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Una Fecha Especial (Milo)

Esta historia está inspirada en dos obras de Waterfenix (la encuentran en Saintseiyayaoi.net): «Mi mejor regalo eres tú» y «El mejor regalo», para el evento Halloween remixes 2019 Traté de que el fic fuera entendible aun sin haber leído las historias citadas, espero haberlo conseguido.

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—No te vayas, Afrodita, por favor—se escuchaba la voz de Milo suplicar—, quédate conmigo.

—No puedo Milo, solo tengo permiso para estar aquí una noche y esta, está acabando. Estoy seguro que volveremos a vernos. Hasta entonces, adiós—depositó un suave beso en sus labios y sonrió antes de desaparecer.

Afrodita, se despertó de golpe, el sueño que había tenido le parecía tan real, que más que una ilusión onírica, tenía la pinta de ser un recuerdo, pero, ¿cómo algo así era posible? sacudió la cabeza para alejar aquella molesta sensación, seguro que no era más que un sueño de esos que son tan vividos, que parecen reales. Pasó una de sus manos por el rostro tratando de despejarse.

Milo se revolvió a su lado y de inmediato se sintió culpable, lo último que quería era despertarlo. Lo vio girarse hacia él y no pudo evitar una sonrisa al contemplar su rostro, Milo, era de las cosas más bonitas que le habían pasado en sus múltiples resurrecciones. En definitiva, todos sus sufrimientos pasados, habían sido recompensados en el momento que la vida le otorgó a Milo como regalo.

—Afrodita, ¿qué sucede? —preguntó adormilado Milo, sin abrir los ojos, sacando a Afrodita de sus pensamientos.

—No es nada, vuelve a dormir—le dijo acariciando suavemente su cabello.

—¿Nada? —sonrió y estiró los brazos para atraer a Afrodita a su pecho, el cual, se dejó hacer—. No creo que sea nada sí te despertó tan de repente. ¿Un mal sueño? —quiso saber.

Afrodita negó con la cabeza sin separarla del cuello de Milo, que, al sentir la negación, terminó por abrir los ojos y mirarlo, la curiosidad y preocupación lo terminaron de despertar. Lo atrajo hacia sí con más fuerza y depositó un suave beso en el cabello de Afrodita.

—¿Entonces? —insistió el santo.

Afrodita suspiró y se incorporó levemente para verlo o al menos intentarlo, bajo la escasa luz de la luna, que lograba filtrarse a través de la ventana, miró directamente a los ojos de Milo y se decidió hablar. Después de lo sucedido unas semanas atrás con el asunto del santa secreto en pleno agosto y todo lo sucedido después, ya no lo tacharía de loco, ¿o sí?

—Más que un sueño... —mordió ligeramente su labio antes de continuar—me pareció que era un recuerdo, no sé, era... muy confuso—Milo, lo escuchaba atento y le apretó una mano para instarlo a que continuara—, pero yo estaba muerto y tú... —se miraron por unos instantes a los ojos, Milo intuía las siguientes palabras, pero se mantuvo impasible—, me llamabas y yo acudía a tu llamado, pero eso no puede ser, ¿o sí?

Milo no respondió de inmediato, aunque ya tenían un par de semanas como pareja, aun había cosas que no le había contado, las cartas que le mandó como regalo el tiempo que duró «el santa secreto», se quedaron cortas en lo que a sus sentimientos se refiere, pues éstos estaban desde mucho antes de su aventura en Asgard, incluso, eran anteriores a la rebelión del Santuario. Milo, besó con delicadeza la mejilla de Afrodita.

—Es tarde, mejor descansemos y mañana hablamos. ¿va?

Afrodita lo miró por unos segundos, sin entender qué había pasado, no le pasó desapercibido que Milo de repente se quedó serio, después de mostrar curiosidad y si su imaginación no lo engañaba, hasta preocupación, aquello lo intranquilizó, ¿acaso sí lo creía un loco? se mordió el labio. Quiso preguntarle sí había dicho algo que lo molestara, pero las palabras se quedaron atoradas, cuando, para su dicha, Milo se volvió acostar sin dejar de abrazarlo. Se durmió escuchando el suave latido del corazón del Escorpión.

Milo, plantó delante de Afrodita, una maceta con un rosal, que el santo de inmediato reconoció como una de sus rosas demoníacas y acarició sus pétalos mirando inquisitivo al Escorpión. No se había esperado nunca que alguien pudiera cuidar una de sus plantas y no morir en el intento. Una leve sonrisa apareció en su rostro mientras seguía esperando una respuesta de Milo.

—La encontré días después de la caída de Saga—evitó a propósito mencionar su muerte—, no supe que era venenosa hasta que dio su primer botón.

—Debiste ser alertado al momento de tocar sus espinas—dijo un tanto incrédulo.

—Supongo, pero no le di importancia, hasta que se recuperó totalmente y casi me mata.

—Ya veo—dijo Afrodita con tono serio—pero eso no explica el por qué la conservaste, al contrario, me deja con más intriga.

Para ese momento, Afrodita, se encontraba cerca de Milo y prácticamente le había dicho aquello rozando sus labios en un gesto bastante coqueto, casi como burlándose de él y retándolo a que le dijera que no la había conservado por él. Milo estuvo tentado de olvidar su confesión y tomarlo ahí mismo, en cambio, se alejó un poco para centrarse en su respuesta.

—Ya había comenzado a cuidar de ella, no me pareció correcto echarla así no más. Solo debía tener cuidado a la hora de tratarla.

Se encogió de hombros para restarle importancia al asunto. No planeaba confesarse tan rápido ni tan fácil, suficiente había sido con todo lo que le relataba en las cartas, para él era fácil comunicarse por escrito, no tanto verbalmente, no cuando de sus sentimientos se trataban. Vio Afrodita sonreír ampliamente y acercarse de nuevo a él. Alzó una ceja.

—¿En serio? —retó—. No es lo que las rosas dicen.

Milo las miró con fastidio y con ganas de llamarlas chismosas, ahora estaba seguro que Afrodita ya sabía las respuestas que esperaba salieran de su boca, solo para satisfacción de su ego; estaba en clara desventaja frente a su pareja. Suspiró con resignación.
En un par de semanas, había descubierto que, cuando Afrodita estaba de humor y prestaba atención a las pulsaciones de las plantas, prácticamente nada de lo que ocurría en el Santuario pasaba desapercibido para el santo. En pocas palabras, siempre era el primero en enterarse de los chismes. Rodó los ojos.

Solo sus debates internos y sus ganas de odiar todo cuánto había en el Santuario —recordó Milo —una vez que volvió del permiso que le había otorgado la diosa, lo habían hecho mantenerse desinformado, si no, es probable que se hubiera enterado mucho antes que todo el asunto del «santa secreto» y que «casualmente» se obsequiaran mutuamente, había sido obra de Saga y, muy probablemente también, en ese momento, no estarían juntos, Afrodita podía ser bastante terco cuando se lo proponía.

Milo juraba que cuando Afrodita se enteró de aquello, casi maldijo al santo de Géminis y sí no lo hizo, fue únicamente porque él le hizo notar que por esa razón ahora estaban juntos y que debían agradecerle. Claro que, en ese momento, Milo no sabía hasta qué punto Afrodita odiaba a Saga y tal vez, nunca lograría saberlo a ciencia cierta, pues se negaba hablar del tema, pero al menos, de ese tiempo a la fecha, parecía que podía tolerar la presencia de Géminis. Un gran avance, sí se lo preguntaban, ya que al principio ni siquiera soportaba estar en la misma habitación que Saga.

—¿Y bien? —la voz de Afrodita lo saco de sus pensamientos.

—No sé qué quieres que te diga, sí ellas—apuntó a las rosas acusadoramente—, ya te lo contaron todo.

Vio a Afrodita hacer un puchero y eso le hizo reír levemente. Afrodita era una caja de sorpresas y nunca sabía cómo iba a reaccionar, podía reír, llorar o enfadarse, por la misma razón o incluso cambiar de humor de un segundo a otro sin razón aparente. Aun así, le encantaba, realmente ese torbellino de emociones había logrado cautivarlo incluso antes de que él mismo fuera consciente de ello.

Miró con detenimiento al rosal chismoso y no podía culparla; seguro estar recluida en una habitación alejada dentro de su templo debió ser aburrido para ella sin tener con quién charlar o expresar sus sentimientos. Genial, —pensó con ironía —ya la veía como un alguien, para la próxima, seguro le ponía nombre.

Cuando descubrió que aquella rosa, que había encontrado a punto de marchitarse, justo después de la Batalla de las Doce Casas, era de las que Afrodita había creado con su propio cosmos —recordó—, se esmeró mucho en su cuidado y siempre le contaba sus penas, sus alegrías y sus recuerdos; lo sentía como sí así se pudiera comunicar con él, con Afrodita.

—Lo extraño, ¿sabes? —le había dicho una vez, mientras la podaba—, es extraño, porque eso lo debería decir por Camus, no por él, pero tenerte aquí, hizo que me diera cuenta que a quién quería era él y gracias a ti, puedo sentir que estamos cerca. Como una conexión. Aunque él nunca me tuvo en cuenta —comentó con cierta tristeza.

No sabía sí eran figuraciones suyas, pero cada vez que les hablaba a las rosas, sentía un cambio en lo que, a falta de una mejor palabra para describirlo en ese momento, llamó su cosmos, ahora, gracias a Afrodita, sabía que eran sus pulsaciones y que, en efecto, la rosa le hablaba, aunque claro que el nunca pudo entender más de la propia tristeza de la planta cada vez que recordaban a Afrodita, compartían ese sentimiento de tristeza al saber que el bello santo ya no estaba con ellos.

—Ya me estoy volviendo loco —arrugó la frente y luego sonrió—, casi podría jurar que me respondes, supongo que también lo extrañas, ¿no? —un nuevo cambio de energía en la planta le hizo comprender a Milo que así era.

Loco o no, para Milo, aquella rosa era su confidente. Había días en que sentía que una soledad y una tristeza lo abrumaban y otras, rabia y rencor; cuando lo meditaba, se daba cuenta que esos sentimientos no eran suyos, era como si alguien más estuviera ahí en su templo.

Casi para finales de octubre, cuando las plantas comenzaban a perder sus colores encendidos y a matizarse con suaves tonos naranjas, Milo, se esforzaba porque su rosal se mantuviera vivo durante aquella época buscando información para prepararla lo mejor posible para el invierno. Después de su entrenamiento, se esmeraba en cuidados y mimos.

—Hoy vamos a subir a Piscis—le había dicho a la planta después de revisar que no tuviera hojas secas—seguro que te agradará volver —comentó en tono animado.

«Alde, hoy nos contó que en México tienen la costumbre de hacer ofrendas en honor a los difuntos y nos convenció de que le hiciéramos uno a nuestros compañeros caídos, pero tú y yo, vamos hacer uno exclusivamente para él, bueno, no toda tú, ya estás grande y no puedo cargarte hasta allá, espero no te moleste sí tomo algunas de tus flores para obsequiarlo —continuó su charla, mientras la seguía revisando.

«Dice Alde, que en el altar hay que poner algo que el difunto disfrutara mucho en vida, como su comida preferida o aficiones y ¿qué mejor que tú, para ofrendarle a Afrodita? Quizá tengamos suerte y nos visite —dijo en un susurro esperenzador».

Comenzó su ascenso y en cada templo que pasaba se detenía un momento y lanzaba una plegaria por el santo caído. Cuando pasó por Acuario, se sintió fatal, pues le había dedicado pocos pensamientos a Camus, el hombre que se suponía había amado. Se detuvo más tiempo en el decimoprimer templo de lo que lo había hecho en Sagitario y Capricornio para calmar un poco su conciencia.

Finalmente, llegó a Piscis y se puso manos a la obra, buscó en el templo cosas que pertenecieran a Afrodita, un espejo bellamente ornamentado, un par de libros de su biblioteca, entre otras cosas que encontró y, finalmente, en un florero las rosas rojas.

Se aferraba a la esperanza de que la idea de que los seres queridos que habían partido al más allá, realmente regresaban para esas fechas y no sólo fuera una creencia de una cultura y tradiciones tan lejanas a las suyas como la mexicana. Su corazón realmente esperaba volver a ver a Afrodita, aunque fuera unos minutos.

Se quedó dormido. Cuando se hacía la transición entre el treinta y uno de octubre y el primero de noviembre, sintió un fuerte aroma a rosas, de inmediato se despertó, aquel perfume no era el de las rosas demonio, sino la fragancia que de él se desprendía. En la oscuridad del templo, lo buscó con desespero. Lo encontró viendo fijamente el altar, apoyado en uno de los pilares del templo.

—¿A-Afrodita? —lo llamó casi en un susurro, temía que fuera una ilusión.

—¿Milo? —Afrodita lo volteó a ver con el ceño fruncido—. ¿Fuiste tú quien me llamó? ¿Por qué?

Le dedicó una dura mirada y el corazón de Milo se encogió, no era esa la mirada que quería recibir de él no después de tanto tiempo sin verlo. Bajó la vista apenado, no esperaba que lo molestaran sus acciones. Afrodita, con su gesto, le demandaba una explicación, Milo, simplemente agachó la cabeza antes de responder.

—Yo… te extraño mucho.

—¿Cómo? —preguntó sorprendido Afrodita, Milo, levantó la cabeza por el susto de verlo parado frente a él, pero rápidamente se compuso.

—Te extraño—repitió, casi hipnotizado por tener el rostro de Afrodita tan cerca del propio.

No pudo evitar el impulso de acariciar el rostro que tenía en frente, contrario a lo que pensó, no estaba frío y al ver que Afrodita no lo apartaba y cerraba los ojos para disfrutar su tacto, se animó a delinearlo, pasando su índice por todo su rostro, deteniéndose un momento en su lunar y acariciando suavemente su boca. Disfrutando de la caricia.

—¿Qué es lo que quieres Milo? —preguntó Afrodita acercando más su rostro al de su compañero.

—Sinceramente, no lo sé—dijo cerrando la distancia qué los separaba fundiendo su boca con la ajena.

Ambos olvidaron que uno de ellos ya no estaba vivo dando paso al deseo, que, sin saberlo hasta ese momento, habían acumulado durante años y se amaron como sabían no lo iban a volver hacer nunca, así que aprovecharon esa noche que los dioses les regalaron.

Milo, despertó dándose cuenta que se había quedado dormido en suelo de Piscis y hubiera creído que lo que vivió esa anoche no era más que un sueño, sí no fuera porque sobre él, había un par de mantas que abrigaban su piel desnuda y a su alrededor, pétalos de rosas blancas y rojas. Pasó el día recogiendo todo y sintiendo su corazón más ligero.

—Así que, realmente estuve aquí después de muerto.

Milo asintió, sentía cierta vergüenza por aquel episodio, aunque mentiría si dijera que se arrepentía, esa noche, había sido la mejor que había tenido en años. Estar con Afrodita era como un baño de agua fresca bajo el sol de julio. Era maravilloso.

—No me arrepiento, aunque suene enfermo —arrugó la frente.

Afrodita río de buena gana, él tampoco podía decir mucho al respecto, aunque era algo muy vago dentro de su mente e hizo que se preguntara ¿cómo es que hasta su última resurrección se había dado cuenta de lo que por Milo sentía? Y, ¿cómo es que Saga se había dado cuenta antes que él mismo?
Tal vez, Milo, tuviera razón y tenía que agradecerle por la felicidad que le había brindado, aunque luego lo meditó y se convenció de que seguro el muy estúpido sólo quería congraciarse con él y expiar un poco su culpa, así que decidió dejarlo en el infierno al que dentro de su mente lo había mandado.

Miró la fecha en el calendario que había en la cocina del templo del Escorpión y sonrió con travesura mirando directamente a los ojos de Milo, que arqueó una ceja ante la sonrisa de Afrodita. Sabía que algo trama a, Afrodita podía ser demasiado transparente ante sus ojos.

—¿Qué? —preguntó con duda.

—¿Crees que podamos marcar el día de mañana como nuestro aniversario? —preguntó con inocencia.

Milo miró de igual el calendario: era la tarde del 31 de octubre. Sonrió ante la sugerencia, solo Afrodita podía encontrar romántico algo que, para la mayoría —incluido él sí alguien le contara algo así—, sería tétrico.

—Tal vez y también pueda que logré hacerte recordar esa noche—sugirió.

Subieron a Piscis a esperar la madrugada del Día de todos los Santos; con pétalos alrededor de ellos y unas mantas en el suelo, ambos volvieron a entregarse al dulce placer que sólo estando juntos podían sentir y tal vez, sí podían hacer de la fecha, un día especial después de todo.

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Sufro insomnio y estoy arreglando viejos fics y re-subirlos, disculparan las molestias. :P

P.S. Los siguientes dos o tres fics también serán de Milo, pero este será en el único que me verán hacer referencia alguna al Milo x AsesinodeShura (tenía que decirlo).

¡Gracias por leer!

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