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Opera (Camus)

Esta ya la había subido anteriormente y los cambios que hice no son significativos. Espero la disfruten.

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Afrodita terminó de ajustar su corbata antes de sujetar su cabello en una coleta baja. Con un vistazo rápido al espejo, le dio el visto bueno a su apariencia y tras ello, tomó su saco y se dispuso a salir de su templo, asegurándose de llevar su billetera.

La noche comenzaba a caer y las estrellas titilaban tímidamente en el firmamento, el viento frío de finales de otoño, golpeaba el bello rostro de Afrodita, que disfrutó de la sensación un momento antes de comenzar a bajar las escaleras que separaban cada uno de los templos del Santuario.

Pasó por Acuario apenas notando qué su guardián no se encontraba, en Capricornio, Shura le dio el pase muy quedamente. Afrodita supuso que, el de Capricornio, intuía —y de manera muy acertada —qué seguía enfadado por no haber accedido acompañarlo al teatro.

El decimosegundo guardián, maldecía en su mente a sus amigos por dejarlo solo, pero también les agradecía la honestidad, no hubiera sido agradable tener a un Shura bostezando de cuando en cuando y a un DeathMask menos discreto y más dormido en pleno primer acto.

Al llegar a Escorpio se topó con lo que intuyó era una típica discusión entre Milo y Camus. Elevó una ceja de manera leve en acto reflejo al ver al caballero de Acuario enfundado en un traje sastre a medida, muy similar al que él mismo portaba, solo que el de Camus era negro y el de él, gris oscuro. También notó qué el pelirrojo, llevaba el cabello sujeto en una media cola, mientras que Milo estaba en pijama.

Pese a la sorpresa qué le causó ver al de Acuario, decidió pasar de largo, era obvio que no necesitaba anunciarse y dudaba que Milo le detuviera. Ni siquiera les saludó y tampoco prestó atención a lo que los santos se decían, pero apenas puso un pie en el primer escalón qué lo llevaría a Libra, se detuvo al escuchar su nombre de labios del Escorpio.

—Afrodita —se giró a verlo y alzó una ceja—, ¿vas al teatro? —cuestionó con una sutil sonrisa el octavo guardián.

—Milo —el tono de advertencia en la voz de Camus no pasó desapercibido para el escorpión, pero no le dio importancia y procedió a explicarse a su amigo olvidando que Afrodita esperaba una explicación a aquello.

—Es buena idea. No creo que a Afrodita le moleste acompañarte o que lo acompañes —dijo mirando en dirección de Afrodita, intuyendo tenía el mismo destino de Camus. El mencionado se giró a verlos—, además, parece el tipo de persona que gusta de esas cosas.

—¿Disculpa? —cuestionó Afrodita ligeramente confundido.

—Vas al teatro, ¿no? ¿Por qué no vas junto a Camus? Así no me molesta a mí para que lo acompañe.

—Milo —volvió a repetir el Acuario —voy a ver una obra en francés, no creo que...

—¿Romeo et Juliet? C'est le même travail que vais-je voir —dijo Afrodita en un francés qué a Camus se le antojó casi perfecto.

Afrodita decidió usar el idioma nativo de Camus intuyendo que el francés no creía posible que él supiera el idioma y sí algo odiaba Afrodita, es que menospreciaran su fuerza e intelecto solo por su belleza.

—Oh... —fue lo único que pudo decir el francés. Milo sonrió, no era fácil dejar al de Acuario sin palabras.

—Bien, dado qué van a ver la misma obra y sí no me equivoco, ninguno de los dos va acompañado, deberían ir juntos —la sonrisa traviesas que bailaba en los labios de Milo no fue ignorada por Camus, que lo miró de manera asesina.

—No tengo problema con ello —Afrodita dijo mirando su reloj de pulsera—, pero sí no queremos llegar tarde, será mejor irnos ya.

Camus lo pensó una fracción de segundo y asintió. No tenía caso seguir demorándose y, para su frustración, la sonrisa que no abandonaba los labios de Milo, le hicieron sospechar qué en la mente de su amigo comenzaban a formarse ideas sobre él y Afrodita qué nunca iban a pasar. ¿Qué posibilidades había? Ninguna.

Sin mucha convicción, ambos santos se encaminaron al teatro donde, para frustración de Afrodita, usaron el palco que Camus había reservado al estar ligeramente mejor ubicado. Ninguno de los dos entendía porque seguían en la compañía del otro, cuando bien pudieron separarse una vez que perdieron a Milo de vista.

Durante el intermedio ambos santos intercambiaron opiniones sobre lo que les estaba pareciendo la obra, Camus no se sorprendía mucho de las apreciaciones estéticas que Afrodita hacía, finalmente sí de algo conocían al sueco, era precisamente por su apreciación a la belleza, pero el francés también descubrió que Afrodita era culto en muchos ámbitos y que dominaba varios idiomas.

Afrodita, conforme avanzaba la noche, también fue apreciando la compañía de Camus y se sorprendió de que tras esa apariencia fría había un hombre lleno de sorpresas, tanto que hacia el final de la noche, se encontraba enfrascado en una amena conversación en francés con su compañero de armas en el templo de Acuario.

Por la mañana, al despertar, Camus no se sorprendió ni le molestó que Afrodita se haya ido en algún momento de la madrugada. El único recuerdo físico de la noche que pasaron juntos se hallaba a un lado de él: una pequeña rosa roja puesta en la almohada que el sueco había a ocupado.

Tomó la rosa y le hizo un ataúd de hielo para conservarla, por un momento pensó en ocultarla de la mirada de Milo, pero decidió dejarla en un lugar visible, aunque eso significara soportar las bromas y preguntas de su amigo Escorpio.

Bajó hacia el coliseo para su entrenamiento matutino y se acercó a donde estaba Milo, quién simplemente arqueó la ceja en pregunta muda a su curiosidad. Antes de responder, Camus paseó si vista por el coliseo hasta toparse con la mirada de Afrodita, quien le regaló la sonrisa más brillante qué jamás le haya vista.

—Esa sonrisa me hace pensar que me debes un gran gracias —dijo Milo en tono pícaro —y no me refiero a la sonrisa de Afrodita —finalizó dándole una palmada y guiñando un ojo de manera coqueta.

Camus, al darse cuenta de lo que Milo estaba hablando dejó de sonreír en el acto y le dirigió su mejor mirada gélida a su compañero. Milo simplemente se encogió de hombros sin perder el gesto de burla.

Afrodita, fue consciente del momento en que Camus llegó al coliseo, sonrió cuando el de Acuario lo miró y le devolvió la sonrisa. Se imaginó a ambos en el templo de Piscis charlando en sueco, pero no lo creía posible, ni que el francés aprendiera su idioma, ni que una noche como la anterior se repitiera.

Sus pensamientos fueron interrumpidos por la voz de Shura, ajeno a los pensamientos de su vecino y sin volver su vista a Camus, Afrodita siguió la conversación que sostenía con sus amigos.

Camus, regresó su vista al sueco, quien ya charlaba animadamente con sus inseparables y tuvo una idea, la próxima vez, sería él quien sorprendiera a Afrodita, sonrió de manera casi imperceptible, desde ya, aprendería a hablar sueco.

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¡Gracias por leer!

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