60
—☁️—
Tras tocar el timbre, Evan abrió la puerta en cuestión de segundos encontrándose con su hermana junto a Bruce —quien sostenía la mochila del niño— y desde luego el pequeño Dick. Este último sonreía plenamente sosteniendo la mano de Beth.
—¡Ricardo!—exclamó con entusiasmo antes de levantar la mirada hacia la pareja—y asociados.
—Qué gusto verte a ti también—reprendió sarcásticamente ella, Dick le soltó para entrar junto a él—escucha, antes de dormir le gusta tomar un vaso de leche. Pero tibia, no tan caliente y...
—Mamá gallina, tranquilízate ¿si? Cuidaré de tu cría como si fuera mía—se llevó la mano al pecho—también recordando que Bruce puede romperme como ramita si le pasa algo.
—Buena motivación—dijo el mencionado con una sonrisa al entregarle la mochila azulada de minions.
—Oye, ¿y eso?—preguntó Evan tomándola, uniendo las cejas al notar las heridas recientes en sus nudillos.
—Practico artes marciales—trató de quitarle importancia encogiéndose de hombros.
—Oh...pues cuidado con eso, Karate Kid—retrocedió para poder sostener la puerta—bueno, despídete de tus papis.
Ni siquiera les dio tiempo para reaccionar ante la última palabra cuando Dick se acercó a abrazarles torpemente. Una pequeña sonrisa apareció en el rostro de los dos.
—Llámanos por cualquier cosa ¿okay?—Beth acarició su cabello suavemente, él asintió y corrió detrás de Evan una vez más.
—Bye—dijo por ambos su hermano, cerrando la puerta.
Sin Dick, el camino en auto fue tranquilo y hasta cierto punto silenciosamente vacío. Ya era una costumbre tenerle hablando en el asiento trasero o incluso pidiendo canciones de Billie Eilish para cantar junto a ellos. De todos modos les parecía agradable volver a estar solos. Habían pasado por el lugar de malteadas favorito de la joven, por lo que se sorprendió un poco de que el recorrido continuara. En determinado momento se dio cuenta de a dónde irían y sonriendo, miró a Bruce quien tenía la misma expresión.
Hacía ya un buen tiempo desde la última vez que subieron ese viejo ascensor metálico. Nada más que lindas memorias invadieron sus mentes al detenerse en el específico piso, como su primer beso. La estructura tenía charcos por aquí y por allá debido a la nevada de unos días antes pero nada tan grave como para no poder sentarse al borde como aquella ocasión.
Beth bebía de su malteada de fresa al lado de Bruce, con las mangas de su sudadera negra cubriendo parte de sus manos debido a la talla extra en que la compró; su cabello oscuro estaba en una coleta alta dejando unos cuantos mechones libres a los lados mientras que los jeans azules tapaban un poco los converse. Bruce tampoco vestía muy formal pero ella juraba que con cualquier cosa que usara podría verse muy bien, sobretodo con esa chaqueta negra de cuero.
—¿Puedo preguntarte algo?—rompió el silencio, su novia asintió sin dejar de lado su malteada—¿en qué momento supiste que yo era Batman?
—La verdad es que cuando se trata de ti, no pienso mucho las cosas. Esa vez que Alfred me llamó porque estabas en peligro salí de mi casa en ese mismo instante ¿que si me imaginaba que tenías un pasatiempo así? Para nada. Digo, siempre actuaste raro pero soy la menos indicada para resaltar eso. Como sea, ¿recuerdas que todo el tiempo te digo lo bonitos que son tus ojos? Pues cuando los vi bajo esa máscara todo lo demás desapareció. Eras Bruce y fue más que suficiente para mí. Eso y que eras el único allí así que...—él sonrió con cierta diversión—¿respondí tu pregunta?
Asintió sin dejar de mirarle. Volvió a beber de la pajilla descansando su mano libre sobre sus rodillas al tener las piernas dobladas. Sus ojos viajaron a los edificios brillosos que tenía enfrente suyo. Recordó la primera vez que estuvieron allí, misma en la que no estaba ni cerca de imaginar que dos años después siguiera a su lado. Había leído tiempo atrás que sólo valía la pena vivir si alguien le amaba y vaya que cobraba sentido. Era por ella, todo lo hacía por ella.
—¿Te casarías conmigo?—soltó.
Una pregunta que llevaba tiempo reservándose ante sus propias dudas. No se cuestionaba del amor de Beth, ni del que le tenía si no que no dejaba de pensar en todas las maneras en que podría arruinarle la vida al ser tan inestable.
Beth giró la cabeza estando casi segura de que había alucinado los últimos treinta segundos; bajó el vaso de plástico lentamente con el corazón latiendo a mil por hora, sus manos temblaban cuando lo dejó de lado en el frío suelo.
—Bruce, si—murmuró aún algo impresionada. Sacudió un poco la cabeza para concentrarse—¡por supuesto que si!
En la euforia del momento y entre risas de emoción, aprovecharon la cercanía que tenían para besarse. La castaña le tomó por la mejilla y él por la cintura, al separarse, Bruce buscó en el bolsillo de su chaqueta sin dejar de mirarle. Sostenía un anillo con un pequeño diamante transparente, era sencillo pero con su encanto y conociéndolo costaba más que el auto que conducía su madre.
—En ese caso finalmente puedo darte esto. Lleva semanas en mi bolsillo y desde la plática que tuviste con Dick la otra vez, pensé que ya lo esperabas.
—Espera, ¿cuándo le dije a Dick algo de...? Oh. No era una indirecta, sólo no me gustan los anillos—hizo una pausa observando la piedra brillante—pero si lo asociaste con querer pedirme matrimonio es porque ya lo habías pensado antes. ¿O me equivoco?
—Yo...si, lo había hecho un par de veces. Sobretodo luego de todo esto con el Acertijo, intenté preguntártelo tantas veces pero creo que estaba, no sé...—se encogió de hombros.
—Bueno, entonces pónmelo—estiró su mano—antes de que me arrepienta—él le miró con cierto terror en sus ojos a lo que sólo soltó una risita—es broma.
—Una no muy graciosa—ella negó sin dejar de sonreír. Entonces tomó la delgada mano de Beth para hacer lo que le pidió, después de eso la entrelazó con la suya sin dejar de observar lo bien que le asentaba el anillo—¿recuerdas la primera vez que nos vimos?
—Por supuesto—recargó su cabeza en el hombro de Bruce, acercándose más a él—tú entraste a la cafetería una noche y...
—En realidad pasó mucho antes—ella frunció el ceño y se separó para mirarle confundida—escuela católica Saint Josephine. Necesitaba un libro sobre anatomía y su biblioteca era la única en Gótica que lo tenía. Cuando fui, terminé perdido en uno de los pasillos y una amable chica que cargaba una inmensa caja de herramientas manchada de pinturas de colores junto a lo que parecía un lienzo en blanco apareció. Ella me acompañó hasta allí y sonrió al despedirse. No esperaba que lo recordaras por lo de tus problemas de memoria pero yo nunca lo olvidé. De hecho, huí de la cafetería en cuanto te reconocí.
—No puede ser—abrió los ojos dándose cuenta de aquello—¡claro que me acuerdo de eso! Me castigaron por llegar tarde a clase de pintura.
—¿Lo siento?—dijo dudoso.
—Perdonado—besó su mejilla haciéndole sonreír.
Acto seguido acomodó el cabello de Bruce que la brisa de aire había alborotado para volver a su posición anterior, esa donde descansaba la cabeza en su hombro. Parecía que por fin todo estaba cayendo en el lugar correcto para ambos.
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