𝐃𝐎𝐒
𝐃𝐎𝐒
𝑪𝒂𝒍𝒍𝒆 𝑼𝒑𝒑𝒆𝒓 𝑮𝒓𝒐𝒔𝒗𝒆𝒏𝒐𝒓 𝑵𝒖́𝒎𝒆𝒓𝒐 20, 𝑴𝒂𝒚𝒇𝒂𝒊𝒓, 𝑳𝒐𝒏𝒅𝒓𝒆𝒔, 𝑰𝒏𝒈𝒍𝒂𝒕𝒆𝒓𝒓𝒂.
𝑆𝑎́𝑏𝑎𝑑𝑜 2 𝑑𝑒 𝐽𝑢𝑙𝑖𝑜, 1921.
Alabado fuera Dios, Althea estaba a punto de cometer un asesinato.
La pobre Dolly golpeaba el pie contra el suelo de mármol con un movimiento de lo más nervioso, mientras le entregaba su segunda copa de Dubonnet del día, intentando por todos los medios dejar de contemplar la puerta principal.
Oh, Althea iba a asesinar a Iván y lo iba a disfrutar con deleite.
⠀⠀⠀⠀−Señorita, podría decirle a Fred que...
⠀⠀⠀⠀−No, Dolly. Voy a esperar a mi hermano. Si no está aquí en diez minutos, entonces puedes pedirle a Fred que ponga en marcha el coche − espetó ella engullendo toda su bebida, la nariz arrugándose por el sabor azucarado del vino que le acariciaba la garganta.
Más le valía a Iván que estuviese rezando a todos los santos del cielo para que no la obligase a llegar tarde a la boda de su hermana. El Señor sabía que ella y su madre se habían quemado las pestañas para asegurarse de que ese día no fuera nada sino perfecto, y preferiría estar muerta antes que ser ella quien se lo arruinara a Cassandra.
⠀⠀⠀⠀−¿Está segura, señorita? A Fred no le importaría...
⠀⠀⠀⠀−Sí, Dolly. Eso sería todo. Gracias − no quería ser grosera, de verdad, pero la ama de llaves de su familia estaba terminando por sacarla de quicio. Althea ya tenía bastante con su impuntual hermano, como para estar tratando con cualquier otra persona.
No era ninguna chivata y los largos años de silencio respecto a las travesuras infantiles de sus hermanos eran prueba fehaciente, pero, en esta ocasión, se aseguraría de contarle a sus padres sobre su retraso así fuera lo último que hiciera. Si conocía a Iván tan bien como solía hacerlo hace dos años, estaba casi convencida de que el desvergonzado debía estar entretenido bajo las faldas de alguna mujer.
Y si ese era el caso, ella iba a matarlo.
Con sus propias manos, además.
Tardó un segundo en darse cuenta de que se estaba mordiendo de nuevo el interior de la mejilla, cuando probó el sabor cobrizo de la sangre en su lengua. Como por inercia, llevó su mano a su rostro, con el entrecejo frunciéndose en desagrado. Maravilloso, su horrible hábito estaba de vuelta, como cada vez que se encontraba en la más mínima angustia.
⠀⠀⠀⠀−Cristo, sigues haciendo eso de morderte la mejilla − el repentino y profundo sonido la sacó de sus terribles pensamientos con tal sorpresa, que casi se le cayó el vaso en la mano −. Uno pensaría que padre habría invertido suficientes libras para hacer que te deshicieras de esa mala costumbre.
Aunque estaba molesta como nunca, sería una mentirosa si afirmara que el caballero que se acercaba a grandes zancadas en su dirección suponía una visión disgustante. Ivan Obolensky era, a decir verdad, un joven espléndido. Él, al igual que sus hermanas, había tenido la fortuna de heredar esa belleza atemporal de su madre, bendecida con mechones dorados y ojos azules brillantes, tan profundos como el mar; aún así, ese porte impecable suyo era completamente de su padre. Una postura regia, digna de un miembro de la realeza, que les hacía parecer las personas más imponentes cuando se encontraban en cualquier habitación.
Ahora mismo, aunque no era su intención, lucía igual de serio, examinando a su hermana menor con ojos severos.
⠀⠀⠀⠀−Uno pensaría también que habría gastado suficiente dinero para que estuvieras aquí a tiempo, pero supongo que ambos estaríamos pensando mal, ¿no?
El efecto de sus palabras fue inmediato. Como si se tratara del despuntar del alba, la mayor de las sonrisas se extendió las mejillas de su hermano, mientras se acercaba a ella, y la estrechaba en el más cálido abrazo. Althea no se había percatado de forma consciente de la enorme añoranza que sentía por estar entre sus brazos de nuevo, hasta que volvió a tener la oportunidad.
⠀⠀⠀⠀−Para tu información, sí llegué a tiempo, pero Elijah se sintió enfermo durante el viaje a su mansión y tuve que quedarme con él para ayudarlo a espabilar −murmuro él, sobre su cabello.
⠀⠀⠀⠀−Dios, ¿está bien? −la mención del tierno hombre con el que había pasado tanto tiempo en su juventud fue suficiente para suavizar su rabia. Dios sabía que no había más que cariño por él, en su corazón.
⠀⠀⠀⠀−Sí, está bien. Solo se tomó demasiadas copas en el barco anoche, el muy cabrón.
⠀⠀⠀⠀−¡Iván! ¡No uses ese lenguaje! Dios, mira la hora. Vamos a llegar tarde.
Oh, no sabía si para bien o para mal, su hermano seguía siendo un descarado. En sus años de adolescencia había sido el mayor dolor de cabeza de su padre, pues, a pesar de sus aparentes reservas, Alice había disfrutado profundamente de su espíritu rebelde. No era ningún secreto que todos sus hijos habían heredado esa espinita liberal de ella, y no había nada que la hiciese sentir más orgullosa. Althea había descubierto en su rostro una sonrisa apenas contenida cada ocasión en que intentaba reprimirlos por alguna travesura.
⠀⠀⠀⠀−Relájate, kukolka− apaciguó Ivan, aun sonriendo. Muñequita. El recuerdo de la dulce y cariñosa palabra rusa alivió sus nervios −. Tengo un coche nuevo. Corre más rápido que cualquiera de nuestros caballos, así que te aseguro que nos llevará allí en minutos.
Por supuesto que no habría regresado de una excursión que pondría a temblar a Julio Verne con las manos vacías. Era tan imposible como intentar mantenerse molesta con él. Así que, igual que su madre, se encontró a sí misma intentando contener una sonrisa cuando respondió:
⠀⠀⠀⠀−Entonces será mejor que nos pongamos en marcha de una buena vez.
❥
Si Tommy tenía que quedarse dentro de ese maldito coche un solo minuto más...
Arthur no había escuchado cuando le dijo que hoy no se podía beber y ya estaba dormido de borracho en el asiento trasero, con un burlón John gritando blasfemias a los transeúntes que circulaban por las calles de Londres. Polly, a su lado, parecía tan dispuesta a meterles una bala en la cabeza como él, sólo perdonando al pequeño Finn, que lucía como el más fino, joven caballero con el traje que le había conseguido, sentado entre los otros dos.
No todo había salido mal, ya que Esme había decidido quedarse en casa a cuidar de toda la estirpe infernal de John. Acababa de dar a luz al más pequeño de sus hijos y no estaba de humor para muchas celebraciones. Además, como había dicho en múltiples ocasiones desde que el evento le fue comunicado, ni siquiera una invitación tan elegante podría hacer que se arrodillara dentro de una maldita catedral.
Tommy dio una profunda calada a su octavo cigarrillo desde que salió de Small Heath, en un intento de calmarse. Todavía les quedaban al menos diez minutos de viaje hasta el lugar donde se celebraría la boda y estaba a punto de girar el volante y estrellar el puto coche contra el primer árbol que viera, si las cosas seguían así.
⠀⠀⠀⠀−¡Arthur! ¡Despierta y sobriágate! − ordenó Polly, por encima de los ruidos de la gran ciudad. El vestido que había conseguido para la ocasión era una verdadera maravilla y Tommy casi no consiguió reconocer a su tía entre la combinación de la delicada prenda y el prolijo maquillaje −. Estamos llegando, maldita sea.
Luego, en un gesto completamente suyo, sacó apresuradamente un cigarrillo de su pitillera y lo encendió, murmurando a Tommy.
⠀⠀⠀⠀−Le estamos dando a Ada una verdadera razón para avergonzarse de nosotros, ¿no es así? − expulsando el humo, añadió −. Como si necesitara alguna puta ayuda.
⠀⠀⠀⠀−Los sentimientos de Ada son la menor de mis preocupaciones en este momento, Pol − respondió Tommy, apretando los dedos en el volante −. Si Arthur no mejora en los próximos, digamos, seis minutos, John va a quedarse en el coche a cuidarlo.
Tarareando, Polly asintió, demasiado cansada para discutir, después del viaje que habían tenido.
⠀⠀⠀⠀−¿Qué es lo que esperas obtener de hoy, Tommy? − preguntó, de repente.
⠀⠀⠀⠀−¿De qué estás hablando?
⠀⠀⠀⠀−No me mires así − frunció el ceño −. No estaríamos aquí, haciendo un viaje de cinco horas, sólo para que te des aires de grandeza y brindes por la boda de la hija de tu socio ruso. Así que sólo voy a preguntarte una vez más: ¿qué es lo que esperas obtener de hoy, Tommy?
⠀⠀⠀⠀−La familia de la esposa de Sergei, Alice, seguramente asistirá. Los Astor. Dirigen la mayoría de los negocios inmobiliarios en el estado de Nueva York. La gente incluso los llama los Terratenientes de la Costa Este −explicó −. Mi contador me ha aconsejado que empiece a invertir en inmuebles. Ponerlos a nombre de los miembros de la familia, para limpiar el dinero.
⠀⠀⠀⠀−¿Y?
⠀⠀⠀⠀−Sería un buena idea probar suerte al otro lado del Charco − dijo Tommy, lanzando los restos de su cigarrillo por la ventana −. Además, la familia del novio dirige el mayor negocio de tabaco de Estados Unidos. Podríamos ganar mucho dinero si llegamos a un acuerdo con ellos para exportarlos aquí.
⠀⠀⠀⠀−Dios sabe que sólo tú te atreverías a convertir una boda en una reunión de negocios, Tommy − se burló ella, sin humor.
Sonriendo levemente, Tommy añadió.
⠀⠀⠀⠀−¿No son todas las bodas un asunto de negocios?
❥
Las bodas eran un magnífico escenario para los reencuentros.
Althea no se había dado cuenta de cuánto tiempo había pasado desde la última vez que tuvo la oportunidad de pasar un rato agradable con toda su familia hasta que volvió a verlos a todos juntos, en el interior de la Catedral de San Pablo. Ludgate Hill parecía el paisaje idóneo para tan delicada ocasión, con las ostentosas decoraciones que tanto gustaban a la realeza británica, y el desfile de personalidades a su alrededor, que bien podría haber salido de cualquier prestigiosa revista de élite.
La realidad es que todos eran tan célebres como cotizados y, aun así, fue con la mayor de las alegrías, que Althea descubrió que todos sus parientes más queridos se habían tomado el tiempo de acompañarlos en esta ocasión especial. Por supuesto, la tía abuela Susan y su hija habían venido con ella desde París, pero en cuanto se bajó del reluciente Mercedes Benz nuevo de su hermano, vio a su adorado tío Vincent, justo delante de las puertas gigante de la Catedral, con su preciosa esposa a su lado y se sintió sumamente conmovida por su presencia, habiendo hecho tal viaje a través del Atlántico.
Y es que, solo los más cercanos sabían que ser tan ilustres era la menor de sus cualidades. Por ejemplo, aunque la tía Susan era una excelente compañía y la más refinada de las damas, jamás podría proporcionarle a Althea la calidez y la alegría que siempre recibía de su tío Vincent.
El tío Vincent, que, sin que nadie pudiera adivinarlo a simple vista, era uno de los hombres más ricos de América. La verdad, era que también era el más humilde. Había que tener un ojo muy agudo para darse cuenta de la realidad de su inmaculado estatus. Su modesto traje negro, a pesar de estar hecho a medida por algún diseñador italiano, era tan sencillo como su sombrero de brístol. Era en sus mangas, en su cinturón y en su mano izquierda, donde se podía descubrir la verdad. El oro blanco con incrustaciones de diamantes de sus gemelos, a juego con la hebilla de su cinturón, valía más que todo el atuendo de algunos de los invitados; su alianza de matrimonio, todo un barrio londinense. Sin embargo, era la tía Helen, sosteniendo su brazo y sonriendo tan brillantemente como sus joyas, quien suponía su más preciada posesión.
Era ella la responsable de la boda de hoy, además.
Durante su estancia en Nueva York, Cassandra había recibido una suite en el mayor orgullo inmobiliario de su familia en América: el Grand Astoria. Construido en la manzana más elegante de la Quinta Avenida, justo frente al Central Park, el enorme edificio era el lugar favorito de su tía para tomar el té de la tarde. Resultó que la brillante y amable mujer era tan agradable, que consiguió que Cassie, a la que ni siquiera le gustaba el té, le acompañara todos los días mientras se reunía con las personalidades más importantes de la ciudad. Una de ellas fue Mary Townsend, una mujer de mediana edad que se había casado recientemente nada menos que con el magnate del tabaco Thomas Fortune Ryan.
Su hermana había impresionado tanto a la dama, que la próxima vez que se vieron había llevado consigo al mayor de sus hijastros. John Fortune Ryan, de veintiséis años. Sólo fue cuestión de tiempo, y de un largo e insistente convencimiento por parte de él, para que Cassandra dijera que sí a una cita. Medio año después, ella le había dado un "sí" mucho más trascendental.
Ahora, la fantástica Cassie iba a encontrarse siendo el centro de la atención elitista durante, al menos, el próximo mes. Un matrimonio era siempre una alianza no sólo de dos personas, sino también de sus familias. Y qué poderosa alianza sería ésta. Dos de las familias americanas más ricas se unirían a partir de ahora, en las buenas y en las masas, y todo gracias a su hermana. Althea se encontró pensando que era una verdadera pena que la sociedad no se diera cuenta de cómo la decisión de una sola mujer podía cambiar la vida de todo un país de forma tan abrupta. Cuánto poder residía, realmente, en sus hombros.
⠀⠀⠀⠀−¿Y dónde está ese amigo Vanderbilt tuyo, hijo?
El tío Vincent siempre había sido un magnífico conversador. Muchos pensarían que tenía que ver con su línea de negocios, pero Althea sabía que él simplemente era así de afable. En el tiempo que vivieron juntos, bajo el techo de la finca principal de los Astor, Ferncliff, comprendió que no había mejor hombre que él, quizá con la sola excepción de su propio padre, sobre la faz de la tierra. Nunca despreciaba a nadie, a pesar de sus diferencias y su inmaculada posición social, y era capaz de mantener una conversación completa con la primera persona que mirara en su dirección, sin importar el tema.
⠀⠀⠀⠀−Llegará pronto, espero. Se ha puesto un pelín enfermo en el barco – Iván ni siquiera se molestó por disimular el guiño que lanzó en su dirección, en un gesto que gritaba todo menos disimulada complicidad.
Gris sería el día en que él dejara de ser tan donairoso.
⠀⠀⠀⠀−¿Elijah? ¿No es un campeón de regate? – su tío rio suavemente, divertido por la alternativa del joven de sus memorias, virtuoso como él solo en deportes acuáticos, mareado sobre la proa de un navío.
⠀⠀⠀⠀−Irónico, ¿no? – su hermano también estaba sumamente entretenido, disfrutando de una risa a costa de su mejor amigo.
Sin embargo, Althea era mucho más inteligente que eso.
Según las palabras de su hermano en el trayecto en coche, el pobre Elijah había sufrido del mayor dolor de cabeza a su llegada a Inglaterra, e iba a unirse a ellos justo a tiempo para la ceremonia. Althea, en secreto, se preguntaba si pensaba asistir en absoluto; para ser sinceros, ella no lo culparía si decidía no hacerlo. Era joven entonces, y no comprendía del todo la profundidad de la relación que su hermana había compartido con él, pero sabía que si un antiguo enamorado suyo fuera a casarse, no querría estar cerca de la ceremonia. Seguramente Elijah lo estaba pasando mal y sólo asistía gracias a la prolija cortesía de su crianza.
⠀⠀⠀⠀−Althea, amor – había aprendido que la voz de su tío siempre se suavizaba cuando le hablaba. La constatación la hizo sonreír sinceramente, mientras veía a su hermano guiar a la tía Helen a su asiento designado en las primeras filas frente al altar.
El interior de la catedral era tan sorprendente como el exterior. Largos bancos de cedro alineados en dos filas, flanqueaban el camino hasta la nave. Preciosas cortinas turcas envolvían a las columnas al interior, mientras que los suculentos arreglos florales que su madre había ordenado como decoración llenaban de exquisitos colores el camino nupcial, con una algarabía que San Pablo no había visto en mucho tiempo. Todo era absolutamente perfecto, y fue, con el mayor de los alivios que Althea descubrió que apenas tenía que mover un solo dedo. Su retraso, afortunadamente, no había tenido consecuencias.
⠀⠀⠀⠀−Cariño, toma. Me había olvidado de darte los anillos – Althea parpadeó, confundida, mientras el le tendía una delicada cajita de terciopelo cobalto. Sujetándola con el mayor cuidado, la abrió para encontrarse, ni más ni menos, con dos brillantes sortijas de oro blanco.
⠀⠀⠀⠀−¿Qué? – inquirió, sumamente confundida.
⠀⠀⠀⠀−Cassie dijo que quería que hicieras los honores – explicó él, con una sonrisa cariñosa.
Para nadie era un secreto que Vincent Astor les adoraba con locura. Althea recordaba con deleite los días a su lado en Ferncliff, la mayor propiedad de los Astor, ubicada en Rhinebeck, Nueva York. En el más trágico de los acontecimientos, su tío había contraído paperas, el mismo día que contrajo nupcias con su mujer, lo que lo volvió estéril. Sin hijos propios, se dedicó a verter todo su amor por los niños en sus adorados sobrinos. El momento más feliz en los días de Althea, durante su infancia en América, era, sin lugar a duda, aquel en que su tío y padre llegaban del trabajo, por la tarde, y se desvivían en cualquier juego que ella y sus hermanos pudieran maquinar. Desde entonces, conocía el calor de los brazos de Vincent con el mismo amor con el que conocía el de su propio padre.
⠀⠀⠀⠀−Pero, tío... el padrino del novio...− seguramente había un malentendido. En ceremonias tan importantes como estas, eran los hombres quienes tenían siempre los papeles más importantes. Y aunque sabía que su hermana era lo suficientemente valiente pare desafiar el decoro social, con una sonrisa en el rostro, no sabía si ella compartía tal habilidad.
⠀⠀⠀⠀−¿A quién le importa ese bastardo impuntual? – el tío Vincent se rio, sujetándole cariñosamente una mejilla −. Eres la hermana de la novia, amor, y una Astor, además. Si ella dice que vas a ser tú quien les entregue los anillos, entonces me gustaría ver que alguien intentara detenerte.
Con una gran sonrisa en el rostro le abrazó con fuerza, sujetando la caja de terciopelo contra su pecho. Dios, cuánto quería a su familia. Vincent, sobre todo, siempre había sido como un ángel de la guarda, para ella y sus hermanos.
Mientras la guiaba a su lugar, en compañía de Ivan y la tía Helen, su tío dedicó una mirada intencionada sobre su hombro, antes de esbozar una breve sonrisa.
⠀⠀⠀⠀−Vaya, ahí viene el novio, por fin – Althea se giró justo a tiempo para mirar su entrada triunfal. Aunque la mayoría de los invitados ya estaban ahí, sus padres todavía no habían llegado. Ella sabía que esperarían hasta el último momento, para escoltar a Cassandra a la ceremonia; pero, para su mayor entusiasmo pudo ver al novio por primera vez, con sus familiares más cercanos ingresando en la iglesia y acatando el protocolario agradecimiento por su presencia a cada uno de los invitados −. Muy bien. Pensé que tendría que darle una paliza por dejar plantada a nuestra Cassie.
⠀⠀⠀⠀−¡Vincent! Ni siquiera bromees con eso − jadeó la tía Helen, dándole a su marido un manotazo en el hombro a modo de reprimenda. Althea se río del acto, encariñada con la intimidad que podía adivinar en su matrimonio −. Además, Thomas le habría dado una paliza por ti, si se atreviese siquiera a replantearse esta boda.
⠀⠀⠀⠀−Bueno, ahora eso no será necesario, ¿verdad? Mira, viene para acá.
John Fortune Ryan no era ningún enigma para Althea. Aunque jamás le había conocido personalmente, había escuchado tanto sobre él en las conversaciones familiares que ya le sentía sumamente cercao. El mismo tío Vincent, a pesar de la cautela que adivinaba en su mirada, parecía satisfecho con el futuro nuevo integrante de su familia.
Cuando se reencontraron, el ahora patriarca de los Astor le informó de que había sido él quien había presentado formalmente a los futuros esposos, en una de sus galas benéficas. El joven era inteligente para los negocios y había regalado unos diez mil dólares para ayudar a los más necesitados, en un intento por impresionar a su hermana. Sin embargo, Cassandra siempre había sido un hueso duro de roer. Al final, le había costado más de seis meses convencerla para que aceptara ir con él a merendar, y otros seis para que considerara siquiera la alternativa del matrimonio. En ausencia del padre de la novia, fue su tío quien se encargó de darle su mano, y de organizar la fiesta de compromiso que siguió justo después.
Eran buenos el uno para el otro, había dicho. Justo el tipo de matrimonio que su hermana, la madre de Althea, siempre había deseado para sus hijos. El que ella no pudo conseguir para sí misma: uno por amor. Dios sabía que habían sido bendecidos con suficientes riquezas como para ambicionar cualquier otra cosa que no fuera una vida feliz.
Mientras observaba al futuro esposo de Cassandra acercársele, Althea comprendió de lo que él hablaba. Según parecía, el caballero no sólo era rico y amable, dos características que nunca imaginó que podría encontrar en un hombre con el que no estuviera emparentado por sangre, sino que también era muy guapo. En conjunto, aparentaba ser exactamente la clase de hombre que podría hacer muy dichosa a su hermana. Ojos azules brillantes y una sonrisa cegadora fue lo primero que divisó, cuando él se acercó a ella con el mayor entusiasmo.
⠀⠀⠀⠀−¡Tú debes ser Althea! Cass me lo ha contado todo sobre ti − pronunció y luego, en un gesto de lo más sorprendente, le dio un enorme abrazo. El cálido confort de sus brazos alrededor suyo la hizo sentirse extrañamente aliviada, aunque él parecía no compartir el sentimiento. Estaba temblando, se dio cuenta, y sonrió con cariño ante la verdadera ternura que podía adivinar en su próximo cuñado −. Es un placer conocerte, por fin. Soy John Fortune Ryan, pero puedes llamarme hermano.
La simpatía de su voz la hizo reír alegremente. No tenía nada de que preocuparse, el joven era una adoración.
⠀⠀⠀⠀−Entonces debes llamarme hermana. Después de todo, hoy estás haciendo muy feliz a la mía – concedió, devolviéndole el gesto.
⠀⠀⠀⠀−Oh, eso espero. Todavía me preocupa que se acobarde – aunque había intentado sonar como una broma, Althea había escuchado una pizca de verdadera preocupación en su tono. Y ni siquiera podía decirle lo contrario.
Eso definitivamente sonaba como algo que su hermana haría, un acto imprudente y completamente fuera de lugar, pero ella sabía que no era prudente hacérselo saber. El pobre hombre ya estaba lo suficientemente nervioso, si la súbita mirada de incertidumbre en su rostro era indicador.
⠀⠀⠀⠀−¡La novia ha llegado! − gritó alguien, de repente, y Althea casi se encontró suspirando de alivio, mientras le daba a John un tranquilizador apretón en el hombro.
⠀⠀⠀⠀−¿Ves? No hay nada de qué preocuparse − menos mal.
⠀⠀⠀⠀−Todavía podría decir que no − insistió el hombre, haciendo que ella volviera a reírse. Sin duda, había tenido tiempo de sobra para conocer de verdad a su futura esposa. A Cassandra la llenaría de diversión saber que había conseguido atormentar tanto a su pobre prometido, sin siquiera hacer nada, antes de unirse a él de forma definitiva.
⠀⠀⠀⠀−Te juro por Dios que la pincharé en el brazo como se le ocurra siquiera mirar fuera de la puerta, hermano.
El amable apelativo pareció calmar sus nervios. Asintió, con otra gran sonrisa en el rostro, mientras se alejaba para ocupar el lugar que le correspondía junto al altar. Ella se dispuso a volver con su familia, sentándose en el lugar que le correspondía, al lado de su hermano. Entonces, mientras observaba el contenedor de terciopelo entre sus manos, el coro comenzó a cantar las primeras notas de la marcha nupcial.
❥
⠀⠀⠀⠀−Dios, Vincent. Debo haber arruinado mi maquillaje− la tía Helen seguía sollozando ligeramente, el ligero temblor de su voz indicador suficiente, mientras su marido las guiaba a ambas fuera de la catedral, junto a la procesión nupcial −.¡Oh, míralos, Vincent! Dime que no te recuerdan a nuestra propia boda. Tan hermosa.
⠀⠀⠀⠀−El día más feliz de mi vida hasta hoy, amor.
Para ser justos, Althea también había derramado un par de lágrimas, principalmente cuando Cassandra le otorgó un apretón en la mano con fuerza mientras les entregaba los anillos. La mirada de puro agradecimiento y alegría que le dirigió casi la hizo caer de rodillas de orgullo.
Si había pensado que la tía Frances era una novia bellísima, Cassandra era simplemente esplendida. Y poco tenía que ver con el maravilloso vestido de novia, que había sido confeccionado por la costurera de la Reina Mary, por encargo de su madre. Cassie brillaba por mérito propio, como si su felicidad se hubiera vuelto corpórea en la más adorable aura a su alrededor, acompañada de su exuberante belleza y gigante sonrisa.
San Pablo jamás debía de haber visto una novia más feliz.
⠀⠀⠀⠀−Vamos, Althea. Foto familiar – Ivan mencionó, extendiendo el brazo en su dirección.
Y menuda foto sería.
La pareja de recién casados ya estaba en el lugar idóneo, en el centro, justo al frente de las puertas de la catedral. En el lado derecho, el de John, estaba su familia. Sus padres, tres de sus hermanos y su madrastra. Todos ellos estoicos y rígidos como un árbol, posando con el aire de aristocracia más legítimo. John sonreía, con la certeza de un hombre que acababa de conseguirse a sí mismo el mejor negocio de su vida, pero el resto de sus parientes ni siquiera se molestaron.
Sin embargo, los de Cassandra, a la izquierda, estaban gozando de las más alegres sonrisas, mientras procuraban encontrar su mejor ubicación para la fotografía. Justo al lado de la novia se encontraban sus padres, y aunque Althea intentó ceder el lugar más cercano a ellos a su abuela, por respeto, Cassie se apresuró a tomarla de la mano y tirar de ella hacia su lado. Lo último que deseaba era tener a su desdichada abuela arruinando su foto de bodas, pensó.
⠀⠀⠀⠀−Vamos, dama de honor. Sonríe para mí − le dijo con la voz más dulce. Althea había extrañado a su hermana a muerte, y aunque su tiempo separadas parecía poco, era casi increíble que la ocasión que diera lugar a su reencuentro fuera, precisamente, su propia boda.
Dos años atrás, se habría reído si cualquiera hubiera sugerido que su hermana estaría dispuesta a ser la esposa de nadie. Incluso cuando su madre había insinuado un compromiso entre ella y Elijah, a Althea le había muchísimo costado creérselo. Cassandra era una mujer sumamente talentosa e independiente y a los hombres, pobres o ricos, no había cosa que les asustara más. Ellos esperaban un trofeo, que, preferentemente, viniera con una cuantiosa dote y ninguna opinión propia para expresar, y su hermana jamás había sido capaz de mantener la boca cerrada, aún en las más impetuosas situaciones.
Muchas habías sido las ocasiones en que la Decana Bridgeway de la Academia de Notting Hill y Ealing para Señoritas había despotricado en su contra, clamando cómo, ni siquiera ella, con su larga trayectoria y experiencia, podría convertir a su hermana en una esposa remotamente decente. Cada una de ellas, Cassandra se había reído profusamente, respondiendo que siendo ella quien era, una Astor por parte de madre y una Obolensky, prácticamente realeza rusa, por parte de padre, ni siquiera tendría que hacer esfuerzo alguno, si decidía, alguna vez, embarcarse en un destino tan insulso.
Comprenderlo, le ayudó a adivinar más del caballero que John debía ser, para conquistar a una dama como Cassie. Debía tener algo de progresista, y otro tanto de masoquista, para desear compartir el resto de su vida con ella, y Althea le admiró por ello.
Sacándola de sus divagaciones, sintió la mano de su padre sujetarle el hombro con ternura. Cuando se giró a mirarlo, descubrió el precioso rostro de su madre a su lado y el de Iván flanqueando el propio. Verdaderamente tenía una familia hermosa.
⠀⠀⠀⠀−Digan "seer" – indicó el fotógrafo, detrás del lustroso artefacto, con un notorio acento.
Althea se rio de sus instrucciones, al descubrir que aquel hombre era, evidentemente, ruso. La familia del novio no pareció enterarse de lo que les estaba siendo solicitado, pero todos los Obolensky sonrieron brillantemente, irguiéndose apropiadamente para la cámara.
⠀⠀⠀⠀−¡Seer!
El flash le nubló la vista.
El ambiente se llenó de aplausos y más arroz, cuando el protocolo de la icónica fotografía se vio concluido. Althea seguía sonriendo con fuerza, abrazando a su padre con placer, mientras toda la familia se disipaba a su alrededor, en dirección de sus respectivos vehículos. La recepción comenzaría a la brevedad, y aquellos que ya conocían la locación de la misma, deseaban adelantarse.
⠀⠀⠀⠀−Ven conmigo, dochinka – su padre susurró, ofreciéndole su brazo mientras su mujer se dedicaba a ayudar a Cassandra con su gran vestido −. Tenemos que dar indicaciones a los invitados.
⠀⠀⠀⠀−Por supuesto, papachka− Sergei Obolensky siempre había adorado hablar en su lengua natal con sus hijos, para la profunda diversión de su mujer, y aunque la preciada costumbre era, usualmente, practicada en privado, la alegría en el rostro de su padre le hizo saber que en una ocasión como aquella, no le importaba ser escuchado por los demás.
Aunque no solía ser el hombre más expresivo, su familia siempre había sabido leer sus emociones con maestría. Y decir que, estar en la boda de su hija mayor lo llenaba de felicidad, sería el eufemismo. Althea compartía con él el sentimiento; una sonrisa casi boba tatuada en su rostro.
Entonces, como si le hubiera caído un rayo, súpitamente, se giró a mirar la dirección en que su padre estaba llevándola y vislumbró unos ojos que jamás, en un millón de años, pensó que tendría oportunidad de volver a ver.
Las rodillas se le doblaron de la impresión, casi haciéndola tropezar con los tacones de sus propios pies. Los brazos de Sergei tuvieron que sostenerla con fuerza, para evitar que terminara en el suelo.
⠀⠀⠀⠀−Liybimaya, ¿está todo bien? – su padre había perdido la sonrisa, preocupado por su hija, a sabiendas de que su impetuosa educación le impediría perder el paso bajo cualquier circunstancia.
Y la realidad, es que ella no podía responderle.
Porque no lo estaba.
Cristo, estaba todo menos bien.
Althea sentía que perdería la capacidad de respirar en cualquier segundo, todavía enjaulada en la profunda mirada del hombre, que parecía estar esperándoles. Esos hermosos ojos azules que había llegado a conocer mejor que los propios los últimos dos años. Los mismos ojos que habían perseguido sus sueños, su arte, su alma se estaban acercando a ella.
Dios bendito, ¿por qué se estaba acercando?
Y entonces, lo inimaginable...
⠀⠀⠀⠀−¡Tommy! Es un placer ver que has podido venir
Casi no reconoció la voz de su padre, ensimismada en la intensa mirada que él le estaba dedicando, Su voz profunda terminó por ser su condena, cuando él respondió, todavía observándola profundamente.
⠀⠀⠀⠀−El placer es todo mío.
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𝑵𝒐𝒕𝒂 𝒅𝒆 𝒂𝒖𝒕𝒐𝒓
Hola, hola.
Por fin he vuelto con este capítulo. La verdad, aunque ya tenía las bases de lo que quería que sucediera, me costó muchísimo terminarlo. Cambié lo que ocurría unas seis veces antes de decidirme por esto que acaban de leer. Al final tuve que privarme de explicar a detalle la boda de Cassandra, porque tuve que comprender que lo que era verdaderamente del acontecimiento era la fiesta que, como podrán adivinar, leerán en el siguiente capítulo.
Como debieron percatarse, haré un gran uso de palabras en otros idiomas, por la multiculturalidad de los personajes, pero me aseguraré de dejarles la traducción al español en un comentario anexado al parráfo correspondiente.
Asimismo, quería compartir con ustedes mi emoción, ya que la sexta temporada de la serie ha sido confirmada para inicios del siguiente año y eso me hace preguntarme mucho más lo que espero de esta historia. Para ser francos, ya tengo la trama planeada lo suficiente como para extenderla hasta, mínimo, el final de la cuarta temporada. Obviamente, para llegar a tanto tendría que saber si les gusta la idea y avanzar con la historia lo suficiente para que se enganchen con ella lo suficiente, jaja.
Así pues, me gustaría agradecerles de nuevo por el apoyo que han brindado a esta historia y recordarles de las dedicaciones en cada capítulo. Para obtenerlas, todo lo que tienen que hacer es decirme en un comentario qué les ha parecido el capítulo o qué les ha gustado o disgustado.
En esta ocasión, el capítulo está dedicado a:
Espero que estén disfrutando su lectura y que ansíen tanto como yo por conocer más.
Agradezco enormemente sus opiniones, comentarios y votos.
Les leo pronto.
−𝐂.
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