Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

2. SUS DEBILIDADES, MIS ARMAS

—¡Bert, despierta que ya es tarde! —le grito en el oído a mi amiga a propósito. Está roncando con ímpetu y esta es otra de las cosas de Bert. Ronca. Y ronca más que un tractor viejo cuando está cansada.

—¡Ahhhhhhh, cazzo! —exclama esta sobresaltada y se retuerce intensamente en la cama, por el susto que le he pegado.

Me pongo la mano a la boca de momento, intentando ahogar la risa que me sale a primera hora de la mañana. Mi amiga levanta su torso y se apoya en los antebrazos. Está despeinada y se ve verdaderamente graciosa así somnolienta, con su pelo rubio revuelto y bolsas debajo de los ojos. Se frota con las manos y después me mira desorientada.

Ragazza, qué coño estás haciendo? —pregunta muy consternada—¿Estás loca? ¡Me has dado un susto de muerte!

Me rio sonoramente y al instante me tiro sobre ella en la cama. Abre los ojos cuando me ve encima de ella. Acabo de ir a su propio cuarto, ya que no compartimos habitación desde que Alex nos pagó un piso en la zona VIP de la residencia.

—Nada—contesto y le doy un beso apretado en la mejilla. La abrazo contenta y le vuelvo a dar otro beso. Anoche no la vi, llegó a la residencia demasiado tarde y yo estaba dormida, por lo tanto, nos fue imposible hablar.

Esta sonríe y me devuelve el abrazo con mucho cariño.

—¿Qué te pasa? —se ríe todavía pasmada.

—No sé... estoy feliz —la aprieto más a mí.

—Ehhhhhh —exclama esta y hace que levante la cabeza y la mire, mientras que dejo caer mi cuerpo al lado del suyo, en la cama—. ¡No me digas que estás feliz de volver a la universidad! —abre la boca sorprendida y se apoya en un antebrazo.

Me rio otra vez al ver la expresión en su cara. Aprieto los labios y muevo un poco la cabeza, como diciendo "un poquito".

Mucho. Porque eso significa que lo veré... y que lo enfrentaré.

—¡Das asco! —grita esta indignada a la vez que agarra la almohada y me la estampa en toda la cara— ¿Será posible? Chica, nadie quiere volver a las clases, ¡salvo tú!

Me tumbo bocabajo y la sigo mirando inquieta y con mucha energía, tanta que empiezo a doblar y a mover mis piernas en el aire.

No, Aylin no puedes ponerte nerviosa, pase lo que pase hoy.

—¿No echabas de menos estos momentos?

—¿Madrugar? —pregunta incrédula—. ¡Ni loca!

El ruido de mi risa invade la habitación de Bert nuevamente.

—¿Madrugar? ¡Son las ocho, Bert! —clamo enseguida, mirando el reloj despertador que hay sobre su mesita de noche.

—¿Las ocho? —pregunta y gira la cabeza para mirar el despertador. Después me mira, todavía boquiabierta—. ¿Te das cuenta de que me acabas de robar media hora de sueño, ehhh loca?

Coge y se da la vuelta con dos ovarios bien puestos, enterrando su cabeza en la almohada, con la intención de seguir durmiendo.

—Me levantas a y media, ¿vale? —balbucea con una voz casi indescifrable y me da la espalda.

—¡No! —bramo enseguida y empiezo a hacerle cosquillas. No pienso dejarla dormir más, asumiendo el riesgo de que me mande a la mierda enseguida, conociendo su mala leche por la mañana—¡Venga Bert —le ruego agitada—. ¡Mueve este culo fuera de la cama!

Le doy unos pellizcos en el trasero y esta empieza a moverse de nuevo.

— Ehmmmmm Lyn... —sigue hablando con voz de borracho, mientras que intenta frenar mis manos—. Te prometo que te invito a una barrita de cereales de la máquina si me dejas dormir.

—Bert —insisto—. Hoy por nada del mundo podemos llegar tarde, tenemos Finanzas a primera —le chincho—. Bert...

No puedo llegar tarde... , pienso mientras que miro el techo. No le daré el gusto de regañarme y volver a mostrarme su maldita arrogancia.

Veo que esta también se coloca bocabajo y voltea la cabeza hacia mí.

—Ya sé porque estás feliz —habla sospechosa y aprieta sus párpados con suavidad. Clava el codo en la almohada y se lleva la mano a la barbilla—. Es porque verás a tu profesor, ¡ahhhhhhhhhh!

Carraspeo incómoda por haberme delatado, al mismo tiempo que la capulla que tengo por amiga grita emocionada.

—Bert... estoy feliz por el hecho de seguir con vida. Nada más que por eso—respondo y la fijo con mi vista.

Su cara se torna seria y empieza a acariciarme el brazo.

—Ayyyyyyyy —suspira y me da un abrazo. Posa su cabeza sobre mi hombro—. Te he echado de menos, ex santurrona. Y... siento mucho todo lo que te dije por teléfono —dice entonces con voz apagada cerca de mi oído.

—Yo también te he echado de menos, ragazza loca —musito muy emocionada y pienso que verdaderamente tengo mucha suerte de seguir aquí con vida, abrazando a mi amiga—. Sabes que no era mi intención juzgarte y tampoco quiero romper tu relación, solo que Bram...

—Sé que Bram a veces es un poco desagradable y da la impresión que no me quiere, pero te pido por favor que le des una oportunidad—me interrumpe.

¡Joder! ¿He escuchado bien lo que ha dicho? La despego de mí y la miro muy extrañada, puesto que en mi cabeza no entra que ella le siga defendiendo. Definitivamente, la necesito de mi lado y el que esté enamorada de él y esté cegada no me ayuda en nada.

—¿Qué narices te está pasando, Bert? —aprieto mis dedos sobre su hombro y me empiezo a enojar—. Bram te está maltratando.

—¿De dónde sacas eso? —comenta rápido y, desgraciadamente, me estoy dando cuenta de que está negando otra vez lo evidente.

—¿Por qué lo haces, Bert? ¿Por miedo, verdad? Sabes, yo... —empiezo a hablar y le quiero soltar ya de una puñetera vez que soy una diosa en el Templo y que su maldito "novio" es un puto asesino.

Pero ¡maldita sea! No me da tiempo.

—¡No, Lyn! —dice y noto cierto dolor y desesperación en su voz—. Es mi vida, ¿vale? —comenta molesta— Y tienes mucha suerte de no estar en mi lugar. Ni tú ni nadie me podría comprender.

Titubea y se vuelve triste.

Te comprendo perfectamente cariño...

Mi amiga se levanta de la cama de golpe e intenta cambiarme de tema. Miro el reloj y queda muy poco para que nos vayamos y lo cierto es que quiero que todo vaya según lo planeado. No puedo dar ni un paso en falso.

—Y venga, ya que me has levantado, vamos a desayunar. Se nos está haciendo tarde —la escucho decir, por tal de evadir el tema.

Pero su tiempo se está terminado, hablaré con ella en el momento idóneo.

—¡Vaya! Menos mal que te has dado cuenta, Bert —me rio y miro el reloj.

Uffff ¡mierda! Son ya las ocho y veinte.

Le sonrío y me dirijo a mi habitación con mucha velocidad para prepararme. Abro el armario y pienso qué ponerme, ya desquiciada. Pensar es a lo que me he dedicado en estas últimas semanas. En estas sinuosas semanas, más bien.

Vuelvo a pensar en ella. Sé lo que supone tener un contrato de ninfa. Bram tiene a Roberta amenazada y la policía tampoco puede meter sus narices, y esto es un punto en contra. Esa gente es capaz de todo y estoy empezando a concienciar donde estoy metida. Donde estamos metidas, más bien. Y a esto, tengo curiosidad en saber qué intentarán hacerme a mí, teniendo en cuenta que yo fui la que vi a aquella chica ensangrentada, básicamente soy una testigo. Y ellos lo saben, al igual que lo sé yo.

Me entra un escalofrío de repente al asumir en mi mente que intentarán quitarme del medio y respiro agitada. Me llevo la mano al corazón y ese dolor intenso vuelve, sin que yo pueda evitarlo. Al instante, vuelvo en mí y pienso que no me puedo dejar intimidada y tengo que actuar antes que ellos.

Y sí, Aylin... ha llegado el momento de que te lo cobres todo. Todo y más.

Rozo con mis dedos la tela de unas medias negras de media pierna y elijo un vestido elegante, pero a la vez casual de color granate del armario. Un vestido demasiado corto, pero me da igual.

El rojo le gusta, sí... Emplearé sus debilidades a mi antojo.

No me voy a poner sujetador, solo un tanga minúsculo. Lencería fina y sexy, como a él le gusta. Tiro las prendas de ropa encima de la cama y me siento delante del espejo para maquillarme.

Recuerdo sus palabras, mientras que masajeo mi cara con la crema hidratante. Acto seguido, paso mis dedos por mis cejas, y después por mis labios, sin dejar de mirarme en el espejo.

"Una diosa siempre deberá ir arreglada. Por dentro y por fuera"

No hay vuelta atrás y hoy comenzaré por él. Será el primer paso que daré para que mi plan siga adelante. ¿Podría simplemente olvidarme del Templo y del pasado y seguir con mi vida, que es lo que él quiere? Jamás. Y eso es porque los recuerdos le quedan a una clavados muy adentro, como miles de trozos de cristal minúsculos que hieren continuamente, que te hacen sangrar y que encima no puedes sacar. Mi corazón ya está manchado de sangre y podré aliviarlo solo de esta manera, vengándome.

Me perfilo los ojos suavemente con un lápiz de ojos negro, al igual que los labios. Me visto mientras que no paro de darle vueltas a todo lo sucedido en las últimas semanas, las imágenes vienen y van. Y me tengo que mantener de esa manera, con todo en mente para no olvidarme de mi objetivo.

El primer paso será seducirlo. Volverlo loco de deseo. Demostrarle que esto no ha terminado y que no podrá vivir sin mí... pienso mientras que subo la cremallera de mis botas altas negras.

Que vea a lo que ha renunciado. Que quiera tenerme. Que quiera dominarme y poseerme. Que se arrepienta por su cobardía. Que se dé cuenta de que me ha perdido. Que sufra.

Me miro en el espejo antes de salir de la habitación y sonrío complacida con lo que veo. Cojo el abrigo negro y añado el último ingrediente que me falta para aniquilarlo completamente hoy: la colonia. Inspiro profundamente el olor a coco y evoco en mi mente su olor masculino tan característico. Ese olor que tengo ganas de que me invada y sin el que sé que nunca podré vivir.

Respiro profundamente e intento olvidarme del amor en estos momentos. Más de una vez me dejé guiar por mi amor por él y no me fue nada bien. Aprieto los ojos cuando recuerdo todas las veces que le decía que le amaba y la manera desesperada en la que le suplique aquel maldito día en el Hotel Gold.

La manera en la que le rogaba que reconociera que me amaba y que no me abandonara hace que vuelva a sentir ese dolor insoportable, el dolor de la pérdida y de la derrota.

Muevo la cabeza para ahuyentar estos recuerdos al mismo tiempo que salgo por la puerta decidida y me centro en no llegar tarde. Bert está ya arreglada para mi sorpresa, y después de darle unos bocados a una tostada de mantequilla y unos sorbos al café, salimos con prisa de la residencia.

— Venga Bert, vamos. No quiero llegar tarde —le meto prisa, tirando de su brazo escaleras abajo en la residencia.

—¡Espera! —me dice esta confusa, mientras que saca unos chicles de su bolso—. Nena, ¿qué te pasa con el "no llegar tarde"?

Nos disponemos a cruzar la carretera y miro el reloj ajetreada, al mismo tiempo que escucho un pitido en mi móvil. Un mensaje de texto.

Hola, he recibido tus mensajes. Espero que hicieras lo que te dije. ¿Estás disponible hoy?

Le contesto deprisa muy decidida y vuelvo a mirar la hora. Voy bien de tiempo, menos mal.

Sí. ¿Sitio?

—¡Lyn! Estás muy distraída, pensando en el mensaje que me acaba de enviar la agente de la FBI—escucho la voz de mi amiga—¿Ese móvil es nuevo, tú no tenías uno plateado?

La miro crispada, intentando encontrar una buena excusa de por qué tengo dos móviles.

—Ahhhh sí, solo que se me rompió la pantalla del otro y lo llevé a reparación.

Esta asiente con la cabeza y suelta un bufido cuando llegamos a la entrada de la facultad.

—Bjuaaaa, qué pereza...

Sonrío divertida y miro a mi alrededor inquieta. Se está acercando el momento.

—Bert, ¡no te quejes! A mucha gente le gustaría estudiar en Harvard y no tienen la posibilidad de hacerlo.

—Ya lo sé, pero esto se me está poniendo cuesta arriba, he suspendido cuatro asignaturas este trimestre. Y una de ellas Finanzas—dice de morros mientras que subimos las escaleras de la Facultad de Negocios. Nuestra facultad.

—Podrás aprobarlas, yo te ayudaré, ¿vale? —le comento y sigo manteniendo esa alegría que me relaja, pero también sigo vigilando el reloj.

Se escucha el teléfono de Berta al instante y entonces me estoy poniendo nerviosa, indiscutiblemente, no nos podemos retrasar.

—Un momento Lyn, que tengo que contestar.

—¿Ahora? —pregunto y miro el reloj. Veo que quedan siete minutos hasta que la clase empiece.

Estamos en la primera planta y ya me está empezando a entrar la ansiedad, tanto que incluso siento que hasta se me ha olvidado andar en tacones.

¡Puñetas! No me puedo poner nerviosa precisamente ahora. Me niego..., avisa la voz de mi conciencia.

—¡Venga habla, pero sigue caminando! —le indico ruda.

—Es Bram, debo contestar , además necesito ir al servicio también —dice y noto que no quiere hablar delante de mí.

—Pues ve al servicio, pero no tardes. Yo voy a subir.

Sí, debo subir deprisa, no puedo cometer ni un error.

—Vale nena. ¡No tardo! —la escucho decir, mientras se dirige al servicio de la primera planta.

Ayyyy Bert, Bert. Me desesperas...habla la voz de mi frustración ahora mismo, que la está pagando con mi amiga.

Sigo subiendo las puñeteras e infinitas escaleras y siento que me va a dar algo, lo único que espero es que no me sonroja demasiado y estropearlo todo. Él me dijo una vez que era muy expresiva, y sé que debo corregir ese detalle e intentar convertirme en un libro cerrado. Que me abra solo si yo se lo permito, y no más. De lo contrario, mi plan podría peligrar.

Me tranquilizo pensando que voy bien de tiempo y levanto la barbilla, mientras que me paso la mano por el pelo inyectándome a mí misma dosis potentes de confianza.

Oh síiiiii... saldrá todo bien.

Veo la puerta de la clase y me dirijo con pasos decididos. Curiosamente, la puerta está cerrada aunque sea temprano todavía y cuando agarro el pomo y abro... ¡Sorpresa! Me quedo de piedra. Algo inesperado ha ocurrido. Oh mierda, algo jodidamente inesperado está pasando, algo que no estaba planeado. El profesor de Finanzas está dentro ya.

¡Mierda! Había planeado que cuando él llegara, yo debía estar ya dentro y no al revés.

Me quedo en la puerta helada y mi jodido corazón empieza con su tambor tan familiar. Los latidos fuertes se apoderan de mí cuando lo veo ahí plantado delante de la clase, de pie, con su típico traje negro, camisa blanca y corbata oscura. Y hasta parece que tengo un deja vu.

¿Es que se ha adelantado?

Intento que no se dé cuenta de lo jodidamente alterada que estoy ahora mismo y, mientras que agarro el pomo de la puerta con más fuerza, doy un paso para dentro.

—Buenos días, ¿puedo pasar? —pregunto y ni sé cómo he juntado las fuerzas para hablar sin tartamudear, que es lo que me suele pasar cuando estoy fuera de mí.

Noto su cara un tanto cambiada al verme, aunque disimula mucho mejor que yo. Analizo su rostro serio e inexpresivo —nada nuevo — y me quedo a la espera de su respuesta, mientras cierro la puerta de la clase y alcanzo a mis compañeros con mi mirada. Veo que no están todos, era de esperar que faltara gente el primer día de clases, después de las Navidades.

—No, no puede señorita Vega —contesta este rotundo y mete las manos en los bolsillos, quedándose en el mismo sitio, sin dar ni un paso hacia mí —. Sabe perfectamente que debe ser puntual a sus clases.

¿Está de coña o se ha chocado con una farola antes de llegar?

Imposible que yo haya llegado tarde esta vez. Entonces, levanto una ceja con suavidad y miro el reloj elegante anclado en mi muñeca. Nueve menos cinco. Aprieto los labios con arrogancia y doy unos pasos hacia él, de manera más bien lenta. Quiero acercarme lo suficiente como para que le llegue mi perfume.

—Profesor, sé perfectamente que debo ser puntual, y lo soy —empiezo a hablar con una normalidad fingida —. No es mi culpa que usted haya llegado cinco minutos antes. ¿No le parece? —añado terminante y me quedo esperando, sin dejar de mirarle.

Examino satisfecha la expresión en su cara y veo que está asombrado. Levanta la mano enseguida y mira su Rolex. Asume que tengo razón, pero no me dice nada, solamente se humedece los labios y se lleva la mano a la corbata. A esa corbata negra... Me relamo los labios y el momento de tensión generado entre nosotros hace que quiera quitarme del medio ya para no levantar sospechas con mis compañeros. Y también para que no se me vaya de las manos.

—Bueno, ahora discúlpeme, me voy a sentar —añado decidida y me doy la vuelta, sin esperar su permiso. Solamente empiezo a caminar.

—Por supuesto —escucho su voz ronca detrás de mí.

Una corriente me recorre. Esa voz. Solo su voz hace que me estremezca y que tenga ganas de saltar a sus brazos.

¡No Aylin, cojones! ¡Vuelve!, pienso por dentro dolida.

Camino solo unos pocos metros, ya que elijo sentarme en primera fila, para que así pueda tener vía libre a él y él a mí y tentarlo más. De hecho, tengo mucha suerte porque están faltando muchos compañeros y quedan sitios disponibles. Le sonrío a Josephine, una compañera y me pregunto por qué Adam no está hoy. Me siento lo más silenciosa que puedo y coloco mi gran bolso a mi lado, al mismo tiempo que me cruzo de piernas.

Saco mis libretas muy concentrada, sin ni siquiera mirarlo y empiezo a prestarle atención a mi teléfono, abstraída de lo que pudiera ocurrir delante de mí. No mirarlo mucho también es parte del plan. Solo escucho su voz al mismo tiempo que abro la página del "Journal of Finance" en mi móvil.

—Bueno... —lo escucho.

Súbitamente se escucha la puerta y el profesor queda interrumpido por Berta.

—¡Hola genteeeeee! —dice esta muy alegre y a gritos cuando entra por la puerta. La loca de mi amiga quería hacer una entrada triunfal, ya que es la voz cantante de nuestra clase por lo extrovertida que es. Se lleva bien con casi todo el mundo y es normal. Mi amiga es muy simpática y sociable.

Se queda congelada de momento cuando ve que el profesor ha empezado ya la clase y entonces baja la mirada.

—Profesor...

Todos nos estamos riendo por lo cómica que resulta ser mi amiga. Salvo él.

—Señorita Monticelli. Veo que llega usted con mucha energía.

Su voz suena intimidante.

—Ehhhhmmm —Bert aprieta los labios incómoda —. Sí, bueno...

Está crispada y entonces me mira sin saber qué hacer. Si salir corriendo o quedarse. Le hago un gesto con el dedo, como diciéndole "estás acabada". El mismo gesto que ella me hizo a mí semanas atrás y reprimo la carcajada que me está entrando. Enseguida a esta le sale una sonrisa disimulada y más disimuladamente todavía, me levanta el dedo del medio con cara irritada.

¿Será cabrona?

—Entonces usaré su energía a mi beneficio — el profesor sigue hablando y entonces coge unos folios que hay sobre su mesa —. ¿Sería tan amable en bajar y hacer fotocopias? Unas cincuenta.

Berta asiente con la cabeza aliviada y al instante poso mi mirada atenta sobre Alex cuando esta se haya ido. Cuando mi amiga sale de la clase, él se da la vuelta y ya lo tengo de frente, a tan solo un metro de distancia. Este sigue serio y no se le mueve ni un pelo, como nos tiene ya acostumbrados. Pero solamente yo y él sabemos que es una tapadera. Es un simple muro de piedra lo que muestra. Una mera coraza engañosa. .

—Ya podemos empezar la clase —empieza a hablar y mira de nuevo su Rolex—. Hoy tenemos muchas cosas que hacer y no podemos perder el tiempo —habla con esa dureza que le caracteriza tanto.

Ohhh sí que tenemos muchas cosas que hacer...y yo seguro que no perderé el tiempo, profesor , pienso por dentro.

—Como bien saben, daremos comienzo a un nuevo módulo, que aviso que será mucho más complejo que el que estudiamos el trimestre pasado. Y les quiero a la altura, ¿entendido? —dice con voz firme y sus ojos se detienen un momento sobre mí. Aprovecho este momento para apartarle la mirada y cruzarme de piernas nuevamente, muy seductora y a caso hecho. Paso una pierna por encima de la otra casi a cámara lenta e indudablemente, una pequeña parte de la liga de mis medias queda a la vista.

Me relamo los labios y vuelvo a mirarlo. Veo que se apoya en el escritorio y me evita él la mirada esta vez. Sin embargo.... ¡ahí está! Veo aparecer unas pequeñas gotas de sudor sobre su frente.

—Que quede claro que los que suspendan, tendrán que trabajar el doble que los demás si querrán aprobar esta asignatura —levanta un dedo furioso y nos señala enojado —. No estoy nada contento con ustedes. No están dando la talla y son el grupo más flojo que he tenido en todos mis años de docencia, ¡cuarenta y cinco suspensos de cincuenta y dos! —frunce el ceño y lo noto cada vez más alterado, hasta diría que le va a explotar la vena que hay en su sien en breve —. El mercado que les espera fuera es muy cruel y deben estar a la altura, de lo contrario, ¡les comerán! No tolero gente incompetente en esta clase, ¿queda claro? —sigue con su discurso rabioso y se lleva una mano al cuello de la camisa, introduciendo dos dedos por debajo y aflojando.

Está nervioso... ohh sí, muy nervioso...

La diosa que llevo dentro sonríe triunfante.

Y la diosa de fuera —o sea yo — se mueve un poco en la silla y agarra un lápiz de la mesa. Irgo mi espalda y empiezo a jugar con el lápiz que sujeto entre mis dedos. Lo llevo a la boca descaradamente y levanto la mano. Obviamente, todos mis compañeros se quedan embobados porque en general le tienen tanto miedo al señor Woods, que nadie es capaz de soltar palabra alguna cuando se pone así de capullo.

Este me mira desencajado y me señala con la cabeza, con cara encendida. Veo la irritación en su mirada.

— ¿Qué quiere?

—Profesor... —empiezo a hablar y me inclino un poco sobre la mesa, fijándolo con la vista —. Estoy de acuerdo con todo lo que ha dicho, solo que me gustaría aconsejarle algo.

Noto cómo este abre un poco más los párpados, como producto de mi atrevimiento y se cruza de brazos. Su enojo aumenta.

—¿Y quién le ha dicho que necesito sus consejos?

—Entonces tómelo como una opinión personal o... un planteamiento que podría resultar benéfico para todos.

—¿De qué está hablando? —me pregunta desconcertado y eleva una ceja, preparado para el ataque.

Pero yo estoy más preparada que él. Mi mente nunca me falla, aunque el corazón sí. Más que nada porque ahora mismo me está latiendo desatado.

—Me parece que la competencia de la que usted habla se conseguiría más fácil si recibiéramos incentivos y no amenazas. El ánimo funciona más que las amenazas y creo que mis compañeros están de acuerdo. De esa manera se comprometerían a esforzarse el doble y... todos contentos —concluyo despreocupada.

—Señorita... —baja un poco la vista, todavía incrédulo y después vuelve a fijarme con esos ojos negros cortantes — los resultados están ahí, las pruebas son objetivas y como usted comprenderá, no puedo hacer nada ante un examen desastroso. Y como comprenderá, y comprenderéis todos... —sigue hablando y se acerca más a la primera fila —la evaluación sirve para algo. Y eso es para detectar quiénes están calentando la silla en esta clase y no se merecen estar aquí.

—¿Y si su forma de evaluar es un tanto... retorcida? —pregunto insinuante y aprieto el lápiz entre mis dedos.

Escucho el sonido de asombro de mis compañeros. Pero me da igual y prefiero no mirar a ninguno de ellos para no ponerme más nerviosa todavía.

Aprieto un poco los labios y prosigo, intentando disimular y redirigir la conversación cuando noto que él arruga la frente de manera dramática y se acerca más a mí, mirándome desde arriba.

Esa mirada altanera que tanto odio.

—Me refiero a que probablemente las pruebas que nos está poniendo sean demasiado complicadas y usted exige un nivel que no es del todo acertado y creo que...

—La vida es complicada, señorita—suelta con voz mordaz, interrumpiéndome —. ¿Acaso usted es la delegada de la clase o la presidenta del sindicato estudiantil?

—No necesito serlo para dar mi opinión. Vivimos en un país libre.

—Puede dar su opinión libremente siempre y cuando no cuestione mi forma de evaluar y no me falte el respeto, señorita Vega —me dice y de repente se agacha sobre mi mesa y se inclina sobre mí con mucho rencor. Aprieta los labios—. Usted sabrá, los desafíos no me gustan nada y todo el que no respete las normas, tendrá que acatar las consecuencias.

¿Me castigarás, mi dios?, le pregunto con mi mirada turbia y un tanto excitada.

Ufffffffffff, no hay manera de frenar la humedad que se apodera de mi entrepierna y me maldigo por esa debilidad. Esa es mi debilidad y él lo sabe.

Sí, me encantaría castigarte ahora mismo... , me contesta con la misma mirada torturada que la mía y de repente, se muerde el labio. Acera más su cara a la mía.

Yo también me lo muerdo mientras analizo su boca y le enfrento con la mirada.

¡Puñetas! ¿Estaré loca ya? No, no lo estoy. Sé leer su mirada y sé que en realidad me contestaría eso. Así nos entendemos y así nos hemos entendido siempre.

El subidón que me está entrando al notar sus brazos sobre mi mesa y su cara sobre la mía hace que empiece a temblar. Su perfume masculino, ese perfume que ni él mismo sabe cómo se llama me invade y las sensaciones que siento en todo mi cuerpo estallan. En estos momentos, rezo que no me haga pequeña y que siga plantándole cara.

—Profesor... —escucho la voz de Berta, que acaba de irrumpir en la clase y agita las fotocopias en su mano.

Alex se da la vuelta y la mira. Se aleja de mi mesa y se dirige a ella.

—Gracias —dice alterado y coge los folios. Después los tira con fuerza sobre su mesa, todavía enojado.

Berta se queda bloqueada y se sienta a mi lado, sus ojos moviéndose de mí al profesor y al revés.

—¿Qué está pasando? —acerca su cabeza a mi oído y murmura, para que nadie escuche nuestra conversación.

—Nada —contesto seria.

—Nena, ¿y por qué te has puesto en primera fila? —me pregunta en voz muy baja y saca el libro de Finanzas.

—Así nos enteramos mejor de la asignatura —comento por lo bajini—. Ahora vamos a callarnos—le indico, cuando veo que él vuelve a posar su vista sobre mí, reflexivo.

—Sí sí... para enterarnos mejor —dice esta y me mira por el rabillo del ojo, muy suspicaz.

Yo le sonrío y ella me sonríe de vuelta.

Sabe que no es por eso.

—Me parece que la clase de hoy la dedicaremos al repaso del módulo que estudiamos el trimestre pasado y solventaremos dudas. Y así lo mismo les INCENTIVO a todos ustedes lo suficiente como para que se atrevan a hacerme preguntas sobre la materia y no se queden callados como siempre hacen cuando pregunto si hay dudas. Vamos, como si lo supieran todo, aunque luego saquen notas pésimas —dice tosco señalándonos a todos, pero me mira a mí—. Así no tendrán excusas cuando suspendan el examen —añade más seco todavía y frunce el entrecejo—. ¡Abran el libro! —ordena.

—¿Qué página? —escucho a un compañero de fondo.

—Módulo 1—contesta este y rodea su mesa. Enseguida se sienta en la silla y empieza a proyectar nuestro libro digital en una gran pantalla.

—¿Qué le pasa al profesor? —me pregunta Berta.

—Nada, ya se le pasará —le digo divertida y muy contenta con mi actuación—. Acaban de decirle la verdad en su cara, Bert. Y la verdad molesta, ya sabes —susurro.

—Upsss, me lo he perdido.

—Habrá más, tranquila —le guiño el ojo.

—¡Dale duro, nena! —me contesta Bert y también me guiña el ojo.

Dibujo un corazón con el lápiz sobre su mesa, como señal de agradecimiento. Y ella me dibuja otro de vuelta, mientras que nos sonreímos con disimulo.

Dos corazones. Uno al lado del otro.... solo les falta una letra.

Suspiro.

De repente, mi cara se torna seria y me pongo triste. Vuelvo a mirar al profesor, pero esta vez con tristeza y no sé por qué, pero temo que me derrumbe aquí, en mitad de la clase. En el fondo, estoy sufriendo mucho. Me pierdo en sus ojos y no escucho nada de lo que explica, solamente pienso y analizo su rostro.

Lo mucho que le echo de menos hace que me cuestione a mí misma por un momento.

¿Seré capaz de mantenerme fuerte y no caer rendida a sus pies?

¿Seré capaz de seducirlo y no ceder a sus encantos?

¿Seré capaz de enfrentarlo el jueves en la junta y el sábado en el Templo, sin que me entren ganas de pedirle que me lleve a nuestro dormitorio?

¿Seré capaz de tolerar sus rechazos continuos y la manera en la que me huirá? Porque sé que lo hará, lo noto en su actitud. En la manera en la que me está evitando la mirada ahora mismo, y por el hecho de que durante las vacaciones no dio ninguna señal de vida. Incluso cambió su número por tal de no buscarlo.

Tantas preguntas en mi mente. Tantas preguntas dolorosas.

***

Miro el móvil inquieta, esperando ansiosa el mensaje de la agente especial. Ayer me compré un móvil, tal y como ella me indicó y la llamé desde ese número. Solo que ayer, al ser domingo, lo mismo estaba ocupada o de viaje y no la encontré disponible. Veo un mensaje entrante y entonces empiezo a leer, intentado no llamarle mucho la atención a la señora Brown. Tenemos la última clase y ya es casi la hora del almuerzo.

Te mando la ubicación esta tarde. Ven sola y no cuentes a nadie nada.

Me parece que la agente Dana Rivers es muy peculiar. Carraspeo un poco nerviosa e intento adivinar en mi cabeza cómo sabe ella sobre Álympos, ¿es qué está al mando de alguna misión secreta? Claramente, estamos todos en peligro de acabar en la cárcel si la FBI descubriera que nuestro clan, aparte de llevar una casa de placer, también se dedica a la importación ilegal de sustancias. Entonces tengo que pensar muy bien qué le contestaré a la agente y creo que la cooperación con la policía en estos momentos sería benéfica para mí. Sin embargo, no puedo confiar en nadie ahora mismo, ni siquiera en mi sombra.

—Lyn —escucho a Berta— ¿Te vienes a almorzar hoy? Rebe me acaba de enviar un mensaje, diciéndome que nos vemos en la pizzería. Es que no me he traído tuppers con comida.

—Yo almorzaré en la residencia, más que nada porque no sé cuanto tardaré en el despacho del profesor.

Mi amiga me mira como si estuviera diciendo algo descabellado.

—¿En su despacho? —está escandalizada.

—Shhhhhh —le aviso y miro a la señora Brown mientras termino de escribir la última respuesta a las preguntas que teníamos que contestar en Marketing.

—¿Pero no te dijo que lo vuestro se acabó?

—¿Y qué tiene que ver, Bert? —pregunto con una mueca—. Soy su asistente. No tiene nada que ver.

—No, loca. Solo pienso que será muy incómodo veros en su despacho.

—Para mí no —le digo—. Y si lo es para él, que se aguante. Estamos en enero y es el plazo límite para terminar el libro.

—¿De verdad? —me dice esta sospechosa y me mira un tanto confusa—. ¿Qué mierda han hecho con mi amiga?

Me rio con suavidad

—Es que pareces otra, ragazza —habla un poco más fuerte y entonces la señora Brown mira en nuestra dirección.

Soy otra... , pienso y miro la hora.

—La clase ha terminado—escucho a la señora Brown y veo que faltan diez minutos —. Hoy debemos terminar antes.

El murmullo de la clase recogiendo las cosas hace que los nervios me invadan de nuevo. Más que nada porque sé lo que toca ahora y ya estoy temblando.

—Bueno, entonces nos vemos por la tarde —comenta Bert y salimos las dos de la clase.

—Vale, ¡oye! —le grito, mientras mi amiga se aleja en dirección a las escaleras —¿esta noche vemos una película?

Bert me hace un gesto con la mano como señal de aprobación y me sonríe.

Por mi parte, empiezo a subir las escaleras, pero antes debo pasarme por el baño para asegurarme de que me veo impecable. La mañana ha pasado volando y salvo a primera hora, las demás clases han sido bastante relajadas. El enfrentamiento que he tenido con Alex en la mañana sé que me pasará factura y que este no quedará de brazos cruzados, aunque precisamente ese era mi objetivo. Lo volveré loco, tan loco que haré que se de cuenta de que se está cometiendo un error.

La clase de Finanzas básicamente la ha dedicado a explicar y solventar las dudas del módulo 1 y debo reconocer que es muy eficaz en su trabajo y explica muy bien la materia, aunque luego dé rienda suelta a esa dureza con la que nos tienen acostumbrados a todos los alumnos. Al terminar la clase, ni siquiera le he mirado y solo estaba hablando con Berta y Josephine. He abandonado el salón sin decirle nada, y ha sido mutuo.

Retoco mis labios en el espejo y muevo un poco mi cabello, dejándolo caer en esas ondas tan características de mi pelo indomable. Agarro mi bolso y mientras que subo las escaleras decidida hacia la última planta, intento tranquilizarme. Una vez arriba, me acerco a la puerta de su despacho y admiro el letrero que reposa sobre la pared: "Profesor- Doctor Brian Alexander Woods". El letrero impone, su despacho impone, Su nombre también impone. Él impone..

Pero hay que hacerlo. Y si esta prueba me sale bien, me consideraré satisfecha y daré el día por concluido.

Toco en la puerta. No se escucha nada. Toco otra vez. Acerco el oído a su puerta, pero está todo en silencio. Entonces agarro el pomo, pero claramente la puerta está cerrada. Entonces abro mi bolso y saco una llave plateada que él me entrego tiempo atrás, la llave de su despacho. Decido entrar y esperarlo dentro.

Abro inquieta, mirando a todos los lados y una vez dentro, fijo su escritorio con mi vista. Me acerco y empiezo a tocar su mesa con la yema de mis dedos, deslizándolos sobre la madera. La mesa sobre la cual me tumbó. Después va la silla, hago lo mismo, acaricio el respaldar y recuerdo el momento en el que me arrastró sobre él y casi lo hacemos en esa silla. Me quedo embobada y absorta por el tacto del cuero.

El cuero. También me trae muchos recuerdos.

Dios. Dame fuerzas para seguir adelante.

Miro a un lado para entretenerme y veo el boli negro, ese boli que siempre mueve entre sus dedos cuando está nervioso. Y... súbitamente escucho la llave en la puerta. Levanto mi vista.

La puerta se abre y veo su silueta. En estos instantes está plantado en el marco de la puerta, estupefacto al verme en su despacho. Suelto el boli de vuelta sobre la mesa de momento —aunque tarde, se ha dado cuenta—, y ajusto mi voz.

Lo miro.

—Profesor...

—Señorita Vega...

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro