Asmodeo
La noche ahora inundaba el cielo claro del día, dando paso al astro opaco que refugiaba entre las sombras el fulgor de la maldad más pura. El viento vespertino soplaba con delicadeza, pero hacía que a más de uno se le erizara el bello de la nuca. Las luces rojizas del cartel de un establecimiento brillaban como si no hubiera un mañana y le daba a aquella noche un aire sensual.
Y allí estaba ella, tan preciosa como siempre. Con una falda corta de piel negra y un jersey del color del vino tinto. A sus ojos pocas cosas podían superar aquel sublime manjar. El cabello lacio le caía por los hombros, oscuro como la noche, y él no podía despegar la mirada del balanceo de sus caderas al caminar por la vieja acera grisácea de la calle. Se dirigía hacia el bar que frecuentaba con regularidad. No sabía que aquella era una mala noche para salir a pasear.
Un halo misterioso parecía flotar en torno a la figura descomunal de alguien al pie del bar. Este, examinaba analítico todos los movimientos de la joven, que se adentraba en las fauces de la taberna con un carácter despreocupado. La sombra se relamió aquello a lo que no se podían llamar labios. «Genial, Asmodeo» Se dijo a si mismo. « Tu instinto nunca falla».
Asmodeo se alabó a si mismo mil y una veces en su cabeza, tenía muy buen ojo a la hora de seleccionar víctimas. Por algo era famoso. El Príncipe del Infierno, le llamaban. Cada vez que oía aquel título un escalofrío le recorría la columna de puro placer.
Cuando el demonio entró en el establecimiento nadie pareció percatarse de su presencia. Se sentó en una mesa, cerca de la barra, dónde la chica pedía una cerveza. Los perfilados y huesudos dedos de Asmodeo repiquetearon en la mesa con impaciencia. Ya casi llegaba su parte favorita. La primera ficha del juego estaba a punto de darse a conocer.
Y pocos segundos tardó en sentarse junto a la chica un jovencito de dedos pícaros y mirada lasciva. La morena puso mala cara al ver tal personaje y elevó una ceja cuando el muchacho mortal intentó iniciar una conversación y posicionó la mano sobre su muslo desnudo. Asmodeo soltó una risotada. ¡Qué ingenuos eran los humanos, y cuánto le gustaba a él divertirse con ellos!
El muchacho lanzó lo que por la cara de la chica parecía una propuesta indecente. Ella le apartó la mano del muslo y le dijo algo. Por su expresión parecía claramente enfadada y asqueada.
Sin poder esperar más, chasqueó los dedos. Entonces el chico apartó la vista de la morena y en su rostro se reflejó una muestra de terror puro. Los ojos prácticamente se le salían de las órbitas. La joven le observó confusa. No comprendía aquel cambio de actitud tan repentino, y si se trataba de alguna nueva táctica para ligar tenía bien claro que no le estaba funcionando. Pero el chico seguía ahí, perdiendo los colores del rostro tan rápido cómo un piloto de carreras al apretar el acelerador en el momento en que oye el pitido de salida.
Miraba fijamente al demonio de cuernos enroscados y parecía que iba a echar a correr en cualquier instante. Y lo peor de todo era que nadie parecía estar viendo a aquel monstruo horripilante sentado en la mesa,. Sentía que se estaba volviendo loco.
Asmodeo no podía estar pasándoselo mejor. Soltó un poco de vaho grisáceo de su boca y lo envió en un soplido hacia el rostro del chico. En cuanto las cenizas hubieron tocado su rostro, parpadeó, se levantó sin decir nada y salió del bar. Asmodeo ya sabía su destino. Después de aquello, todos se suicidaban.
Para él ya era una tradición. Sus víctimas parecían perder su identidad y dejaban cualquier cosa que estuvieran haciendo para hacerle un favor al mundo. Realmente el demonio sentía que lo que hacía era genial. Se sentía como un superhéroe más que como un simple ser infernal, a pesar de que sus métodos no fueran los más legales. Limpiaba la tierra de seres asquerosos, siempre y cuando él mismo disfrutara del espectáculo. Asmodeo adoraba hacer aquel tipo de cosas. Un día tras otro, siempre el mismo patrón.
Mientras que el ser del submundo reía satisfecho, un gato negro se coló en el pequeño bar y se situó frente a él. En un segundo, el felino cambió de forma. Ahora había otro demonio de dimensiones mayores que las de Asmodeo frente a él.
Era totalmente negro, con gigantescos cuernos de carnero en llamas y ojos rojos. Tenía uñas largas, como las garras de un águila, que abrazaban a la roña cómo si fuera una parte más del cuerpo. Con un simple giro de muñeca la cabeza morena de la chica pegó un chasquido y cayó hacia delante, desplomándose sobre la barra y llamando la atención de los presentes. Las personas, alarmadas, se acumularon al rededor del cuerpo inerte de la jovencita, para ese entonces ambos seres sobrenaturales ya eran invisibles completamente para el ojo humano.
El nuevo demonio se cruzó de brazos y lanzó a Asmodeo una mirada recriminadora, ajeno al revuelo que había causado.
- ¿Tenías que romperle el cuello? - Refunfuñó Asmodeo, claramente irritado – Me estaba divirtiendo.
- ¿De nuevo fugándote, Asmodeo? Lucifer te busca. Tienes suerte de que haya venido yo en tu búsqueda y no él – El demonio se masajeó el puente de la nariz. Cada vez se le hacía más insufrible el demonio que tenía ante sus narices.
- Ay, Belcebú... ¿Quién te ha dicho dónde estaba? - Preguntó indignado, pero antes de que el otro contestara inquirió la respuesta. Maldijo por lo bajo – Maldito Astaroth, siempre traicionando a todo el mundo. No se puede confiar en nadie – Belcebú negó con la cabeza. Tenía muy poca paciencia, y con Asmodeo solía acabársele muy rápido.
- Mira Asmodeo, se que te gusta cumplir tu rol del Demonio de la lujuria y todo ese rollo, pero también tienes mucho curro que hacer en el abismo. Lucifer te busca como loco. No se que habrás hecho esta vez, pero las cosas van de mal en peor – Belcebú le miró fijamente. El otro se pasó las afiladas uñas entre la roña de los dientes - ¿Es que no puedes controlarte un poco? - Suspiró desesperado – He venido hasta aquí para llevarte conmigo de vuelta al averno inmediatamente. Cuanto antes vuelvas y te disculpes ante el jefe más leve será tu castigo.
- ¿Sabes una cosa? - Se levantó del asiento con lentitud y se situó lo más cerca posible del demonio mayor, plantándole cara. Belcebú alzó una ceja, impasible – Tu no te preocupas por nadie, y mucho menos por mi. Ya puedes estar volviendo al agujero y decirle que no pienso volver – Fue alzando el tono de voz a medida que las palabras salían de su boca. Belcebú ya estaba harto de sus arrebatos, y la última frase que pronunció el demonio hizo que se le inflara un poco la vena del cuello, rompiendo así su perfecta cara de póquer – Que os den. A ti, a Lucifer y al infierno entero. No pienso volver a esa pocilga.
Salió hecho una furia del bar, pero antes de que pudiera llegar a la acera del frente, una manos negras y huesudas tiraron de él y se lo llevaron a algún lugar del que jamás volvió. Tres horas más tarde Belcebú le anunció a Lucifer que oficialmente Asmodeo había desaparecido de la faz de la tierra. Ya no se supo nada más de su paradero o su estado. Parece ser que aquella fue la última noche de gozo del demonio. O eso se dice.
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