¿Alemania?
Ninguno de los dos se movió mientras el vehículo estaba en marcha. Abigail podía sentir el corazón acelerado de Hermann latiendo contra su pecho. El aire a su alrededor la había vuelto a despeinar, varios mechones golpeaban sus ojos impidiéndole ver al hombre frente a ella, pero podía sentir su mirada sobre su rostro. Cuando el dueño de la camioneta por fin se detuvo, está se sacudió una vez más al liberarse de su cuerpo. Se escuchó un ruido metálico. Abigail movió lentamente la cabeza para verlo, había dejado su teléfono, cartera y llaves sobre el techo del auto. Introdujo la mitad de su cuerpo de nuevo en la camioneta para sacar las bolsas con comida, se oyeron sus pasos alejándose.
—Vamos. —Dijo sin poder creer la suerte que estaban teniendo.
— ¿A dónde? —Preguntó confuso.
—Nos llevaremos esto —se puso de pie y bajó del vehículo dando un brinco—. Dejó las llaves en el techo —le informó a Hermann una vez que él también estuvo abajo—, tómalas y vámonos —sin esperar respuesta se subió en el lado del copiloto, Hermann rodeó el vehículo para colocarse detrás del volante, antes de hacerlo colocó el celular y la cartera del hombre en el suelo—. ¿Qué estás haciendo? —Susurró al verlo—. Necesitamos ese dinero.
—Por el dinero no te preocupes —sacó dos billetes de 100 dólares de su cartera y los metió en el del sujeto. Finalmente se situó al lado de Abigail—, doscientos dólares no es ni de cerca lo que vale esto, pero es mejor que nada.
—Pudimos haber usado ese dinero. —Se hundió en el asiento mientras Hermann sacaba el auto de la cochera en la que el sujeto lo había dejado.
—Tengo dinero escondido por los alrededores, estaremos bien al menos por un año.
—Yo también tengo, sólo necesito saber en dónde estamos para ubicar los lugares en donde los escondí.
—No creo que lo tengas cerca.
— ¿A qué te refieres? —Lo miró extrañada por su comentario.
— ¿Acaso escondiste dinero por toda Alemania?
— ¿Alemania? —Se le hizo un nudo en la garganta—, ¿estamos en Alemania? —Él asintió sin apartar la vista del camino—, ¿cómo? —Lo último que recordaba era haber sido golpeada hasta quedar inconsciente, en Estados Unidos.
—Te mantuvieron drogada todo el camino para evitar que despertaras y nos partieras la cara a todos.
— ¿Los dejaste hacerlo? —Sintió que algo le presionaba el pecho, temía preguntarle lo que había pasado mientras ella se encontró en ese estado, si él había permitido que alguno de esos idiotas la tocase. Prefirió no decir nada, quizás no estuviese lista para la respuesta.
Hermann apretó el volante con tanta fuerza que sus dedos se pusieron blancos, pero no contestó. El resto del camino fue en completo silencio.
Un par de horas después, cuando comenzaba a anochecer Hermann dio un largo bostezo.
—Cambiemos. —Dijo ella.
— ¿Qué? ¿Por qué? —Apartó la vista del camino sólo un par de segundos para mirarla.
—Te estás muriendo de sueño, ¿cuánto tiempo llevas sin dormir? —No respondió—. Descansa un poco, yo conduzco.
—No es necesario, puedo...
—Hermann —lo interrumpió hablando con seriedad—, si chocas los dos morimos, o peor, alguien nos encuentra, nos lleva a un hospital y ahí aparecen tus amiguitos los terroristas. No te estaba preguntando —levantó la barbilla a pesar de que él no la estaba viendo—, cambiemos. —Finalmente aceptó, pero dado que no podía detenerse en cualquier lado se metieron a una gasolinera; debían llenar el tanque el vehículo. Abigail bajó, colocó el dispensador de gasolina en donde debía mientras que Hermann entraba al minisuper para pedir que la abrieran y pagar lo necesario. Después de un par de minutos regresó con una bolsa de plástico en la mano.
— ¿Qué compraste? —Le preguntó ella al verlo.
—Frituras, agua oxigenada, vendas y un par de gasas estériles —miró su mano izquierda—, te dije que debemos curarte —cuando el tanque estuvo lleno volvió a dejar el dispensador en su lugar. Subieron una vez más a la camioneta para seguir su camino. Cerca de las tres de la madrugada, Abigail se estacionó frente a un motel—. ¿Qué haces? —Hermann la miró extrañado—. Debemos continuar y alejarnos.
—Estoy cansada, tú también. Llevamos un día entero conduciendo, tardarán en encontrarnos.
—No los subestimes.
—No lo hago.
— ¿Me vas a volver a decir que no me estabas preguntando? —Hermann levantó una ceja. Abigail asintió con la cabeza dejando que una sonrisa se asomara—. De acuerdo —suspiró—, quédate aquí, un hombre y una chica golpeada en el rostro llamarán la atención —ella lo miró sin decir nada; sabía que tenía razón. Hermann bajó de la camioneta, se dirigió a la recepción del motel, en un par de minutos había regresado al lado de la agente—. Tengo las llaves —las movió frente a ella—, vamos —ambos entraron a la habitación la cual, para sorpresa de Abigail, tenía una cama. Le sorprendía que Hermann aún quisiese dormir con ella después de lo que le había hecho—. Si quieres toma la cama y yo duermo en el suelo. —Dijo como si él le hubiese leído la mente.
—No tienes que hacerlo. —Lo miró sin poder ocultar la decepción que sintió al escucharlo decir aquello.
—Siéntate —cambió de tema señalando una de las sillas que rodeaban la pequeña mesa a lado del televisor mientras él caminaba hacia la calefacción para encenderla. Sin decir nada lo obedeció al mismo tiempo que se quitaba el abrigo. Recargó su mano izquierda sobre una pierna viendo sus dedos, el lugar donde debían estar sus uñas ahora era cubierto por una gruesa capa de sangre seca—. El hecho de que Johann les haya vertido alcohol —se sentó frente a ella viendo hacia mismo punto que Abigail— ayudó a que no se infectaran.
—Tú le diste la idea, ¿no? —Dijo al caer en cuenta. Él asintió.
—Le dije que te iba a hacer sufrir mucho, no pensó que eso ayudaría a que no tuviesen que amputártelos.
—Sí me dolió —admitió recargando su mano derecha en la otra pierna y viendo las marcas de dientes que tenía en su brazo justo arriba de la mancha negra de piel quemada—, no pude mantenerme en mi palacio mental...
— ¿Palacio mental? —Preguntó con curiosidad.
—Así llamo a una zona en mi mente —comenzó a explicar— en donde ésta se desconecta de mi cuerpo y me impide sentir dolor... Requiere de mucha concentración, y cuando el dolor supera mi fuerza—miró sus dedos sin uñas recordando el momento en el que Johann se las arrancó— me es imposible mantenerme ahí.
—Creo que justo ahora deberías intentarlo. —Colocó la bolsa de plástico (que hasta ese momento llevaba en la mano) sobre la mesa y comenzó a sacar el agua oxigenada, las gasas y vendajes.
—No creo que lo logre.
—Es tu mejor opción —se puso de pie, caminó hasta un pequeño mueble frente al televisor, abrió un cajón y sacó un lápiz. Se lo mostró—. Puedes morderlo si te sirve de algo. —Caminó hasta ella y lo sostuvo frente a su boca. Abigail tardó unos segundos en separar sus dientes para permitirle a Hermann colocar el pequeño pedazo de madera entre estos. Giró su cabeza hacia la puerta de la habitación y entró a su palacio mental.
Se preguntó si tal vez toda esa situación era sólo una actuación de Hermann para ganarse su confianza, para que le dijera todo lo que quería saber y así, al final, traicionarla como ella había hecho con él. Pero no podía ser, Abigail le había mordido y apuñalado el miembro de Johann, además de dejarle las manos con orificios como los de Jesucristo, si todo eso fuera parte del plan Ferdinand jamás habría permitido que le hicieran eso a su hijo por una misión, ¿o sí?
De repente sintió un inmenso dolor recorriendo su brazo y pasando a su espalda justo cuando Hermann vertió el agua oxígenada en sus dedos. Mordió el lápiz con todas sus fuerzas, lastimándose los labios con las astillas de madera.
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