CINCO
CINCO
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❝𝑹𝒆𝒂𝒍𝒊𝒛𝒆𝒅 𝑰'𝒎 𝒍𝒆𝒔𝒔 𝒊𝒎𝒑𝒐𝒓𝒕𝒂𝒏𝒕 𝒕𝒉𝒂𝒏 𝑰 𝒕𝒉𝒐𝒖𝒈𝒉𝒕 𝑰'𝒅 𝒃𝒆❞
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Marcus adora leer.
Su apasionada dedicación a las letras aprisionadas en muros de polvo amarillento, me consumió apenas puse un pie en su biblioteca personal. El lugar bien podría ser el más impresionante de todo Panem. Cuatro paredes repletas de tomos regocijándose de secretos que sólo unos pocos llegarán a conocer. Muchos de ellos fueron sido escritos miles de años atrás y resguardan las más fabulosas historias de antiguos mortales y dioses que, parece, nunca podían resistírseles.
Mi favorita es la historia de Eros, el dios del amor, y Psique, una princesa mortal. La sensación de simpatía que experimenté ante la calamitosa historia de amor la primera vez que Marcus la leyó para mí, mientras me sentaba en su regazo frente a la chimenea de la habitación, nunca consiguió abandonarme.
Marcus adora leer para mí.
Lo recuerdo mirarme fijamente cada vez que contenía una exclamación o hacía un puchero para disfrazar mi tristeza, y saborear la delicada sonrisa que tironeaba la comisura de sus labios cuando terminó su lectura y yo rompí a llorar de alegría. Desde entonces, Marcus me convirtió en su Psique y aunque yo intentaba asimilarle como mi Eros, la certeza de que mi desgracia sentimental le pertenecía a alguien más no me lo permitió jamás.
Marcus, mi siempre abnegado Marcus, jamás podría hacer ni una sola cosa si tuviera la sospecha de que esta va a dañarme. No está en su naturaleza ser un ser tan mezquino como su abuelo. Marcus, mi siempre leal Marcus, parece haber tenido el infortunio caótico de convertirse en mi Eros.
El presidente Snow va a matarme. El hombre al que ha considerado su padre desde que era un niño, va a arrebatarme de su lado para siempre.
Lo sabe.
La certeza aletarga la luz de sus pupilas castañas mientras me guía de la mano a través de los intrínsecos pasillos que le han supuesto un hogar durante toda su vida. Aun así, Marcus parece perdido, como si estuviera recorriéndolos, mirándoles de verdad, por primera vez.
Poderosas arcadas circulan hasta mi garganta cuando me planteo la alternativa. Yo soy la razón; el fruto de su desasosiego es otra de las culpas con las que tendré que cargar hasta la tumba.
Y es que Marcus es mi héroe mítico, y Marcus es mi salvación y será también él quien sostenga la responsabilidad de mi muerte entre sus manos, como consecuencia del enorme desafío que presentó ante el hombre más poderoso de todos; uno que, al final del día, no se toma ninguna traición a la ligera. Snow va a castigarme, por las mismas razones por las que siempre le ha gustado hacerlo: por los pecados de todos los hombres que me han osado quererme alguna vez.
Después de todo, quizá Marcus estaba en lo correcto: soy su Psique.
Mi belleza será nuestro calvario eterno.
–No tienes que hacer esto – susurro.
Mientras tanto, en mi cabeza, con mis pensamientos mucho más vivaces que mi voz, se reproduce una chillona melodía que exclama a canon cuatro palabras desesperadas: "Claro que tiene que". Y aunque intento reprocharme mi egoísmo, la ansiedad y el terror que se ha apoderado de mis articulaciones, me contienen.
He deseado convencerme de que Marcus de verdad no tiene que hacer nada, que no hay nada que me deba, ninguna deuda por saldar, pero no puedo. Ahora mismo, dependo en cuerpo y alma de lo que mi prometido quiere hacer. Y, a pesar de que, en circunstancias normales jamás le pediría que se atreviera, la inminente amenaza de muerte es suficiente incentivo para aletargar mis inhibiciones.
Cuando lo sugirió, después de encontrarme encerrada en el armario, titiritando del llanto que ya no podía llorar y con las cuerdas vocales hechas trizas, y decidir que mi dolor le producía una agonía inmensurable, la estupefacción casi me dejó catatónica.
Sus labios se habían posado en mi frente, exhalando en mi piel un jadeo temeroso, mientras me sujetaba contra su cuerpo fuerte, para asegurarse de que mis piernas trastabillantes no me derribaran. Me había besado las sienes una, dos, trece veces, antes de que yo me rompiera lo suficiente para hacer algo más que permanecer estoica. Había deslizado mis lamentos desde la hercúlea firmeza de su mejilla hasta su cuello y aferrado todos mis temores a sus hombros. Nos entrelazamos entonces en un aterrorizado instinto de supervivencia, en el temor de una amenaza innegable.
Mi nombre escapó de sus labios una y otra vez, sobre mi cabello. El suyo se convirtió en la única palabra que fui capaz de pronunciar; se transformó en mi única plegaria. Y, cuando el tiempo voló a una velocidad vertiginosa y mis articulaciones se sintieron tan entumecidas por permanecer en la misma posición durante tanto que ni siquiera podían ejecutar movimiento alguno, tuve que contener el sonido de angustia que escaló rasguñando mis cuerdas vocales.
Las palabras que salieron de su boca detuvieron la hecatombe en que mi mundo giraba desde el anuncio del Vasallaje.
–Por supuesto que tengo que – la determinación en su voz me toma de los hombros y me aparta a tirones de mis divagaciones. Lo miro fijamente, como si en el siguiente parpadeo este nuevo Marcus, el desconocido de ojos compungidos y determinación férrea, fuera a desaparecer –. Si no soy capaz de defender lo que amo, entonces ¿cuál es el punto?
Un segundo después, está apoyando ambas palmas contra la impoluta madera de las puertas blancas. Me obsequia una mirada significativa y, como dándose animo a sí mismo, suelta un suspiro. Las puertas ceden ante su fuerza cuando las impulsa con un empujón.
Se me contraen los dedos del miedo.
Marcus se yergue en toda su imponente altura y sus hombros se cuadran en el gesto elegante que siempre aparece en presencia de su abuelo. Su reacción ante el Presidente es tan natural como la mía. Él luce como un líder dispuesto a iniciar un debate y yo estoy conteniéndome para no temblar de pánico.
Ahora que todas las cartas están sobre la mesa, estoy segura que no existe ni una sola que Snow no jugaría para hacerme daño.
Snow.
–¿Qué significa esto, Marcus? Sabes que no puedes interrumpirme de este modo sin un aviso previo.
Me rehúso a mirar al Presidente. Mi rostro sigue demacrado, con mis ojos hinchados de tanto llorar, la nariz y las mejillas enrojecidas y los labios rotos por todos los gritos que tuve que acallar; además no podría hablar ni aunque lo intentara: la garganta sigue ardiéndome como el infierno. No pienso otorgarle la satisfacción de ver cuánto me ha trastornado.
Escucho a Marcus aclararse la garganta, antes de que su voz resuene en la habitación.
–Pedí una audiencia contigo desde el final de la ceremonia y Egeria me la negó – cuando le lanza una ojeada intensa, me percato de la presencia de la mujer al lado de Snow, quien frunce los labios en una línea recta. La tensión que se dirige hacia ella, la obliga a mirar al suelo –. Me parece que pensó que podía menoscabarme como tu nieto y que estarías bien con ello.
Egeria está a un respiro de comenzar a sudar frío, cuando Snow vuelve a hablar:
–Siempre estoy disponible para Marcus, Egeria. Siempre. Deberías mostrar un poco más de respeto a mi sucesor.
Me atraganto con mi propia lengua, intentando mordérmela para no obviar mi sorpresa. De eso estaba hablando Marcus.
"Si no soy capaz de defender lo que amo, entonces ¿cuál es el punto?".
Lo traduzco rápidamente. Si no puede luchar por mí, ¿cómo se supone que luche por una nación entera? Hago todo lo posible por mantenerme mirando el hombro de mi prometido, y no su rostro, ni el de su abuelo, después de obtener tan escandalosa conclusión.
–Ahora, puedes marcharte.
Todo lo que queda de la mujer, es la presión de su humillación en el aire bullendo intensamente, y el sonido de un portazo disimulado. Cuando se ha ido, Marcus me encamina hasta las sillas frente al enorme escritorio de su abuelo y me insta a sentarme. El recuerdo de mis anteriores visitas a este despacho me hace sentir un retortijón en el fondo del estómago.
–¿Qué es eso tan importante que amerita que te comportes con tan descuidada cortesía? – pregunta Snow. Su gesto es amistoso, e incluso divertido, y, por un segundo, me cuesta creer que estoy mirando al mismo hombre que me dijo en este preciso lugar que iba a hacerme pagar con sangre todos y cada uno de mis errores. Siento un escalofrío recorrerme la espina dorsal y me aferro a la manga del saco de Marcus sobre mi muslo para disimularlo –. Y has traído a la señorita Winkler contigo. Me temo que no tuve oportunidad de comentarte lo magnífica que lucías con ese vestido blanco. Es una pena que no nos honraras con tu presencia en la celebración.
Me muerdo el interior de las mejillas y bajo la mirada, consciente de que se está burlando de mí, tan sutilmente como puede en presencia de Marcus. Todo su discurso clama que sabe cuán devastada estoy con la sentencia del Vasallaje y cuán ruin y coloquial me hace sentir con sus comentarios sobre mi aspecto, pues, bajo su perspectiva, es el único atractivo que poseo.
–Hallie se sentía indispuesta – responde Marcus, casualmente; quizá porque intenta encubrirme, quizá porque sabe que no pronunciar palabra.
–Eso escuché – el Presidente sonríe. Un gesto macabro que revela su verdadera vileza interna –. Ahora, ¿qué está ocurriendo?
En un movimiento prácticamente imperceptible, Marcus toma mi mano entre la suya y le da un apretón, tomando tanto valor como puede en el contacto de mi piel. Después habla, con una osadía que paraliza el mundo entero:
–Deseo que se suspenda el Vasallaje.
Snow, siempre un paso adelante, conocedor de todo lo que acontece en su nación, parece sorprendido por primera vez desde que le conozco. No sorprendido de que Marcus se oponga a sus ideales (algo que ocurre de vez en cuando), sino de que se atreva a expresarlo. De inmediato, me mira a mí y en ese semblante de pura resolución, la certeza de que me considera la única responsable de la rebeldía de su nieto. Soy consciente, más que nunca, del obstáculo que represento para él y temo por mi vida cuando reconozco que, quizá, desea matarme más de lo que desea matar a Katniss Everdeen.
–Eso es imposible – resume, en un tono tajante que aparenta controlar toda la ira que está experimentando.
–Nada es imposible para ti, abuelo – Marcus sonríe, quizá demasiado confiado, aunque su mano sigue presionando la mía sin cesar –. Me enseñaste eso.
–Esto sí. Y de cualquier modo, ¿a qué debo adjudicar esa repentina convicción tuya?
–El Vasallaje pone en peligro la vida de mi prometida.
Snow sonríe satisfecho, como si ya hubiera previsto esa respuesta y estuviera en control de la situación otra vez.
–La señorita Winkler tiene la fortuna de no ser la única Vencedora de su Distrito. ¿Por qué habría de resultar elegida habiendo otras opciones?
–No me gusta depender de la suerte. También me enseñaste eso. Y si no es posible suspender el Vasallaje, entonces me gustaría que me concedieras una alternativa.
A este punto, Snow está entretenidísimo, quizá por la valentía de su nieto, quizá por su ingenuidad. Quizá porque le divierte saber que va a matarme de todos modos. Aun así, responde:
–Anda, hijo. Dime.
Marcus me mira un instante, y después suelta la bomba.
–Permíteme casarme antes de La Cosecha.
Su petición me desconcierta. No era esto lo que me había contado que planeó durante mi desaparición y no entiendo cómo, algo tan banal, podría suponer tan enorme reto. El Presidente, sin embargo, parece comprender las implicaciones de su petición, porque pierde la sonrisa tan velozmente como la recuperó.
–De ninguna manera.
–Si el Vasallaje no puede ser detenido, puedo evitar que ella sea elegida como tributo – insiste Marcus, sus palabras elevándose en la ansiedad de un triunfo. Estoy tan perdida en toda la alternativa que me cuesta creer que la conversación haya dado este giro inesperado –. Si se casa conmigo se convertirá en una Snow, y ningún miembro legítimo de nuestra familia puede ser elegido para ir a los Juegos, sea cual sea la ocasión. Al menos otórgame esa oportunidad, abuelo. Nadie en los Distritos tiene que saberlo.
–Pero todos van a saberlo, Marcus. Y que una Vencedora sea capaz de burlar las advertencias del Capitolio, de eludir la esencia pura de este Vasallaje, va a instar a revueltas. Si ella puede desafiarnos y salir impune, ¿qué les impide a ellos hacerlo también?
–Hallie no está desafiando a nadie. Va a casarse conmigo, ¿es eso tan intolerable? A la gente en los Distritos le importa un bledo con quien decida contraer nupcias, abuelo. Y de cualquier forma, estábamos comprometidos mucho antes de que esto pasara. ¿Cómo esto puede interpretarse como un acto de rebeldía?
–Los alcances de los pensamientos radicales van más allá de cualquier juicio lógico.
–Tu paranoia va más allá de cualquier juicio lógico, abuelo.
Snow se queda de piedra. Yo siento que podría hundirme en mi silla y permitir que la tierra me devorara. Me cuesta creer que toda esta discusión, la primera que ha tenido lugar entre ellos, sea por mi causa. El rostro del Presidente se deforma en una mueca de absoluta furia, mientras eleva la voz unas cuantas (y bastante considerables) octavas.
–Voy a ignorar esta injuria porque sé que estás confundido y...
Marcus no espera a que termine.
–¿Eso piensas? ¿Crees que estoy confundido por defender lo que me hace feliz? ¿Es eso lo que esperaba durante todo este tiempo? ¿Que estuviera confundido pensando que la amaba y que cancelara nuestro compromiso cuando entrara en razón? Santo cielo, abuelo – cuando mi prometido se pone pie y suelta mi mano, para evitar aplastarla entre los intensos apretones que da a sus dedos, sé que todo esto acaba de pasar de increíble a irremediable en cuestión de segundos –. ¿Es por eso que insististe en retrasar la boda? ¿No quieres que me case con ella? Por favor, dime que no has tenido nada que ver con el designio de este Vasallaje.
Por todos los cielos, Marcus.
Snow se pone de pie en un ademán que no envidia nada al de su nieto, antes de golpear ambas palmas contra la imponente mesa frente a él. El sonido consume la habitación durante unos segundos, antes de que su voz, rebosante en rabia, nos golpee como un trueno.
–¿Cómo te atreves? – increpa. Está furioso; nunca le había visto mostrar tanta emoción. Nunca –. ¿Cómo osas acusarme de algo así?
–A lo mejor estoy confundido, abuelo. A lo mejor pensé que de verdad te importaba lo que pasaba con tu familia.
Me sujeta del brazo y de un tirón fluido, me insta a ponerme de pie. No miro al Presidente, certera de que toda su furia está concentrándose en mí. Marcus, quien parece haberse percatado también, me otorga una mirada significativa antes de encaminarme a la puerta.
–Marcus, detente inmediatamente...
–Si algo le pasa a Hallie, voy a culparte, abuelo – se me eriza la piel de todo el cuerpo. Hay tanta determinación en sus palabras, que soy capaz de apostar mi vida a que no está bromeando –. Y nunca voy a perdonártelo.
Mientras salimos de la habitación, admito que, para el fúrico presidente que hemos abandonado ahí dentro, yo ya soy poco menos que un cadáver.
AL FIN.
Estoy de vuelta.
Honestly, me costó el alma y un cachito ser capaz de escribir esto. Necesitaba expresar el dolor de Hallie y la frustración de Marcus, y no podía porque no eran emociones con las que me sintiera identificada. Sin embargo, el otro día, en medio de un break-down horrible, tomé el computador y escribí el capítulo entero en menos de hora y media.
Así que, ahí lo tienen: el arte necesita una dosis de dolor para ser moldeado.
Y la verdad, estoy muy contenta con cómo resultó esto. Me daba la sensación de que ustedes necesitaban conocer un poquito más de Marcus y de su relación con su abuelo, y si no les he dado todos los detalles que deseaban, les prometo que los tendrán en el proximo capítulo, que, por cierto, no será narrado enteramente por Hallie.
Ahora, ¿qué les ha parecido? ¿Cuál ha sido su parte favorita? ¿Y la que menos les gustó?
Recuerden que los mejores comentarios, buenos o críticas constructivas, se llevan una dedicación.
La de este capítulo va para:
No se olviden de votar también.
Nos leemos pronto, y que le suerte esté siempre de su lado.
All the love, xx
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