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—☁️—



Lo primero que Beth hizo en la mañana fue enviarle un mensaje a Bruce sobre la discusión con su padre, no quería despertarle —aparte de que no tenía ánimos para hablar— pero fue imposible pues recibió respuesta casi inmediata a modo de llamada. Apenas eran las nueve de la mañana y el cielo gris iluminaba lo suficiente su habitación, contestó sentándose en el suelo, a los pies de su cama.



—Hola, cariño—ella sonrió un poco al escuchar su voz acercando sus piernas dobladas al pecho—leí tu mensaje. No es necesario que respondas, sé que en momentos así no tienes energía para hacerlo. Pero quería recordarte lo mucho que me importas.



Ella miraba los pósters pegados alrededor de la ventana desde abajo, sosteniendo el celular en su oído.



—¿La propuesta de mudarme contigo sigue en pie?—dijo murmurando.



—Por supuesto. ¿Ya lo pensaste?



—Ajá—hizo una pausa buscando la energía para continuar—y sí. Quiero mudarme contigo.



—Supongo que debo ir buscando un reemplazo para esa pintura que tanto odias.



—Por favor—sonrió apretando los labios—y Bruce...



—¿Si?



—¿Puedes venir?



—Claro. Voy para allá—respondió antes de que colgaran el teléfono.



Se sentía muy cansada aunque acabase de despertar. La noche anterior pasó un buen rato repasando la conversación con su padre cientas de veces, dándose cuenta de algo en cada una de ellas. La puerta se abrió y pudo reconocer los pasos ligeros de Faith, más no se movió de su posición.



—Pensé que seguías dormida—se acercó a ella quien negó con la atención en el celular—tu papá me platicó lo de anoche. Puede ser un gran tonto la mayoría del tiempo y de verdad siente mucho lo que dijo.



—No, no es cierto—susurró.



—Él tiene muchos traumas gracias a su familia, deberías tratar de...



—¿Entenderlo?—levantó la cabeza con los ojos llorosos—llevo toda mi vida haciéndolo. Pero apenas entendí que no soy yo quien tiene qué.



Faith se cruzó de brazos asintiendo.



—Si, tienes razón...—no soportó más la expresión rota de Beth así que dirigió los ojos a otro lado, notando el closet abierto de par en par—¿porqué no recoges tu cuarto y bajas a desayunar?



—No será necesario. Me voy.



—¿A dónde?—frunció el ceño.



—¿No te lo dijo? Me mudaré.



—Entonces va en serio.



—Si, lo dije en serio—se levantó dándole la espalda para poner el celular sobre su escritorio—por fin tendrán lo que siempre quisieron. Tenerme lejos.



—Beth...



—No te preocupes—tomó una de las mochilas que colgaban al costado para comenzar a meter sus tantas plumas de colores—ni siquiera notarán que ya no estoy.



—Claro que lo notaré. Tú siempre me has acompañado, todas esas veces en las que tu padre prefirió el trabajo por encima de nosotros...no tienes que hacerlo por su actitud tan egoísta.



—Ese es el problema—terminando con las plumas continuó con su cuaderno y laptop—lo hago por mí, no por él.



Hubo un silencio que era interrumpido por la mochila siendo llenada, el roce de la tela y el cierre.



—Está bien. Tú sabes lo qué haces—respondió con un nudo en la garganta—¿y qué tienes planeado? ¿a dónde irás?



—A la Torre Wayne.



—Dios mío ¿estás embarazada?—exclamó abriendo los ojos de par en par.



—¿QUÉ? No—se dio media vuelta ante tan descabellada conclusión—¿tan difícil es creerlo? Él me lo sugirió hace poco y tras pensarlo me parece bien.



—Uy, bueno—soltó una risa de nervios—si sirve de algo, tendrían bebés muy hermosos.



—Ay, no puede ser—se quejó sonriendo sus mejillas arder ante la insistencia—Bruce y yo ni siquiera...—suspiró volviendo a lo suyo, cuando el timbre sonó—olvídalo. Voy a abrirle.



Con cierto entusiasmo bajó las escaleras hasta llegar a la puerta principal. Bruce estaba allí, usando una playera gris oscuro bajo una camisa y su amada chaqueta, jeans y converse negros. Saludó poniéndose de puntillas para besar su mejilla mientras sentía su toque en su cintura.



—Señora Faith—dijo viendo por detrás de Beth, su madre bajaba por dónde ella vino segundos antes.



—Buenos días, Bruce—le sonrió dirigiéndose a la cocina.



Él miró a su novia algo extrañado. Siempre se acercaba a platicar un poco.



—Por lo visto ya sabe que te irás...



—Si, trató de convencerme de no hacerlo—salió de la casa para cerrar la puerta detrás suyo, permaneciendo en el pórtico junto a Bruce.



El frío aire movía su cabello cosa que le hizo abrazarse a sí misma cruzándose de brazos. No pensaba salir así que usaba una playera delgada de manga larga, los primeros jeans que encontró y aquellos tenis de su color favorito que le obsequió su abuela unos meses antes.



—¿Y funcionó?—los nervios en su voz eran obvios.



Negó sonriendo. Los dos estaban consientes de que sería un gran cambio en sus vidas pero estaban dispuestos a hacerlo. Bruce había hablado con Alfred al respecto dándole la confianza de preguntarle, el inglés estaba tan feliz de la idea que no paró de sonreír por el resto del día.



Un par de voces provenientes del interior se hicieron notar, Bruce pudo reconocer el tema que discutían con tanta energía. Sabía que Beth no tenía buena respuesta ante los gritos y peleas en general, le asustaban. Sobretodo las que eran entre sus padres, había perdido la cuenta de las veces en que le llamaba con la ansiedad a tope luego de estar en medio de una aunque no tuviera nada que ver con ella.



Beth logró escuchar un poco de la conversación, suficiente para saber que peleaban. Él lo notó en su cambio de expresión por lo que acarició su mejilla dándole una pequeña sonrisa.



—No puedo creer que diré esto pero salir un rato te hará bien—le dijo, llamando su atención.



Asintió accediendo. Trató de darse media vuelta para entrar una vez más por un abrigo, pero fue detenida por Bruce quien sostuvo su mano. El volver era meterse en la discusión y lo entendió con ese gesto por lo que decidió seguirle al auto.



Miraba la fachada de su casa una vez en el Corvette, no podía evitar sentirse culpable por lo que pasaba dentro.



—Hey...—giró la cabeza atenta hacia Bruce en el asiento de piloto—anoche pasé por una tienda cerca del centro y te compré algo.



Le ofreció una pequeña caja que tomó con curiosidad; al abrirla encontró un par de lentes oscuros en forma de corazón. Sin pensarlo dos veces se los puso.



—¿Qué tal me veo?—preguntó.



—Preciosa.



Sonrieron sin perder el contacto visual. Bruce ahora se ponía los suyos, ella no supo de dónde los sacó.



—Todo está muy oscuro pero estoy segura de que te ves como una súper estrella.



Él sonrió acomodando su fleco desordenado que cubría parte de los lentes.



—Te acostumbras.



El motor se puso en marcha haciendo ese característico sonido que Beth reconocería en cualquier parte. Miró por última vez a la casa para después dirigirse al estéreo y subir el volumen de la canción pues parecía que Alex Turner cantaba especialmente para ellos.

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