Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

CUATRO


CUATRO

┌──────── ∘°❉°∘ ────────┐

❝𝑻𝒉𝒆 𝒎𝒆𝒏 𝒖𝒑 𝒐𝒏 𝒕𝒉𝒆 𝒏𝒆𝒘𝒔, 𝒕𝒉𝒆𝒚 𝒕𝒓𝒚 𝒕𝒐 𝒕𝒆𝒍𝒍 𝒖𝒔 𝒂𝒍𝒍 𝒕𝒉𝒂𝒕 𝒘𝒊𝒍𝒍 𝒍𝒐𝒔𝒆❞

└──────── °∘❉∘° ────────┘


La primera vez que el Presidente Snow me quiso muerta, estaba sentada en un trono, dando una entrevista a Caesar Flickerman. Acaba de ganar los Juegos y estaba enfrascada en la laboriosa tarea de fingir que ver morir a mi compañero de Distrito una y otra vez, me resultaba completamente indiferente.

Aquella también fue la primera vez que el Capitolio se enamoró de mí.

A pesar de los traumas que salieron conmigo de la Arena, era una chica de sonrisa fácil y comentarios agradables. Caesar declaró que era la Vencedora más adorable que había entrevistado alguna vez, y toda la ciudad ya estaba en mi bolsillo.

Para el momento en que Snow puso la corona en mi cabeza, los residentes clamaban mi nombre como una plegaria y lloraban ante la certeza de que tenía que marcharme a casa. Fue entonces cuando Snow decidió que mi influencia era tan grande que, aunque yo no hiciera nada para motivarla, sería más útil muerta. Sin embargo, se percató también del alcance de mi potencial como acompañante y optó por vengarse de mí convirtiéndome en una prostituta.

No lo supe en ese momento, por supuesto, pero lo averigüe después de boca del mismo Presidente. Me lo dijo la segunda vez que decidió que me quería muerta. En aquella ocasión, me esmeré, sin ser consciente de ello, en demostrarle otra vez que no podía dominarme. Encerrada en una habitación de hotel con mi primer cliente, perdí los estribos ante la tensa situación. Cuando el hombre intentó ponerle las manos encima le rompí un brazo y, después, cuando se molestó tanto por ello que me dejó el cuerpo brillando en marcas purpura, le rompí la mandíbula. Finnick, que estaba en la habitación por alguna terrible coincidencia, casi terminó matándolo cuando irrumpió en lugar, guiado por mis gritos.

Snow nunca me lo perdonó, y aquel hombre tampoco. Le puso un precio tan alto a mi vida, que Snow casi no se resistió. Pero, ¿qué clase de líder sería si no me enseñara una lección?, me preguntó riéndose como si estuviera a punto de cometer la travesura de su vida. No. Ninguna suma valía tanto como la idea de demostrarme cuán poco significaba en su nación. Así que me dijo que tenía que volver a hacerlo. Una y otra vez. Hasta que me quedara claro quién mandaba.

No morí esa vez, pero el destino que el Presidente preparó para mí, me hizo desear haberlo hecho. Me castigó con la verdad, y con la responsabilidad de la muerte de alguien más, como, confesó, había hecho con Finnick al elegirme como tributo. Annie y Zale fueron elegidos para ir a los 70° Juegos del Hambre, porque no permití que un hombre abusara de mí. Zale murió, Annie perdió la cordura y yo tuve que permitir que me vendiera de todos modos. Me sometí a sus deseos para que no volviera a herir a nadie más que me importara.

Pero, incluso así, volví a arreglármelas para convertirme en el objeto de odio de Snow una vez más. Estaba en la Mansión, fungiendo de acompañante de un importante inversor en el fin de la Gira de la Victoria de Johanna, cuando tropecé con un hombre bellísimo, de sonrisa afable. Intenté evadir sus invitaciones de baile tanto como pude, para no enfadar a mi acompañante, hasta que me prometió que sólo sería un baile breve.

Después de un par de pasos, descubrí que no había forma de que yo saliera de ese lugar siendo la misma. Nunca había conocido a nadie en el Capitolio capaz de expresar tanta pasión y el descubrimiento me mantuvo en el borde, cediendo casi con desfachatez a sus sutiles implicaciones. Cuando terminó el baile, tuve que suplicarle, desganada, que me dejara ir y le conté, casi como confidencia, que nunca me la había pasado tan bien en una fiesta en la ciudad. Esa noche, volví a mi hotel acompañada de mi cliente y en la ignorancia de lo que una corta pieza de baile podía significar para el Presidente.

A la mañana siguiente, después de despedir a mi acompañante y asistir a mis sesiones rutinales de entrenamiento, me encontré con un pulcro sobre blanco y con un arreglo floral tan lujoso que era casi obsceno, en mi habitación de hotel. Abrí primero el sobre y la feroz nota firmada por Snow, donde me ordenaba que fuera a verle de inmediato, me resultó de lo más confusa. Al menos, hasta que leí la pequeña tarjetita en las flores.

En un corto, pero contundente mensaje, Marcus Snow me contaba que también había sido la mejor fiesta en la que había estado alguna vez, y que no podía esperar a volver a verme.

Snow, naturalmente, nunca estuvo en mayor desacuerdo con su nieto. Estaba dispuesto que él se casaría con la hija de un importante mandatario político, y que estuviera jugueteando con su Vencedora más problemática suponía un acto inadmisible.

Para su infortunio, Marcus decidió convertir de esa, la única orden que le desobedecería alguna vez, y me invitó a salir con él. Bastaron apenas unas cuantas semanas para que me propusiera formalizar nuestra relación y yo accedí de inmediato.

Aunque es ocasión no me comunicó su deseo de asesinarme, el Presidente Snow fue muy claro expresando su intención de hacerme pagar tal humillación, tan pronto como se le presentara la oportunidad.

Ingenuamente, pensé que lo había olvidado. No dio indicio alguno de pretender hacerme daño durante cuatro años y yo creí en mi libertad. Me aferré a ella.

Ingenuamente.

Porque, según parece, el Presidente Snow me quiere muerta una vez más.



Lysander ha confeccionado para mí el vestido más hermoso de toda su carrera.

Ajustado, con un par de profundos escotes, un millar de diamantes y una extensa capa, ha sido dispuesto para hacerme lucir como una reina. Es del blanco más pulcro que pueden producir en el Distrito 8 y me hace brillar como uno de esos seres alados que se encuentran en los libros antiguos de Marcus.

Él me lo comenta, añadiendo que me veo preciosa, y yo me pregunto qué clase de misterio se esconde detrás de su acongojada sonrisa.

Marcus no viste de blanco. El imponente traje de etiqueta negro que le confeccionó su diseñador le hace lucir, además de irresistiblemente atractivo, contundente y poderoso, como un líder.

–Se nos hace tarde – me dice, ajustándose la pajarita por onceava ocasión, mientras me ofrece su brazo para salir de la sala que nos ha sido dispuesta en la Mansión Presidencial.

Los pasillos de la enorme edificación son largos y ostentosos. Me da la sensación de que estoy recorriéndolos por primera vez, sujeta de Marcus, cuando observo las pinturas y decoraciones en las paredes. Ha pasado tanto.

El suntuoso diamante pesa dos mil kilos en mi mano izquierda, y, de repente, siento que voy a vomitar. He visto el principio de la transmisión de la boda de Katniss Everdeen y el recuerdo del horripilante circo que han montado a su alrededor me da arcadas. Para la Chica en Llamas, su boda es una parte minúscula de su deuda con el Presidente. Para mí, es mi libertad.

–No dejes que esa cabecita tuya le dé tantas vueltas, sirén – abandono mi aletargamiento ante el dulce sobrenombre que me otorga, antes de depositar un gentil beso en mi frente –. El Vasallaje no puede ser tan malo.

Le doy una sonrisa, mientras pienso que, él sabe tanto de la monstruosa experiencia que suponen los Juegos, como yo de la bondad de su abuelo.

De todos modos, y como acostumbro, elijo confiar en él.



Todo ocurre demasiado rápido.

Estoy sonriendo a Marcus; otorgándole una sonrisa fugaz cargada de picardía, siguiendo un tentativo juego de miradas veloces y gestos incitantes, completamente fuera de lugar. Estoy sintiéndome osada y atrevida, como una adolescente, invitándole mediante una fugaz mueca aperlada a acercarse y olvidar la compostura que tanto se esfuerza en pretender.

Parece perdido, escuchando a su abuelo hablar sobre los Días Oscuros y el nacimiento de los Juegos del Hambre. Yo, que tuve que escuchar el mismo discurso del alcalde de mi Distrito durante dieciséis años, no puedo estar menos interesada. Así que, apenas da una breve mirada en mi dirección, sobre el hombro de su abuelo, le devuelvo una sonrisa cargada de sugestión, sólo por entretenerme un poco.

Sin embargo, Marcus nunca ha sido un hombre subyugado y contiende de manera magistral en el combate de insinuaciones que he comenzado. Es hasta que el Presidente prosigue, contándonos lo ocurrido en los Vasallajes previos, que ambos le volvemos a otorgar nuestra atención.

–En el Vigésimo Quinto Aniversario, como recordatorio a los rebeldes de que sus hijos morían por su decisión de iniciar la violencia, cada Distrito fue obligado a celebrar unas elecciones y votar a los tributos que lo representarían.

Se me encoje el estómago, imaginando a mis vecinos, a las personas que conocí durante años, eligiéndome para morir. Kalika, a mi lado, toma mis dedos entre los suyos y los sujeta, como si pudiera adivinar mi tensión. Le brindo una sonrisa agradecida y un apretón suave a su piel.

–En el Quincuagésimo Aniversario – continúa Snow –, como recordatorio de que dos rebeldes murieron por cada ciudadano del Capitolio, se le requirió a cada Distrito que enviara el doble de tributos.

Cuarenta y ocho tributos. Veinticuatro más para matar. Miro a mis zapatos, recordando que ese fue el año en que Haymitch Abernathy, el mentor de Katniss Everdeen, ganó los Juegos.

Marcus me lanza una mirada fugaz, y en ese sencillo gesto, aprecio tanta solemnidad como para tranquilizarme durante una vida entera.

–Y ahora le hacemos honor a nuestro tercer Vasallaje de los Veinticinco – dice el Presidente. El niño de blanco, que reconozco como un compañero de colegio de Kallie, se delante un paso en su posición. Alza la caja, levantando la tapa y un montón de filas ordenadas de sobres amarillentos saluda a las cámaras. Siento que voy a vomitar otra vez, pero contengo el impulso aferrándome a la mano de Kallie. Snow saca un sobre marcado con el número 75 y, pasando un dedo por la solapa, lo abre y extrae un pequeño pedazo de papel. Sin rechistar, comienza a leer –. En el Septuagésimo Quinto Aniversario, como recordatorio a los rebeldes de que incluso los más fuertes entre ellos no pueden superar el poder del Capitolio, los tributos masculino y femenino serán cosechados de entre su existente colección de Vencedores.

Marcus, que estaba sonriéndome casi imperceptiblemente en la distancia, pierde el gesto. Yo, la capacidad de respirar. Intento llevar aire a mis pulmones, pero me resulta imposible y la certeza de que se me está yendo la vida me pone en movimiento. Mi cuerpo reacciona antes de que lo haga mi mente; suelto la mano de Kalika y hecho a correr al interior de la Mansión, jadeando como posesa.

Como sigo sin poder respirar, se me ocurre que es culpa de mi ajustada indumentaria, sólo para poder evitar la obvia respuesta. Mis dedos se aferran a las costuras de la capa en mis hombros y, antes de que me otorgue la oportunidad de pensarlo, las desgarran, convirtiendo la pesada tela en un cumulo blanco a mis pies. Piso fuera de las altas zapatillas de tacón y echo a correr, descalza, sobre el piso de mármol. El suelo frío entume mis pies, y reconozco el ruido de potentes pisadas siguiéndome, pero no me detengo. Quizá, si sigo corriendo la súbita amenaza se extinga. Quizá si corro hasta volver a casa todo esto no ocurrirá.

Pero mis músculos se cansan antes que mi convicción, y cuando mi seguridad me abandona también, me descubro resguardada en el closet de una de las habitaciones de invitados. Estoy sudando frío, sin aliento y completamente perdida, pero mi huida no me hace sentirme mejor, ni menos trastornada. No puedo respirar, estoy sufriendo un ataque de ansiedad y quizá voy a morirme, pero todo lo que se me ocurre pensar es que no puedo permitir que Marcus me oiga llorar. Así que envuelvo mis dedos en la tela de un abrigo y los impulso a mis labios, antes de comenzar a gritar.

La precipitación en mi garganta convierte los sonidos en lamentos apagados, que no expresan el dolor real que estoy experimentando. No sé cuánto tiempo paso así, gritando en silencio, pero cuando dejo de hacer la garganta me arde y los labios me tiemblan. Me acurruco y me hago tan pequeñita como puedo, sintiendo la forajida necesidad de estar en casa. De sumergirme en el océano y nadar; nadar hasta estar tan lejos que ni los Juegos, ni el Vasallaje, ni Snow puedan alcanzarme.

Voy a volver a la Arena.

La certeza es tan palpable que la siento golpearme el estómago. No soy el único tributo femenino de mi Distrito, pero sí la única a la que el Presidente siempre quiso erradicar. Ahora puede hacerlo y quedar impune por ello-

Va a devolverme a la Arena.

Tiemblo ante el reconocimiento y la necesidad de llorar se atasca en mi pecho ante la seguridad de que no me queda ni una lágrima por expiar.

Va a devolverme a la Arena.

Y a las pesadillas.

Y a la muerte.

La cabeza me pulsa.

Ignoro el dolor, porque a veces, simplemente, la cabeza me pulsa. Algunas veces por dolor; otras veces por recuerdos. En ocasiones, es complicado distinguir la línea que separa ambos motivos.

Esta vez, sin embargo, la cabeza me pulsa por los Juegos. Los Juegos que todos dicen que gané y que, sin embargo, me han hecho perder todo lo que llegué a amar alguna vez.

Divagando entre un sol sofocante y dunas infinitas, dispuestos a devorar tu cordura, flaqueo entre tributos solidarios, tributos decapitados y tributos con hachas.

Tributos muertos.

A veces, las manos me sangran, y con ellas el alma, en un escarlata escalofriante que colorea el resto de las tonalidades en mis pupilas. Me gustaría dibujarlas en azul, en el azul del océano al anochecer, para imaginar que están ahogadas en agua marina, y no en la interrumpida existencia de otro ser humano. Un ser humano que fue desprendido de su inocencia, convertido en monstruo deliberadamente.

Las manos me sangran; el fluido brillante y ajeno escapa a trompicones, intentando alejarse de mi piel condenada. Se une a la sangre palpitante de mi estómago; sangre mía, sangre arrebatada; sangre que, como mi inocencia, se va para no volver.

A veces, la imagen de Sarah siendo devorada por arena moteada en sus venas es demasiado para mi autocontrol. No puedo respirar, y no respiro. Intento enseñarme lo que siente ella, cuando abro un hueco en su pecho y la obligo a dejar de vivir.

De vez en cuando, me tiendo en el piso y no respiro e imagino que soy Sarah y que estoy muriéndome porque tuve la mala fortuna de ser una papeleta entre cien mil.

A veces no puedo tolerarlo y dejo de respirar de verdad, hasta que la agonía me retumba en las venas, y el instinto de supervivencia que ha apuñalado a Sarah una, dos, diecisiete veces, se apodera de mis articulaciones otra vez y me exige incorporarme.

Las lágrimas vienen después de la sangre, el pánico y la agonía. Siempre llegan en ese orden.

Entonces, el pecho se me agita en reconocimiento, y mi cerebro grita, suplicando clemencia vanamente, antes de que memorias aún más lacerantes, se dispongan a hacer jirones su cordura.

Soy poco menos que un montón de gotitas saladas arrancadas del mar, oleando en puros recuerdos.

A veces divago demasiado.

Y veo cosas que deberían quedarse encerradas; cosas que no deberían encontrarse en la mente de ninguna persona que desee vivir plenamente. Cuando veo, reconozco que una existencia amena es un premio inalcanzable que nunca voy a merecerme.

A veces, le doy diez mil vueltas a mis pensamientos, hasta que me topo con recuerdos que sangran y se desmiembran en las tonalidades de rojo y beige más desoladoras del mundo.

A veces, veo más que el pecho sangrante de Sarah, y sus labios ahogados en vida carmín. A veces, si me siento de humor para desgarrarme las ganas de vivir, soy capaz de ver a Zale.

A Zale, caminado a la tarima del Edificio de Justicia con pies de plomo; a Zale, sujetando la mano de Annie frente a una multitud de habitantes arcoíris; a Zale, con una lanza en una mano y la determinación de sus ideales empuñados en la otra. Esos son los recuerdos más piadosos; los buenos, incluso. Porque después, veo a Zale de nuevo. Y esta vez, es Zale, gritándole a Annie que se esconda, mientras aferra su arma con toda la pasión que puede habitar en un solo ser humano; es Zale, intentando pelear con los profesionales, en la batalla más injusta en la historia de las batallas injustas; es Zale, siendo demasiado lento; es el arma del tributo del 1 atravesando la maleza como una ráfaga; es la cabeza de Zale, rodando en el fango; y es Annie; Annie gritando; es el momento exacto en que su cordura escapa, tambaleándose tan rápido como el cráneo del que solía ser mi mejor amigo, colina abajo; el instante en que su mente extiende sus garras hacia ella, y la cautiva en su interior.

A veces, sus gritos hacen que mis tímpanos pulsen más que mi cabeza, hasta que no puedo oír o sentir nada más, y tengo que abrazarme a mí misma, para que la sensación de que me están arrancando los miembros a tirones se haga más tolerable.

En esta ocasión, como todas las anteriores, eso no sucede.

Esta ocasión, no obstante, todos mis temores resucitan en una horripilante nueva realidad.



Hola, de nuevo.

Me ha tomado tanto escribir esto y me ha sido tan fácil escribirlo en esta última hora, cuando debería estar haciendo un trabajo de filosofía particularmente complicado, que me resulta frustrante. 

Pero mi tarea puede esperar, porque ustedes ya esperaron suficiente. 

Así que, cuéntenme. ¿Valió la pena la espera? 

Honestamente, me ha gustado tanto este capítulo, que me parece irreal. La manera en que me sentí escribiéndolo es como espero que ustedes se sintieran leyéndolo.

Estoy tan contenta de haber llegado (¡AL FIN!) al Vasallaje. Es el momento en que la historia comienza de verdad. Todo esto era como el trasfondo de todo, para hacer lo que viene mucho más entendible. Espero, de verdad, que estén disfrutando el desarrollo de esta historia.

Ahora, como prometí, aquí está la dedicatoria de este capítulo, otorgada al comentario que más me gustó en la parte anterior:

@dylsouls

Si quieren una dedicación todo lo que tienen que hacer es comentar diciendome qué les parece la historia y qué parte del capítulo les ha gustado más.

No se olviden de votar también.

Nos leemos pronto, y que la suerte esté siempre de su lado.


All the love, xx



Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro