1.QUE EMPIECE EL JUEGO
—¿En qué piensas? —escucho su voz melódica.
—En nada —contesto con serenidad y cruzamos miradas sobre la gran tela que cubre el suelo.
El aire de montaña me reconforta bastante y hoy en particular podría decir que hemos tenido suerte con el tiempo. Es un día soleado y agradable. El lago que hay delante de nosotros refleja los rayos de sol como un espejo.
Respiro hondo.
—¿Sabes que mientes muy mal? —sus pupilas oscuras no se mueven ni medio milímetro. No pestañea y casi diría que ni respira. Solamente me mira.
Carraspeo y alzo mi vista al cielo. Estamos los dos tumbados sobre una manta rugosa que colocamos por encima del césped, a pie de una montaña, solo media hora atrás. También llevamos una cesta con comida y todo se ve y se siente tan tranquilo... demasiado tranquilo.
—¡Mira! —exclamo de repente y alzo mi mano, señalando el color celeste tan sereno de la masa infinita que se cierne sobre nuestras cabezas. También admiro las pocas nubes que empañan esa infinidad azul, tan parecida al océano.
—¿Qué? —pregunta extrañado y él también levanta un poco la cabeza y dirige su atención al cielo. Noto su brazo sobre mi cuerpo y siento cómo me pega más a él, agarrando mi cintura con una mano y apretando mis caderas, gesto que me resulta sumamente familiar.
—Las nubes...—no tardo en contestar—. Parecen algodón de azúcar, hasta les daría un bocado —le sonrío y mi voz suena infantil.
Al momento rozo mi espalda con mis dedos suavemente. Aunque estemos tumbados sobre una manta, eso no impide que sienta la dureza del suelo en mis músculos.
—No, un bocado te daría yo a ti — escucho su risa alegre y acto seguido, este hace como que me da un bocado en el cuello.
Su travesura me divierte y sus labios sobre la parte alta de mi pecho me sacuden. Su boca cerca del lóbulo de mi oreja hace que empiece a emocionarme y excitarme súbitamente.
—Pequeña... , ¡te he pillado, reconócelo! —su mirada es juguetona y enseguida aprieta los ojos. Empieza a hacerme cosquillas y yo me retuerzo muy agitada. Es inevitable no reírme a carcajadas—. ¡Apuesto que te encanta el algodón de azúcar! —añade y sus cosquillas incrementan, al igual que la melodía de mi risa.
Consigo apartarle las manos de mi abdomen y entonces me levanto indignada de la manta, al mismo tiempo que bajo mi vista hacia él, muy ofuscada.
—¿Y qué problema hay? —pongo una mueca—. ¿A quién no le gusta el algodón de azúcar? ¡No me digas que a ti no te gusta!
Me relamo los labios al pensar en el sabor de la infancia. Me recuerda mucho a cuando era pequeña. Él también se sienta sobre el suelo, delante de mí y dobla sus piernas, sin dejar de mirarme.
—¡Me encanta el algodón de azúcar! —me contesta y gira la cabeza, intentando abarcar el cielo infinito con su vista—. De hecho, me encantan los dulces, soy muy goloso.
—¿Tú? —le señalo con un dedo y arqueo una ceja—. ¡No puede ser! —exclamo asombrada y casi me quedo con la boca abierta literalmente—. No das esa imagen, en realidad parece que preferirías mil veces más un whiskey antes que una chocolatina, por ejemplo.
—Pues no. No quiero chocolatinas.
—Bueno, no me importaría en realidad —me encojo de hombros y levanto un poco los brazos con cara de inocente—. Incluso si es así, mejor. Todas las chocolatinas para mí —finalizo y levanto la barbilla satisfecha.
—Pues, ¡mira por donde! Todas las chocolatinas para ti —afirma y mueve un poco la mano señalándome, haciéndose el ofendido—. Si no me quieres ni un poquito...
Él me mira por el rabillo del ojo con curiosidad y me doy cuenta que hoy está siendo muy juguetón. Cuando termina de girar su cabeza hacia mí, bajo la mirada a sus labios y pienso que su sonrisa encaja a la perfección con el paisaje y con el cielo perfecto que nos gobierna en estos momentos.
—¡No Alex! ¡Eso es chantaje, lo sabías? —aprieto mis labios fingiendo frustración y acerco más mi cara a él, dejando mi mano caer sobre su pecho. Y sí, te quiero. ¡Te quiero mucho, tonto!
Llevo mis manos a sus mejillas y rozo su piel con mucho cariño, mientras que mis ojos no se despegan de los suyos.
—Bueno... venga —digo con voz melosa—. Te puedo dar una chocolatina.
Se ríe y su risa me embauca. Todo su ser me hechiza.
—¿Te digo algo?—susurra con mucho misterio—. No me hace falta ninguna chocolatina —dice esto y se acerca cada vez más.
—¿Ahh no? —bajo mi vista a sus labios y mis dedos acarician su mentón.
Noto su mano en mi pelo, y con su solo tacto siento que me está haciendo el amor. ¿Es eso posible? Que sientas que te estén haciendo el amor con solo una mirada y un roce, sin el acto en sí. Supongo que es parte del preludio y él es maestro de la seducción. Bueno, en realidad es maestro en todo.
—No —contesta terminante—. ¿No me vas a preguntar por qué? —pregunta casi susurrando y pega su nariz a la mía.
Sus dedos jugando con los mechones de mi pelo color bronce hacen que mi piel se erice. Sigo con el juego que este ha iniciado y la comisura de mis labios se arquea con agrado cuando noto que sus labios quedan casi pegados a los míos.
Siento los pálpitos dentro de mi cuerpo y sus brazos firmes ya se han apoderado de mi espalda.
—¿Por qué?
Inspiro, espiro. Y vuelvo a inspirar y a espirar ansiosa.
—Porque yo ya tengo mi dulce... —sus labios acarician los míos y mi cabeza hace "bum".
Inspira, espira Aylin... Inspira, espira...
Siento que su aliento también se ha detenido por un instante.
—Tú eres el mejor dulce de todos, mi vida. El más rico, ahmmmmmm —ronronea con esa voz sexy tan característica y siento como si todo mi cuerpo estuviera triturándose en una licuadora.
Sigo el ritmo de su roce y llevo mis manos a sus hombros, pegándome más a él. Entonces, sus labios empiezan a ejercer presión sobre los míos y nuestras respiraciones aceleradas se entremezclan. La fuerza descomunal que emana su cuerpo me obliga a tumbarme de vuelta sobre la manta. Alex se coloca encima de mí lentamente y de manera demasiado sensual, sin quitarme la vista.
—Alex... yo... —suspiro delirante y le abrazo con fuerza—. Te he echado tanto de menos. Tanto... —me sale del alma. Mi alma torturada se está liberando.
—Shhhhh —susurra este y de momento empieza a besarme el cuello. Con una mano abre mis piernas con suavidad y aprieta sus caderas impetuosas sobre mí.
—Me encanta estrecharte a mi pecho —le digo y me aferro más a él. Entierro mi cabeza en su cuello, al mismo tiempo que sus labios y lengua juegan sobre mi mejilla y después sobre la piel fina de mi oreja. Su mano acaba de alcanzar mis medias finas y sus dedos consiguen penetrar la tela transparente.
—Mi diosa... sabes que no me gustan estas medias—lo escucho hablar insinuante, más bien recordándome sus normas. Normas que no estoy cumpliendo.
Entonces desgarra mis medias en la entrepierna de una sacudida, mientras analiza mi rostro atentamente. Veo cómo aprieta los dientes y sus ojos se tornan más firmes y más oscuros que hasta este momento. Doy un brinco debajo de él cuando siento su mano tirando de la fina tela, con mucha determinación.
—¿Y si lo hago a propósito? —levanto un poco la cabeza muy sugerente y hablo en su oído—. ¿Y si lo hago porque me encanta este lado tuyo?
De momento pego mi cara a él y me lanzo a su boca, anhelante de sentir sus labios sobre los míos. Lo necesito todo con él, ¡carajo! Me tiene atrapada. La manera en la que me corresponde y su mano paseándose por mi trasero y pierna hace que mis sensaciones se tripliquen.
—Lo sabía —musita este convencido y recorre mi mejilla con la punta de su lengua muy obscena y descaradamente.
— Ohhh, Alex. Te amo tanto... Amo todo en ti. Dime que tú también lo haces —digo en un suspiro y jadeo con fuerza cuando este frota su dureza sobre la tela de mi ropa interior. Su mano está terminando de romper mis medias.
Cuando me escucha hablar, levanta la vista y aparta su boca de mi rostro. Solamente me mira y yo me quedo expectante. Su sonrisa es maquiavélica e inhumana. Una sonrisa desconocida, y sin embargo familiar.
¿Es eso posible?, me pregunto.
¿Es posible que haya una parte que te resulte desconocida de una persona, pero sientas que en realidad es familiar porque siempre ha estado ahí, solo que no lo habías visto? Un lado oculto...
—No te amo y quiero que dejes de insistirme ya—contesta de manera cruel y aprieta la mandíbula. —Nunca te he amado ni te amaré—continúa hablando.
Su cara me enfrenta y sus ojos me atraviesan como un cuchillo demasiado afilado. Con odio. Con asco.
¿Por qué lo está haciendo?
—¡Mientes! —lo acuso y la sonrisa se desvanece de mi rostro.
—Sabía que eras solo una zorra que posaba de santa, Aylin —dice de repente.
Sus palabras y sonrisa burlona me dejan congelada. Me horrorizan. Me desgarran por dentro. Me hunden.
—¿Qué? —mi mundo se detiene y pienso que no he escuchado bien.
Aprieto mis piernas en su cintura y lo analizo con incredulidad. Frunzo mi ceño. Las palabras se me quedan atragantadas y me es imposible articular el más mínimo sonido, solo llevo mi sufrimiento por dentro. No soy capaz de exteriorizarlo con otra cosa que no fueran mis ojos asombrados y la manera en la que me humedezco los labios.
Entonces siento cómo él desabrocha su pantalón y muerde mis labios con muchas ansias. Su cuerpo me aplasta. Su respiración me atraviesa y su mano tira de mis bragas y las rompe sin demasiada dificultad. Noto la tela desgarrada entre mis piernas e intento deshacerme de su cuerpo, pero me retiene debajo. Pega su mejilla a la mía muy atormentado, mientras termina de bajarse la bragueta del pantalón y apartarse los calzoncillos.
—Ahhhh, Aylin, sí...—escucho su gemido masculino y siento su miembro rozándome— Te encantará lo que te voy a hacer, como la puta que eres —continúa hablando con dureza, mientras que sus dedos alcanzan mi pubis.
Me siento humillada.
—¡Déjame! —levanto mi tono de voz y poso mis manos sobre su pecho. Empiezo a empujar, pero es como si me diera contra una pared.
— Luchar será en vano, "mi diosa" —habla con burla, escucho su tono con claridad. ¡Puñetas!—. Sé que quieres que te la meta hasta el fondo, esto es lo que te gusta y lo que a mí me gusta. Te gusta que te dé duro. Lo sé...
Su voz suena todavía más maquiavélica. Lo es más que su mirada.
Esto que me está pasando no puede ser real. Empiezo a negar con la cabeza horrorizada y con ojos enrojecidos. Intento levantarme y deshacerme de él. No entiendo nada. Lo veo todo demasiado borroso y oigo un pitido en mis oídos.
—Alex...
—¡No soy Alex, maldita sea! —me grita y sus dedos me alcanzan y me penetran con mucha fuerza. Ni siquiera sé cuantos dedos ha introducido dentro de mí, solo siento el dolor en mis partes bajas y también siento que estoy inmersa en la oscuridad... con alguien que no conozco.
—¿Quién eres? —le grito.
No sé cómo, pero inesperadamente veo que esa máscara dorada tan familiar —la de los cuernos—, reposa sobre su rostro. La máscara del diablo oculta su cara y solo distingo sus ojos y esa sonrisa transformada que no reconozco y que no es de mi Alex, y tampoco de mi dios Ares.
—¿Es que no me reconoces, mi "diosa"? —pregunta y noto su miembro en la abertura de mi sexo.
Tiemblo y suspiro. Empujo su cuerpo. Me retuerzo. Grito.
—¡No! ¡Tú no eres Ares! —levanto mi cara furiosa y pego mi maldita cara a esa máscara —¡Él no es así!¡Suéltame!
Aprisiona mis manos. Vuelve a penetrarme con esa mirada tan jodidamente desconocida y habla con esa maldita voz ronca que tampoco me suena. Me chirría en el oído.
Es todo tan confuso... ¡Joder!
—Sí que lo es, solo que no te habías dado cuenta. Pobrecita.... —su voz irónica me provoca escalofríos y pienso que suena demasiado tenebrosa.
—No... —las lágrimas empiezan a correr en mi rostro y mientras, noto cómo adentra su miembro dentro de mí poco a poco—. ¡Él no es así! —vuelvo a gritarle a quién quiera que esté sobre mí en este momento. El descontrol y la desesperación me consumen y tenso todo mi cuerpo.
—Ohhh sí... Soy así y te usaré y te tiraré las veces que yo quiera. Ya no te necesito para nada.
—¡No! —mi grito ahogado resuena con un eco imponente en las montañas. Escucho ese eco molesto una y otra vez. El eco reproduce mi grito continuamente.
—¡Aylin! ¡Shhh, Aylin! — una voz femenina cálida suena en medio de toda esa oscuridad —Cariño, ya , ya... ha pasado.
Abro los ojos y miro a mi alrededor desconcertada. Mi madre está agachada sobre mí y siento su mano sobre mi frente sudorosa.
—Estás empapada.
Aprieto los ojos e intento controlar el temblor que se ha instalado dentro de mí.
Ya no te necesito... Ya no te necesito... Ya no te necesito... Ya no te necesito...
El jodido eco de sus palabras hace mellas en mí. No soy capaz de deshacerme de esas malditas palabras desde aquella noche que las pronunció para que minutos después se diera la vuelta y se fuera. Sin más.
Frunzo los labios y rezo para olvidarme de todo lo más pronto posible.
—¿Ha sido otra pesadilla? —mi madre suspira y me mira. Yo la miro de vuelta, pero no le contesto.
"—¿Por qué lo haces, Alex?
—Eso no importa, soy así de retorcido..."
Sus palabras me persiguen todavía y no encuentro la manera de arrancarlas de mi mente. De arrancarlo a él entero de mi mente.
—Mi niña... —empieza a hablar mi madre con voz más suave y acaricia mi frente y mi cabello húmedo por el sudor—. ¿Has pensado en ir a un psicólogo?
—¡Mamá! —le regaño indignada.
Interrumpo mi letargo y me incorporo sobre la cama. Le aparto la mano.
—No te enfades—me dice deprisa—. Solo que... llevas teniendo pesadillas mucho tiempo y estoy preocupada.
Aparto el edredón y me levanto enojada de la cama, hecho que hace que mi madre también se ponga de pie y se aparte. Aprieto los labios y entro en el servicio, mientras que cierro la puerta y básicamente la dejo con la palabra en la boca.
—¡Aylin! —escucho su voz desde fuera, mientras que le doy a la ducha. Lo hago para no escucharla más y porque estoy empapada de sudor y necesito urgentemente volver a ser persona.
Pero la mia mamma no se da por vencida. La escucho de detrás de la puerta y pongo los ojos en blanco cuando me siento encima del váter.
—Aylin —golpea de nuevo la puerta del servicio—.Ha pasado más de un mes. Has estado teniendo pesadillas todas las vacaciones. ¡No es normal, mi niña!
La sigo escuchando desde fuera. Bufo.
¡Joder! Una no puede ya ni hacer sus necesidades tranquila.
—¡Mamá! —abro la puerta del cuarto del baño, hasta el moño ya de sus insistencias, y pienso que menos mal que hoy vuelvo a Boston y que las vacaciones han finalizado—. Estoy bien, de verdad —le hablo más calmada para conseguir que me deje en paz.
Me paso la mano por la frente.
—De verdad que estoy mucho mejor, además ya sabes que he hecho un montón de cosas con vosotros y con los tíos y las primas estas Navidades. Me lo he pasado muy bien y ya ni me acuerdo de lo que pasó, te lo aseguro.
Ella se queda plantada en el marco de la puerta y pone una mueca de sospecha. Mi madre no es nada tonta, ni se deja manipular. Se cruza de brazos.
—Pero sigues teniendo pesadillas.
—No siempre.
—Casi todas las noches —me rectifica.
Vuelvo a poner los ojos en blanco.
—Mamá, me tengo que duchar.
—¿Qué sueñas? —pregunta muy confusa —Lo mismo te hace falta hablar con alguien y desahogarte.
Ejeeeeem... piensa mi mente todavía dormida y retorcida al mismo tiempo. Mamá sabes acabo de soñar con Alex, pero que en realidad no era Alex. Estaba a punto de penetrarme y me ha dicho que soy una zorra. Ahh y también una puta... ¿Qué si tengo un trauma? Posiblemente. ¿Qué si iré a un psicólogo? Poco probable ¿Qué te cuente mis sueños? Ni de coña.
—¿Por qué no contestas? ¿No me puedes contar con lo qué sueñas? —me insiste—. Lo mismo te puedo ayudar. Yo una vez...
¡Carajo! Empezamos.
—Mamá —le doy un beso en la mejilla y le sonrío—. De verdad estoy bien.
—¿Seguro? —suspira preocupada.
—Sí.
Asiente con la cabeza, muy poco convencida y se va finalmente. Cierro la puerta del cuarto de baño enseguida y me apoyo contra ella.
¿Cómo podría decirle a mi madre que en mis sueños siempre aparece la misma persona? Mi profesor de Finanzas.
En mi cabeza aparecen escenas de todo tipo donde está él, sin embargo, ninguna termina bien. Hasta asemejaría mis jodidos sueños con las películas de "Destino final". Sabes que los personajes van a morir, pero no sabes cuándo, ni en qué orden. En mi caso, en la gran mayoría de los sueños de las narices, Alex acaba siendo disparado o me dice que no me ama. Y qué irónico, me lo dice hasta en los sueños, no bastaba con escucharlo en la vida real.
Arqueo la comisura de mis labios en una sonrisa amarga y me dirijo a la ducha. Mientras me estoy enjabonando pienso que mi subconsciente me está tendiendo una trampa.
Cierro los ojos y dejo caer el chorro de agua sobre mi piel.
Alex me ama. No puedo dejarme cegar ni asustar.
Es lo único que tengo claro a estas alturas. Aun así, esto no cambia nada.
Cinco semanas...
Abro mis ojos mientras que recuerdo mi plan. Llevo tres semanas pensando en cómo cobraré mi venganza. Tres semanas en las que he pensado en todos los detalles, con astucia y serenidad. Tres semanas en las que he analizado toda la situación y he buscado puntos débiles. Y sé que tendré que tener paciencia si quiero que mi plan funcione. Paciencia y determinación.
Recuerdo la cena de Año Nuevo con mi familia y cómo tuvimos que pensar en un deseo de año nuevo . Y yo pensé en la venganza. Ni siquiera pensé en el amor.
¡Qué triste!
Me salgo de la ducha y me seco el cabello mojado, al mismo tiempo que me miro en el espejo. Quito el vaho del cristal y analizo mi rostro y mi cabello mojados, al mismo tiempo que toco la suave cicatriz que todavía resalta en mi hombro izquierdo. Por encima del corazón.
Gambino... levanto la vista en el espejo. No te conozco, pero ya te odio.
Acaricio mi cicatriz con la yema de mis dedos y suspiro. Esto no es nada comparado con el cuerpo magullado de Berta. Entonces bajo mi vista y agarro la pieza del lavabo recordando el estado en el que la encontré en el hospital aquella fatídica noche. Su cuerpo estaba en muy mal estado y encima el verdadero culpable ni siquiera pagó por ello.
Pero pagará.
Cojo el móvil deprisa y le escribo a mi amiga.
Berta, necesito que hablemos. Recuerda que tenemos una conversación pendiente...
Espero que entienda mis insinuaciones y que me conteste lo antes posible.
Sé a ciencia exacta que Bram la está amenazando, por lo que mi amiga no declaró en su contra. Solamente le dijo a la policía que era de noche y que unos hombres le golpearon cuando pasó por un parque que hay cerca de la residencia. Intentó convencerme a mí también, pero no lo consiguió. Solo consiguió dejarla tranquila un tiempo en Staten Island. Pero ya se acabó. Tengo que hablar con ella sobre el capullo de Bram y comunicarle que la he incluido en mi plan de venganza y que necesitaré su ayuda.
Quedo interrumpida por la voz estridente de mi madre y no me demoro mucho más, ya que la conozco. Salgo del cuarto de baño vestida con ropa cómoda, de estar por la casa y bajo a desayunar, arrastrando las zapatillas de casa sobre los peldaños de la escalera de madera de mi casa.
—El café está en la cafetera, cariño —indica mi madre.
Miro el móvil de nuevo, pero ni rastro de la respuesta de Berta. Ni siquiera ha visto mi mensaje.
—Mamá, luego friego yo los platos y te ayudo con el almuerzo.
Me siento bastante fuera de lugar después de preocuparles tanto a raíz de mi secuestro y de la apatía que he tenido estas semanas. Vierto un poco de café en la taza y me vuelvo a dirigir a la mesa. Los platos con el desayuno están ya.
Mi madre se da la vuelta y también se acerca con una taza de café.
—¿A qué hora te vas hoy? —pregunta.
—Por la tarde, después de comer —le digo y muevo el café con una cuchara. Vuelvo a coger el móvil entre mis dedos y lo miro atenta.
Tecleo.
Bert, ¡di algo por favor! Necesito que hablemos sobre lo que pasó. Tengo algo que contarte.
—Aylin... —habla mi madre.
—¿Sí?
—¿Estás hablando con ese hombre? —levanto mi vista sorprendida por su pregunta y noto que sus facciones se vuelven ásperas.
—No mamá. Ya te dije que no volvimos a estar juntos.
Siento su mano sobre mi mano. Ella sonríe, aunque de momento su cara se vuelve seria y baja la vista.
—Aun así, tengo que contarte algo.
Le soy otro sorbo al café y la analizo.
—Sabes... el día que te llevaron al hospital, él estaba ahí —habla mi madre y la noto un tanto cohibida. Hasta a mí me sorprende, teniendo en cuenta que mi madre es más dura que una roca y no hay nada ni nadie que la pueda intimidar.
—¿Lo conociste? —pregunto perpleja. No me lo he esperado para nada y Berta no suelta prenda. No me volvió a contar nada.
—Sí, lo conocimos los dos. Él estaba ahí con otro hombre más. Y Berta también.
Liam...
—¿Y qué pasó?
—Pues pasó que... le dije que se fuera.
Mi madre me fija con la vista por un momento y examina mi reacción, sin embargo, mi reacción es opaca. No dejo que se lea nada en ella, estoy cerrada herméticamente.
—¿Y se fue?
—Sí. Yo me encontraba bastante mal por no saber cómo te encontrabas —me dice cuando ve el cabreo en mi mirada.
Me cruzo de brazos y pienso por dentro que sería imposible que fuera por esta razón por la cual él decidió abandonar nuestra relación. Lo conozco y sé que Alex me hubiese buscado, moviendo mar y tierra, por más que mis padres no lo aceptaran.
—Pues te pido que de ahora en adelante no te metas en mi vida. De verdad te lo pido, no vuelvas a interferir de alguna manera.
—¡Eres mi hija y soy tu madre, es normal que me preocupe! —levanta el tono.
—Tranquila, ya no tendrás de qué preocuparte—también levanto mi tono de voz.
¡Puñetas! Estoy cansada ya de sus exigencias.
No me da tiempo a seguir conversando con ella, porque, de repente, una noticia que sale en la pantalla de nuestro pequeño televisor de la cocina llama mi atención. Más que la noticia, es la foto lo que más me inquieta y hace que preste atención a la televisión. Es una chica joven, muy joven diría. De rasgos latinos y pelo de media melena.
—¿Quieres más huevo?
—Shhhhhhh —le regaño a mi madre mientras sigo mirando la pantalla embobada. También le hago una señal con la mano.
"Les informamos que no hay novedades en el caso de la joven que fue identificada en el río Charles, cuyo nombre es Sheila Ortiz. El cuerpo de la menor de ascendencia latina, fue encontrado en la zona norte de la ciudad de Boston. Los investigadores concluyen que se trata de un asesinato y sospechan que la chica formaba parte de una red de prostitución".
Sigo escuchando atenta.
"En un principio, se supuso que la chica se había suicidado, sin embargo, esta opción quedó descartada, ya que algunas pruebas concluyentes desvelan que es un homicidio en toda regla"
Vuelven a mostrar la foto de la chica y...me levanto de la silla. Si me acerco y miro mejor...
¡Carajo!
Me llevo las manos a la cabeza.
¡Mierda!
La chica de las fotos del telediario es la misma chica que me suplicaba que le ayudara en el Templo, mientras que Jack y Bram la estaban persiguiendo. Entonces me apoyo con las dos manos en el respaldar de la silla por la conmoción. Mi madre me mira atónita y es perfectamente normal.
—¿Qué ha pasado? Parece como si hubiese visto un fantasma.
¡Oh, maldita sea! Sigo fijando la pantalla con mi vista y ya estoy atando cabos en mi mente. Se trata de la chica joven, menor de edad, de la que me habló la agente especial de la FBI, cuando me visitó en el hospital.
Me llevo la mano a la frente. ¡Joder! Tampoco la llamé, tal y como ella me indicó. La verdad es que no quise que me tendiera una trampa y que contara cosas que son secretas de Álympos.
Pero que se aguanten, ¡qué puñetas!
—¡Mamá! — exclamo preocupada—. Tengo que irme a Boston ya—le digo convencida y vuelvo a posar mi vista sobre la pantalla.
Debo volver lo más pronto posible y empezar con la puesta en práctica de mi plan. No puedo esperar más y tengo que saber qué está ocurriendo en el maldito Templo. Nunca jamás se me hubiese ocurrido que Bram y Jack fueran unos malditos asesinos. Claramente, ellos son los que la mataron. Esos malditos cabrones quisieron callar a la chica por alguna razón. Y sé que averiguaré el por qué.
Me acerco más a la televisión, con piernas temblorosas y absorta por la noticia. Sigo mirando y siento mucho dolor por aquella vida que arrebataron, pero al mismo tiempo sé que podré demostrar que fueron ellos: Jack y Bram. Eso significaría aniquilarlos sin derramar ni una gota de sangre y llevar a cabo mi venganza por partida doble. ¡Bingo!
¡Que empiece el juego!
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