Afable [One-shot]
❝Ella conoce hasta las más pequeñas cosas y aunque le cueste admitirlo, nunca tendrá el tiempo suficiente para agradecerle por eso❞
La fragancia se impregna enfática contra el comienzo de sus fosas nasales, ocasionando que el puente de la misma sea fugazmente estrujado. Un dolor incesante se acopla contra la parte trasera de su cabeza, colando el sentimiento de ansiedad en cada perímetro de su cuerpo. Hay un pequeño rastro de nicotina impregnado en las paredes de la habitación, aumentando las irracionales nauseas que permanecen aún después de que una de sus progenitoras aparece iracunda, aunque realmente hace mucho tiempo dejó de importarle lo que la de orbes carmín pensaba. Tal vez era la adolescencia. Tal vez era una faceta infantil, algo más como un berrinche que desea ser mostrado. No lo sabe. Y no quiere saberlo.
Una melena que no reconoce al principio resalta en su parámetro de visión, la calidez que le trasmite percibir el color de las hebras anaranjadas la siente a flor de piel, Itsuka la observa con aquellos ojos verdosos vituperados, inconscientemente sonríe ante esa acción, aumentado la ira sojuzgadora de la contraria. En su curiosidad casi inexistente, intuye que la presidenta del aula diferente a la suya, se encontraba para dar su versión de los hechos con respecto al acto de violencia, que por desgracia, ella había protagonizado.
El reloj mueve lentamente sus manecillas, mientras las intrépidas maldiciones eran soltadas con impotencia por el par de rubias cenizas que se encontraban, entre riñas, a su derecha. Los padres de las afectadas aún no habían hecho presencia en la descarrilada escena, logrando que el ambiente contra ellas se volviera cada vez más pesado; la teñida de bermellón prefería no mostrar queja alguna frente a las testarudas acusaciones, después de todo ambas eran quienes comenzaron la pelea contra Shiozaki Ibara y Awase Yōsetsu por un simple capricho de su mejor amiga, Bakugō Katsuki.
— ¡Por una mierda! ¿Cuánto tiempo vas a continuar con estás confrontaciones sin sentido, Katsuki? — La fémina mayor suspira, su garganta arde por el tono de voz elevado que ha tenido que usar desde que ingresó a la pequeña habitación. La indignación que la primogénita de la contraria siente aumenta con las simples palabras soltadas por su progenitora, logrando que sus mejillas enrojecieran y una sonrisa burlesca se apoderara con furor en el rostro de la menor.
— No me importa lo que pienses, vieja bruja — Especula ahogándose en la tribulación creciente mientras su cuerpo temblaba producto de las emociones que intentaba retener, Eijirō entendía vagamente aquella emoción, el no poder expresar los sentimientos belicosos y cándidos que desean explotar frente a quienes las criaron en antaño.
El peso de las afecciones eruditas termina de quebrar aquel delgado hilo que todavía lucha por unirlas, la palma izquierda de la mayor es levantada con fuerza dirigiéndose temerosa para estamparse en el rostro de la viperina ceniza. Kirishima alcanza a atraer la delgada extremidad de su compañera hacia su cuerpo, resguardando la alta figura entre sus brazos, notando como se muestra desconsolada apunto de consumirse entre nitroglicerina cítrica y dinamita inconstante.
— Nos iremos ahora, Mitsuki — Con delicadeza se permite a sí misma entrelazar sus dedos en la mano sudorosa de Katsuki, sintiendo la fuerza con la que esta era recibida. Al alejarse, la protesta de parte de su madre es vociferada sin tacto alguno —. Hablaremos después de esto, mamá. Una vez las clases terminen, iré directo a casa para discutir mi comportamiento con madre y tú.
La yema de sus dedos roza el aparato auditivo de la ceniza, asegurándose de quitarlo con delicadeza para que el ruido externo no fuera un explosivo más para ella. Al salir de la habitación, puede notar como Ibara reposaba ruborizada en el hombro de Awase, ambas golpeadas y vendadas, sin ánimos de seguir con riñas estúpidas y posiblemente, con el deseo de no volver a tener contacto alguno con las contrarias; por un momento la de hebras rojizas se siente avergonzada de la maraña de problemas que creó, incapaz de disculparse apropiadamente por la situación en la que se encuentra, hace una leve reverencia para marcharse de aquel lugar.
Una insignificante corriente álgida roza una gran parte de su anatomía, alzando levemente sus prendas y cabellos. Logrando que el sosiego la llenara de a poco. Un simple gemido es expulsado por la blondo, estirando su brazo, esperando que su aparato auditivo sea entregado, siendo aquel pedido obedecido casi de inmediato; las lágrimas ya se habían secado y el melancólico deseo culposo de arrepentimiento todavía se mantiene vigente, ambas partes luchan intentando suprimir la sensación necesitada de apogeo en aquellos pensamientos bañados en lóbrega.
— Mamá me va a matar por tu culpa, Blasty.
— Nadie te pidió que me ayudaras, solo pudiste dejarme existir sin involucrarte, pelos de mierda.
— Te van a terminar expulsando.
— Idiota, a nadie le importa eso.
Una agradable sensación se aloja fugazmente en su pecho al notar la pequeña sonrisa que se marca en los delgados labios de la contraria, muy en el fondo le agradece que se mantenga a su lado a pesar de todo. De forma rápida palpa la alocada melena, intentando demostrarle el apoyo incondicional que siente. La apreciaba. Y jamás dejaría de hacerlo.
Eijirō suspira, notando como el frío logra que su respiración se vuelva más visible, el otoño estaba próximo a llegar. Un leve sonido de hojas desprendiéndose hizo que su atención dejara de centrarse en su compañera, la unión de insignificantes pétalos amarillentos y partes de la arboleda habían logrado que su curiosidad emergiera juguetona en su interior; adsorba en el paisaje, intenta encontrar el lugar donde los puntos jaldes se originaron. Grata es su sorpresa al notar el jardín invadido por un cúmulo incontable de girasoles jóvenes.
— ¡Blasty! — Llama emocionada, logrando que un insulto sea soltado desde la boca contraria.
— ¡Cierra la puta boca!
— Girasoles. Muchos girasoles.
— Bastarda, han estado ahí desde que comenzó el verano — Informa, intentando desesperadamente apagar la emoción de su compañera, la cual no paraba de alzar la voz y saltar cubierta de una efímera dicha.
— ¿Desde cuándo tenemos un club de jardinería?
— No tenemos.
— ¿Entonces quién lo plantó?
— No lo sé. En primer lugar, ¿por qué tendría que saberlo? Vayámonos de aquí, quiero ir a la biblioteca a buscar libros sobre el período Edo.
— Ah, rata de biblioteca de las explosiones asesinas.
Sus labios se estiran recalcando aquella evidente burla sobre el apodo con el cual varios estudiantes bautizaron a la rubia, antes de que pueda evitarlo un fuerte golpe la deja sin aire en el suelo. La mirada amenazante que recibe es amortiguada por la risa que lucha por salir y ser reflejada en el rostro de Katsuki; cuando decide levantarse, comienza a seguir a la ceniza que la espera impaciente en la puerta de la azotea, sus ojos divagan hacia los girasoles, notando como una melena oscura sobresale en el color amarillo de la variedad de plantas, iría allí en el momento que llegara al primer piso.
Sin saber exactamente qué decir, al rozar el último escalón su cuerpo cambia de dirección, logrando captar la atención de su acompañante, su primera reacción fue sujetar la chaqueta grisácea, evitando su huida.
— No vayas a ver los girasoles — Declara, inquieta. Kirishima lo nota inmediatamente, Bakugō no quería que se acercara a ese lugar, no por evitar que no realizara sus deberes aun estando temporalmente expulsada de la clase de historia, existía una razón más profunda que eso.
— De todos modos iré. ¿Puedes inventarte alguna historia estúpida por si la maestra Usagiyama pregunta por mí? — Con parsimonia intenta alejarla, obteniendo un leve suspiro como respuesta a su pregunta.
— Ten en cuenta que te lo advertí; hagas lo que hagas, no te acerques a la tonta de las pecas — Puntualiza alejándose mientras evade completamente la mirada rojiza.
Transcurridos unos minutos decide moverse, queriendo liberar aquella incógnita que crecía cada vez más en su cabeza; al llegar al lugar donde las flores podían apreciarse con mayor claridad, puede notar el variado cúmulo de flores ajenas a los girasoles que se encontraban en el apogeo de su florecimiento. El aroma a tierra mojada inundo sus fosas nasales, otorgándole la confianza para acercarse.
El estupor invade cada fragmento de su cuerpo, logrando que sus vocablos emigraran lejos de su boca. Los grandes orbes escarlata divagan a la piel bronceada en exudación, cubierta de innumerables pecas; cada uno de esos insignificantes puntos se encontraban sembrados en las partes visibles del cuerpo contrario, dichosos de palpar las tonalidades rosáceas, doradas o ligeramente oscuras. Tenía manos grandes, algo masculinas, con uñas demasiado cortas y cutículas irregulares, sin mencionar las cicatrices que abrazaban la mayor parte de las palmas. Al alzar un poco más la mirada, la corbata mal anudada llama su atención, logrando que una carcajada raspara su tráquea, era como si quisiera ser notada.
Entonces Eijirō sonríe como nunca lo había hecho. Con los dientes puntiagudos a la vista y con ambos ojos cerrados con fuerza. Olvidándose de la advertencia de Bakugō, de su familia y que tal vez, solo tal vez, debió haber estado leyendo sobre el periodo Edo en vez de estar en un lugar que no le incumbía junto a la tonta de las pecas.
La chica que se encontraba delante de la teñida tomó una fuerte respiración, exclamando una vez más aquellas palabras invadidas por preguntas que aún no podían encontrar una respuesta certera por la persona que descuidadamente, pisaba las flores shibazakura que tanto le había costado plantar.
— ¿Quién eres? — Tartamudea, mostrando el desasosiego que experimentaba con solo formar una corta oración.
— Probablemente alguien que nunca has visto en toda tu vida — Afirma estrepitosamente. Sintiendo como sus palmas sudan despavoridas, temiendo la reacción de la de menor estatura —, pero que de seguro no te arrepentirás de conocer, pecas.
— Aléjate de mis plantas — Refuta de forma apagada, empujando el alto cuerpo lejos de su anterior posición, revisando con rapidez las afectadas por la torpeza de la de hebras rojizas; el sentimiento de desesperación nace en su pecho, incapaz de obtener consuelo intentando soltar aquellos vocablos que quemaban frenéticos en su paladar, deseando ser liberados para captar la atención de la persona que ignoraba por completo su presencia.
— Eijirō, Kirishima Eijirō — Los grandes orbes glauco acaparan su atención, confusos por lo antes mencionado, obligando a que su boca fuera una vez más abierta —. Ese es mi nombre.
— Afilado... — Comienza a murmurar, llevando una de sus manos a su boca para jugar con su labio inferior hablando rápidamente sobre los kanji que logró identificar al oír su nombre. Ella hablaba mucho, pero también podía hablar muy poco. Para Kirishima, el pensamiento de que la persona que estaba arrodillada ante sus ojos no dejaría de ser interesante no importa cuántas veces la viera no podía escapar de su cabeza.
— ¿Cuál es tu nombre, pecas?
— Midoriya Izuku.
Aquella revelación la sorprende, la chica bonita de las mejillas pecosas al fin tenía nombre. Y por un momento siente, que aquel solo podía ser usado por ella, simplemente era demasiado verde para que cualquiera pueda ser merecedor de poseerlo como designación. La contraria comenzó a moverse, intentando cumplir con sus funciones con respecto al cuidado de las plantas. Kirishima decide sentarse en la tierra, observándola y reparando, otra vez, cada detalle que la complementaba; Izuku era pequeña y torpe. Algo fuerte, más que los hombres que conocía. Poseía el cabello demasiado rebelde, rizado y oscuro, pero sobretodo tenía una extraña tonalidad glauco. Como sus ojos, sus pestañas o pobladas cejas; los moretones se marcan ligeramente en las partes descubiertas de su vestimenta, cubriendo la piel bronceada con colores rojizos o morados. Sin embargo, Midoriya no se molestaba en ocultarlos. No le importaba ser visto como el desastre que era.
Pecas le recordaba a Eijirō a uno de esos muñecos Teru Teru Bouzu o un muñeco quitapenas.
❝Midoriya Izuku era un libro abierto escrito en un idioma extinto; no era necesario evocar su recuerdo cada vez que partía. Ella volvía cuando quería, en sueños, en mentiras y en vagas sensaciones de algo ya vivido❞
La fémina comienza a moverse de forma torpe, derrumbándose ante la mirada de su acompañante, exhausta por las actividades realizadas. Las descuidadas prendas carecen en ese momento de aseo personal, mostrando la suciedad que las complementaban por el constante esfuerzo al que se había sometido. El cálido toque de la teñida la abruma, sintiendo como la yema de los dedos roza con delicadeza su cuero cabelludo, reconfortándola. Su propia mano palpa la extremidad contraria, en un vano intento de fundirse en el apacible tacto.
Ambos pares de orbes observan los jóvenes girasoles alzándose frente a los rayos del sol, logrando que la teñida sonriera boyante ante esa escena. La chica de las pecas constantemente tomaba pequeñas pausas para soltar los conocimientos que aguardaban en su cabeza sobre las flores que en aquel jardín habitaban, para Kirishima ese hecho solo lograba que la de menor estatura resplandeciera agraciada cada vez que hablaba; un leve golpeteo en uno de los vidrios del pasillo del primer piso acapara su atención, notando como alguien comenzaba a mover ambos brazos, cubiertos de papeles, intentando vagamente atraer la atención de la de cabellos verdosos.
— ¡Izuku! — Exclama ruidosamente alguna compañera de clase de la antes mencionada. Una larga melena oscura y trenzada entra en escena, mientras una fémina de alta estatura sonríe desde la ventana.
Midoriya se levanta para dirigirse dichosa a la posición de la persona que la llamaba, incapaz de ocultar su felicidad por verla una vez más. Intrépidas carcajadas complementan el ambiente logrando que Eijirō se sintiera sobrante en aquella situación. Parecían conocerse de hace mucho y aunque lo intentara, Kirishima no podía ubicar quién era la persona que recibía toda la cálida atención de la fémina.
Antes de que pueda acercarse, intentando apaciguar la impotencia que acaparaba su pecho, la contraria ya estaba volviendo a su anterior posición para recoger sus cosas y marcharse, dando fin a los pequeños momentos que habían mantenido en aquel jardín. El cosquilleo en sus palmas por haber palpado los cabellos de Izuku aún se mantiene vigente, impotente e incapaz de desaparecer.
— Me tengo que ir ya — Susurra nerviosa, incapaz de verla directamente al rostro, en el fondo desea quedarse —. ¡Vuelve cuando quieras, Kirishima! Estaré esperando verte otra vez.
La teñida puede sentir como el sentimiento de ansiedad abarca su pecho, logrando que su cuerpo tiemble inquieto y la desesperación agobiante devore cada centímetro de su sistema, la quiere devuelta. Midoriya la observa por primera vez desde que se acercó a despedirse, sintiéndose atemorizada por la sensación sofocante que trasmitía en aquel momento la de orbes bermellones.
— Realmente estaré feliz si puedo verte otra vez, hablar contigo fue lo más divertido que he hecho en un largo tiempo. Me alegra que hayas venido — Con las mejillas pecosas cubiertas de tonalidades rosáceas y algo rojizas, agarra firmemente la mano derecha de Eijirō, intentando trasmitir la afección que no dejaba de persistir en quedarse arraigada en su cabeza.
— Eres extraña.
— Lo sé — Ella ríe sin poder evitarlo, jugueteando con la palma contraria.
— Eso me encanta — Susurra, incapaz de ser escuchada por de menor estatura.
— Tienes una bonita cicatriz sobre tu ceja.
— No cambies de tema, pecas. ¡Asegúrate de estar aquí mañana! — La otra asiente, sonriente.
Su estómago comienza a estrujarse cuando empiezan a alejarse, mientras una media sonrisa mostraba lo indefensa que se sentía. Inconscientemente su respiración es mantenida con fiereza en sus pulmones, moviendo sus piernas ansiosas por dirigirse a la biblioteca y contar aquellas experiencias afables que habían logrado que su cuerpo brillara en el ameno sentimiento invadido por la avidez de lo extraño y dulce.
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Al cruzar el umbral del lugar invadido por un gran cúmulo de libros, lo primero que sus orbes pueden observar es la descuidada figura que reposaba su rostro en una gran cantidad de escritos con diferentes tonalidades zarco e índigo. Cohibida por las acciones que iba a realizar, palpa con cuidado el hombro de la otra persona, notando como el par de ojos grisáceos la reparan desinteresados; su mano señala a una de las mesas del fondo, logrando interpretar lo que la contraria quería indagar sin necesidad de oír la interrogación de la teñida, volviendo rápidamente su atención a los extensos textos coloridos. Eijirō toca la larga cabellera clara, logrando que la otra gruñera molesta, era cómico notar como Kasahara nunca cambiaba. La obsesión con el mar todavía se encuentra atrapado en su cabeza, incapaz de salir de tan boyante ser.
Durante un instante se siente un poco tonta por haberse visto en necesidad de preguntar o haber hecho el intento de hacerlo, por el grupo de personas que frecuentaban en sus reuniones, pues en el momento que giró su cuerpo en dirección en donde su compañera había señalado segundos antes, el estrépito que formaban ya la estaba golpeado. La teñida alza una ceja con una sonrisa divertida, confusa y desorientada por lo que estaba observando y que, al parecer, nadie más se tomaba el tiempo de reparar. Intentando ignorar el bullicio, desliza una de las pequeñas sillas sin decoración alguna al lado de la rubia ceniza que intentaba tomar apuntes sobre alguna actividad que desconocía. Cuando se dispone a saludar, la gran risotada que expulsa la blondo con un rayo teñido en sus hebras le eriza la piel y evita que pueda articular palabra alguna.
— Me alegra verte por aquí, Eiji — Expone risueño el azabache mientras intentaba calmar a su pareja y lograr que hiciera al menos un poco de silencio. La cual con actitud pedante había hecho caso omiso a aquello.
— ¿Dónde estabas?
Bien, Kaminari Denki lo había arruinado. La pregunta rondó por la habitación y aquellas personas esperaban ansiosas una respuesta; Bakugō la observaba inquieta, arrogante y desafiante. Sabe la respuesta pero espera que ella lo diga, la hace sentir pequeña, porque de forma abrupta la niebla que Izuku generó en su raciocinio se disipa y el recuerdo de la contraria advirtiéndole sin razón aparente que se alejara de la tonta de las pecas la envuelve. Se siente culpable. Mira de soslayo a la persona que realizó tal interrogación. Siente la soga apretando su tráquea y suda como nunca antes lo había hecho. La vaga idea de que realizó algo imperdonable la invade, logrando que los vocablos desaparecieran, dejándola muda y vacilante, buscando una manera desesperada de poder escapar de la barahúnda que se avecinaba si contestaba.
— Bésame el trasero, rubia.
No era exageración de parte de Katsuki cuando vociferaba que ella podía ser la persona más tonta que tuvo la desdicha de haber conocido; lo era. Y aquello lo comprobaba de sobremanera.
— ¡Vamos! Que no he dicho nada malo. ¿No es así, Yao? — Musitó la de melena azafranada. Levantándose de su asiento dispuesta a contraatacar por la actitud que había recibido por parte de la contraria. El azabache parpadea un par de veces por el desconcierto que le provocaba, acunando entre sus brazos el cuerpo de la contraria para así evitar que una riña sin sentido fuera provocada.
— Estuviste con... — Duda, intentando rebuscar en cada recóndito de su memoria para recordar el nombre de la persona que evocaba en sus recuerdos con cada parpadeo que realizaba. Antes de poder continuar, comienza a enarcar sus cejas y gruñe iracunda, mientras las demás personas en la habitación observan atentas el rostro de la ceniza, esperando en medio de la desesperación que prosiguiera en algún punto — Midoriya.
— Izuku.
Tenía la garganta tan apretada que sentía que en cualquier momento su cuerpo cedería ante los prolegómenos de la reprimenda que recibiría. Para su sorpresa, no solo era Bakugō quien la observaba incomoda por el nombre que había mencionado; Kaminari tomó asiento, aguantando la respiración por la sorpresa que recibió con solo escuchar lo que la contraria mencionó segundos antes. Momo es más sutil con su reacción, prefiere aguardar con la mirada apartada, escuchando como la respiración acelerada de la ceniza se propaga como único ruido en el lugar. Denki es la primera en abrir su boca, arrepintiéndose con cada vocablo que escapaba de sus cuerdas vocales.
— ¿Hablas de la chica pecosa del edificio en conjunto? Creí que no era bueno juntarse con ella — Divaga, intentando encontrar en su cabeza la forma correcta de mencionar aquel tema. Su rostro se contrae y sus manos se mueven de un lado a otro nerviosas —, porque bueno, ya sabes.
La fémina teñida quiere evitar que siga hablando, desea que aquella pausa momentánea se mantenga. YaoMomo decide proseguir con la conversación al notar como la blondo era incapaz de continuar con aquello, sus mejillas se encontraban rojas por la vergüenza que le provocaba recordar los rumores que circulaban silenciosos por las instalaciones.
— Verás, Eijirō. La chica que conociste ha estado envuelta en algunas habladurías, me sorprende que no hayas oído hablar antes de Midoriya Izuku; ella es la chica que tuvo un romance con uno de los padres de una de sus compañeras, un buen amigo de su familia según dicen — Especula, para luego observar a Katsuki, la cual no paraba de esperar a presenciar la reacción de Kirishima.
No, Kirishima Eijirō no lo cree posible. Ella solo se dedica a parpadear un par de veces y con cada parpadeo, la imagen de hace unos cuantos minutos golpea su memoria, en el fondo se encuentra deseando poder aferrarse a alguna de las mismas; porque para la de orbes bermellones, Midoriya es alguien boyante. Tiene amigas que solicitan su presencia aun cuando se encuentra ocupada con actividades del club de jardinería. Ama las flores. Se parece a un girasol. Es explosiva. Brilla y se emociona por los gestos más pequeños; existen mil y una cosas que puede decir sobre Izuku, pero sabe que más de la mitad probablemente pueden ser mentira.
Al parecer, había puesto corazones amarillos sobre el nombre de la persona equivocada.
Con las interrogantes carcomiendo sus más íntimos pesares, se detiene a observar a la ceniza que le había advertido con anterioridad sobre el conocer a la tonta de las pecas. La adolescente imita su accionar, demostrando en aquel ahora mudo lugar, la razón que poseía por sus advertencias anteriores. En vez de soltar todo lo que logra alterarla, se detiene, bajando por un instante la mirada. Es justo en ese momento que tiene la oportunidad de confesar su relación cuestionable con la de los mofletes invadidos de insignificantes estrellas. Pero no lo hace. Después de todo, Bakugō Katsuki no era alguien que le interesaba hablar de sus problemas.
— Esto debería ser una broma — Es lo único que Kirishima se limita a decir.
— Exacto — Responde Katsuki —, debería.
Y tenía razón. Tal vez que el mañana llegara ya no era razón para que aquella sintiera dicha.
❝No a todos los girasoles les gusta el sol❞
Los escalofríos invaden su espalda cuando lo primero que puede observar al cruzar el umbral es el jarrón adornado sombre el asiento que le correspondía. Había algunas marcas que brillaban sobre la desgastada madera, palabras escritas que no quería tomarse la molestia de leer, sabía de antemano lo que aquellas decían. Con solo tener que imaginarse a sí misma limpiando el desastre que tenía al frente su rostro adaptaba una mueca de desagrado, la vaga idea todavía la llegaba a incomodar; incapaz de realizar la acción que rondaba por su mente, se dispone a tomar asiento. Sus palmas palpan los extremos circulares del búcaro, acomodándolo cerca de sus piernas mientras empezaba a recostar su cabeza en el pupitre. Podía sentir la leve fragancia de la tinta del marcador que utilizaron para garabatear sobre el mismo. Ya se acostumbraría o eso es lo que se dice. Como cada mañana lo ha hecho desde hace un tiempo. Solo era cuestión de adaptarse a esa situación. Quiere creer que así será. Lo necesita.
Algunas voces en el pasillo hacen un profundo eco, si cierra sus ojos por un instante puede imaginarse en que parte se encontraban sus compañeros de clase. Probablemente están subiendo las escaleras que daban a su aula, existían dieciséis peldaños que la separaban por un momento del cataclismo asfixiante que en aquel lugar se experimentaba. Se siente egoísta al querer que se mantenga de esa manera.
Su corazón comienza a latir desenfrenado, retumbando con fiereza contra sus oídos, cuando las voces se hacen más allegadas a su actual posición. Quiere que aquellos dieciséis peldaños comiencen a aumentar. Ojalá fueran diecisiete peldaños. Tal vez dieciocho. Podrían ser veinte, treinta e incluso hasta cien. No importa realmente cuantos sean. Solo quiere que toda persona que se encuentra subiendo por esas insignificantes escaleras desaparezca; los pasos cesan y las puertas corredizas se abren, logrando que los estudiantes pasaran por ellas, abstraídos por las conversaciones aleatorias que surgían entre ellos.
Intercambió miradas con algunos de los presentes más solo recibía rechazo por parte de los contrarios; la sensación de desasosiego cubre su cuerpo cuando comienza a escuchar aquellos vocablos que invadían la ausente parsimonia que no lograba acoplarse en su entorno desde hace tanto que le era imposible recordar, los rumores logran hacer acto de presencia, posicionándose cerca de sus oídos, dispuestos a atormentarla gustosos cubiertos de una inexplicable alegría.
— Oí el rumor... — Escuchó venir de la parte izquierda del aula, sabe que la charla que recién había empezado la persona desconocida en su aula giraba entorno a ella. Siempre era lo mismo.
Izuku pasa una mano por su cabello, intentando recordar desesperadamente como respirar con normalidad.
Las sombras aparecen y sus sonrisas boyantes brillan con naturalidad, ahogándola en un montón de sensaciones que desearía no experimentar. Las habladurías sobre sus acciones realizadas en antaño comienzan a surgir con más rudeza. El sentimiento de culpa penetra contra su cuerpo, dejándola indefensa mientras sus orbes verdosos notaban como la habitación giraba entorno a los seres oscuros que reían ante su sufrimiento. La cumbre de aquel martirio recién comenzaba y ese pensamiento la aterraba, quería huir de ese lugar; cuando alza su cabeza para poder observar la ruta que le fuera más accesible para poder escapar, puede notar como el maestro Ishiyama Ken entraba, preparado para comenzar su clase de literatura moderna.
Midoriya puede notar como el contrario observa el desastre que había en su escritorio, sin embargo prefiere mantenerse alejado sobre la situación que la estudiante pecosa presentaba. Ella no protesta al notar ese hecho, era muy común oír a los maestros que la orientaban lo desdichada que pensaban que era y además, el como preferían mantener un pacto de silencio frente a su caso tan peculiar en vez de actuar.
— ¿Puedo ir a la enfermería? — Dijo Izuku cuando pudo captar la atención de Ishiyama —, me siento un poco mal.
Ken asiente sin objetar.
Izuku no puede controlar la euforia que la invade, ella comienza a murmurar un agradecimiento y se levanta. La adolescente que se encuentra a su lado golpea por un breve momento la parte metálica de su asiento, logrando que el búcaro se tambaleara hasta derramar todo su contenido sobre sus zapatos. El bullicio atrae la atención de los presentes junto al hedor que trasmitía el líquido marrón que cubría los alrededores de la de hebras verdosas. Un gruñido escapa iracundo de los labios de su maestro, soltando una leve maldición, pidiéndole que se retirara a la enfermería y que, al mismo tiempo, no entrara a clase una vez haya terminado su revisión con la enfermera del edificio. Sin poder enfrentar la situación decide aceptar lo que se le estaba ordenando, huyendo despavorida junto a su desgastada mochila azafranada; su campo de visión es acaparado por una de sus compañeras, los orbes violáceo la observan demostrando el cúmulo de emociones negativas que siente hacia ella, la culpa la invade por un instante y se ve a sí misma, incapaz de mantener su mirada por mucho tiempo.
Una vez cruzado la puerta corrediza comienza a correr, de una forma desesperada que daba la impresión que anteriormente la estaban persiguiendo (y cualquiera podría decir que así era); su teléfono vibra en su bolsillo en el instante que puede divisar la pequeña zona donde los girasoles jóvenes habitan, en el momento en que su cuerpo roza la tierra de aquel lugar es cuando decide revisar el mensaje que había recibido.
Estaba segura que ya no mantenía la cuenta de cuántos mensajes de la misma persona tenía guardados. Estaba segura que aquello lo único le traería era problemas. Pero mantiene su contacto vigente en ese aparato electrónico. Midoriya Izuku estaba segura de muchas cosas y sabe que la mayoría solo le causarían que se hundiera más en la barahúnda que con sus acciones había protagonizado; todavía lo recuerda e intenta rememorar al leer aquel texto que exponía entre mayúsculas y palabras formales lo mucho que la extrañaba.
Tenía catorce años cuando lo conoció, recién cumpliría los quince años en aquel tiempo. Secundaria. Aún le temía a la oscuridad, le gustaban los superhéroes y todavía discutía con su madre porque no quería tomar una ducha después de su jornada matutina. Murmuraba sin cesar. Poseía alrededor de diez libros con análisis sobre personajes de algún manga que le llamaba la atención. Le gustaban las flores y amaba los deportes; en esa época, se le asignó el tener que contribuir en la floristería de su vecina Shūzenji Chiyo, una mujer mayor que pasaba los setenta y tantos años. Y simplemente pasó. No era un día en especial o particularmente característico. Aquella persona solo había tomado asiento afuera del local, devastado y consumido en fatiga.
Un manto color carmesí no cubrió su entorno, él no la agredió ni embelesó con palabras dulces con su lengua viperina. No pensó que fuera la persona más atractiva, o se enredó en una maraña de ilusiones invadidas por los sentimientos desesperados de una mentalidad infantil e ingenua sobre ese sujeto. Había sido algo más simple que eso; lo vio llorar aquella vez, recuerda vagamente haber notado las marcadas ojeras que reposaban debajo de sus delgados ojos. Ella fue el hombro en que aquel pudo apoyarse cuando ya no aguantaba. Sus hijos se encontraban inestables por la situación que sobrellevaba en su hogar. Y la mujer con la que se casó ya no se encontraba para apoyarlo. Un sentimiento cándido nació en su cuerpo cuando pudo entender la situación tórrida que estaba experimentando. Ese hombre tenía una personalidad afable.
Y ahora se encuentra en aquel lugar, tiempo después de haber mantenido algo que surgió con el paso de los años. Su familia se había enterado. La familia de él igual se enteró. La hija de aquel la detestaba. Sus maestros, compañeros y toda su actual preparatoria lo sabe. No puede huir de sus equivocaciones y el peso de aquella responsabilidad se vuelve incapaz de sobrellevar; parte de ella se arrepiente de que aquello este llegando a su fin, no quiere sentirse consciente del dolor que vendrá. Lo quiere devuelta.
— Kirishima.
Es lo primero que menciona cuando nota como los rayos solares eran aprisionados por el gran cúmulo de girasoles jóvenes. La fémina teñida le recordaba de sobremanera a la actitud que poseía antes de que aquella calamidad se desatara y además, compartía similitudes con su amiga de la infancia; la aprecia por ello. Cuando estaba con ella, sentía que podía respirar con parsimonia y puede volverse a mostrar como en realidad era.
Había pasado poco más de un mes desde que se reunieron en ese lugar. Cada vez que la ve en los pasillos la contraria la evita. Probablemente Eijirō ya lo sabe. Igual que todos.
En el fondo, no la juzga por alejarse.
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— ¿Puedes ir un momento a la piscina, Kirishima? Olvidé unas anotaciones cerca de las bancas y no puedo ir a buscarlas — Dijo Kayama Nemuri, su maestra de deportes. Antes de que pueda plantearse el aceptar o no, las llaves ya habían sido lanzadas a su dirección.
Parpadeó varias veces para luego observar la cabellera ceniza que resaltaba a pocos metros de su posición, asintiendo al notar la situación en la que se encontraba y alejándose para poder ir a la próxima clase. Al parecer no la acompañaría, bufa molesta ante ese hecho; se abrió paso entre los estudiantes que invadían los pasillos, intentando poder mantener el equilibrio. Cuando logra salir del primer recinto, se dedica a observar el lugar que había estado evitando los últimos meses. Para su sorpresa los girasoles habían desaparecido, intenta vagamente seguir con su camino, repitiendo en su cabeza que aquel asunto no le incumbía.
En el momento que se posiciona frente a la puerta que daba al espacio de la pileta, puede darse cuenta de que está ya se encontraba abierta. Su ceño se frunce y no puede evitar sentirse extrañada por aquello. Cuando se dispone a entrar, puede notar como los diversos pétalos cubren todo el recinto. Cada vez que se acerca más a la piscina llega a apreciar como también algunas hojas flotan sobre la superficie azulada; cuadernos mojados, papeles y algunos pares de zapatos. Sin mencionar los brotes coloridos de las flores que se le hacían algo conocidas.
Eijirō alza la mirada y puede observarla. Sus palmas se encuentran apretadas y las lágrimas se desbordan sin control de sus orbes verdosos. La pecosa también la observa, incapaz de poder explicar la situación en la que se encontraba. Se siente impotente y aunque lo desea, no puede parar de llorar; Kirishima intenta acercarse, sin embargo se retiene.
— ¿Son tus cosas, pecas?
Aturdida la miró algo molesta, no quiere hablar con ella. Era inútil pedirle que se retirara e ignorara lo que estaba sucediendo a su alrededor. Izuku simplemente comienza a desprenderse de sus zapatos rojizos y una vez descalza, desliza sus pies en el líquido cerúleo. Su sollozo aumenta cuando puede admirar como los girasoles emergen en la superficie. Ya no quiere seguir pasando por eso, se había esforzando tanto para poder sobrellevar la inquina incontrolable que los demás expresaban sin justificación hacia ella, solo para darse cuenta que realmente se estaba ahogando en sentimientos de incertidumbre e inseguridad.
— ¿Piensas quedarte mirando? Será mejor que te vayas de una vez — Las palabras de la de hebras verdosas la sorprenden. Incapaz de refutar contra aquello, toma valor una vez más para acercarse y sentarse al lado de la contraria.
Para Kirishima Eijirō era curioso notar como los girasoles adultos, a pesar de haber sido arrancados, aún apuntaban al sol cuando flotaban sobre la superficie acuosa, desesperados por poder recibir algo de luz. El lloriqueo de Midoriya aumenta y aquella solamente puede preguntarse cuando la de menor estatura comenzará también a mirar hacia arriba.
— Me advirtieron hace mucho sobre el problema que era conocerte, pecas — Dijo Kirishima.
— Lo puedo imaginar — Responde Izuku.
— No me arrepiento de haberlo hecho, fue bueno conocer a alguien como tú.
— ¿Desde cuando me conoces, Kirishima?
— Conozco el lado lindo de ti, supongo que hasta cierta parte es suficiente. ¿Debería conocer más sobre ti para decir que me agradas?
— Deberías.
Definitivamente no estaba de acuerdo con aquello.
— Los rumores... — Toma una pausa para proseguir, sin saber ciertamente que desea abarcar al preguntar sobre el tema que la hizo alejarse en primer lugar — ¿Son ciertos? ¿Realmente estuviste en una relación con alguien mayor?
Midoriya asiente sin especular nada más. Lo hizo, no había razón para negarlo. No a estás alturas. Le es imposible hacerlo y solo le queda adaptarse a la realidad de ese hecho; por primera vez en mucho tiempo, desea plantearse que dicha relación no había sido su problema. Sucedió y nada más. Sus errores están vigentes pero, a pesar de todo, cada vez que se quiere referir a ellos lo hace en pasado. Porque ya sucedieron y era injusto que todavía la juzgaran por ello.
Como la juzgó su propia madre, amigos e Eijirō.
Entonces Kirishima simplemente se obliga a creerlo. No sabía como continuar con aquella conversación, principalmente porque no se sentía cómoda al respecto. Aunque no era un asunto que no le incumbía, le afecta. Buscó con la mirada la contraria, notando como la misma era evitada; por un momento puede notar el desasosiego que le produce la idea de haber juzgado sin preámbulos previos la situación que Izuku protagonizaba.
— ¿Podrías contarme? Entiendo que no sea un tema que te guste discutir, yo no puedo comprender que pasó por tu cabeza cuando empezaste aquello, niña tonta de las pecas. Lo único que has experimentado es tener el poder de sentir algo de tal manera que aunque duela, solo te hace entender lo viva que te encuentras. Es irónico — Ella toma un bocado de aire para poder seguir hablando, intentando trasmitir las ideas sin sentido que rondaban en su sistema y que le era difíciles de expresar de forma correcta. Ambas eran un eminente desastre y eso le alegra —. Dime, Izuku. ¿Has sufrido mucho?
La fémina ubica su cabeza en el hombro de la contraria, esperando poder escucharla hablar una vez más. El cuerpo a su lado tiembla, cubierto de pavor, intentando poder especular los hechos que nadie se atrevió a querer saber antes que todo colapsara; con cada palabra su percepción cambia y realmente, entiende que nunca había conocido a alguien como Midoriya. Ella es un inminente cataclismo; miente, engaña y es codiciosa. Pero también es dura consigo misma, está sola y se hiere antes de pedir ayuda. Le recuerda a una pequeña estrella de algún infantil cuento que a veces olvida como brillar correctamente.
Aquel día solo puede catalogarse como extraño; porque pudo notar que tal vez ella sufre más que nadie. Que los girasoles aman la luz hasta en el momento que ya no necesitan de está. Que estos, si pudieran derramar lágrimas de sufrimiento, se verían como Izuku en aquel momento.
Sí, era extraño.
Una parte de Kirishima se siente feliz, porque el estar en ese lugar, justamente en ese instante, puede realmente conocer a la verdadera Midoriya Izuku. La que llora, se equivoca y entiende que no puede manejar todo sola. A la indefensa chica que dejó de buscar la luz que le proporcionaba el sol, para obtener la de otros. Y Eijirō no para de pensar lo fascinante que era aquello. No conoció a la tonta de las pecas hace meses, definitivamente estuvo lejos de hacerlo; la conoció el undécimo día del onceavo mes donde por primera vez entendió que tal vez el amor de ella era demasiado para cualquiera que no entendiera que hasta los girasoles pueden amar la simpleza existente que les brinda el vivir en soledad.
Algo pesado floreció en su pecho al darse cuenta de ese hecho.
En el fondo no dejaría de rememorar el extraño día que los girasoles lloraron.
➥ El personaje de Kasahara no me pertenece, créditos a Marvengers_ por la creación de su OC en su historia Siren.
➥ OS KiriDekuFem! 6570 palabras
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