A1: I'M TOO COMPLICATED
Ni siquiera recordaba haber estado en un desastre de semejante tamaño alguna vez en mi vida. No, contando la vez que me atraparon ebrio dibujando con pintura de aerosol el parabrisas del idiota de Hyunsik, esto no tenía precedentes.
—Unas palabras para la prensa señor… ¿Cómo fue que encontró al heredero de Park Building House? ¿Es cierto que fue intento de suicidio?
Los flashes de un centenar de cámaras y teléfonos celulares me azotan el rostro mientras subo a la ambulancia con los paramédicos. Aun me parece surrealista que este chico, siendo quién es, esté completamente solo.
He llamado a los tres únicos contactos de su dañado móvil para recibir el buzón al menos diez veces. No he tenido otra opción y por lo visto la policía se está dando un festín cuando la fiesta se fue al demonio. Estoy seguro que no debe ni ser consciente de cuánto le roban esos abusivos en cada una de sus farras.
—Presión sistólica cayendo. Aplicaremos protocolo de reanimación, tenemos un código amarillo justo ahora…
Escucho el reporte del jefe de los paramédicos y muerdo mis labios. Solo tiene veintisiete, joder. Estuve a punto de follarme a un chico de veintisiete sin puta idea de la vida, consumido hasta la médula, todo por un millón de wons. Qué clase de persona eres, Min. Ahora sí le vendiste el alma al diablo.
Me recrimino lo suficiente mientras nuevos mensajes llenan la bandeja de entrada de mi chat con Namjoon. Mi amigo terminó su especialización hace dos meses y ahora está luchando por ganarse un puesto en el claustro de la facultad siendo el profesor más joven de la cátedra de Psiquiatría.
“Tomaste la mejor decisión llamando a emergencias. Lo que suceda a partir de ahora no debe ser tu responsabilidad. No debes cargar el peso del mundo en tus hombros, Yoon.”
Su último mensaje tiene razones de peso y sé que debería creerle. A fin de cuentas, este chico no es nada mío. Debería tomarle la palabra a Namjoon. Sin embargo, mi autoconciencia no me lo permitirá hasta que no me asegure que estará fuera de peligro.
Mal momento para sacar a relucir mi alma caritativa, lo sé. Las luces de la ambulancia y el ruido ensordecedor de las sirenas, lejos de agobiarme me conectan con el aquí y el ahora.
Jimin (he de llamarlo por su nombre, puesto que no me queda otra opción) ha estado a punto de caer en parada cuando restaban tres manzanas para llegar al hospital.
No me había dado cuenta que rezaba hasta que las puertas de la ambulancia fueron abiertas y el rostro congestionado de Jeon Jungkook, el médico de emergencias en turno, fue visible.
—Min…
—Jeon…
Nos saludamos y estoy seguro que los paramédicos estarán sacando conclusiones de cómo el tipo que llamó a la línea de emergencias para reportar a un muchacho con sobredosis y salir indemne de una jodida fiesta de riquillos conoce a uno de los traumatólogos más elogiados en los últimos tiempos.
—¿Vas a vincularte al caso?
La pregunta rebota contra mi razonamiento… ¿Debería? A fin de cuentas me he hecho responsable de la vida de este chico de una forma u otra. Trago el nudo que se forma en mi garganta mientras las cejas tupidas de Jeon se fruncen.
—¿Me dejarías?
Mi voz sale disparada como una petición petulante. Mi superior chasquea la lengua pero termina asintiendo. Algo parecido al alivio se apodera de mí desde que encontrara a Jimin sobre el suelo del baño de su hogar.
La paciencia de Jeon está servida sobre la mesa de la profesionalidad. Puedo verlo y no me conviene provocarle de más. Sé a dónde me llevarán las puertas dobles de emergencias mientras encuentro los cambiadores y el traje de “negocios” sustituye la piel de la que espero enorgullecerme algún día.
El interno Min Yoon Gi emerge por el pasillo en su uniforme azul de servicio mientras comprueba el número del cubículo donde Park será tratado. Será una noche larga, pero por alguna razón estúpida estoy sonriendo.
Un gesto que no se hace permanente cuando el equipo de Jeon se reúne en pleno para estabilizar a Jimin. Solo unos segundos cambiándome de ropa y el chico se ha venido abajo.
—¡Min! Si decidiste integrarte no te quedes ahí estorbando. Contacta con el laboratorio mientras administramos el antídoto y hacemos un lavado.
Obvio que el doctor Jeon está tomando en copa fina el hecho de gritarme delante de todo el personal. Sin embargo, me las arreglo para tomar la muestra de sangre que me tiende Ryu, la más joven de las asistentes de enfermería y regresar al mostrador para confirmar con el laboratorio de patología.
Los próximos treinta minutos son una pelea por estabilizar a nuestro paciente y calmar a una sedienta prensa que se ha atrincherado en el lobi del hospital y obviamente dificulta el flujo de trabajo en esta ala.
Me sigue picando la curiosidad por saber si al menos alguien se ocupa de Jimin, pero Jeon se encarga de centrar mi dispersa cabeza con más trabajo y gritos.
Para las seis de la mañana, quien hubiera sido mi último cliente se encuentra en una habitación cerrada en la planta dieciocho del hospital. Un chico llamado Hoseok ha sido el único en interesarse por él, pero como era de esperarse, no le permitieron el acceso.
Hoy ha sido un día de creer en los milagros y aunque mi verdadero turno está a dos horas de iniciar, he sucumbido al extraño impuslo de ver a mi “paciente.”
Lejos de la bruma de la fiesta y aquellas luces que a penas dejaban enfocar, examino el rostro pálido de Park Jimin. El cabello castaño oscuro decorado con mechas californianas en gris acero le acaricia la nuca y las tupidas pestañas parecen agitarse con cada respiración bajo la mascarilla de oxígeno.
Me atrevería a decir que es el suicida más hermoso que he visto en mi vida. Tiene una fragilidad que hipnotiza y en serio me culparé por pensar semejantes cosas de una persona que estuvo a punto de morir por una sobredosis. Qué hubiera sucedido de no estar allí.
Cómo será realmente la vida de este joven para llegar al límite y querer saltar al abismo sin paracaídas.
Sigo divagando hasta que un ligero movimiento capta mi atención. Las pequeñas manos marcadas con un tatuaje hacia el dedo del medio parecen buscar sobre la colección de cables que le conectan al monitor.
Ya es tarde cuando coloco la mía sobre la suya, para descubrir que está demasiado fría. Mis dedos intentan calmar la ligera agitación que le sacude el rostro.
Es casi surrealista predecir lo que pueda haber dentro de su ensoñación, porque es obvio que algo sucede cuando sus dedos se ciernen sobre los míos.
Lo único que puedo pensar en ese momento es en las palabras más clichés que le pudieran dedicar a alguien:
“Todo va estar bien. La lluvia cesará. Aún en la lluvia púrpura, todo mejorará.”
Casi tarareo, la pequeña alarma programada en el reloj digital que suelo usar cuando estoy de servicio en el hospital emite parpadeos. Es hora de cerrar esta página y desearle buena suerte. Intento abandonar el frágil contacto que nos une, pero por alguna razón sigo atrapado en el conjunto que es él. Se nota cansado sobre la cama y la bata del hospital, en tonos azul claro, solo le confiere un aspecto melancólico.
Un recuerdo que no debería tener presente vuelve para torturarme. Su sonrisa desvergonzada antes de besarme en la fiesta. Sus ojos verdes enfocándome con burla y extraña diversión. Inmediatamente me separo. Como si la trémula mano entre la mía quemara. No puedo pensar en ello. Nunca debimos conocernos así, Park Jimin.
Lo primero que percibo es el olor a desinfectante. Algo habitual contando las veces que debo ingresar al hospital cada mes. Esbozo una mueca y compruebo la resequez de mis labios. Dios, parece que me estuvieran quemando el esófago. Mi intento de orientación termina cuando el techo de una habitación recibe mi impaciencia.
No es necesario que grite por atención. Como siempre... estoy solo más allá de lo que significa esa palabra. Sin embargo, tengo la molesta sensación de estar olvidando algo de relevancia. Cómo sea, cierro los ojos otra vez. Mejor aprovechar la irreal paz de este interludio antes que una horda de médicos y reporteros decidan joderme la existencia.
Vaya cumpleaños veintisiete. Me gustaría ver la cara de mis padres cuando lo sepan. Sonrío con sorna y la incómoda mascarilla de oxígeno casi me daña. Bah... ni aunque logre cruzar esa última frontera encontraría algo de su tiempo.
Cuando aún podía ir a escuelas privadas, mis compañeros de internado solían bromear sobre la suerte de ser un Park. Supongo que no sabía reconocer el sarcasmo en esas fechas.
Ser un chico mimado por sus padres era el sueño de la mitad de mis conocidos. Con el mundo en la palma de la mano o en los números infinitos de una blackcard.
"Quién no tendría envidia de alguien como tú..."
Solía tener eso en mi cabeza como una bandita para que las heridas del desprecio y el aislamiento en el que me encerraron mis padres no me dañaran del todo. Pero pronto me di cuenta que quien se hacía las peores heridas era yo.
Quien tenía envidia de los demás y deseaba el mínimo de atención era aquel chico con sobrepeso y unos espantosos braquets que solía ganar el primer puesto en la clase de ciencias.
Tenía trece años y juré que cambiaría cada fibra de mi ser. Tenía trece años y comencé a escaparme del internado para "experimentar" el sueño dorado que según los demás era ser un Park. Un heredero mimado adicto a las compras y los excesos.
Catorce años después solo conservo una colección de cicatrices y al idiota de Hoseok. El único con verdadero valor para soportarme y llorar por mí sin segundas intenciones.
Lastimosamente él también tiene un estigma con el que cargar. Creo que por eso nos llevamos tan bien. Estamos tan jodidos que es irónico seguir respirando.
Suspiro dentro de la mascarilla cuando llego a esa conclusión. Retazos de la noche anterior regresan a mí y cuando estoy a punto de soltar la cadena para sumergirme en la oscuridad de la semi consciencia, la extraña imagen de unos ojos azul turquesa regresa en medio del torbellino de los recuerdos.
"Todo estará bien, estoy aquí. Estoy contigo."
Un tono grave me acaricia el oído y a pesar de negarme a naufragar en otra noche perdida, las líneas se aclaran lo suficiente para reconocerlo. Solo un poco más alto que yo, usando un traje a la medida en colores neutros.
Labios delgados pero del color de las fresas. Perfume caro mezclándose con el almizcleño efluvio de una piel que se calienta bajo mis dedos. No podría olvidarme de ti ni en mil años.
Estoy mal de la cabeza, necesito salir de aquí y encontrar al fantasma de la noche donde debía haber terminado con este sufrimiento. Qué irónico me suena todo cuando los ruidos detrás de mi puerta anuncian la llegada del equipo médico responsable de mi inquisición.
No importa, sea cuál sea el resultado, he encontrado una pequeña razón para salir de aquí por mi propio pie. Por muy perdido que pueda estar en mi propia tormenta... sigo adorando los retos.
—Buenos días señor Park, veo que ya ha despertado. Soy el Dr. Jeon, mi equipo estuvo a cargo de su estabilización en la madrugada.
Un hombre alto y de rasgos esculpidos llega a la cabecera de mi cama. Pronto la máscara de oxígeno es retirada de mi rostro y puedo humedecer mis agrietados labios con la lengua.
Gracias al sistema de la cama consiguen que pueda sentarme para escuchar la letanía del doctor Jeon. Sigo distraído hasta el punto donde me recuerda que debo asistir a una interconsulta con el área de Psiquiatría, solo para asegurarse de que no fue lo que ya la prensa atestigua como un hecho.
—¿Ha comprendido?
Rectifica Jeon y yo pienso que debe tener una barra de acero en el culo por la intransigencia en cada uno de sus ademanes. Que agradezca el estado de letargo en el que me encuentro.
No suelo tener filtro y eso empeora en proporción a mi estado de sobriedad. Dios, odio esto. Sin embargo, estoy consciente de que de mi respuesta depende la "libertad."
—Perfectamente ¿Cuándo firmará mi alta?
Cuestiono enarcando una ceja mientras la enfermera que acompaña a Jeon y que desde los últimos minutos ha estado revoloteando alrededor, comprueba la vía conectada a uno de mis brazos.
El silencio que sigue a mi interrogante no augura nada bueno. Estoy a punto de sugerir que llamen a Hoseok, si es que no lo han hecho ya, para que se encargue del monótono papeleo, cuando una tercera persona irrumpe en la habitación.
Ha pasado casi un año desde que nos vimos y por alguna razón tengo la impresión de alucinar. Después de todo, he estado viviendo en una espiral de recuerdos y sensaciones en las últimas horas. No sería ilógico imaginar al señor Park Chanyeol, mi soberano padre, bajo el umbral de la habitación.
Solo salgo de ese estado estuporoso cuando su voz se encarga de quebrar el silencio en aquel espacio. La mirada que me concede el doctor Jeon lo explica todo.
—Solo te firmará el alta después que hablemos, querido hijo.
Y ya sé que estoy en verdaderos problemas. Mis manos hacen puños con la sábana que me cubre. Si pudiera arrepentirme... estoy seguro que el momento sería ahora.
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