Capítulo ocho.
La chica intocable se torna irresistible.
En la noche me costó dormir, estuve mucho tiempo sonriendo al techo. Por primera vez en mucho tiempo tuve una larga conversación con gente de mi casa, ¡y en verdad estaban interesados en mí!
Ignoré el hecho de que fue por aquel hechizo, lo admito.
En la mañana caminé con emoción hacia el comedor, prácticamente dando saltitos. Me digné a peinarme, y mi cabello daba saltos junto conmigo. Sólo quería llegar a la mesa y poder tener otra conversación con aquellos chicos de anoche.
Una idea preocupante me llenó, ¿y si ellos volvían a ignorarme? ¿Y si el hechizo no duraba?
Sólo deberías volver a recitarlo, me dije. Asentí, volví a mi marcha.
Desde el otro lado del pasillo vi que Liam se acercaba, lentamente y al parecer con la mente en otro punto. Miraba al piso alzando las cejas, gesticulaba como si hablara con sí mismo.
— ¡Hola! —exclamé sonriente, poniéndome ante él.
Liam abrió los ojos como platos de la impresión, me miró estupefacto. Y mi sonrisa cayó, tal vez no quería que vuelva a hablarle y yo... Yo haciendo esto.
—Ho-hola —corresponde balbuceando—. Wow, no... no pensé que volverías a hablarme.
Palidezco, miro su hombro con cierta desesperación. Debo salir de aquí.
—Entonces... Mejor no vuelvo a hablarte si no quieres.
Volteo, doy dos pasos hasta que siento su mano rodear mi codo. Él se posiciona junto a mí y niega con la cabeza repetidas veces.
— ¡No! No me refería a eso —risa nerviosa—. Es que es raro que alguien como tú me hable más de una vez.
— ¿Alguien como yo? —repito en voz baja, confundida.
Suelta mi brazo, pero sus dedos bajan a través de él en el proceso. Me sonrojo, Liam igual.
—Anoche parecías ser la chica más interesante de la mesa —responde, sonriendo de lado—. Supuse que luego ya no querrías hablarme ya que tienes muchos amigos.
No sé si eran amigos, no los conocí mucho a decir verdad. Sólo hablaban sobre mí, era agradable y exasperante a la vez. Con Liam en el tren hablamos sobre cualquier tema, y fue muy agradable.
Muevo mi cabello hacia atrás y le sonrío.
—A decir verdad tú sigues siendo mi primer y único amigo.
Le saca otra sonrisa, mira al suelo apenado. Comenzaba a agradarme su par de hoyuelos, desearía verlos todo el tiempo.
— ¿Querrías desayunar conmigo? No creo que haya problemas si lo haces en la mesa de Hufflepuff... A menos que no quieras —propone, aún sin mirarme mucho tiempo a la cara.
Su propuesta me entusiasma, nunca antes me había sentado en la mesa de los tejones, y ellos se veían muy agradables al igual que Liam. Hasta ahora había pasado un par de veces con las águilas, charlando sobre las clases; y una vez en la de Slytherin, eso fue por Marly y a decir verdad no estaba preparada para ellos.
— ¡Claro!
Una vez en la mesa de Hufflepuff tomamos asiento uno junto al otro. Desayunamos tranquilos mientras charlamos sobre cualquier tema que surja.
Me gustaba hablarle, porque Liam seguía todo lo que yo añadiera, e incluso yo era capaz de opinar sobre lo que él comentara. Confesó que teniendo a un padre que fue Ravenclaw disponía de una gran biblioteca, que desde niño estuvo casi obligado a leer. Su madre era muggle, pero también era alguien muy inteligente y amante de la lectura.
—Ellos siguen preguntándose cómo terminé en Hufflepuff —ríe poniéndole mermelada a su tostada—. Papá prácticamente dijo: ¿en qué me equivoqué?
—Ser un tejón no es malo —declaro—. Ustedes son muy amables, adorables y cooperativos.
Bebo un poco de zumo, siento su mirada sobre mí. Lo observo de reojo, admito que esperaba sus hoyuelos ahí presentes.
—Gracias —sonríe al fin—. Los Gryffindor son geniales también.
— ¿Sí? ¿Eso crees? —digo riendo—. Últimamente hay muchos Gryffindor...
Mi voz se disipa, recuerdo a las personas de la noche anterior.
Gryffidor interesados, doble cara y pedantes.
Cuando completo la frase en mi cabeza siento vergüenza. ¿Cómo pude sentirme tan bien a su alrededor?
Me gustó la atención... Al final no era tan diferente a ellos.
Liam examina mi rostro ante mi silencio repentino, luego habla.
—No todos lo son, algunos siguen siendo dignos leones.
Sonrío con timidez, sigo desayunando. Ahora estamos en silencio, pero es agradable.
Al terminar volvemos al pasillo, veo que Liam saca su horario de la túnica y lo revisa con detenimiento. No pudo evitar ponerme de puntitas para echarle un vistazo.
—Compartimos la cuarta clase —exclamo, una vez más parezco asustarlo. Creo que siempre tiene la mente en otro mundo—. Supongo que ahora nos separamos.
—Sí —asiente y se rasca la nuca—. Nos vemos luego, Mapi.
Voltea y camina por el pasillo contrario. Yo me quedo ahí, helada y con la vista perdida.
Mapi.
Nos vemos luego, Mapi.
¿De verdad tenía que recordar aquel apodo?
La sangre inundó mi rostro, como ya acostumbra hacer desde que lo conocí. Él me llamó así con tanta tranquilidad, sin una pizca de burla o mala intención.
Sacudo la cabeza, respiro hondo.
***
Entro a la clase de Pociones, soy una de las primeras en llegar. El profesor Papaccio ya está escribiendo en la pizarra, yo avanzo hasta llegar en primera fila. Distingo las palabras y me dan ganas de volver a salir.
Examen sorpresa, en el primer día. Creo que él es más parecido a su padre de lo que pensaba.
A medida que llegan los demás puedo escucharlos gemir de dolor al ver la pizarra. La clase se llena al fin, el profesor gira intentando parecer severo.
Pero todos sabemos que él no es severo, es como un dulce gatito. Tal vez hubo problemas el año pasado, decían que muchos le pasaban encima. Incluso Bea hizo que el pobre profesor ardiera en un sonrojo, según Marlee me comentó.
—Bienvenidos de vuelta, alumnos —habla con gravedad mientras camina entre nosotros—. En ésta primera clase quisiera evaluar lo aprendido el semestre pasado, para...
Sigue hablando, yo sólo espero a que nos diga lo que debemos hacer. Apenas nos dice la página y abro mi libro para luego buscar los ingredientes.
Al terminar la poción, fui la cuarta tal vez. El profesor se acercó a verla, fruncía el ceño. No estaba muy feliz y las manos me sudaban, no quería ser regañada. Sería la peor forma para iniciar el año escolar.
Fue en un momento desesperado, lo juro.
—Agapi mou —dije.
Minutos más tarde tenía a toda la clase alabando mi trabajo, sentía sus golpecitos en mi espalda, veía sus sonrisas. Todos se acercaban a hablarme, a halagarme.
Ellos sabían quién era.
Las siguientes clases fueron igual. Yo recitando las palabras, los profesores cambiando su expresión de odio a una sonrisa enorme. Los alumnos dejando de ignorarme.
Y se sentía tan bien.
Caminaba hacia mi cuarta clase cuando veo a Liam salir de la clase de pociones. Tenía el cabello revuelto y los ojos muy abiertos.
— ¿Qué pasó contigo? —río al tenerlo a mi lado—. ¿También tuvieron el examen sorpresa?
—Ajá —balbucea, se frota la mancha en su nariz y carraspea—. Estuvo fácil.
Una Slytherin sale chillando, su ropa estaba manchada. Mira a Liam con odio.
— ¡Estúpido Blair! ¡A la próxima no confundas los malditos ingredientes!
Se va dando zancadas. El rostro de Liam se tiñe de rojo, yo estallo en risas.
—Fue un despiste —admite avergonzado—. Usualmente soy bueno, lo juro.
—Te creo, te creo.
Seguimos hasta llegar a la clase de Encantamientos. La profesora Yung estaba cruzada de brazos, esperándonos con mala cara. Tuve la mala suerte de tropezar con su escritorio y dejar caer la tinta sobre sus papeles.
Mi boca se abre en una O, es como si dejara escapar un grito mudo. Lentamente levanto la vista para verla, sus ojos están furiosos. Va a mandarme al infierno.
Y vuelvo a hacerlo.
—Agapi mou —suelto, ahogada.
Se detienen, me miran atentos. Incluso Liam lo hace, volteo hacia él y lo tengo rozándome, con sus oscuros ojos fijos en los míos.
Pronuncio las demás palabras mientras no dejo de mirarlo. Sus ojos brillan como un par de rubíes, y vuelven a la normalidad.
—Tranquila, Potter —exclama la profesora—. Toma asiento, fue un accidente.
Apenas puedo moverme, puesto que la mirada de Liam se tornó más intensa. Tropiezo con mis propios pies mientras camino hacia la silla vacía, él se sienta junto a mí.
No deja de mirarme, esto comienza a ser incómodo.
— ¿Tengo algo en la cara? —susurro, con la esperanza de que eso acabe.
Sus hoyuelos, su sonrisa.
—No, sólo te miro a ti.
Y se fija en su libro como si no hubiese dicho lo anterior. Por segunda vez en el día me deja helada.
¿Qué demonios hice?
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