.

     ¡No! ¿Qué estás haciendo?

     Mientas llegaban al apartamento hubo un par de minutos de incómodo silencio. Al entrar, Hermann miró hacia todos lados, analizando el lugar.

     —Lamento el desorden —se disculpó—, no esperaba a nadie.

     —Está bien —sonrió de manera tranquilizadora—. Es acogedora.

     —Es diminuta —se agachó para quitarse las zapatillas—, lo sé. Pero el trabajo de mesera no deja mucho. —En cuanto se puso de pie se encontró con los suaves labios de Hermann pegados a los de ella. Sin separarse se dirigieron a la cama. Abigail cayó de espaldas sobre las sábanas, el hombre le abrió las piernas para colocarse entre ellas. Cuando Hermann dejó de besarla para quitarse la camisa, ella fingió acordarse de algo.

     — ¿Tienes condones? —Esperaba que no respondiera de manera afirmativa ; si lo hacía, su excusa fallaría y tendría que recurrir al "acabo de recordar que estoy en mis días"; el dolor de cabeza era muy cliché.

     —Mierda —dejó caer los brazos—. No.

     —Diablos... —Se sentó alejándose un poco de él.

     —Supongo que se cancela. —Empezó a ponerse la camisa. Abigail vio el torso del hombre, éste no estaba marcado como el de Robert. No era gordo pero su cuerpo parecía ser un poco robusto de nacimiento y tenía una panza apenas notable.

     —Supongo que sí. —Dijo ella fingiendo decepción.

     —A menos que... —La miró pensando.

     —No pienso hacerlo sin protección. —Abigail levantó una ceja mostrando que hablaba en serio.

     —No es eso. ¿Podrías...? —Desvió la mirada avergonzado—. ¿Te parece un oral? Los condones no serían tan necesarios, a menos que sólo te guste si tiene sabor... —La castaña se sorprendió. Titubeó un poco durante varios segundos sin saber que decir; no esperaba que él sugiriera aquello.

     —Yo... —Cruzó las piernas incómoda—. Odio hacer orales. —Dijo mirando sus piernas.

     —Comprendo —le tocó el hombro con una ligera sonrisa en el rostro—. No voy a obligarte a hacer algo que no quieras. —Sé quedó pasmada. Literalmente cada hombre con el que se había acostado (que no eran tantos como sus compañeras de la agencia solían creer) le habían dicho la misma frase, pensaba que escucharía lo mismo salir de la boca de Hermann.

     "Seguramente es porque no has probado un buen pene."

     Pero resultaba que ninguno era el elegido para lograr que "le gustara". Incluso cuando le dijo a Robert, él le insistió en que lo hiciera al menos una vez, ella se forzó a hacerlo creyendo que ese podría ser el que sí le agradara; no fue así. Le dio mucho asco, casi vomita, lo peor fue que él ni siquiera lo disfrutó. Después de que le repitió que no le gustaba hacer orales, no volvió a insistir.

     — ¿No me vas a decir que es porque no he probado un buen pene? —Pestañeó varias veces.

     —Si no te gusta, no te gusta —alzó los hombros—, ¿y qué te parece si yo te lo hago a ti?, ¿eso te agradaría? —La sorprendió por tercera vez en menos de dos minutos.

     —Pero, ¿y tú?, ¿qué hay de tu placer? —Normalmente los hombres no se preocupaban por lo que ella pudiera sentir, sino en satisfacerse a ellos mismos. Sí, le habían hecho orales, pero no duraban mucho porque al instante ellos querían que Abigail también les hiciera algo a cambio.

     —No te preocupes por mi placer esta noche, concentrémonos en ti. —Se inclinó hacia ella para besarla. A Abigail se le pasó por la mente la idea de decir que estaba en sus días pero pensó en mejor usarla después, en caso de que algún momento él quisiera llegar a la penetración. Abigail cerró los ojos dejándose llevar por el momento. Se volvió a recostar en la cama y dejó que el hombre le quitara la ropa de la cintura para abajo.

     Empezó a darle ligeros besos en los muslos y, de vez en cuando, simulaba morderla pero sin hacerlo realmente. Abigail se lamió los labios sin abrir los ojos. Soltó un pequeño gemido al sentir la lengua de Hermann bailando por su zona íntima antes de introducirse en ella.

     No podía negarlo, aquel había sido el mejor oral que le habían hecho en la vida, ni siquiera Robert le llegaba a los talones. Entonces recordó a Robert; se sintió culpable, ¿eso contaba como ser infiel si en realidad nunca habían acordado estar en una relación?

     Quería pensar en él mientras estaba con Hermann pero eso sólo lograba que se sintiera aún peor, así que lo sacó de su cabeza. Se repitió una y otra vez que eso sólo era por trabajo, pero en cierto punto llegó a cuestionarse si aquello era realmente verdad. Tenía que serlo, de lo contrario...

     No quería pensar qué significaría lo contrario.

     Decidió dejar su mente en blanco y sólo disfrutar del momento.

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