Milo x Hyoga, p2
Pareja: Milo x Hyoga
Notas: Este prompt y el anterior (Tormenta), van de la mano. Esta es la segunda parte del relato.
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DESEO PROHIBIDO
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No supo de Hyoga en los siguientes días creyendo que eso le devolvería la paz mental, no obstante estaba muy equivocado, pues luego de haber robado aquel beso fatal, no podía sacarse al rubio de la cabeza. Se sentía como aquel relato en donde la serpiente tentó a Eva a probar del fruto prohibido condendándose. El estaba atado a ese fruto, esa manzana amarilla le pertenecía e iba a encontrarla así se ocultara en lo más recóndito del mundo.
—Si yo fuera él, ¿a dónde iría? —se preguntaba impaciente yendo de un lado al otro de la habitación privada— Tanto él como Camus, tenían una afición casi enfermiza por Siberia, quizás podría encontrarlo ahí.
Con la primera pista en la cabeza, fue que dedicó un momento a recordar sus antiguas charlas con Camus, en particular, necesitaba rebuscar en su memoria en qué parte de Siberia solian entrenar. Sin deseos de perder más tiempo fue que bajo hacía el templo de Aries para hablar con Mu, necesitaba hacerle saber que tendría que ausentarse unos días más pensando en qué podría decirle, qué excusa pudiera usar sin revelar sus auténticas intenciones.
Aunque, al llegar, lo vio charlando con Aldebarán así que esperó un poco hasta que ambos se percataron de su presencia.
—Milo —dijo Mu sonriente—, me alegra que estés aquí amigo.
—Vaya —respondió Milo tratando de parecer casual—, jamás me dices "amigo", así que creo que necesitas un favor, ¿es correcto?
—Si así es. Verás, los caballeros de bronce estuvieron en el Santuario hace unos días, pero, debido a un descuido de mi parte, olvidé entregarles algo importante que debe llegarle a la diosa. Así que estamos deliberando quién podría ir hasta Oriente a entregarlo y...
—¡Yo puedo apoyarte con eso! —Milo se adelantó dejando a Mu sorprendido— No tienes de qué preocuparte, dejamelo a mi. Puedo salir rumbo a Oriente ahora mismo.
—¿De verdad?
—Por supuesto.
Aquello fue una grata sorpresa, pensó el escorpion dorado agradecido por su buena fortuna, ya que, en cosa de minutos, se preparó para salir. Lo que había que llevarle a la diosa eran unos pergaminos o expedientes que ella necesitaba revisar cuanto antes, así que aprovecharía esa oportunidad para encontrarse con Hyoga nuevamente, o bien, para indagar su paradero con la diosa.
—Perfecto —se dijo triunfante dirigiéndose al aeropuerto.
Tras casi veinte horas de vuelo, Milo finalmente llegó al aeropuerto de Narita en Tokio donde fue recibido por el automóvil privado de la Señorita Saori quienes lo llevaron de inmediato a la residencia donde la diosa le permitió tomar un baño y refrescarse luego de un largo traslado. Un par de horas después, la joven lo recibió en una sala de invitados.
—Lamento mucho que hayas tenido que descuidar tus actividades por traerme esta caja —dijo ella apenada ofreciéndole una taza de té—, Hyoga debía recoger estos documentos, pero debido al mal clima y algún otro descuido, lo olvido.
—No tiene nada que disculpar —respondió Milo interesado en esa parte de su explicación—, estamos para servirla. Era una buena oportunidad para visitar su tierra natal y saber cómo está, diosa Atena.
—Te agradezco —en esos momentos, los ruidos provenientes del jardín los distrajeron un poco haciéndolos perder el ritmo de la charla.
Milo agudizó la vista tratando de localizar al objetivo de sus pasiones entre los chicos de bronce que estaban afuera, sin embargo no estaba por ningún lado.
—Hablando de Hyoga —comenzó a decir tratando de parecer casual—, pensé que estaría por aquí. Subió a saludar a mi templo, pero no estaba presente. Me habría gustado devolver la atención pues compartimos el campo de batalla —mintió descaradamente.
—Él está en Siberia —respondió Saori con la misma naturalidad—, la mayor parte del año lo pasa ahí. Le he ofrecido una habitación de huéspedes, así no tendría que invertir tanto tiempo en traslados, pero rara vez acepta quedarse.
—Ya veo, así que en Siberia. Sé que es un territorio muy grande, ¿en qué parte se imagina pasará la mayor parte de su tiempo? Nunca he estado ahí, no imagino como es —volvió a decir fingiendo normalidad pero muy atento a la respuesta.
—Pues... —Saori pensó un poco antes de hablar bebiendo un poco más de su té— Creo que el lugar se llama Sajá, sin embargo no tengo idea de donde está exactamente, por lo que Hyoga ha llegado a comentar, parece que está muy al norte del país.
—Que interesante —de verdad que la información era importante ya que, la diosa le había brindado datos valiosos que le servirían apenas pusiera un pie fuera de esa casa—. Me alegra haber compartido esta tarde con Usted, me retiraré cuanto antes para no molestarla.
—No hay inconvenientes Milo, puedes quedarte a pasar la noche y mañana temprano te llevará mi mayordomo al aeropuerto.
—Le agradezco.
Las cosas estaban saliendo a la perfección pues, apenas lo dejaran en el aeropuerto, cambiaría el vuelo por el que lo acercara lo más posible a Siberia, a la región más cercana al mar de Siberiano del este en concreto. Apenas pudo dormir debido a la excitación por aquella cacería, su pequeña manzana amarilla no se escaparía así estuviera escondido en lo más recóndito del mundo. Tal y como se había prometido, lo haría suyo así fuera bajo las gruesas capas de hielo del polo norte.
Y, tras emprender otro viaje de muchas horas en avión y tren, Milo finalmente llegó a la región al extremo norte de la República de Sajá en Siberia sintiendo el cosmos de Hyoga en la lejanía mientras su corazón daba un respingo violento ya que, finalmente, se encontraría con su amor prohibido, con el único ser capaz de levantar el hechizo que pendía sobre él y que nadie más lograría. Haciendo acopio de su valor, fue entre las dunas de nieve y lagos congelados siguiendo el rastro de su presencia. Caminó por un lapso breve revisando a su izquierda y a su derecha cual ave de presa sintiendo que su corazón estallaría con cada paso que daba.
—Vamos, vamos. Déjate ver, ¿dónde te escondiste? —se decía abriendo mucho los ojos y los sentidos.
Tras un par de horas caminando fue que lo encontró de pie justo en el centro de un lago congelado mirando al infinito, aunque hubiese sol, aquella tierra estaba perpetuamente congelada. Milo no dijo palabra ni emitió sonido alguno manteniéndose a la espera ya que, el ver a Hyoga en la distancia, era suficiente para calmar su ímpetu y sentirse dueño de la fruta prohibida. Un momento después el chico se giró sobre sí mismo mirándolo con sorpresa.
—Vaya —le dijo aproximándose a él de un salto—, no sé por qué imaginé que te vería de nuevo, pero no en este lugar.
—Creo que no es un misterio —respondió Milo observándolo con aprehensión—, quería volver a verte luego de esa tarde en mi habitación.
—¿Puedes no mencionar ese evento? —demandó avergonzado— Yo no deseaba que sucediera eso, no entiendo por qué lo hiciste.
—Porque lo deseaba, no hay nada que entender.
—¿Qué es lo que tengo que te atrae tanto? —preguntó Hyoga al fin mirándolo con extrañeza, realmente no entendía de donde se había sacado Milo esa fijación por él y comenzaba a asustarlo— Bueno, ¿vas a decirme el motivo real de tu visita?
—Lo haré, pero ¿por qué no vamos a un sitio más acogedor para charlar?
Hyoga lo condujo hasta su cabaña ubicada a pocos metros de ahí no siendo más que un sitio estéril con dos habitaciones y muebles genéricos. Milo tomó asiento en el sofá que estaba a la vista mientras Hyoga hacía lo propio delante de él.
—¿Y bien?
—¿Y bien qué, Hyoga? —Milo trataba de mantenerse ecuánime, pero lo cierto era su corazón latía con rapidez ya que estaban en territorio del cisne. No estaba en control.
—¿Qué haces aquí? —inquirió de nuevo respirando agitadamente— No me digas que viniste a continuar lo que hiciste en tu habitación esa tarde.
—No hice nada malo, solo te robé un beso —respondió con naturalidad observándolo con sus ojos azules comenzando a recuperar el control de la situación—. No tendría nada de extraño que viniera hasta acá solo para robarte otro.
—¿Qué dices? —Hyoga trataba de mantener la compostura, pero era un hecho que la actitud de Milo lo consternaba, jamás lo había visto así— No, no está bien y... es mejor que te marches. Hay un sitio en el que puedes quedarte a pasar la noche.
—¿No te parece que es muy grosero de tu parte correr a un invitado que ha atravesado el mundo para encontrarte?
—No te estoy corriendo... solo te he sugerido que...
Milo no escuchó más poniéndose de pie yendo directo hacia el cisne inclinándose un poco sobre él dedicándole una mirada que, claramente, daba a entender que no se iría de ahí por las buenas ni por las malas.
—Regálame otro beso, Hyoga —demandó suavemente.
—Si lo hago... ¿te marcharás al hotel?
—No.
—Si no lo hago, ¿qué harás entonces? —pregunto casi aterrado.
—Pues...
Hyoga no espero a que respondiera poniéndose de pie rápidamente no estando seguro si sería buena idea atacar o, de nueva cuenta, solicitar que se fuera de ahí. Sin embargo, Milo encontraba aquella actitud francamente divertida puesto que esa clase de juegos lo excitaban, la magia que el chico despertó surtía un efecto cegador que nublaba la razón del escorpión dorado.
—No, márchate de una vez. No quiero repetirlo.
—No me iré.
El rubio retrocedió de nuevo buscando alguna vía de escape, sin embargo Milo le bloqueaba la salida no quedando más remedio que ir a la habitación pues ahí estaba otra ventana por la que podría escapar. Intentando llegar allá con pasos rápidos fue perseguido por su invitado hasta que este logró sujetarlo de un brazo haciéndolo perder el equilibrio arrojándolo en la cama.
—¿Vas a atacarme? —preguntó Hyoga sintiendo como Milo lo sujetaba por ambos brazos.
—No, no haremos nada que no quieras. Yo solo quiero que me regales un beso.
—¿Solo eso y ya? —dijo preocupado— ¿Lo prometes?
—Si.
—De acuerdo...
No quedando más que acceder, Hyoga permitió que Milo lo besara aún más apasionadamente que cuando estaban en el octavo templo recostándose sobre él dejando caricias leves con sus manos. Por un momento, el rubio creyó que este lo besaría torpe o burdamente, pero no era así, pues el escorpión sabía cómo mover sus labios sobre los suyos encendiendo algo más que la pasión que estaba dormida en su interior. Un momento después, Milo se separó un poco observando a Hyoga a la espera de lo que este tuviera que decir.
—Bien, ya te besé. Ahora, apártate —indicó con calma.
—No lo creo, Hyoga. Tu cuerpo me pide que continúe.
—Por supuesto que no —no obstante no se había percatado de la zona de su cuerpo que, claramente, había reaccionado al beso sin que este lo deseara siquiera—, no quiero hacer eso ¿entiendes? —Hyoga no se dejo intimidar incoporándose sobre el colchón— Dijiste no harías nada que yo no quisiera y no deseo tener sexo contigo.
—Está bien, cumpliré con eso —Milo se apartó un poco sintiéndose como si acabara de dejar algo a medio camino, no obstante la ira y el rechazo de Hyoga no hacían más que avivar el fuego dentro de él.
Le daría toda la tregua que quisiera, pero no se iría de ahí hasta no haberlo hecho suyo al menos una vez.
—Puedes quedarte a pasar la noche si quieres, pero, te advierto, si me pones un dedo encima te congelaré, ¿me oíste? —sentenció molesto.
No le importaban las amenazas del chico, lo único que Milo quería era estar bajo el mismo techo, no obstante no podía conciliar el sueño ya que, Hyoga ocupaba la cama contigua y su sola presencia le impedía dormir. Más que nada porque deseaba tocarlo y oler su cabello así que el tenerlo a un lado sabiendo que no podía ponerle ni un dedo encima, lo volvía loco de impaciencia y de pasión.
Dejó su cama un momento sentándose al lado del rubio recorriendo su cuerpo de arriba abajo con la mirada imaginando sus formas aún bajo la manta gruesa pues, cada que Hyoga se giraba o se reacomodaba sobre el colchón, le daba a Milo suficiente con qué fantasear soñando que pasaba sus dedos y labios por aquel cuerpo escultural.
—Maldita sea... —pensó molesto mordiendose el labio inferior notando que su cuerpo estaba a punto de estallar no quedando más que ir al cuarto de baño a desahogarse o haría un desastre ahí mismo.
Odiaba al rubio por haberle puesto ese límite, pero se odiaba a sí mismo por respetarlo, ¿por qué no simplemente tomarlo por la fuerza y ya? Hyoga le inspiraba el respeto suficiente como para tomarse su tiempo y hacerlo suyo cuando estuviera listo aunque la espera por algo así lo mataba. Además, una fruta madura tenía mejor sabor cuando estaba lista y la que tenía Hyoga entre las piernas bien valía la espera.
Al día siguiente Hyoga volvió a preguntar en qué momento se marcharía de ahí.
—Me iré cuando sea el momento —respondió con calma bebiendo un poco de café.
—¿Y cuándo será el momento? —preguntó el chico impaciente— ¿por qué no respetas mis deseos?
—Claro que los respeto —replicó Milo calmado—, me pediste que no te pusiera un dedo encima y lo he cumplido. Sin embargo, me marcharé cuando te haya hecho mío.
—¿Qué dijiste? —pregunto turbado y sin creer lo que acababa de escuchar.
—Me iré de aqui hasta haber tenido sexo contigo y ni un minuto antes —lo dejo en claro lo más firme que pudo observando como Hyoga aún no lo asimilaba.
—Es decir que, ¿si tengo sexo contigo aqui y ahora, te irás para siempre y no te volveré a ver?
—No. Me iré, pero si que volverás a verme, no quiero apartarme de ti mucho tiempo, ¿entiendes? Tu me atraes demasiado, me gustas mucho y no quiero alejarme, al contrario.
—Vaya...
No obstante, Hyoga no cedió y eso dio lugar a que convivieran bajo el mismo techo las siguientes semanas. Una convivencia tensa y extraña. A pesar de todo, Hyoga trataba de hacer su rutina siempre temeroso de que Milo fuera a tomarlo por la fuerza, si bien lo que hacía era demandarle besos y caricias, tenía miedo a ser ultrajado en su propia cabaña.
Desafortunadamente, la visita indeseada del caballero dorado había traído otra consecuencia consigo: los celos desmedidos de Milo pues, no podía verlo intercambiando una charla casual y alegre con nadie más ya que, de inmediato, lanzaba acusaciones sin fundamento ni origen.
—¿Por qué pasas tanto tiempo charlando con los dependientes de las tiendas? —le cuestionó en una de esas ocasiones.
—¿Por qué no he de hacerlo? —respondió molesto— ¿Acaso piensas que solo puedo hablar contigo y nada más? ¡Me agrada tener charlas con gente agradable, con personas que no hagan exigencias como las que haces tú!
—¿Qué dijiste? —inquirió enfadado— ¿Mi plática no es agradable a tus oídos?
Hyoga no respondió nada buscando la olla para calentar un poco de agua, no era la primera vez que discutían por temas así. La realidad era que a diario discutían como si fuesen una pareja que llevara muchos años junta y Milo comenzaba a impacientarse por no tener a Hyoga en más de un sentido, no obstante nada funcionaba pese a que siempre se disculpaba luego de un arrebato de ira. El chico no cedía y lo más que había obtenido de él era que le permitiera besarlo y acariciarlo pero nada más que eso, cosa que comenzaba a ser insuficiente para el caballero dorado considerando seriamente hacerlo suyo por la fuerza.
Sin embargo, eso solo podría satisfacerlo momentáneamente ya que, si cruzaba ese límite, el chico lo odiaría por el resto de sus días y tampoco deseaba perderlo. Quería que fuese suyo y estuviese con él por las buenas.
Así transcurrieron como dos o tres meses, más o menos, en los que Hyoga no fue requerido para nada importante no encontrando cómo zafarse de su molesto invasor.
Fue así que Milo recibió una misiva del Santuario exigiendo que debía volver cuanto antes pues su ausencia ya se había prolongado demasiado habiéndose marchado sin autorización por tanto tiempo. Hyoga leyó la carta en un descuido del caballero dorado maquinando algo en su cabeza, esa esquela era justo lo que necesitaba.
—¿Por qué no vamos al Santuario por unos días? —sugirió casual— Será divertido.
—No iré al Santuario por ahora. No hay batallas que librar.
—Entonces, ¿nos quedaremos encerrados aquí por siempre? Solo hemos vagado por Siberia sin salir del territorio.
—¡No quiero que te alejes de mí, ¿entendiste?! —replicó violento lanzando una silla más allá.
—Quiero que vayamos al Santuario —repitió el rubio sin perder la paciencia— y seré tuyo en tu habitación —comenzó a decir cambiando un poco su tono de voz—. Como bien dijiste, hay cierta magia en ese sitio y, que mejor que nuestra entrega sea en un lugar con tanto significado.
—No caeré en ese engaño —indicó el escorpión sin ánimos de negociar.
—Bien, busca una silla porque no me tendrás ni hoy ni mañana ni nunca, así que ponte cómodo en tu espera —finalizó filoso saliendo de la cabaña.
Milo lanzó un largo suspiro de enfado, estaba desesperado por tener a Hyoga, pero apenas pisaran el Santuario, el chico le haría saber alguna intención oculta tras ese repentino entusiasmo por viajar a Grecia. Bien sabía, esos meses transcurrieron en medio de pleitos y de una relación extraña que no estaba dando frutos.
Algo en Milo estaba harto de no poder consumar ese amor prohibido, pero debía saberlo al no haber abordado al chico como se debía y ahora pagaba por ello.
—Bien —dijo molesto saliendo de la cabaña encontrando al chico sentado al frente—, vayamos al Santuario y una vez que lleguemos...
—Una vez que lleguemos iremos a tu templo y consumaremos esto que tenemos.
—¿Y qué sucederá después? —inquirió preocupado.
—No lo sé, ya veremos...
Viajaron a Grecia apenas pudieron llegando al Santuario, donde Milo tuvo que presentar explicaciones y disculpas a Mu y toda la corte celestial detallando donde había estado y por qué le tomó tanto el volver recibiendo reprimendas y reclamos varios.
Hyoga esperaba afuera del octavo templo notando como las nubes se agrupaban sobre su cabeza, llovería dentro de poco estando el clima a su favor pues, no deseaba otra cosa, que deshacerse de su acosador loco. Bien hubiera podido reportarlo con Mu, sin embargo él tampoco deseaba verse implicado en un asunto como ese si lo podía resolver ahí y ahora. Fue entonces que noto que Milo volvía de su audiencia y no lucía con buena cara.
Y más ahora que gotas de lluvía caían sobre su rostro.
—¿No salió bien la junta con Mu?
—No —respondió rápidamente entrando al templo—, espera aquí. Prepararé todo.
—De acuerdo.
Pasó un momento más y Milo se dejó ver por el vestíbulo del templo haciendo señales para que entrara. Hyoga ingresó en la habitación quedando sin habla por el espectáculo que le esperaba: había velas encendidas por todo el lugar desarmandolo por completo ya que, todo el resentimiento que sentía parecía esfumarse en la nada. No esperaba semejante dedicación por una simple entrega que le devolvería su libertad.
—Vaya, veo que has tenido tiempo para planear esto —dijo de pronto sin dejar de mirar todo a su alrededor.
—Por supuesto —respondió Milo observándolo con aprehensión—, ¡creo que ya te he dejado saber muchas veces cuánto te he deseado! —su respiración comenzó a entrecortarse conforme confesaba todo eso al rubio—, ¡cuan hambriento estoy de ti!
—Milo...
Esta vez no hubo más treguas, Milo se aproximo con rapidez cerrando la puerta y tomando el rostro de Hyoga entre sus manos. Esa noche la manzana amarilla y todos sus frutos le pertenecerían comenzando por un baño largo para luego ir a la cama donde Hyoga se dejó querer de las manos de su diestro amante que ya le había demostrado de lo que era capaz sin dejarlo llegar más allá.
No obstante ahora le permitió continuar, lo dejó besarlo desde la boca hasta el cuello y la clavícula bajando por su pecho hasta la fruta en la mitad de sus piernas. Milo saboreo el miembro tomandose su tiempo para disfrutarlo notando como el cuerpo de su amante sufría ligeros espasmos y sus gemidos se escuchaban por toda la habitación, quizás por todo el octavo templo.
Hyoga no se esperaba semejante habilidad y Milo no se imaginaba la magnitud de su éxtasis por haber logrado semejante proeza. La espera bien había valido la pena.
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Milo despertó en medio de la noche debido a la fuerte tormenta notando la ausencia de Hyoga, lo que lo hizo ponerse de pie de un salto buscando con qué cubrirse revisando la habitación sin encontrar al rubio por ningún lado saliendo hacía el vestíbulo donde lo encontró de pie junto a una columna mirando la tormenta caer delante del templo.
—¿Por qué te marchas? —inquirio Milo con voz suave vestido solo con un pantalón observando a Hyoga con súplica.
—No necesitas una respuesta —Hyoga no se giro manteniendo la mirada fija en la tormenta delante de él prefiriendo el sonido de la lluvia sobre el suelo de roca a mirar a Milo—, lo sabes bien. Esto... no nos llevara a nada bueno y debemos separarnos.
—¡¿Qué?! —Milo no pudo contenerse más acercándose al rubio con pasos veloces para tomarlo de los hombros y obligarlo a repetirlo de frente— ¡Repítelo, dime una vez más que debemos separarnos!
—¡Detente, estás loco! —Hyoga intentó soltarse del fuerte agarre sin conseguirlo.
—¡Lo que quieres es huir de mí, ¿correcto? —inquirió furioso observando al chico con sus ojos perforantes.
—¡Tienes razón! —Hyoga finalmente logró soltarse observando a Milo con repulsión— ¡Cualquiera trataría de huir de tí!
—¡No lo dices en serio! —nuevamente intentó tomarlo de los hombros movimiento que Hyoga evadió exitosamente retrocediendo varios pasos.
—¡Aléjate de mí, no quiero volver a verte nunca!
Sin esperarlo ni anticiparlo, Milo observó estupefacto como el chico se lanzaba hacía la tormenta corriendo con pasos veloces deseoso por poner entre ambos la mayor cantidad de kilómetros que sus pies le permitieran. El corazón de Milo latía furioso y su respiración era entrecortada, no podía creer que el objeto de sus más profundos e irracionales deseos hubiera salido por la puerta delante de sus ojos.
—¡Espera Hyoga, lo siento! —gritó detrás del chico sin ser escuchado.
Ahora estaba de pie bajo el techo de un templo derruido pensando en como encontrar a Hyoga en medio de esa terrible y abundante tormenta. Esa desesperación estaba acabado con el y, sin poder avanzar más, se dejó caer llorando amargamente.
Hyoga no apareció en ningún momento el resto de la noche, ni en los siguientes días. Milo estaba confinado al Santuario y se le castigaría severamente si intentaba salir de nuevo. Esa huida estaba planeada, se decía molesto, maldiciendo a Mu por haberle hecho llegar esa carta y al Santuario por sus ridículas reglas.
Su manzana amarilla había escapado estando totalmente fuera de su alcance.
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Tiempo después
Las batallas habían transcurrido, Hades, Apolo y otros más que fueron derrotados y nada más. Ninguno de esos eventos lo había hecho sentir vivo, pese a haber compartido el campo de batalla con su fruta prohibida, apenas si intercambiaron miradas puesto que el deber era primero.
Milo estaba a los pies del octavo templo en medio de un estado de depresión que llevaba mucho tiempo acompañándolo. Nada tenía sentido, ni los combates, ni sus días.
¿Cuánto tiempo había transcurrido ya?, pensaba desalentado, ¿meses, años? No estaba seguro pues Hyoga no se había parado por el santuario desde hace mucho tiempo. Nadie lo había visto en Grecia, ni siquiera sus amigos que siempre iban.
—Vaya, pensé que estarías en cualquier otro sitio menos este.
Milo se puso de pie de un salto sin poder creerlo. Hyoga estaba delante de él luciendo radiante y alegre. Que tan perdido estaría en sus pensamientos que no lo vio aproximarse al templo.
—Hyoga...
—Creo que tenemos que hablar, hay algo pendiente que resolver contigo.
—Si, así es. Te marchaste sin decir nada —respondió molesto.
—¿Vamos adentro?
—¿Y que sucederá luego de esa charla? —preguntó Milo preocupado.
—No lo sé, ya veremos.
Fueron a la habitación del octavo templo, al sitio donde comenzó todo.
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Continuará...
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