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C O M I D A

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Aquella mañana, cuando abrí los ojos, me di cuenta que aun no había amanecido. Sonreí mientras miraba el techo, descanse mejor que nunca en últimos meses.   

Era obvio que nadie había utilizado esa habitación en mucho tiempo pero admito que la cama era realmente cómoda.

No deseaba levantarme, estaba en una posición muy cómoda, de esas que consigues una vez cada mil años. Estaba muy relajada y disfrutaba del extraño cálido pero agradable clima.

Gracias a mi vejiga tuve que levantarme y realizar mis estúpidas necesidades biológicas. 

Cuando salí del baño, no pude evitarlo y abrí un poco la puerta de la habitación de Charlie, él seguía dormido. Era realmente adorable mirarlo, sonreí un poco antes de volver a cerrar la puerta.

Regresé a mi habitación a cambiarme de ropa y estirar todo mi cuerpo. 

Más tarde me dirigí a la cocina en busca de algo para desayunar. Anoche sólo me di un baño y fui a la cama, ahora moría de hambre.

Revisé en el refrigerador y en los demás estantes y cajones. Pareciera que no viviera aquí Charlie, estaba todo vacío. 

Era bastante lamentable, aunque no pude evitar reír.

Suspiré frustrada y comencé a preparar algo con el poco material que había.

Lamento admitir que soy una terrible cocinera. A mi madre le encantaba la cocina, era realmente buena en ello, pero desgraciadamente no saqué ese dote suyo.

Siempre he sido más como mi padre y huyo de cualquier labor doméstico.

Afortunadamente y gracias a Merlín logré preparar algo que tal vez no nos intoxique. 

Y si nos intoxicamos, al menos será en un lindo lugar para morir.

Charlie apareció justo cuando servía los platos, su cabello estaba húmedo y despeinado.

No escuché que hubiera entrado al baño.

—Buen día— le saludé.

—Hola— miró los platos sobre la mesa— no debiste molestarte, nunca tengo nada para cocinar y pensaba que era mejor idea salir a comer.

—Nada de eso, tu madre se molestaría mucho si se entera de que no comes adecuadamente.

Dejó salir una larga risa.

—Te lo agradezco.   

Se sentó y después de servir su plato, me senté frente a él.

Esperé a que diera el primer bocado.

—Esto está bueno.

Lo miré sorprendida.

—¿De verdad? No tienes que mentir para hacerme sentir mejor.

—No miento, es bastante bueno.

Le sonreí sin mostrar los dientes y comencé a comer. No era nada extraordinario pero al menos era comestible.

Al terminar, salimos de la casa.

Era hora de comenzar con mi trabajo.