𝐏𝐑𝐎́𝐋𝐎𝐆𝐎
𝐏𝐑𝐎́𝐋𝐎𝐆𝐎
𝑪𝒉𝒆𝒍𝒕𝒆𝒏𝒉𝒂𝒎, 𝑹𝒆𝒊𝒏𝒐 𝑼𝒏𝒊𝒅𝒐.
𝐽𝑢𝑙𝑖𝑜, 1919.
⠀⠀⠀⠀−¿Va a venir la abuela?
La súbita pregunta detuvo abruptamente a Ava Alice Obolensky, que estaba intentando escabullir un cigarrillo de la pitillera que su marido había abandonado en la mesa de luz apenas una hora atrás. La dulce mirada que le otorgó su hija menor, como si no acabara de inquirir la cosa más absurda del mundo, bastó para cesar su confabulación, segura de que ni siquiera inhalando todo el tabaco de Inglaterra, podría sentir la tranquilidad ineludible para sobrellevar el día que les esperaba.
Con un suspiro de resignación, se sentó en el mullido sofá victoriano que decoraba el vestíbulo de su habitación de hotel e hizo asomo de fisgar en el boceto que su pequeña trazaba en el cuaderno de dibujo que su padre le había obsequiado en Navidad, pero la pequeña traviesa lo apartó de su vista, entre emocionadas risas. Desde que le puso las manos encima, Althea se había deshecho en súplicas y reclamos de ser inscrita en una escuela de arte, a fin de refinar el talento que, para ser sinceros, parecía acompañarle de nacimiento.
⠀⠀⠀⠀−La abuela acaba de contraer nupcias, Allie – Alice no tuvo oportunidad de dar respuesta al desatinado cuestionamiento, pues la mayor de sus hijas consideró prudente hacerlo por ella. Con la mitad del rostro oculta detrás de su libro de anatomía, Cassandra apenas se parecía a la flamante belleza que su nombre hacía suponer. Alice había escogido el raro apelativo ella misma, tan segura como de que el cielo era azul, que había dado a luz a una niña lo suficientemente hermosa como para ser digna del nombre de una antigua reina griega favorecida por los dioses.
⠀⠀⠀⠀−¿Y eso qué tiene qué ver? – el espontáneo desconcierto en el rostro de Althea casi hizo reír a su madre. Ciertamente, podía entender el ímpetu de su marido en otorgar a su hija una educación convencional, como la que habían dado a Cassandra. Pero, para Alice, después de tanta violencia y tiempo perdido en la Gran Guerra, el mero pensamiento de enseñar a su pequeña los pormenores de la vida marital, provocaba un profundo desasosiego. No importaba que Althea acabara de cumplir dieciséis años, porque el sentimiento era tan afanoso, que había conseguido mantener las sugerencias de Serge a raya; a tal grado que, incluso, había rechazado la más lucrativa de las propuestas nupciales.
⠀⠀⠀⠀−Ciertamente, la abuela debe tener mejores cosas que hacer, que asistir a las carreras, ahora que es una baronesa – replicó Cassie, y fue sin reserva alguna que su madre reconoció la mordacidad de su comentario. Para nadie era un secreto que Althea siempre había sido la luz en los ojos de Ava Lowle Lowling y que Cassandra había recibido apenas las migajas de su afecto. Aunque desconocía las motivaciones detrás de la diferencia en el trato que su madre dedicaba a sus hijas, Alice apenas podía intervenir; desde el divorcio y consecuente veloz muerte de su padre, Ava había sido una mujer asombrosamente reacia a mostrar apego a nada; que la compañía de al menos una de sus hijas le hiciera feliz, era más un triunfo que algo por lo que lamentarse −. Además, estoy segura de que al Barón de Ribblesdale ni siquiera le gustan los caballos. ¿Has visto cómo montaba el día de la boda?
La carcajada que escapó de la garganta de Althea pareció borbotear luz en la habitación entera. Había pocas cosas que podían incitar la sensación ardiente de la plenitud en su pecho, y Alice sabía que la felicidad de sus retoños, siempre ocuparía un lugar constante, en el palpitar que sentía vibrar por todo el cuerpo.
⠀⠀⠀⠀−Creí que iba a desplomarse en cualquier segundo – alcanzó a añadir la jovencita, aún entre risas, antes de que la puerta de la pieza se abriera, revelando la presencia de su padre, con su hermano pisándole los talones.
Alice reconoció los gemelos de zafiro que habían sido su obsequio en su más reciente aniversario, adornando los puños de la inmaculada camisa que su marido había adquirido para la ocasión. El brillante azul de las costosas joyas hacía juego con sus ojos, que había tenido a bien heredar a sus dos hijos mayores, en la más resplandeciente semblanza.
⠀⠀⠀⠀−Hemos vuelto, mis amores – anuncio Sergei, inclinándose para posar un delicado beso en la frente de Cassandra, quien era la que se encontraba más cerca a la entrada. A pesar de que pareció ofuscado, al echar un vistazo al interior de la lectura de su hija, bastó una breve mirada a su mujer para mantenerlo en silencio. Si Alice, siendo la más sofisticada de las damas, aprobaba el interés de Cassie por la medicina, ¿quién era él para oponer resistencia? Su cuenta bancaria, apenas perturbada por las cuantiosas donaciones que había tenido que otorgar a la Universidad de Londres para garantizar su admisión, era prueba fehaciente del apoyo que estaba dispuesto a brindarle a sus herederos a fin de mantenerlos dichosos −. ¿Están listas para las carreras? Si no partimos ahora, llegaremos tarde.
A pesar de la tintineante advertencia, Althea dedicó un tierna ojeada a su padre, antes de ofrecerle su cuaderno de dibujo. La pequeña mordisqueaba su mejilla, en un hábito nervioso que la Decana de la Academia de Notting Hill y Ealing había fracasado en erradicar, mientras observaba al patriarca Obolensky analizar su retrato. Aunque adoraba plasmar casi cualquier cosa en papel, Althea siempre había favorecido a los retratos. ¿Cómo no iba a hacerlo, cuando tenía a una familia tan agradable a la vista?
⠀⠀⠀⠀−¿Y bien? – inquirió, tímidamente, ante el silencio de su padre. Alice y Cassandra, aunque atentas a la interacción, ya estaban incorporándose y colocando los delicados sombreros de paja tejida que habían sido enviados de Milán para la veraniega ocasión. Ivan, por otro lado, miraba con impaciencia el dorado reloj de bolsillo que sujetaba entre las manos.
⠀⠀⠀⠀−Es hermoso, Allie.
Para ser sincero, Sergei aún tenía problemas adaptándose a la percepción progresista del mundo que era inherente a su esposa. Una donde las mujeres podían ser doctoras y artistas respetables sin ninguna censura. No obstante, la brillante sonrisa que su hija menor le otorgó ante al cumplido, bastó para convencerle que, nada que pudiera hacer tan feliz a un ser tan puro como Althea podía ser una verdadera amenaza para la sociedad.
⠀⠀⠀⠀−¿De verdad lo piensas? Lo he hecho para ti y mamá.
La mencionada se acercó a su esposo y admiró los suaves trazos del grafito que componían la obra y otorgaban una fehaciente efigie de ella y su marido, con los atuendos que estaban ostentando para las carreras aquel día. Había tanto detalle, que casi era imposible creer que su elaboración había tomado menos de una hora. Alice adoraba el talento artístico de su hija, con el mismo ímpetu con el que había adorado el de tantos otros genios que la habían honrado con la oportunidad de ser su musa, en su juventud. Y aunque estaba costándole más esfuerzo del que había previsto, estaba completamente decidida a persuadir a su marido de que la dejara asistir a la escuela de arte que tanta ilusión le provocaba.
⠀⠀⠀⠀−Es precioso, tesoro – declaró, para mayor alegría de su hija −. Quizá – añadió, tentativamente, mirando a su esposo por debajo de las espesas pestañas −, cuando volvamos a casa podríamos enviarlo a la Real Academia de las Artes y ver qué les parece.
Sergei casi no consiguió ocultar la lugubridad de su expresión ante el abrupto comentario, que no hizo más que llenar a su pequeña de la más esperanzada de las euforias. Contenta como ella sola, se colocó el sombrero que su hermana estaba tendiéndole, con una sonrisa de disimulada complicidad dirigida a su madre. Una dama que le había enseñado que, aunque la decisión pertenecía a los hombres, en la mayoría de las situaciones, la persuasión era congénita a las mujeres.
⠀⠀⠀⠀−Un día de estos vas a ser mi muerte, querida mía – confesó a su mujer, aunque un atisbo de sonrisa le permeaba la comisura de los labios. Alice, consciente de que su marido nunca había sabido negarle nada, le devolvió el gesto en una resplandeciente demostración de dientes aperlados y labios carmesí.
Arreglando la preciosa corbata de su marido, se inclinó para depositar un delicado beso en su mejilla.
⠀⠀⠀⠀−Oremos para que tome un par de miles de días más, ¿de acuerdo?
❥
Cassandra Obolensky era un verdadero espectáculo para la vista. En la más armónica afinidad con el nombre que le había sido otorgado por su madre, los hombres a su alrededor parecían incapaces de quitarle los ojos de encima. Para el gran disgusto de su padre.
Él, que una vez ostentó el título de príncipe en su Rusia natal, estaba al lado de un hombre finamente vestido, bebiendo lo que parecía ser whiskey. El extraño peinado y el bigote que lucía llamaron la atención de Cassandra, que observó cómo intentaba, en vano, parecer tan alto como su padre. Billy Kimber, había dicho su madre. Uno de los mayores compradores de caballos de carreras de su familia en el norte de Inglaterra.
A pesar del tono serio en que parecía desarrollarse la conversación, el señor Kimber no tuvo reparos en mirarla de arriba abajo con la mirada más desagradable que Cassandra había recibido en su vida, mientras seguía compartiendo palabras con Sergei. Este se dio cuenta de inmediato y, para sorpresa de nadie, hizo todo lo posible por mantener la atención de su socio comercial para sí mismo, alejando sus ojos lujuriosos de su hija mayor.
A decir verdad, Cassandra no podía estar más agradecida. La belleza con la que su madre la había agraciado, resultaba ser un castigo más que una bendición, en la mayoría de las ocasiones. En la facultad de medicina, por ejemplo, nadie la tomaba en serio, a pesar de ser una de las estudiantes más inteligentes de su curso, sólo porque era lo suficientemente guapa como para ser la esposa soñada de cualquiera. Por no mencionar que era rica. Su fortuna, sin embargo, le había servido para el único propósito de concederle la admisión en la prestigiosa escuela, y no podía importarle menos si suponía un activo añadido a su atractivo.
Las carreras ya habían terminado, y lo único que quedaba era la fiesta posterior. Sentada en la mesa de su familia, con su madre y su hermanita como única compañía, reconoció que preferiría estar en cualquier lugar que no fuera Cheltenham.
Aunque verdaderamente adoraba a los caballos, dada la línea de negocio de su familia, despreciaba las actividades bárbaras a las que se veían abocados los pobres animales, compitiendo entre sí para el entretenimiento de caballeros despilfarradores. Más a menudo de lo que le hubiera gustado, había sido testigo de cómo las pobres criaturas fracasaban en su propósito, haciéndose daño en las pistas y acabando con una bala entre los ojos para librarse del dolor de una vida pacífica robada.
Hoy, por suerte, ese no había sido el caso. Un magnífico caballo negro con el nombre de Monaghan Boy había ganado la carrera con creces. Sus compañeros apenas habían podido seguirle el ritmo. Brevemente, mientras miraba a la multitud que bailaba, Cassandra se preguntó si su padre había vendido ese caballo a Billy Kimber. Seguramente una criatura tan magnífica sólo podía pertenecer al autoproclamado Rey de las Carreras del Norte. El mismo que, ahora, volvía a mirarla fijamente, como si fuera el filete más apetitoso en el que hubiera puesto los ojos.
Su madre captó su mirada mientras buscaba tranquilidad en la de su marido. Y decir que no le gustó nada, sería el eufemismo del siglo. Aunque había hecho arreglos lo suficientemente sólidos como para asegurarse de que Sergei no casara a sus hijas hasta que hubieran terminado sus estudios universitarios, sabía que su marido estaba tratando de vincular furtivamente a Cassandra con el mejor amigo de su hijo y joven heredero americano, Elijah Vanderbilt. Y aunque consideraba que la unión era más que innecesaria por el momento, con gusto, desde el fondo de su corazón, entregaría a su hija al respetable joven, antes de pensar en confiársela al brutal gánster con el que su marido insistía en relacionarse.
Para su más profunda desesperación, de repente, vio a su marido caminando directo hacia ellas, la mirada en su rostro lo suficientemente atormentada como para que ella ni siquiera necesitara indagar el motivo. El señor Kimber volvía a estar sentado en su mesa, en compañía de otro hombre y de una bonita morena que parecía tan aburrida como turbada. Miraba directamente a Cassandra, lamiéndose los labios antes de colocar entre ellos un cigarro recién encendido.
Instintivamente, su mano se apretó alrededor de la muñeca de su hija, haciendo que un bajo y doloroso siseo saliera de sus labios. Cassandra parecía tan preocupada como ella, y la sensación de nubosidad en sus ojos azules fue suficiente para ponerla en movimiento. Antes de que Sergei pudiera llegar a su mesa, se puso en pie y recorrió los pasos restantes hacia él con toda la elegancia y rapidez que su pie podía llevarle.
⠀⠀⠀⠀−¿Qué ocurre, Serge? − preguntó tensa y no se molestó en ocultar la furia en su voz. Cuando su marido aclaró su garganta lentamente, en el sonido más incómodo, Alice se sintió dispuesta a correr de regreso a Londres.
⠀⠀⠀⠀−El señor Kimber quiere que le presente a mi familia.
⠀⠀⠀⠀−No −antes de que pudiera pensar en una respuesta adecuada, la breve palabra ya había salido de sus labios.
⠀⠀⠀⠀−Dijo que le gustaría conocer a Cassie – añadió su marido, intentando lucir impasible.
⠀⠀⠀⠀−¡Por el amor de Dios, Serguei! −ella rara vez lo llamaba así y casi frunció el ceño ante el repentino uso de su nombre completo.
⠀⠀⠀⠀−Cariño, por favor...
⠀⠀⠀⠀−No te atrevas a llamarme "cariño". ¿Vas a quedarte ahí, fingiendo que no te has dado cuenta de cómo ha estado mirándole? ¡Nuestra hija no es ningún pedazo de carne! – el venenoso siseó no consiguió disfrazar el temor en su voz y pronto, se encontró dispuesta a suplicar – Vámonos. Serge, por favor, salgamos de aquí antes de que sea demasiado tarde.
⠀⠀⠀⠀−Ya es demasiado tarde −respondió él, casi con resignación −. Siento mucho haber puesto a nuestra familia en esta encrucijada. Pero el señor Kimber preferiría que lleve a Cassandra a su mesa y se la presente; de lo contrario, él se verá obligado a venir a nuestra mesa, tomar el asunto en sus manos y presentarse a nuestras hijas él mismo.
⠀⠀⠀⠀−Sergei, si se acerca un metro más a mi Allie, que Dios me ayude, voy a...
Su marido, advirtiendo la certera amenaza que estaba por profesar, la detuvo abruptamente.
⠀⠀⠀⠀−Suficiente, Alice. Sólo desea conocerla.
⠀⠀⠀⠀−¡Por favor! ¡No me tomes por tonta! – ordenó ella, en respuesta −. Sabes tan bien como yo que eso no es lo único que quiere de ella. No voy a permitir que nos pongas en más peligro. Mis hijas y yo nos vamos.
⠀⠀⠀⠀−No pueden. El Sr. Kimber ha sido muy claro – el tono en su voz dejó clara la implícita advertencia que había recibido del gánster.
⠀⠀⠀⠀−¡Maldita sea, Sergei! ¿Qué has hecho?
Escuchando el ajeno sonido de la maldición escapar sus labios, su marido decidió que ya era suficiente y, sujetando los hombros de su mujer, la apartó de su camino hacia la mesa de su familia. Su pobre Cassie parecía a punto de vomitar, con sus mejillas pálidas y sus ojos preocupados, mirando con agobio su discusión y él se sintió sumamente apenado por haberla puesto en esa situación.
⠀⠀⠀⠀−Cassie, querida, necesito que vengas conmigo – pidió, sin apenas titubear.
⠀⠀⠀⠀−Padre, yo...
Pero su mujer nunca había sabido tomar un no por respuesta y ya se había precipitado a la mesa, con los ojos llenos de cólera.
⠀⠀⠀⠀−No le escuches, Cassie. Vuelve a sentarte.
⠀⠀⠀⠀−Alice, te juro que... ¡Iván! − la repentina aparición de su único hijo llegó como un maná del cielo −. Por favor, acompaña a tu madre a tomar una copa de champagne. Realmente necesita una. Cassie, por favor.
No pasó por alto los temblores en la mano que su hija le tendió, mientras ella se negaba a devolverle la mirada. Se le apretó el pecho con la sensación de que estaba escoltando a su niña al infierno, a encontrarse con el mismísimo diablo.
El señor Kimber parecía muy satisfecho. Incluso dejó de escuchar al hombre que estaba frente a su mesa, que ahora se encontraba cubierta de bolsas sucias chorreando monedas, para mirar cómo se acercaban a su mesa. La visión le recordó la naturaleza criminal de su socio y casi se sintió tonto por meterse en ese trato.
⠀⠀⠀⠀−No digas nada si no es necesario, Cassie− advirtió en voz baja, cuando finalmente aparecieron frente al señor Kimber. Él sonrió en un gesto que hizo temblar a su hija, mientras se ponía de pie.
⠀⠀⠀⠀−Vaya, sí que eres un regalo para la jodida vista.
El otro hombre se dio la vuelta para mirarlos, y pareció casi molesto por la interrupción, completamente ajeno al hecho de que el señor Obolensky preferiría estar en cualquier otro lugar.
⠀⠀⠀⠀−¿Cómo te llamas, preciosa?
Su profundo acento del norte casi hizo que su nariz se estremeciera de desagrado, pero recordó las palabras de su padre y permaneció en silencio, esperando a que la presentara.
⠀⠀⠀⠀− Billy, esta es mi hija mayor. Cassandra Obolensky. Va a cumplir veinte años dentro de algunas semanas.
⠀⠀⠀⠀−¿Veinte años y soltera? Esperaba más de ti, Sergei.
La condescendencia en su voz por poco le provocó un gesto de repulsión. Que Billy Kimber ahora pudiera permitirse trajes hechos a medida y lustrosos zapatos de diseñador, con el dinero que arrebataba a los ricos más idiotas a base de engaños y amenazas, definitivamente no significaba que estuvieran en el mismo nivel. La elegancia y propiedad que acompañaban a Sergei Obolensky habían salido junto a él del vientre materno, y ninguna cantidad de dinero podría comprárselos a Kimber. Un pobre diablo convertido en gánster.
⠀⠀⠀⠀−Está terminando sus estudios antes de casarse, pero ya está comprometida – aunque sabía que el comentario era peligroso, decidió arriesgarse, esperando que desmotivara sus viles intenciones.
⠀⠀⠀⠀−¿Con quién?
⠀⠀⠀⠀−Seguro que has oído hablar del joven del que mi hijo es amigo. Elijah Vanderbilt. Somos buenos conocidos de su familia, allá en Nueva York.
⠀⠀⠀⠀−Por supuesto que he oído hablar de él. Un mocoso malcriado que no es lo suficientemente hombre para una hija como la tuya, te lo aseguro. ¿No está de acuerdo, señor Shelby?
La repentina inclusión de su nombre en la conversación hizo que el hombre volviera su atención hacia Sergei y su hija, sin apenas dedicarle una mirada.
⠀⠀⠀⠀−Me temo que no he tenido el placer de conocer al caballero en cuestión, así que no podría decir.
Sergei acogió el repentino cambio de tema con los brazos abiertos.
⠀⠀⠀⠀−Y yo me temo que no he tenido el placer de una presentación, señor Shelby. Soy Sergei Obolensky – extendió su mano hacia el caballero, con intención.
⠀⠀⠀⠀−Thomas Shelby.
Se estrecharon la mano con firmeza, antes de retomar la conversación. Cassandra se quedó de pie, mirando entre los caballeros con incomodidad. Sin embargo, su espalda permanecía recta como el tallo de una flor y su mirada era suave y cálida. Su único deseo era que su familia y ella misma salieran ilesos de aquella situación.
⠀⠀⠀⠀−Quiero un baile − exigió Kimber de repente, mirándola directamente a los ojos. Apenas pudo contener la necesidad de hacer una mueca, rezando para que su padre no dijera que sí.
⠀⠀⠀⠀−Me temo que hemos venido a presentarnos y a despedirnos. Mi mujer no se encuentra muy bien y debemos partir hacia Londres lo antes posible para que la revise el médico de la familia.
⠀⠀⠀⠀−Tonterías, sólo será un baile. Vamos, cariño. No me gusta que me hagan esperar.
Cassandra sintió que la sangre abandonaba su rostro apenas el toque de su padre se alejó de ella. La mano que el señor Kimber extendía en su dirección era firme y no vio otra opción que cogerla.
Mientras veía cómo su pobre hija se alejaba para bailar con un criminal, el Sr. Obolensky apenas podía evitar que la molestia fuera evidente en su expresión. El Sr. Shelby se dio cuenta rápidamente y, mientras encendía un cigarrillo, comentó:
⠀⠀⠀⠀−¿Cree que su prometido se molestaría si descubriera que su futura esposa ha estado bailando con otros hombres?
⠀⠀⠀⠀−Creo que se molestaría si descubriera con quién ha estado bailando – respondió, aceptando el cigarrillo que tendió en su dirección.
Un leve rastro de sonrisa adornó el rostro de Thomas.
⠀⠀⠀⠀−Entonces, ¿qué es lo que hace para los negocios del señor Kimber? – inquirió, dando una calada de su propio cigarrillo.
⠀⠀⠀⠀−Le proporciono sus caballos de carreras.
La información pareció interesar al señor Shelby.
⠀⠀⠀⠀−¿Usted cría caballos?
⠀⠀⠀⠀−Los mejores animales de Inglaterra. ¿Es usted dueño de caballos?
No pasó desapercibido el orgullo en sus ojos, al pronunciar:
⠀⠀⠀⠀−De hecho, sí. Fue mi caballo el que ganó la carrera de hoy.
⠀⠀⠀⠀−¿Monaghan Boy es suyo?
⠀⠀⠀⠀−Sí.
Sergei emitió un sonido cercano a la sorpresa.
⠀⠀⠀⠀−Es un cabello casi digno de la realeza – concedió, expulsando el humo en un gesto de apreciación.
⠀⠀⠀⠀−¿Casi? – el filo de su voz fue imposible de ignorar.
⠀⠀⠀⠀−Sí. Porque no he sido yo quien lo ha criado.
El señor Shelby río por lo bajo, como si verdaderamente apreciara la broma. De repente, su atención se dirigió a la pista de baile, donde la pobre Cassandra estaba siendo tocada casi inapropiadamente por Kimber. Sus labios se movieron con disgusto, en un breve gesto que desapareció en cuanto ambos se dirigieron de nuevo a la mesa. La chica parecía visiblemente conmocionada y palidecía como un fantasma. Cuando estuvieron de regreso, se aferró al antebrazo de su padre, rápidamente, y apartó la vista, optando por mirar al bar. Kimber, por el contrario, parecía completamente extasiado. Dio un trago a su whisky antes de lanzar una desagradable sonrisa a Thomas.
⠀⠀⠀⠀−Me temo que va a tener que elevar su apuesta, señor Shelby. Acabo de encontrar una alternativa mucho más joven, apetecible y lucrativa.
Justo cuando el Sr. Obolensky se aclaraba la garganta, captando el evidente significado de las palabras de su asociado, una dama rubia, de aspecto magnífico y elegante, se acercó a su mesa, cogiendo el hombro de Cassandra con delicadeza.
⠀⠀⠀⠀−Lamento profundamente la grosera interrupción, caballeros. Me temo que necesito que mi hija me acompañe al tocador.
Sergei pareció agradecer la aparición de su esposa y asintió brevemente con la cabeza, antes de despedirlas de su presencia.
⠀⠀⠀⠀−Tengo que hacer un trato con el señor Shelby, Sergei. Pero te llamaré en cuanto terminen nuestros asuntos, para que podamos discutir adecuadamente el matrimonio en el que estás metiendo a tu hija.
⠀⠀⠀⠀−Me temo que no entiendo.
⠀⠀⠀⠀−Me he divorciado recientemente, como sabes. Quiero mi cama ocupada con algo más que una puta eventual. Estoy seguro de que entiendes a dónde quiero llegar, porque no suelo hacer negocios con hombres estúpidos.
⠀⠀⠀⠀−Lo entiendo perfectamente. Sin embargo, tengo que irme ahora, caballeros, señorita. Espero que sigan teniendo una tarde espléndida.
El enfado que Tommy encontró en la cara del hombre que se alejaba, fue suficiente para que comprendiera que, aunque no pronunciara palabra alguna, iría al infierno y de regreso para asegurarse de que Kimber no se acercara a su familia nunca más. Teniendo en cuenta la información recién adquirida, encendió otro cigarro y se levantó para informar a Grace del cambio de acontecimientos en su agenda.
❥
⠀⠀⠀⠀−¡Mamá! − Althea se esforzaba por mantener el ritmo acelerado que llevaban su madre y su hermana mientras se alejaban de la sala de fiestas. En cuanto vio a las dos salir de la habitación con el rostro tenso, se levantó para intentar seguirlas.
Sus preciosas zapatillas Mary Jane eran nuevas y, con los pies escociendo, se arrepintió de no escuchar a su madre cuando sugirió que las utilizara previo a las carreras, para evitar lastimarse. Ahora mismo, además de provocarle un gran dolor, estaban aletargando su correteo.
Los pasillos del lugar estaban prácticamente desolados; con los asistentes abarrotando el salón de fiestas, o reclamando sus ganancias en la sala de apuestas. Y aun así le resultó casi imposible encontrar a su familia. Trotó más, a sabiendas de que aquello era sumamente inapropiado para una señorita como ella, pero consciente de que nadie importante estaba mirándole.
⠀⠀⠀⠀−¡Mamá! – volvió a exclamar.
Vislumbró entonces una de las salidas y, con alivio, reconoció que era la misma por la que su padre les había conducido horas antes. Incluso si no podía encontrarles, podría llegar al auto y esperarles ahí. Le tomó apenas unos cuantos pasos acercarse, el viento del campo en el exterior acariciándole las acaloradas mejillas. Se permitió un suspiro.
Y, de repente, se encontró a sí misma en el suelo.
Desorientada, intentó incorporarse, mirando a su alrededor con gran confusión. Alguien la había golpeado con una puerta, comprendió, al verla de par en par, un hombre parado en el lumbral.
Intentó ponerse de pie, sólo para hacer una mueca de dolor al reconocer la apabullante sensación que le golpeó la cabeza. Se tocó suavemente la piel bajo la línea del cabello, temiendo encontrar sangre o un corte que, con toda probabilidad, le dejaría una fea cicatriz. Su madre no la dejaría oír el final de la reprimenda, si algo le ocurriera a su bonita cara. Con un suspiro de alivio, contempló su mano limpia. La fuerza del golpe debió ser totalmente interna.
Entonces, de la nada, una enorme mano apareció en su línea de visión. Arrugando la nariz, comprendió que el caballero que la había tirado al suelo intentaba ayudarla a levantarse.
Puso su mano derecha sobre la de él, sorprendida al instante por la textura áspera de la misma. Los hombres de su familia tenían las manos más suaves que jamás había tocado: Iván casi nunca se dedicaba a ningún tipo de trabajo duro y, por lo que parecía, se necesitarían más que cuatro años encerrado en una guerra para curtir la sedosa piel de su padre. Ella siempre había creído que todos los caballeros que se respetaran a sí mismos debían tener manos como las suyas, y sin embargo, aquí estaba ella, aferrándose al tacto más distinto a aquel concepto.
Cuando él pareció estar lo suficientemente satisfecho con la fuerza de su agarre sobre ella, la levantó, con tal facilidad, que Althea tuvo que contener la respiración para no jadear.
⠀⠀⠀⠀−¿Estás bien? Me temo que no sabía que habría alguien al otro lado de la puerta.
No me digas, pensó para sí misma, y la tonta frase casi la hizo reír.
⠀⠀⠀⠀−Me temo que ni siquiera sabía que había una puerta aquí, para empezar − admitió, sonriendo tímidamente. Su madre siempre había alabado su hermosa sonrisa y la incitaba constantemente a sonreír tanto como pudiera, sin importar el entorno social en el que se encontraran. Un gesto lo suficientemente brillante como para iluminar el cielo, solía decir, sólo para hacer más grande su sonrisa.
Sin embargo, el caballero que tenía delante, para su sorpresa, ni siquiera parecía conmovido. Quizá su cielo era demasiado oscuro y haría falta algo mucho más brillante que su sonrisa para iluminarle. Sólo entonces se permitió contemplarlo detenidamente.
Tenía un rostro fuerte, admiró. Del tipo que le gustaría dibujar. Una nariz perfectamente alineada se erigía en el centro, flanqueada por un par de ojos azules tan bonitos, que no pudo evitar compararles con los de su padre, que, en su opinión, eran los más hermoso que había visto alguna vez. Los de este hombre eran claros y profundos, aunque sombríos, y brillaban con algún tipo de sentimiento extraño que no podía determinar; Althea se descubrió a sí misma queriendo descubrir cuántos lápices de colores tendría que utilizar para conseguir un color que les hiciera justicia en su cuaderno de dibujo. Dos cejas oscuras y tupidas les daban cobijo, haciendo que parecieran más intensos. Unos pómulos altos, prominentes y bien construidos enmarcaban su rostro, que estaba rematado de forma espléndida con la plenitud impecable de sus labios, coloreados con el rosa más suave que ella había visto en un hombre. En su cabeza llevaba una particular gorra gris y ella juró que vio algo plateado brillar en el accesorio, cuando la luz lo alcanzó.
Althea lo miraba, casi boquiabierta como un pez y aún sujeta entre sus manos, completamente sorprendida por su atractivo. Era joven, y apenas había tenido tiempo de relacionarse con hombres, de cualquier edad, fuera de sus familiares y amigos, enredada como estaba en sus estudios y su amor por el arte. Así que, por mucho que supiera que podía estar absolutamente equivocada, se atrevió a admitir para sí misma que aquel hombre, allí, ahora mismo, era el ser más hermoso que jamás había bendecido a sus ojos.
El hombre se quedó allí, con una mirada de preocupación que no parecía estar dirigida a ella, como si tuviera mejores cosas que hacer que preocuparse por la joven a la que casi había dejado sin sentido.
⠀⠀⠀⠀−¿Está bien?
Así, Althea se dio cuenta de que no estaba solo. Una pequeña mujer morena, casi tan baja como ella, la miraba con atención por encima del hombro de él. Su esposa, supuso. Un hombre como él nunca dudaría en casarse con una belleza como ella. Eso era lo que siempre decía su madre: que los caballeros importantes no hacían más que fijarse en el aspecto de una mujer, a menudo pasando por alto su ingenio; y que aquella era la razón por la que ella y Cassandra tenían que mantenerse bien educadas, para evitar morir de aburrimiento ante la vida de esposas trofeo que seguramente les esperaría, de otra forma. Algún día, prometió, encontrarían un hombre como su padre, fuerte y cariñoso, que comprendiera sus creencias y las hiciera sentir bendecidas por estar en su compañía, durante el resto de sus vidas.
Mirando de nuevo al desconocido, se preguntó brevemente si él sería ese tipo de hombre. ¿Cuál sería su opinión sobre las mujeres que trabajan en el campo de la medicina, no como enfermeras, sino como médicos? ¿Colgaría alguna vez en su vestíbulo o en su estudio un retrato firmado por una mujer? ¿Le importaría que su esposa se ocupara de sus propios asuntos con el mismo ímpetu que, se suponía, debía dedicar a su hogar y a sus habitantes?
Ella quería preguntar. Oh, cómo deseaba saberlo.
Pero, de repente, con el mismo movimiento brusco que la hizo volar al suelo, se vio enredada en los brazos de otra persona y arrancada del tacto áspero que hace apenas había descubierto que disfrutaba.
⠀⠀⠀⠀−¡Oh, cariño! − se lamentó su madre, sosteniéndole la cara entre las manos, observándola atentamente −. ¿Estás bien? ¿Qué ha pasado?
⠀⠀⠀⠀−Me apena decir que ha sido culpa mía. La golpeé accidentalmente con la puerta, al salir – la voz del hombre era tan áspera como sus manos; su acento, igual de extraño. Y ella se encontró mirándole nuevamente, casi sin pretenderlo, embelesada por el sonido tan bien modulado.
⠀⠀⠀⠀−Oh, Allie. ¿Te duele la cabeza? ¡Vas a tener un chichón si no te ponemos crema pronto! Y tienes tu partido de tenis pasado mañana. La Decana Bridgeway estará muy decepcionada al enterarse de que te has hecho una cicatriz en la cara hoy...
⠀⠀⠀⠀−Mamá, estoy bien – interrumpió, intentando apaciguar su desasosiego −. Este amable caballero se apresuró a ayudarme a ponerme de pie, y apenas siento algo más que un leve entumecimiento. Estoy segura de que no voy a tener ningún tipo de marca, pero Cassie siempre puede asegurarse. Estaba buscándolas a ambas – explicó −. ¿Por fin nos vamos a casa?
⠀⠀⠀⠀−Sí, tesoro. Tu hermano y tu padre te estaban buscando. Una moza mencionó que vio a una joven rubia desmayarse en este pasillo y me temí lo peor.
⠀⠀⠀⠀−Estoy bien, de verdad. No fue nada.
⠀⠀⠀⠀−Entonces supongo que debo agradecerle, señor. Por ayudar a mi hija después del accidente – murmuró, con elegancia, aunque Althea descubrió un atisbo de cautela en su expresión. Quizá, le resentía por haberla tumbado.
⠀⠀⠀⠀−Es lo menos que podía hacer – el hombre se encogió de hombros.
⠀⠀⠀⠀−Muchas gracias, de cualquier modo – insistió ella, separándose de su hija y recomponiendo el sombrero sobre su larga melena rubia −. Vamos, Allie. Es un largo camino de regreso a Londres.
Althea dejó que su madre la guiara, hacia la misma salida que intentaba alcanzar antes, y, antes de desaparecer para no volver a verle, gritó un fuerte agradecimiento en dirección de aquel enigmático caballero, que hizo que su madre le regañara con frenesí, ante su horrible muestra de modales.
Poco sabía ella, mientras subía a la limusina de su familia, que, aunque dos semanas más tarde sería enviada en huida a otro país, aquella era sólo la primera ocasión que encontraría su destino estrechamente enredado con el de Tommy Shelby.
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𝑵𝒐𝒕𝒂 𝒅𝒆 𝒂𝒖𝒕𝒐𝒓
Hola, hola.
Sean bienvenides, oficialmente, a esta historia. Apenas hace una semana comencé a escribirla y, desde entonces, he tenido una emoción constante atrapada en el pecho. De verdad estoy convencida de que tanto ustedes como yo, vamos a disfrutar mucho navegando junto a Althea las peripecias de la vida en los años 20, al lado de los Peaky Blinders.
Espero que esta parte les haya intrigado lo suficiente como para continuar leyendo. Como les he dicho en la introducción, ya he concluido el primer capítulo y estoy terminando el segundo. Así que, si veo que han disfrutado de esta pequeña probadita de lo que nos aguarda, subiré el primer capítulo esta misma semana.
Me gustaría que me dijeran, ¿qué les ha parecido? ¿Cuál ha sido su parte favorita? ¿Qué creen que va a pasar? La verdad es que, soy Leo y necesito los elogios para motivarme a escribir, jajaja. Pero, en serio, su opinión me interesa muchísimo, pues me ayuda a descubrir si estoy planteando el mensaje que pretendo, de forma idónea.
Así pues, quiero decirles que pueden encontrar el Soundtrack de esta historia en la parte previa a esta, y en una playlist de Spotify titulada: Agapi • t.s. La verdad, les recomiendo muchísimo que la escuchen porque, además de que me fascina, la he creado como una especie de línea de tiempo de la historia, así que, si quieren anticiparse, tendrán que poner atención a las letras.
De verdad, estoy haciendo todo lo posible para que disfrutemos de esta nueva aventura juntos. Deseo profundamente que les guste tanto como a mí.
Agradezco enormemente sus opiniones, comentarios y votos.
Les leo pronto.
-𝐂
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