𝐔𝐍𝐎
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𝐔𝐍𝐎
𝑪𝒂𝒍𝒍𝒆 𝑶𝒄𝒕𝒂𝒗𝒆 𝑭𝒆𝒖𝒊𝒍𝒍𝒆𝒕 𝑵𝒖́𝒎𝒆𝒓𝒐 23, 𝑷𝒂𝒓𝒊́𝒔, 𝑭𝒓𝒂𝒏𝒄𝒊𝒂.
𝐷𝑜𝑚𝑖𝑛𝑔𝑜 1 𝑑𝑒 𝑚𝑎𝑦𝑜, 1921.
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La voz de la tía abuela Susan no era más que un ruido sordo de fondo. Estaban tomando el té en la terraza, con el correo del día dispuesto desenfadadamente sobre la mesita, pero el papel en sus manos era lo suficientemente interesante como para mantener su atención en cualquier otra cosa.
El relieve dorado de las letras era suave bajo las yemas de los dedos de Althea y aunque lo intentaba con ahínco, casi no pudo encontrar la capacidad para comprender su verdadero significado.
¿Era real? ¿Se lo estaba inventando?
⠀⠀⠀⠀−¿Hay algún problema, querida? − preguntó la tía Susan, con un sonido casi chirriante.
Althea le tenía mucho cariño a la mujer, pues sólo había conocido ternura y la más cálida de las bienvenidas en su hogar. Aun así, era innegable que su tía tenía la infausta costumbre de inmiscuirse en los asuntos de los demás, aunque se escudara bajo la fachada de una preocupación bien intencionada. Como había descubierto en los dos años que llevaba viviendo bajo su techo, era casi imposible ocultarle nada, por mucho que uno lo intentara.
Y un asunto como éste... Althea seguramente no tenía nada que ganar ocultando algo tan trascendente.
Lanzó una última mirada al grueso papel que sostenía en sus manos.
⠀⠀⠀⠀−Cassandra va a casarse − respondió, ganándose un jadeo descortés que seguramente habría hecho sonrojar a su tía en cualquier otra circunstancia.
⠀⠀⠀⠀−¿Qué dices?
Su sorpresa casi rozaba la grosería, pero Althea comprendía perfectamente por qué le costaba tanto asimilar la información. Al fin y al cabo, le suponía una labor tan titánica como a ella.
⠀⠀⠀⠀−Se va a casar dentro de dos meses, en la Catedral de San Pablo - repitió, leyendo brevemente el papel que aún sujetaba con fuerza.
⠀⠀⠀⠀−¿San Pablo? − la pobre Susan se ahogó con su propio aliento −. Oh, Ava debe estar radiante de felicidad. Ella y ese barón que tiene por marido. Casi puedo escucharla cacarear - se lamentó −. A todo esto, ¿quién es el caballero tan valiente como para tomar a tu hermana por esposa? − el suave tono burlón de su voz hizo que Althea se riera.
⠀⠀⠀⠀−Aquí dice que mi padre la desposará con un tal John Fortune Ryan.
Su tía volvió a contener la respiración. Althea se preocupó de que, a este ritmo, nunca consiguiera volver a tomar un aliento con normalidad.
⠀⠀⠀⠀−¿Fortune Ryan? ¿El hijo de Thomas?
Althea se encogió de hombros.
⠀⠀⠀⠀−No sabría decirlo.
⠀⠀⠀⠀−Esa es la razón de la elección de San Pablo supongo. El bueno de Thomas siempre ha sido de los que gozan presumiendo de su riqueza. Por supuesto que haría que su único hijo se casara en un lugar digno de un miembro de la realeza.
⠀⠀⠀⠀−Cassandra es una princesa, después de todo − bromeó Althea, sabiendo que el tema siempre había sido sumamente sensible para su tía.
⠀⠀⠀⠀−Oh, ¡tonterías! Dios sabe que tu padre no ha sido un príncipe desde que puso un pie fuera de Rusia.
⠀⠀⠀⠀−Te sorprendería ver mi certificado de nacimiento y el de mis hermanos, entonces− sonrió, burlona, alcanzándole la invitación de boda que acababa de recibir en el correo, para que pudiera leerla, y moviéndose para coger su taza de té −No seríamos los últimos miembros de la realeza en la familia, después de todo.
Ante la repentina mención, Susan pareció animarse; sus ojos verdes deslizándose velozmente entre las líneas.
⠀⠀⠀⠀−Tengo que avisar a Frances inmediatamente, para que pueda hacer los arreglos pertinentes con su marido −mencionó.
La tía Frances, única hija de Susan, era apenas dos años mayor que Althea. La hermosa joven era el mayor orgullo de su tía, más aún desde que, como le gustaba decir a Susan, había conseguido seducir en matrimonio a un príncipe polaco, dos años atrás.
Althea apenas llevaba cuatro breves meses en París, cuando las magníficas nupcias tuvieron lugar en la Basílica del Sagrado Corazón, una impresionante estructura neobizantina que acababa de ser consagrada ese mismo año y se alzaba orgullosa en el corazón de Montmartre. Tan reluciente como la iglesia, su tía recorrió el pasillo para dar el "sí, acepto" a André Poniatwoski, con el vestido de novia más bonito que había visto nunca. Ambos, para mayor deleite de Althea, brillaban con la seguridad de su amor. Durante todo el día, la menor de los Obolensky se encontró soñando con el momento en que encontraría a alguien que la hiciera ver tan complacida y feliz. Si tan sólo las fantasías que mantenía ocultas pudieran hacerse realidad...
Ahora, dos años más tarde, parecía que había llegado el momento de su hermana. Cassandra se había embarcado hacia Nueva York, el mismo día que ella, en la tarde más cálida del verano de 1919. Desde entonces, habían intercambiado muchas cartas, compartiendo sus experiencias vitales y disfrutando de la felicidad de la otra. Sin embargo, ninguna de ellas había contenido una sola palabra sobre algún caballero en especial, y Althea se sintió realmente triste de que a su hermana no se le hubiera ocurrido informarle de un asunto tan importante.
Al fin y al cabo, no se trataba de una aventura veraniega sin sentido, ni de un vínculo tan pasajero como el que había compartido con Elijah el año de su despedida. Esto era un matrimonio, en el que se estaba comprometiendo. Un vínculo para toda la vida que, se suponía, le traería la mayor de las felicidades.
Susan debió adivinar lo sombrío de su expresión, porque se apresuró a desviar la atención de la invitación de boda que acababa de devolverle.
⠀⠀⠀⠀−Bueno, acabamos de encontrarnos con la necesidad desesperada de un atuendo adecuado, querida.
Althea asintió, dando un sorbo a lo último de su té Darjeeling. El regusto refrescante que tanto le alegraba le hizo sentir un poco mejor.
⠀⠀⠀⠀−Puedo ir mañana a la boutique de Coco después de mis clases −ofreció, sabiendo que su tía prefería a la diseñadora para sus atuendos del día a día, muy por encima de otros en la ciudad.
⠀⠀⠀⠀−Me temo que no estoy segura de que un vestido hecho por Madeimoselle Chanel sea suficiente para la Catedral de San Pablo, querida. Este evento requiere un poco más de esfuerzo.
⠀⠀⠀⠀−Entonces iré a Faubourg de Saint-Honoré y buscaré la mejor alternativa, ¿te parece bien?
Su tía asintió, mirando por el balcón hacia una pareja de tortolitos que se abrazaban en un banco en la acera. Su nariz se arrugó en señal de desaprobación.
⠀⠀⠀⠀−Si ya estás haciendo el viaje a la calle de Saint-Honoré, sería mejor que fueras directamente al señor Worth. Es uno de los pocos modistas de la ciudad que limita su trabajo a los que realmente lo merecen.
Aunque grosero, el comentario no era desacertado, ya que Althea sabía que, en estos días, la tienda de la Casa Worth sólo aceptaba los encargos de aquellos que el dueño consideraba más elitistas. Ser rico y ser adinerado, como decía su abuela, eran vicisitudes completamente diferentes, y sólo unos pocos eran capaces de distinguir una cosa de la otra. Jean-Philippe Worth parecía la clase de hombre que podía.
⠀⠀⠀⠀−Supongo que podría ir a verle − murmuró, echando un vistazo a las cartas que le quedaban. Un par de ellas eran de la Academia, la habitual despedida cerca del final del presente curso, y la invitación a inscribirse a uno nuevo. Lamentablemente, al leer la siguiente carta, se dio cuenta de que no necesitaría enviar una confirmación a su escuela.
En un mensaje de una página completa, su madre le hacía saber amablemente que su estancia en París estaba llegando a su fin. Se enteró, además, de que tenía la oportunidad de matricularse en la Academia de Bellas Artes de Londres, donde ya había sido admitida, o de asistir a la prestigiosa Universidad de Londres para estudiar Literatura Inglesa, como le había comentado a la matriarca de los Obolensky que le gustaría hacer en un futuro.
Con un suspiro, devolvió la carta al sobre en el que venía, informando a su tía de su intención de ir a su estudio para escribir las respuestas adecuadas. Cuando por fin terminó, y a pesar de ser mediodía, se encontró repentinamente cansada, y decidió tomar una siesta en el asiento de la ventana.
La cálida luz del sol la arrulló en un sueño de lo más onírico, en el que se encontró enredada entre seda blanca, cuentas de perlas y marchas nupciales.
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A Althea le gustaba bastante la vista.
Tenía la suerte de recibir sus clases en una de las salas situadas en el ala norte de la Academia de Bellas Artes de París. El salón, rodeado de los mejores trabajos realizados por sus compañeros y por ella misma, tenía la virtud de contar con enormes ventanales, que proporcionaban un panorama impresionante del río Sena y acogían la más hermosa luz natural. La mayoría de las veces, Althea se encontraba perdida en la entrañable escena, que era coronada con la silueta sublime del Museo del Louvre, al otro lado del río.
A veces, si lo consideraba oportuno, le pedía a Jacques, su chófer, que hiciera el corto trayecto de tres minutos hasta el edificio, dispuesta a extraviarse entre los magníficos pasillos durante horas. Las ricas y magníficas pinturas siempre la hacían sentir tan humilde como inspirada.
⠀⠀⠀⠀−¿Cómo se llama esta vez? − preguntó Sylvie, sacándola de sus pensamientos. La observó brevemente, admirando la forma en que los suaves rizos castaños colgaban de sus hombros y sus ojos color avellana brillaban bajo la luz del crepúsculo. Al igual que ella, llevaba un robusto delantal de algodón para evitar que la pintura manchara su ropa y miraba atentamente el lienzo en el que Althea estaba trabajando esa tarde.
⠀⠀⠀⠀−Blaise - respondió ella, por fin, con una pequeña sonrisa en el rostro. Sylvie rio en voz baja, el sonido tintineando enérgicamente a su alrededor.
⠀⠀⠀⠀−Un bonito nombre para un caballero tan guapo− concedió −. Tal vez, cuando vuelvas a la madre patria, tengas la suerte de encontrarte con él y preguntarle su nombre apropiadamente.
Althea se echó a reír.
⠀⠀⠀⠀−Sé que no lo parece, cariño, pero Inglaterra es un mundo aparte - comentó, aún con una sonrisa −. Las posibilidades de reencontrarme con él son tan escasas, que ni siquiera me molesto en imaginarlas. Además, lo conocí en una ciudad muy lejana a la mía y no creo que sea de Londres. Su acento sonaba demasiado extraño.
⠀⠀⠀⠀−Lo recuerdas muy bien − se burló Sylvie. Una sonrisa cómplice en sus labios.
Althea no pudo replicar, porque su amiga no decía más que la verdad. Y la verdad era que no creía ser capaz de olvidarse de él. Cuando regresó a su hogar, de vuelta de las carreras de Cheltenham, por fin pudo dibujarlo, tal y como había deseado hacer. Si fuera lo suficientemente supersticiosa, creería que se maldijo a sí misma mientras sus carboncillos trazaban los estructurados rasgos; porque ahí estaba, eternamente condenada a volver a él, en constante necesidad de un recordatorio de que su encuentro había ocurrido realmente.
Desde entonces, por mucho que lo intentara, él era un recuerdo siempre latente en su mente. No importaba lo que estuviera haciendo, si tenía que ver con arte, inherentemente tenía que ver con él. Cuando aprendió a pintar al óleo, lo primero que hizo fue un cuadro de él, con su imponente traje gris y su gorra. Luego, cuando llegó el momento de encontrar su camino en la escultura, modeló un busto de su rostro en el mármol, asemejando al de un dios griego. El punto de inflexión fue cuando su clase fue invitada a pintar un fresco en una pared no utilizada en el ala sureste de la escuela, y ella se las arregló para colar un pequeño retrato de sus ojos, en una de las esquinas. Desde entonces, la mirada azul profundo se disponía a perseguir a los estudiantes que pasaban por allí, con tanto ahínco como hacía con Althea. Era casi exasperante; tanto si se trataba de gouache, acuarelas, tinta china, pasteles como de carboncillo, todo su trabajo parecía girar en torno a él. El fantasma persistente de un hombre que había visto en una única ocasión.
⠀⠀⠀⠀−¿Vas a llevarte tus cuadros? − Sylvie reclamó su atención de nuevo. Althea negó con la cabeza.
⠀⠀⠀⠀−No todos− dijo. Sólo podía imaginar el disgusto de su madre si descubría que había estado soñando despierta durante dos largos años con el hombre que la había tirado en las carreras. Sin embargo, no podía encontrar en ella la capacidad de dejarlas todas atrás; así que decidió empacar sus favoritas, pues siempre podía decir que el hombre era un modelo recurrente de la Academia y rezar para que la siempre observadora Alice Obolensky no se acordara de él.
⠀⠀⠀⠀−¿Te importaría que me quedara con los que no te lleves?
Aunque ligeramente sorprendida, Althea asintió. Sabía que su amiga francesa compartía su fascinación por el misterioso hombre y su trabajo seguramente estaría a salvo con ella. Al fin y al cabo, Sylvie había disfrutado mucho de su pequeño juego, tratando de imaginar el nombre del hombre cada vez que este encontraba el camino de regreso a sus obras. Richard, John, William, George. Un nombre británico diferente en cada ocasión, hasta que se les acabaron las ideas y tuvieron que cambiar a los franceses. Sylvie incluso intentó pintarlo ella misma, un par de veces, pero nunca terminaba de hacerle justicia. Si no era que sus ojos no parecían lo suficientemente profundos, era que tenía los labios demasiado delgados. Althea había memorizado cada una de las extensiones de su rostro con tal ahínco, que ya se encontraban gravemente engrosadas en su cerebro, de tal forma, que le era imposible no distinguir esos pequeños detalles.
⠀⠀⠀⠀−Realmente me gustaría poder ir a esa boda contigo − suspiró su amiga, cambiando de tema y luciendo sumamente nostálgica. Alice le había enviado una invitación, después de meses y meses leyendo su nombre en las cartas de su hija, pero la morena ya tenía planes para el verano, esperándola del otro lado del Charco.
⠀⠀⠀⠀−A mí también me gustaría − se lamentó Althea −. Aun así, sabes que siempre puedes venir de visita, cuando te apetezca. Mamá estará encantada de conocerte.
⠀⠀⠀⠀−Yo también estoy deseando conocerla - sus carnosos labios hicieron un mohín en el más tierno gesto de tristeza −. Pero, en fin. ¡Ya estuvo bien! Basta de tonterías, ¿no decías ayer que tenías que terminar ese cuadro nuevo para tu tío? - preguntó −. Estoy seguro de que Blaise podría esperar un poco, mientras te pones a ello − la forma en que señaló la cara pálida en el lienzo a medio pintar era casi cariñosa.
⠀⠀⠀⠀−Tienes razón −coincidió Althea, limpiándose la pintura de las manos para cambiar la obra en su caballete −. Tengo que darme prisa.
Y, así, logró escapar una vez más, ansiosa como siempre por el momento en el que se encontraría arrastrándose hacia él de nueva cuenta.
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𝑪𝒂𝒍𝒍𝒆 𝑱𝒂𝒎𝒂𝒊𝒄𝒂 𝑵𝒖́𝒎𝒆𝒓𝒐 18, 𝑫𝒊𝒈𝒃𝒆𝒕𝒉, 𝑩𝒊𝒓𝒎𝒊𝒏𝒈𝒉𝒂𝒎
𝑀𝑎𝑟𝑡𝑒𝑠 3 𝑑𝑒 𝑗𝑢𝑛𝑖𝑜, 1921
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La oficina estaba llena de charlas y sonidos de mecanografía cuando entró por las puertas, un cigarrillo colgando de los labios.
Su nariz se arrugó un poco cuando percibió un leve olor a perfume barato de mujer y tardó un segundo en darse cuenta de que era él quien apestaba. Parecía que Lizzie necesitaba que le recordara que él no era suyo para marcar; su preferencia hacia ella tenía más que ver con la comodidad y costumbre de su acuerdo que con cualquier tipo de sentimiento más profundo. Esperaba que nadie más se diera cuenta y si lo hacían, esperaba que fueran lo suficientemente inteligentes como para no demostrarlo.
Por supuesto, nunca podía tener tanta maldita suerte, porque tan pronto como atravesó el umbral de su despacho privado, vislumbró la melena rizada de Polly, sentada de espaldas a él.
⠀⠀⠀⠀−Necesitas desesperadamente un asistente− señaló ella, con su propio cigarrillo descansando plácidamente entre sus dedos, sin siquiera molestarse mirarlo.
Tommy cerró las puertas tras de sí y fue a sentarse detrás de su escritorio.
⠀⠀⠀⠀−Esto es un puto desastre − añadió Polly cuando lo tuvo enfrente, inclinando la barbilla hacia la pila de papeles desordenados que había sobre la madera oscura.
⠀⠀⠀⠀−Lo tendré en cuenta − respondió él, sacudiendo el resto de su cigarrillo en el cenicero −. ¿Hay algo que necesites, Pol?
Su tía puso los ojos en blanco.
⠀⠀⠀⠀−Lo que necesito no podrías dármelo − fue su respuesta, desconcertante como de costumbre. Entonces tocó un sobre de aspecto elegante de su regazo y se lo entregó −. Esto llegó esta mañana −le dijo. Los dedos de Tommy tomaron suavemente el papel de entre los suyos − De Londres.
La adición le hizo devolver la mirada a ella. Ella tenía algo similar al disgusto frunciéndole los labios, mientras aspiraba el humo entre ellos.
⠀⠀⠀⠀−Ada se está volviendo refinada, ¿no? − comentó él, fijándose en la pulcra caligrafía con su nombre y dirección en la parte delantera del sobre.
⠀⠀⠀⠀−No es de Ada − se apresuró a responder Polly, casi con resentimiento −. Ella no escribe, llama por teléfono. Apenas.
Tommy tarareó, completamente desinteresado en el tono acusador de su voz. No era su maldita culpa que Ada se dejara envolver en las creencias extremistas de su marido, a tal grado que ello la hiciera renegar de la rápida ascensión de su propia familia. Golpeteando con los dedos el sobre, le dio la vuelta y empezó a abrirlo, con demasiada brusquedad como para salvaguardar la delicada escritura en el frente.
Antes de desdoblar la carta encendió un nuevo cigarrillo y lo colocó entre sus labios. Después, la abrió, encontrándose con la invitación más cara que jamás había visto. Parecía escrita a mano, en brillante tinta dorada con tal cautela, que casi no pudo leer con el reflejo de la misma atrapando la luz.
Su garganta se aclaró por sí sola, mientras daba una calada; la mirada azul se deslizaba por las líneas con rapidez. Tan pronto como terminó, colocó el papel en su escritorio, deslizándolo perezosamente sobre el desorden de contratos y documentos, y volvió a mirar a Polly, que ya le estaba devolviendo el gesto con la misma cautela.
⠀⠀⠀⠀−¿Y bien? − preguntó ella.
Tommy suspiró y optó por entregarle la invitación, para acabar con aquel asunto. Cuanto antes saliera ella de su despacho, antes podría ponerse a trabajar en sus planes venideros.
⠀⠀⠀⠀−Estamos invitados a una boda − dijo, aunque sabía que su tía era una lectora veloz. Ella lo miró brevemente, antes de ojear el papel en sus manos, una vez más.
⠀⠀⠀⠀−¿Quién demonios es Cassandra Mila Obolensky y por qué debería importarnos su matrimonio? − ahí estaba, la misma Polly de siempre.
⠀⠀⠀⠀−Es la hija de uno de nuestros socios. Él es quien envía la invitación, como puedes ver.
⠀⠀⠀⠀−¿Desde cuándo tenemos negocios con rusos? - replicó ella, con desagrado.
Tommy estaba seguro de que, después de esta conversación, se encontraría necesitando un trago generoso.
⠀⠀⠀⠀−Desde que empezamos a necesitar mejores caballos y ellos a proporcionárnoslos.
⠀⠀⠀⠀−Creí que conseguías los caballos en las subastas − exigió Polly −. Eso es lo que escribo en los libros.
⠀⠀⠀⠀−Y eso es lo que debes seguir escribiendo − a Tommy nunca le había gustado tener que dar explicaciones −. El señor Obolensky es un hombre muy reservado y prefiere mantener nuestros negocios en privado. Sus caballos lo valen.
Polly se estiró para tirar la colilla en el cenicero.
⠀⠀⠀⠀−¿Qué te debe?
Aclarándose la garganta, Tommy decidió que era ahora o nunca. Había tenido la fortuna de ocultarle el asunto durante casi dos años y no iba a intentar tentar más a su suerte. Se puso de pie, para servirles a ambos un whisky y volvió, entregándole el de ella.
⠀⠀⠀⠀−Era el socio de Kimber. El que le vendía sus caballos de carreras − comenzó. La mirada severa que le otorgó Polly le instó a continuar −. Lo conocí en Cheltenham, cuando fui a hacer tratos con él, y atestigüé un malentendido que tuvieron, con respecto a su hija. La novia de esta boda. Kimber trató de obligarle a darle su mano en matrimonio, y Sergei se negó. Kimber no se lo tomó a la ligera y amenazó con matar a las dos hijas de Obolensky. Algunos días después, me ofrecí a ocuparme de su problema, a cambio de una relación comercial con él.
⠀⠀⠀⠀−¡Con una mierda, Tommy! − siseó Polly, bajando de golpe su bebida −. Harías bien en recordar que esto es un negocio familiar. ¡Tomamos esta clase de decisiones como una puta familia o no las tomamos en absoluto! ¿Qué demonios se te ha metido en la cabeza? ¿Desde cuándo quieres involucrarte en asuntos de gente rica?
⠀⠀⠀⠀−El plan siempre fue matar a Kimber, Pol −explicó, manteniendo la calma −. Simplemente dispuse más ventajas para cuando lo hiciera − murmuró, dando un sorbo a su bebida. La expresión de molestia en la cara de su tía no se inmutó.
⠀⠀⠀⠀−Así que has estado planeando esta expansión a Londres desde el principio. Simplemente no lo habías expresado.
¿Cuántas veces podía suspirar de fatiga en una sola misma mañana? Si Polly seguía presionándolo, no podría mantenerse tan condescendiente por mucho tiempo.
⠀⠀⠀⠀−Sólo hago lo que es mejor para esta familia.
⠀⠀⠀⠀−Lo que es mejor para esta familia es que permanezcamos juntos. Tanto en los negocios como fuera de ellos. La próxima vez que quieras tomar una decisión como esta, ¡llama a una maldita votación! − siseó.
⠀⠀⠀⠀−Lo haré − no iba a jurarlo, pero Tommy había terminado con este maldito asunto y diría lo que hiciera falta para sacarla de ahí. Con un demonio, necesitaba otro trago.
⠀⠀⠀⠀−Entonces, ¿qué color debo pedir?
−¿Qué?
¿De qué mierda estaba hablando ahora?
⠀⠀⠀⠀−Para tu traje y el de tus hermanos. Tenemos que mandarlos confeccionar a la brevedad.
⠀⠀⠀⠀−No te sigo.
Polly lo miró con irritación, como si estuviera tratando con un infante.
⠀⠀⠀⠀−Para la maldita boda. ¿Piensas ir a la Catedral de San Pablo con tu ropa de Birmingham? Tus amigos estirados se reirán de ti - Tommy gruñó por lo bajo, en señal de reconocimiento. Así pues, introdujo la mano en el bolsillo de su pantalón y empezó a contar los billetes que extrajo de él −. Esme, Ada y yo también necesitaremos vestidos adecuados. Que el Señor me ayude, si voy a permitir que una ricachona me mire por encima del hombro.
Inhalando profundamente, Tommy se resignó, entregándole todo el fajo, con despido.
⠀⠀⠀⠀−Consigue algo digno de la realeza, Pol. Si ya nos estamos molestando...
Polly resopló, poco impresionada, mientras se embolsaba los billetes en su bolso.
⠀⠀⠀⠀−¿Por qué no te quedas sentado en ese trono tuyo y tratas de recordar la última vez que jodí un encargo, Tommy?
Y entonces hizo ademán de abandonar la habitación. Si sólo pudiera llevarse el sabor agrio que había dejado bajo su lengua con ella...
⠀⠀⠀⠀−Oh, ¿y Tommy? − inquirió, de repente, recuperando su atención. La venenosa mirada le hizo sentir como si estuviera esperando a que le dispararan en la puta cabeza −Como ya me estoy molestando, ¿quieres que le compre a Lizzie un nuevo perfume? Dios sabe que no te sienta nada bien venir a trabajar apestando como una prostituta barata.
Tommy le envió una mirada furiosa, que la hizo sonreír complacida mientras se iba, sin esperar respuesta. En el momento en que la perdió de vista, se bebió lo que quedaba de su bebida y golpeó el vaso con fuerza contra la esquina más alejada de su escritorio.
Esto era jodidamente ridículo, pensó para sí mismo. Si había una sola cosa de la que el Dios de Polly podía estar seguro, era que lo menos tenía, era tiempo para perder. Echó una última mirada a las letras doradas de la invitación, antes de arrojarla fuera de su vista y procedió a comenzar con la terrible cantidad de trabajo que le esperaba.
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𝑵𝒐𝒕𝒂 𝒅𝒆 𝒂𝒖𝒕𝒐𝒓
Hola, hola.
¡Por fin tenemos el comienzo de la historia! Me encanta que digo "por fin" como si no hubiera empezado a escribirla apenas hace dos semanas. La verdad es que, aunque ustedes apenas estén leyéndolo, este capítulo estuvo casi terminado desde el día uno.
Me gusta mucho la perspectiva de escribir en tercera persona, porque, si han leído alguna otra de mis obras, se habrán dado cuenta de que suelo hacerlas en primera persona y aunque es mucho más personal, también es más limitante a la perspectiva de un sólo personaje. Escribir así, de forma omnisciente, me permite brindarles un vistazo a acontecimientos de los que no tendrían conocimiento de otra forma.
Como se habrán dado cuenta, la historia comienza en París, con Althea viviendo en la ciudad y estudiando Bellas Artes. Hacer a Althea una artista me resultó casi natural, con la cantidad de contenido visual que puedo encontrar de Florence pintando, en su actuación como Amy March en Little Women. Aún así, otorgarle un talento tan hedonista para la época en que se desarrolla esta historia, es una decisión completamente intencional y acorde a la personalidad que planeo obsequiarle a Althea. Hasta ahora, han tenido apenas una probadita de lo que es este personaje y espero que lo estén disfrutando, tanto como yo disfruto escribirlo.
Sin más, me gustaría agradecerles el apoyo a esta historia. No exagero cuando les digo que estoy sumamente entusiasmada, escribiendo fragmentos aquí y allá a altas horas de la madrugada, e investigándome toda la geografía de Inglaterra para plantearla de forma correcta. Espero que, en este camino, ustedes se enamoren tanto de Althea y su vida, como yo.
También, quisiera decirles que deseo dedicar cada capítulo de la obra a aquellos lectores que se toman el tiempo de comentar algo lindo, o simplemente brindar su opinión respecto a lo que escribo. Si quieren obtener una dedicación, todo lo que tienen que hacer es decirme en un comentario qué les ha parecido el capítulo o qué les ha gustado o disgustado.
En esta ocasión, el capítulo está dedicado a:
Espero que estén disfrutando su lectura y que ansíen tanto como yo por conocer más.
Agradezco enormemente sus opiniones, comentarios y votos.
Les leo pronto.
-𝐂.
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