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Milo x Camus

Las galletas danesas

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Demasiadas cosas pasaban a su alrededor desde hacía un par de semanas en que terminaron de dar sepultura a todos los santos caídos en la cruel batalla de las Doce Casas y la pérdida de los amigos caídos en batalla comenzaría a doler dentro de poco.

La pérdida de Camus le dolía desde que ocurrió al paso de Hyoga por el onceavo templo pero eso era algo que iba a ocurrir de esa manera y no había nadie a quien culpar por el destino que el mismo caballero acuario trazó. Milo estaba consciente de que así eran las cosas y solo le quedaba resignarse a tan cruel pérdida: al maestro que se preparó para ser ejecutado por su propio alumno como prueba final de que había alcanzado el séptimo sentido.

Pérdida que sus amigos entendían a la perfección por lo que nadie mostró lástima al afectado caballero escorpion agradeciendo el no ser tratado como inválido y le permitieran tener espacio para empezar a procesar los eventos ocurridos.

Una vez que pasaron los funerales les fue concedido un tiempo de descanso en el que eran libres de decidir si permanecían en las doce casas o bien deseaban retirarse a otro sitio a descansar mientras tanto.

—¿No es necesario que se quede alguien de guardia? —pregunto a Mu aquella mañana.

—Nos rolaremos la guardia hasta que Atena cambie las órdenes, Aldebaran será el primero y Shaka el siguiente; no es necesario que te quedes si no te sientes bien. Si tienes otro sitio a donde ir, adelante —respondió condescendiente.

—Te tomaré la palabra... —Milo no tenía ánimos de contradecirlo asi que acepto la oferta gustoso.

—¿Iras a tu sitio de entrenamiento por unos días?

—Seguramente —mintió.

Tan solo llevaba unas pocas pertenencias al salir del octavo templo dejando en su habitación todas aquellas que le recordaban a Camus porque tenía que encontrar el modo de asimilarlo, de renunciar a su amante caído y seguir adelante con su vida. Llorar a la memoria de un muerto no servía de nada, mucho disfrutó su compañía en vida y no quería que este lo viera triste y miserable desde donde estuviera.

—Bueno a emprender el camino —suspiró resignado.

Mu se quedo con la idea de que estaría en la isla donde llevó a cabo su entrenamiento cuando niño: la isla Milos, y no pensaba actualizarle ese dato, en esa ocasión Milo no deseaba ser encontrado ya que quería llorar su pérdida sin ser molestado por nadie así que haría lo posible por apagar su cosmos evitando el ser localizado por todos los medios. Consideró por un momento quedarse encerrado en el octavo templo pero este y los alrededores le traían malas memorias. Le recordaban a Camus.

Lo mejor era irse a otra parte, a un lugar que nadie conociera y del que nadie supiera, un sitio lo más alejado posible de todos. Rebuscó algo en sus bolsillos y en el bolso donde llevaba sus pertenencias ya que Atena les dio una remuneración monetaria luego de la batalla que necesitaba usar en ese momento. El joven no entendía ese gesto pero lo agradeció sin más no sabiendo si era mucho o poco dinero pero de algo serviría en ese viaje que estaba por empezar.

Así se puso en camino a la estación de autobuses Kifissos ya que no había otro modo, aparte del cosmos, para llegar a su destino al no saber conducir un auto. Compró un billete para la próxima salida que sería dentro de una media hora más o menos y tomó asiento en la sala de espera indicada por la persona en el mostrador. No estaba seguro si tenía la mente en calma o solo era el indicador de que estaba por enloquecer dentro de poco.

Aprovecharía las próximas tres horas y media para poder dormir un poco y descansar puesto que no había podido dormir ni un minuto desde que la batalla terminara, todo le daba vueltas en la cabeza sin descanso.

Se quedo dormido apenas tomo asiento, fue un sueño profundo y reparador tanto asi que no sintio el pasar del tiempo, por lo que, apenas abrió los ojos tuvo que mirar bien por donde iba el autobus para poderse ubicar; estaba ya cerca, el autobus iba por los complicados caminos hacia el poblado que era su destino. Apenas se dejaron ver las primeras casitas ubicadas aqui y allá Milo supo que habia llegado.

Pasaba del medio día cuando se vio caminando por la gran avenida del poblado con sus comercios locales y edificios que estaban por todas partes. El joven se sentía descansado y fresco caminando por las ajetreadas calles aunque el sol brillara con intensidad sobre su cabeza haciendo que la gente alrededor buscara refugio de sus ardientes rayos.

No era dificil cruzar la pequeña ciudad a pie asi que caminaría hasta donde tuviera fuerzas pero, antes de eso, debía comer algo porque no habia probado bocado desde el día anterior.

Kapari era un restaurante ubicado en el centro de la ciudad en una calle aledaña a la avenida principal, Milo llego ahí por casualidad curioseando entre los restaurantes que estaban en la cercanía y ese llamo su atención. Una buena Musaka y un Souvlaky serían excelentes para calmar el apetito. Al entrar al lugar se encontró con un sitio bullicioso lleno de turistas al parecer, que comían alegremente sendos platos muy bien servidos.

El joven no recordaba haber visto una comida tan abundante.

El lugar era francamente acogedor, nada parecido a lo que él había visto en Atenas o sus alrededores sintiéndose tranquilo de haberse alejado tanto de los sitios conocidos y el estar ahí lo hacia pensar en otras cosas.

Apenas recibio su plato lo miro expectante, no esperaba aquel hermoso espectáculo de colores y aromas que le llenaban la nariz. El Patriarca jamás había sido espléndido con las comidas que solía ofrecerles de vez en vez, ni siquiera antes de su llegada al Santuario habia visto un plato servido con tanto esmero.

—Esto se ve y huele increíble —dijo sin pensar y comió cuanto pudo en un solo bocado.

Mucho escuchaba a los aprendices de caballero hablar sobre lo que les rememoraba la comida a diferencia de los caballeros dorados que, pareciera, no tenían interés alguno por ingerir alimentos así pasaran semanas. Recordaba los duros días previos a la batalla de las doce casas, días que se iban sin probar bocado, pero ahora que podía disfrutaría de ese plato hasta saciarse.

La Musaka, similar a una lasagna, fue devorada por el hambriento santo dorado en menos de lo que él pensó sin prestar atención a nada a su alrededor.

—¿Desea ordenar algo más Señor?

—Si, una parrillada de pescado tamaño grande.

El siguiente platillo tenía una pinta igual o mejor que el anterior, eran raciones para cuatro personas pero nada de eso importaba para el hambriento joven, necesitaba alimentarse por todas esos días sin comer, los duros entrenamientos y las noches sin dormir. La comida compensaría todo aquello que sufrió y no se arrepentía de ello.

—¿Gusta que le sirva algún postre y café Señor?

—Por supuesto —respondió gustoso— ¿que recomienda la casa?

No era aficionado al azúcar pero ese plato con helado, panecillos de chocolate y frutillas frescas lo invitaban a darle otra oportunidad a los sabores dulces acompañado por un cafe negro y amargo.

Milo salió del restaurante sintiéndose pesado y adormilado pero no se arrepentía de nada puesto que aquella recompensa culinaria lo había valido hasta la ultima migaja. Si podía lo repetiría en un futuro cercano.

Emprendió nuevamente su camino sintiéndose muy bien.

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Al caer la tarde el joven llego al final de la ciudad, a una parte donde había casas más grandes y bonitas de paredes blancas y techos de teja roja, rodeadas por amplios jardines y bardas bajas. Milo sentía el palpitar acelerado de su corazón ya que estaba por llegar a la casa abandonada al final de la estrecha y silenciosa calle.

Se detuvo frente a esta lanzando un suspiro. Delante de él se alzaba la casa familiar, aquella donde vivio por siete años con sus padres y hermanos, un lugar que ahora se encontraba abandonado y descuidado como si llevara más de cien años en el olvido. Milo sabía que nadie podría encontrarlo ahí ni en un millon de años, ni siquiera Camus sabía de ese lugar. Si, ese sitio lleno de malos recuerdos sería ahora su escondite mientras pasaba sus días de luto.

Cuidando de no ser visto por nadie cruzo la puerta teniendo que quitar algunos tablones que impedían el paso, con cuidado los dejo sobre la pintura que solía ser blanca en otra época y ahora demostraba el paso del tiempo además del descuido. Al cruzar la puerta el espectáculo iba de mal en peor que la ultima vez que pasó por ahí, tan solo seis años atrás.

No era la primera vez que visitaba aquella propiedad no obstante si era la primera vez que podia apreciar el ambiente triste, la soledad y los malos recuerdos que flotaban en el ambiente. De ahi en fuera todo estaba como lo recordaba, las escaleras justo frente a él, el gran comedor a la derecha y la sala a su izquierda; al fondo estaban la cocina y la puerta que daba al jardin. Milo cerro la puerta detrás de él teniendo cuidado para que esta no se desprendiera de la bisagra.

Irónicamente esa soledad lo tranquilizaba puesto que nadie lo molestaría, nadie interrumpiría sus pensamientos y podría llorar a cantaros sin ser cuestionado. Esa era la ventaja de aquel lugar abandonado.

Subio la escalera llevando sus cosas observando la pared donde solían estar las fotos familiares que su madre colgaba año tras año religiosamente, ahora el papel tapiz estaba desprendido de la mitad de la pared para abajo y las escaleras chirriaban bajo sus pies. Al final de estas se veia el angosto pasillo que dividía las habitaciones que fueran de sus hermanos. Camino a la derecha de la escalera adentrándose en la oscuridad de las ventanas cubiertas por tablones.

Al final del pasillo estaba su habitación, la que compartía con su el tercero de sus hermanos; Milo era el más pequeño de los cuatro. Al entrar vio el lugar tal cual lo habia dejado hacia años. ¿Sería capaz de pasar ahí unos días?, ¿valía la pena estar en medio de ese desorden y suciedad solo por un tiempo de soledad? Observó las camas una al lado de la otra y la repisa encima de ambas la cual aun tenia colocados uno al lado del otro varios libros.

Todo el mobiliario seguía ahí.

Entonces su mirada se desvió al closet en el fondo de la habitación haciendo que el joven sonriera para sus adentros ya que ahí había algo que tenía oculto desde hacia tiempo y, sorpresivamente, no había sido confiscado. Con cuidado de no levantar más polvo se acercó al closet abriendo las puertas de par en par, nada habia dentro puesto que la ropa y otros efectos personales habian desaparecido mucho antes de su última visita. Se inclinó sobre los tablones de madera en el suelo y con cuidado busco uno que estaba suelto.

Solo él sabía de ese tablón suelto.

—Aquí estás, mi máquina del tiempo —se dijo esbozando una sonrisa.

Debajo de los tablones sueltos, y cubierta de polvo, se hallaba una caja de forma circular cuyos dibujos laterales eran los de unas galletas danesas, era una caja de galletas danesas en realidad que Milo siendo niño robo de la cocina cuando el contenido se termino, la oculto bajo su almohada y en ella colocó diversos objetos personales para después depositarla en las tablas sueltas bajo el suelo del closet.

Así, cuando pasaran varios años, él podria encontrarla y ver el contenido.

Tomó asiento en la cama contemplando la caja metálica por un momento. No podía negar que le traía un buen recuerdo: su madre había mandado comprar diversas cosas y, entre ellas, estaba esa caja de galletas. Milo y su hermano (el único con quien tenía buena relación) esperaban pacientes que abrieran la caja para devorar el contenido: las galletas danesas sabor a mantequilla, su madre era aficionada a ellas y solía comprarlas de vez en vez.

La caja le recordaba a su madre y su hermano por eso la había atesorado en aquel entonces, cada noche luego de la cena los tres compartían un momento agradable mientras leían y releían los libros que estaban en la repisa sobre la cama.

—Antes de regresar al Santuario compraré una caja de estas —pensó sonriente.

La abrio y dentro estaban un par de objetos dejados en su última visita: una cinta de música que habia sido de Camus, una foto que encontró en el suelo en las cercanías del Santuario donde se veían, a lo lejos, las doce casas, hecha por un turista al parecer que la dejo caer en un descuido; un trozo de roca que se había desprendido del techo del octavo templo así como un papel doblado.

Esbozos de su nueva vida era lo que estaba atesorado ahí, pensó un poco y decidió no cambiar el contenido ya que no tenía nada nuevo que dejar. Hasta ese momento su vida era la misma, quien sabe si en unos años más cambiaría entonces así valdría la pena buscar de nuevo la maquina del tiempo y agregar algo más como hizo la primera vez que visitó la casa.

En esa ocasión tenía quince años y estaba ansioso por volver, como un niño pequeño que añora el hogar pero, su decepción fue enorme cuando regreso y encontró la casa tal cual estaba: abandonada con todos los muebles y en penumbra. No supo qué paso con sus padres y hermanos o por qué todo estaba así y, al igual que en aquel entonces, no tenía deseos de investigar. Su familia se había marchado dejándolo atrás en calidad de "persona desaparecida" tal y como estaba descrito en el reporte policial doblado dentro de la maquina del tiempo.

Observó ese reporte por un momento encontrando irreal ver su fotografía al lado de una descripción de su persona: él no era una persona desaparecia pero no tenía caso dar vuelta sobre lo mismo. Ya había dejado ese pasado atrás así que nuevamente doblo el documento y lo metió en la caja de galletas evitando pensar en eso.

La débil luz se filtraba por en medio de los tablones de la ventana, se puso de pie y miro a su alrededor. Aunque fuese una locura, aunque estuviese acostumbrado ya a vivir en la privacidad de su templo, necesitaba estar a solas y qué mejor lugar que ese. La casa que sería testigo de su desahogo por la partida de Camus.

—Camus... —suspiró.

Y en medio de la penumbra Milo lloró su pérdida por primera vez desde que su amigo falleciera en el onceavo templo, por primera vez desde ese día fatal.

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Aioria, Aldebarán y Mu estaban frente al primer templo, el de Aries, preguntándose donde estaría Milo. Habían pasado casi tres semanas y nadie conocía su paradero; el escorpion dorado parecía haberse borrado del mapa de repente.

—¿Cómo se manejarán estas ausencias? —Aioria fue el primero en querer saber el castigo ejemplar que le darían a su colega.

—No estoy seguro, tengo que preguntar al anciano Maestro que hacer en estos casos ya que, en si, tenemos permiso para ausentarnos —respondió Mu con calma.

—Ahi viene Milo.

El joven iba camino a Aries llevando algo en las manos subiendo las escaleras sin prisas, se le veía sonriente y de buen humor.

—¿Dónde te habías metido? —Mu fue el primero en hablar mirándolo con severidad.

—Solo estuve descansando —respondió sin importancia.

Se detuvo en medio de los tres mostrándoles una caja sellada la cual abrio delante de sus colegas y un aroma a mantequilla envolvió el ambiente.

—¿Qué es? —pregunto Aioria sin apartar la mirada de aquella cajita.

—Son galletas danesas. Adelante, coman.

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FIN

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Notas: Del año 2020. Gracias por leer.

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