Milo x Hyoga, p1
Pareja: Milo x Hyoga
Notas: Este prompt y el que sigue (Deseo prohibido), van de la mano. Esta es la primera parte del relato.
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TORMENTA
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El Santuario
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Milo salió de la habitación privada del octavo templo siguiendo los pasos de su amante quien dejó el lecho solo unos momentos atrás arrepentido, al parecer, por lo que acababa de acontecer entre ambos. Algo que Milo llevaba deseando semanas, pero que, por lo visto, para Hyoga no tenía el mismo significado.
Lo encontró de pie a un lado de una de las columnas de la puerta principal, parecía deseoso por marcharse, no obstante la fuerte lluvia que arreciaba amenazando en volverse una tormenta, no le permitió darse a la fuga dejando al escorpion dorado atrás, dejando atrás las marcas que este había dejado por todo su cuerpo y que no sabía cómo las borraría de ahí en adelante.
—¿Por qué te marchas? —inquirir Milo con voz suave vestido solo con un pantalón observando a Hyoga con súplica.
—No necesitas una respuesta —Hyoga no se giro manteniendo la mirada fija en la tormenta delante de él prefiriendo el sonido de la lluvia sobre el suelo de roca a mirar a Milo—, lo sabes bien. Esto... no nos llevara a nada bueno y debemos separarnos.
—¡¿Qué?! —Milo no pudo contenerse más acercándose al rubio con pasos veloces para tomarlo de los hombros y obligarlo a repetirlo de frente— ¡Repítelo, dime una vez más que debemos separarnos!
—¡Detente, estás loco! —Hyoga intentó soltarse del fuerte agarre sin conseguirlo.
—¡Lo que quieres es huir de mí, ¿correcto? —inquirió furioso observando al chico con sus ojos perforantes.
—¡Tienes razón! —Hyoga finalmente logró soltarse observando a Milo con repulsión— ¡Cualquiera trataría de huir de tí!
—¡No lo dices en serio! —nuevamente intentó tomarlo de los hombros movimiento que Hyoga evadio exitosamente retrocediendo varios pasos.
—¡Aléjate de mí, no quiero volver a verte nunca!
Sin esperarlo ni anticiparlo, Milo observó estupefacto como el chico se lanzaba hacía la tormenta corriendo con pasos veloces deseoso por poner entre ambos la mayor cantidad de kilómetros que sus pies le permitieran. El corazón de Milo latía furioso y su respiración era entrecortada, no podía creer que el objeto de sus más profundos e irracionales deseos hubiera salido por la puerta delante de sus ojos.
—¡Espera Hyoga, lo siento! —gritó detrás del chico sin ser escuchado.
Debía detenerlo antes de que llegara lo más lejos posible, antes de que se apartara de él por siempre.
Sin pensarlo dos veces, el furioso escorpion dorado corrió a buscar sus zapatos y algo con que cubrirse de la lluvía, así mismo tomó una prenda para el rubio y, sin pensarlo dos veces, salió del octavo templo en medio de la feroz tormenta que se había desatado e inundaba las escaleras y caminos en el interior del Santuario. Debía encontrarlo, debía dar con Hyoga cuanto antes y disculparse por decirle esas cosas.
En medio del abundante diluvio, Milo se detuvo un momento bajo las ruinas de un templo buscando con el cosmos a Hyoga, tratando de dar con la mínima señal de su rastro, de ubicarlo en medio de aquel caótico panorama odiándose a sí mismo una vez más por no poder controlar sus impulsos sobre el chico. Hyoga lo volvía loco en todos los sentidos, loco de amor, de pasión y de ira cuando las cosas salían mal, cuando este se revelaba llevándolos a situaciones como esa.
No era la primera vez que ocurría.
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Cuatro meses antes
Milo volvía a Atenas ese día por la tarde luego de una prolongada ausencia autorizada por la misma Atena en persona, un tiempo de descanso era justo lo que necesitaba para calmar su mente y permitir a su cuerpo la recuperación adecuada tras las violentas batallas acontecidas una detrás de otra. Había estado fuera del país durante semanas gozando de diferentes tipos de compañía sin encontrar nada realmente interesante en esas personas. Nadie le despertaba pasión alguna, solo era diversión momentánea que terminaba apenas culminaba el acto para después salir por la puerta de regreso a su hotel.
De todos modos no importaba, llevaba ya algún tiempo sin sentir ningún tipo de apego a nadie. En realidad, llevaba mucho tiempo sin sentirse realmente vivo, cosa que deseaba cambiar apenas salió del Santuario rumbo a unas merecidas vacaciones, sin embargo sus planes sufrieron un desafortunado desengaño al no encontrarse con nada interesante afuera.
Hombres y mujeres planos sin ningún tipo de magia en especial que le devolviera la emoción a sus días. Realmente, había pasado mucho desde la última vez que su corazón se agitó durante un encuentro, que su alma se unió a la de alguien más tratando de no recordar dicho suceso, no era momento para eso.
—Vaya —se dijo apesadumbrado observando su reflejo en el espejo de la habitación—, del hastío a la rutina —tras lanzar un suspiro de cansancio, se vistió con ropa de entrenamiento para subir al templo de Atena a reportar su regreso.
En el Santuario las cosas estaban muy tranquilas desde hacía semanas, de hecho el ambiente se sentía tan pacífico que los pocos habitantes podrían ausentarse durante meses sin reproche alguno. Delante de Milo iba Aldebarán a quien alcanzó para compartir una charla entre dos buenos amigos.
—Pensé que tardaríamos más en reunirnos —decía Milo lanzando un suspiro—, aquí se siente tanta paz que creo que moriremos de aburrimiento.
—Es probable —respondió el imponente hombre a su lado—, pero en este sitio está nuestro deber. Honestamente no encuentro mi lugar en el mundo exterior, me siento mejor en el Santuario con todos ustedes.
—En eso tienes razón, comparto el sentimiento.
Cruzaron las doce casas en cosa de pocos minutos encontrándose con Aioria y Mu al final del recorrido, Shaka también estaba más allá metido en sus pensamientos. No hablaron gran cosa entre todos, si acaso compartieron sus puntos de vista respecto a las recientes batallas y a como brindaron su ayuda a los caballeros de bronce vertiendo su sangre sobre sus armaduras para revivirlas y así pudieran combatir en Atlantis.
Milo pensó entonces en que había sido él quien vertiera su sangre sobre la armadura del discípulo de Camus, Hyoga, a quien no había visto desde que la batalla terminara y quien ni siquiera le había pasado por la cabeza en todo ese tiempo. Por lo poco que sabía, era un hecho de que él y los demás salieron victoriosos de las batallas así que no había más de qué preocuparse más que del día a día.
Al salir de esa pequeña reunión una ligera lluvía se dejaba ver en los alrededores del Santuario, la gran mayoría de los presentes se aventuraron a sus templos, no obstante Milo decidió esperar sentado a los pies de una columna pues no deseaba mojarse. Esos momentos, acompañado por el sonido del agua a su alrededor, lo llevaron a la batalla en el octavo templo, a la pelea compartida al lado del cisne.
—Lo recuerdo muy decidido a vencernos a mi y a su maestro —se decía levantando la vista hacía el techo del templo—, su espíritu inquebrantable. Como si tuviera un especie de poder que nadie más pudiera igualar, un especie de poder hipnótico...
Sus imaginaciones lo llevaron a divagar sobre lo ocurrido aquel día, en el que solo disponían de una hora para atravesar el octavo templo siendo Hyoga su oponente. Camus le aseguro que no sucedería, que el chiquillo estaba dentro de un cubo de hielo y sería un oponente menos. Que equivocado estaba el maestro incapaz de hacer un análisis de riesgo más acertado pues, no pasaron más que unas horas, y el caballero del cisne estaba de nuevo rebosante de vida.
—Y llegó hasta escorpio llevando a otro niño en brazos —se dijo pensativo— y así dio inicio a nuestro salvaje combate, a la lucha entre el poder y el orgullo contra los sentimientos y la tenacidad... nunca había combatido con alguien como él.
La pequeña tormenta paso y así Milo pudo dejar la comodidad de su puesto para dirigirse a las inmediaciones del Santuario a patrullar un poco teniendo a Hyoga en sus pensamientos, en ningun momento dejo de repasar los hechos ni siquiera cuando la gran batalla terminó pues, pocas semanas después, él dio una parte de su sangre para revivir la destruida armadura de cygnus. De alguna forma Milo y el chico estaban unidos por su sangre aún más que la unión que este tuvo con el caído caballero de Acuario.
Alguien a quien Milo recordaba con cierto cariño al haber sido un poco más cercanos que con el resto y a quien guardaba respeto pese a sus fallos como maestro.
No pudo concentrar su mente en sus tareas pues estaba demasiado distraído pensando en Hyoga y en todo lo que lo rodeaba así como en él como persona. Un joven rubio de ojos azules apuesto, aunque demasiado llorón y sentimental, cualidades que Milo no encontraba chocantes aunque había algo más, el jovencito de bronce tenía una especie de magia o eso le parecía al escorpion dorado.
—Es una apreciación mia, pero creo que no podré saberlo hasta que no lo vuelva a ver. Solo así podré confirmar si es que Hyoga tiene ese "no sé qué" que imagino —no estaba seguro del por qué pensaba semejantes cosas desde hacía horas, pero ya estaba ahí, se decía, volviendo a su templo.
Había llegado a un punto inconsciente del que no quería dar marcha atrás sin haber comprobado una cosa. Sin embargo, ¿qué sucedería una vez que corroborara aquello que le rondaba en la cabeza?, se dijo preocupado, ¿qué haría si realmente Hyoga tenía una magia y magnetismo del que no pudiera escapar?
—¡No son más que tonterías! —se dijo molesto cerrando la puerta de la habitación del octavo templo con violencia— Qué más da si él tiene esa "magia" esa "chispa". No es como que eso pudiera afectarme, ¿o si?
Llevaba semanas o meses sin sentirse realmente vivo y, de pronto, tenía esos disparates en la mente en los que, quizás, fuese Hyoga el que le despertará aquello que estaba dormido en su persona. Reprimiendo esto último, se fue a la cama tratando de pensar en alguna otra cosa, en cualquier tontería que distrajera sus pensamientos recordando la presencia de un reproductor de música en la gaveta de alguna de las mesas de noche. Estiró el brazo buscando el dispositivo con sus auriculares esperando que la música estruendosa, o lo que fuera, le hiciera enfocarse en algo más.
Pero no en Hyoga, suplicaba a los dioses, no en él o estaría metido en un problema gordo.
La mañana no le trajo suficiente paz pues, la mayor parte de la noche, lo pasó tratando de conciliar el sueño al ritmo de todas las cintas que había en el reproductor pasando por una gran cantidad de grupos musicales que ni siquiera conocía. Sin embargo, todos le llevaron al mismo punto: a Hyoga. Odiándose a sí mismo por meter su cabeza en líos.
Odiándose a sí mismo por permitirse fantasear con el chico más de una vez durante la noche.
Esa mañana se sentía particularmente cansado decidiendo no salir del templo pues, de verdad, quería dormir al menos dos o tres horas más, por lo que vencido por el cansancio logró conciliar el sueño un buen rato. Al despertar, algo así como a medio día, noto con satisfacción que tenía la mente clara y lejos de toda perturbación lo que resultaba bueno pues, de esa forma, podría meterse en sus asuntos en paz yendo al cuarto de baño alegremente para gozar de una buena ducha caliente.
Era justo lo que necesitaba para iniciar el día aunque ya fuera muy tarde.
Al salir del templo sintiéndose refrescado y descansado, patrulló por un rato los alrededores notando la presencia de un grupo de chicos en las cercanías acercándose para confirmar si se trataban de rostros conocidos o bien turistas, que ya empezaban a verse por las cercanías; entre los rostros conocidos, estaban las amazonas y varios caballeros de bronce a los cuales Milo dedicó su atención haciendo que su corazón diera un respingo violento sin poderlo evitar.
Hyoga estaba en ese grupo acompañando a los demás.
Milo se mantuvo oculto y en silencio observando las interacciones del cisne con los demás sin quitarle el ojo de encima en ningún momento pues, de verdad, parecía que Hyoga emanaba un poderoso hechizo del que no era consciente. Un hecho letal que amenazaba con cambiar la monotonía de sus días por emoción. Fue así que Milo comenzó a sentir una especie de fuego en su interior, no se necesitaron palabras ni acciones, bastó con mirar al rubio desde las alturas para desear sentirse vivo de nuevo. Anhelo que comenzaba a crecer desmedidamente.
El grupo de chicos se disolvió mientras que, tanto Hyoga como Shun, se dirigían a las doce casas como en cualquier otro momento siendo recibidos por Mu. En esos momentos, Milo no sabía que hacer ya que, si se encontraba a Hyoga de frente, corría el riesgo de dejar salir aquello que le había robado el sueño la noche anterior diciendo alguna tontería.
—¡Demonios y ahora que puedo hacer! —se decía molesto— ¿podría quedarme aquí y esperar a que se marchen o podría ir a su encuentro? Pero si hago eso podría atraparme con ese hechizo suyo... ¡oh dioses!
No pudo contra su propia inquietud volviendo de inmediato al octavo templo a la espera de que el par de chiquillos pasara por ahí. Su esperanza era que Hyoga fuera hasta allá acompañado por Andrómeda, así la charla sería lo más casual posible evitando situaciones incómodas, el chico de los cabellos verdes sería un buffer oportuno entre ambos. Unos minutos después llegó a Escorpion acompañado por una incipiente lluvia que caía sobre el Santuario logrando llegar antes de que aquello se volviera un diluvio como lo había sido en días anteriores.
A pesar de querer verse casual, pasaron varios minutos más sin que los dos chicos aparecieran por el camino rumbo a su templo, cosa que lo desanimó hasta el grado de hacerlo enfadar un poco pues, realmente, deseaba toparse con Hyoga e intercambiar un par de palabras con él. Iba impaciente de un lado al otro del recinto debatiéndose en ir hacía los templos antes del suyo aunque existiera la posibilidad de que los chicos ya hubiesen atravesado su templo.
—No, eso no puede ser —se decía una y otra vez—. De haber cruzado por aquí los habría encontrado por el camino ya que yo vengo desde piscis, ¿entonces dónde estarán perdiendo tanto tiempo?
Ni siquiera estaba seguro del por qué creía que ambos estaban recorriendo las doce casas, quizás solo estaban visitando templos puntuales sin pasar por cada recinto pues, a excepción de escorpio, los demás templos desde Libra hasta Piscis estaban desocupados. Aquella idea lo desanimó pues esperaba recibir visitas, pero dadas las circunstancias y su evidente mal humor, lo mejor era dejarlo pasar olvidándose del asunto para volver a sus cosas.
Al final del día, su fijación por Hyoga no era más que eso, una fijación platónica que no debía llegar a más, ya fuera por su juventud o por haber sido alumno de un colega al que tenía cierto respeto.
La lluvia volvió a convertirse en tormenta haciendo que todo a su alrededor luciera tan oscuro como su humor en esos momentos. Antes de volver a la habitación privada del templo, decidió dar un último vistazo al camino frente al octavo recinto solo para confirmar que nadie venía por el camino, para demostrarse a sí mismo que no hizo más que dejarse llevar por sus imaginaciones sin fundamento.
Afuera caía una lluvia torrencial complicándole ver quien se aproximaba por el camino pues estaba cubierto con una manta oscura que le impedía ver el color de su cabello. Milo entorno los ojos sin éxito ya que no podía identificar al visitante hasta que este llegó al templo dejando la manta a un lado.
—Hola Milo —dijo Hyoga alegre escurriendo agua desde el cabello hasta los zapatos—, disculpa he hecho un desastre en tu templo —añadió señalando el charco bajo sus pies.
—Oh... no te preocupes —respondió mecánicamente poseído por la excelsa visión del joven empapado hasta los huesos dejando ver su ropa mojada y pegada contra su torneado cuerpo—, deja te traigo una toalla o algo para que te seques.
—Gracias, te lo agradecería mucho.
Milo volvió a la habitación sintiendo como el corazón le estallaría en pedazos. Hyoga mojado y, dentro de poco, desnudo en su templo. El cisne en sus brazos, se dijo con descaro y algo de vergüenza. Tras un momento más, regreso al recinto entregando una toalla y ropa seca al recién llegado.
—Te agradezco —dijo este sintiéndose mejor—, no pensé que llovería tan fuerte hoy. No estaba preparado.
—¿Estás en alguna misión en particular? —inquirió Milo torpemente queriendo parecer casual— No es común verlos por aquí.
—Creo que dices eso porque no nos hemos encontrado antes, pero tiene semanas que visitamos el Santuario, ya sea acompañados por Saori o nosotros solos. No te había visto por aqui, ahora que lo mencionas.
—Estaba de viaje, pero ¿por qué no vienes a la habitación del templo? Afuera hará alguna corriente de aire.
—Gracias.
Lo llevo hasta la habitación sin estar seguro de lo que ocurriría después, ya que solo deseaba tenerlo unos momentos para él, no obstante desde ese momento podía confirmar que Hyoga era dueño de una magia poco usual que amenazaba con quebrantar su paz mental a cambio de devolver el brillo a sus días, de hacerlo sentir vivo como no se había sentido en mucho tiempo. Ya en la habitación privada Hyoga se sacó la ropa con confianza secándose con la toalla mientras Milo lo observaba detenidamente desde el otro extremo del lugar, como un animal salvaje analizando a su presa víctima de un deseo ya conocido, pero que debía reprimir por ahora.
—Así que aqui vives prácticamente —comento el rubio mirándolo sonriente y con buena actitud.
—Si, he vivido aquí casi toda mi vida —comentó con calma—. No suelo traer compañía ya que nos está prohibido —mintió.
—Vaya, siendo así me daré prisa para que no tengas problemas —Hyoga se vistió con lo que Milo le prestó mientras su ropa se secaba tomando asiento en la cama.
En ese momento Milo supo que lo tenía justo donde lo quería: en su habitación, en su territorio donde podría hacerlo suyo si quisiera, donde había poseído a otros antes que él sin darles tregua. Amazonas y caballeros de menor rango habían caído a sus pies justo en esa misma cama.
—Gracias por la toalla —la voz del chico lo sacó de sus pensamientos recibiendo la toalla mojada que dejó por allá—, la lluvia está por pasar y no quisiera molestarte. Solo subí para decir hola pues, hace bastante, que no te había visto.
—Te agradezco por tenerme en mente en esta visita —Milo tomó asiento a su lado observando al chico de frente, sus ojos eran hipnóticos y su persona era poseedora de un magnetismo que no se podía ignorar.
Así Milo supo que ya era presa de ese hechizo del que deseaba huir ya que, en cosa de segundos, fue que beso a Hyoga apasionadamente dejando al chico sin saber qué hacer separándose de él un momento después.
—Vaya esto... —decía el jovencito confundido— No lo vi venir, ¿por qué lo hiciste?
—Porque lo deseaba —respondió Milo sin más.
—Escucha, debo irme. Shun me espera. Nos veremos después.
No alcanzó a detenerlo ya que Hyoga se le escurrió hábilmente saliendo del templo con pasos veloces para la mala suerte del custodio del octavo templo ya que la tormenta había pasado. Milo se quedó de pie frente a un lado de la puerta de la habitación tocándose el pecho sintiendo su corazón acelerado mientras que sus labios saboreaban el beso robado. Estaba mareado pero increíblemente feliz.
Hyoga se había convertido en la manzana, en el fruto prohibido, que deseaba con ansias. El chico ahora era su deseo prohibido y no descansaría hasta poseerlo.
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Continuará en "Deseo prohibido"
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