Hasgard x Asmita
Pareja: Hasgard x Asmita
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Hasgard x Asmita
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El Santuario
1741
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Asmita se encontraba meditando un poco en una zona apartada de los campos de entrenamiento tratando de poner su mente en silencio. Intentando aislarse del ruido exterior, buscando como cerrar su cabeza a los sonidos que no siempre podía identificar. Desesperado por esa concentración, decidió recrear en su mente alguna imagen, algo que requiriera su atención completa. Una imagen del pasado, de la infancia que fuera lo suficientemente compleja.
—Asi que aquí estás —el rubio sintió que una mano se posaba con un poco de rudeza en su hombro reconociendo enseguida al dueño de semejante tacto—. Vi que ibas a este lugar y decidí alcanzarte.
Hasgard tomo asiento a su lado dejándose caer despreocupadamente mientras Asmita sonreía discretamente como era su costumbre reacomodando su postura. Ambos disfrutaron varios minutos en silencio tan solo gozando de la compañía, del estupendo día que tenían por delante y del viento que agitaba sus cabellos refrescando un poco el ambiente.
—Disculpe, Señor Hasgard, llegó esto para Usted —uno de los tantos mensajeros del Santuario lo reverencio para, enseguida, entregarle un sobre sellado.
—Le agradezco.
El santo de Tauro recibió el sobre observando el sello de cera que lo cerraba. El emblema de la novena casa del Santuario. Era una carta de un buen amigo suyo que se encontraba lejos de ahí en algo ordenado por el Patriarca y que no debía posponerse más tiempo.
—¿De quién has recibido esa misiva? —preguntó Asmita mientras su acompañante volvía a tomar asiento a su lado rompiendo el sello.
—Sísifo me ha escrito, se encuentra lejos de aqui y por lo que leo en su carta, tardará en volver.
—Sé que ambos son muy buenos amigos, ¿es verdad?
—Si, entrenamos juntos y completamos muchas misiones en nuestros años de juventud, pero hace tiempo de eso. Le responderé más tarde —tras leer rápidamente las dos cuartillas las guardo bajo sus ropas volviendo a recostarse sobre el césped observando a su silencioso colega— ¿que cruza por tu mente?
—Hace tiempo... —comenzó a decir el santo de virgo con calma— Recibí correspondencia de una persona que conocí en mi infancia, pero no puedo leer la carta como bien sabes. Pedí a un escudero que me apoyara leyendo la misiva, lo que fue algo vergonzoso ya que en ella había datos de mi vida que me habría gustado mantener en privado.
—Entiendo, el tener que pedir a una persona que te ayude con eso debe sentirse como si invadieran tu privacidad.
—Es correcto, la persona que me escribe con regularidad no recuerda que no puedo leer. Perdí la vista a los siete años a causa de una enfermedad, antes de eso, mis ojos lo percibían todo, había luz a mi alrededor. Después de perder la vista, veo el mundo como lo que es...
—Lo recuerdo, se que enfermaste apenas llegaste al Santuario. ¿Y cómo es el mundo, según tu, Asmita? —pregunto Hasgard reacomodando su postura hasta quedar a la misma altura que su colega pesimista.
—Creo que ya lo sabes... —el joven se giro abriendo los ojos delante de su colega.
Hasgard contempló lo que ya sabía: Asmita era dueño de unos ojos azules, cristalinos y claros, hermosos, pero que, en el fondo, parecían carecer de vida. Por lo que sabía de su colega, el rubio se había vuelto demasiado negativo con el paso del tiempo, todo era malo, las personas eran egoístas y nada se podía hacer para mejorarlo. Quizás la pérdida de la vista fuera la principal razón o había algo más allá, algo que despertaba la curiosidad de Hasgard.
—Dime algo —pregunto Tauro de pronto— ¿cuál es una de las memorias más felices que recuerdas?
—¿A qué viene eso? —respondió virgo un poco evasivo— Imagino que intentarás que cambie mi visión del mundo, ¿no es así?
—Nada de eso, te respeto como eres. Solo quiero saber si en esa cabeza tuya hay alguna memoria que esté llena de esa luz que ya no te rodea.
—La hay, pero, ¿por qué no charlamos en otro sitio? El calor está aumentando demasiado —repuso el hindu algo molesto por sentir el brillante sol sobre su cabeza a pesar de llevar una túnica blanca de algodón.
—Es cierto, te invito a mi templo —Hasgard ofreció cortes poniéndose de pie seguido de su compañero—, estaremos mucho más frescos ahí. Te pediría que fuéramos a los salones comunes del templo principal, pero necesito guardar la misiva que acabo de recibir.
—De acuerdo.
Ambos se alejaron de la zona concurrida de los coliseos y los caminos yendo el silencio por el camino.
—Tengo muchas memorias alegres —comentó el rubio de pronto de pronto cambiando su tono de voz por uno menos arisco—. Por ejemplo, antes de perder la vista tuve la oportunidad de ver un tigre blanco de rayas negras.
—¿De verdad?
—Si, incluso traté de retener su imagen en mi cerebro y, a veces, intento recrearlo en mi mente sin éxito. Como hace tantos años de eso, seguramente la imagen en mi cabeza se parece más a un burro o un chivo —finalizó riendo un poco.
—Tendrás que describirlo para que pueda confirmar si se trata de un burro o un chivo —ambos rieron un poco mientras iban por las largas escaleras principales que daban a las doce casas.
La habitación privada del segundo templo era lo suficientemente fresca como para que Asmita se dejara caer en una silla sofocado por el calor de afuera. No estaba acostumbrado aun al calor de Grecia, todavía echaba en menos el frío de la zona donde nació y vivió aunque fuera por poco tiempo.
—¿Le responderás a Sísifo ahora? —preguntó sintiéndose menos agobiado.
—No, la verdad es que no sé qué responder. Me narra un poco de esto y un poco de aquello; las cosas que ven en las provincias por donde transita y bueno... otros temas que entran en lo personal y que no es fácil que discuta con nadie más.
—Lo entiendo, te pido me disculpes por el atrevimiento.
—No hay nada que disculpar.
Hasgard no quería hablar de Sísifo y sus complicados sentimientos hacía una persona prohibida ya que era una charla demasiado incómoda para cualquiera así que, sin más, extrajo la carta de sus ropas dejándola sobre el mueble más cercano. Necesitaría leerla unas dos veces antes de poder responder adecuadamente y acorde a las circunstancias de su amigo, carecía de las palabras adecuadas a pesar de que había repetido al arquero varias veces que se dejara de tonterías y se metiera en sus propios asuntos.
—Es la cursilería en persona... —se dijo lanzando un largo suspiro— Es débil de carácter a fin de cuentas —no lo pensaba como un defecto sino que su amigo era demasiado humano para un lugar como el Santuario aunque pudiera llevar a cabo una batalla exitosamente.
—¿Hasgard?
—Perdona... estaba guardando la carta. ¿Gustas algo para beber?
—Sería estupendo, muchas gracias por el ofrecimiento.
Hasgard pidió al escudero a su servicio que les llevara un poco de vino mientras tomaba asiento delante de su invitado. Asmita parecía sentirse un poco más cómodo ya que estaba en posición flor de loto sobre la silla. El toro dorado lo observó con gracia pues no le molestaba, pocas veces había cruzado palabra con el custodio del sexto templo siendo intercambios muy breves y ahora estaban en una posición donde podrían conocerse un poco mejor.
—¿Y bien, Asmita, vas a describirme al tigre de tus recuerdos? —pregunto con un tono un poco más alivianado y casi socarrón que fue recibido con gracia por el hombre frente a él.
—¿Por qué no me narras tu algo alegre? Sé que tus aprendices suelen sacarte más de una sonrisa al día.
—En eso tienes razón y podría narrarte una o dos de sus fechorías, pero antes de eso quiero escuchar sobre ese tigre con forma de chivo —el comentario fue recibido con una sonrisa por parte de su colega.
—Sucedió poco antes de cumplir los siete años, antes de enfermar incluso, por esas fechas aún vivía en un templo muy al norte de la India. El monje que me envió correspondencia fue quien me llevó a pasear a los bosques cercanos un día, yo y otros chicos novicios, salimos de paseo.
Hasgard escuchó con atención el relato de Asmita sin apartar su mirada de él para nada. El tono de voz del hindu era suave y melodioso a sus oídos, pocas veces lo escuchaba hablar menos narrar vivencias de su pasado. Así, el custodio del segundo templo observó a su interlocutor sujetar la copa con sensualidad sin siquiera estar consciente de ello moviendo su cuello con cierta gracia que hacía que sus cabellos dorados cayeran cual cascada por un hombro deslizandose con delicadeza.
—El tigre estaba justo frente a nosotros. Salió de la nada, ¿sabes? No recuerdo cómo fue que apareció solo que su aspecto era magnífico, su pelaje blanco como la nieve y esas rayas negras que salpicaban su cuerpo... No recuerdo la forma de su cabeza o sus orejas, si tenía cola o no, no lo recuerdo. Solo lo blanco que lo cubría, como la nieve más pura.
—Es un recuerdo hermoso, Asmita. Sabes... —comenzó a decir con dudas— Curiosamente, mis cabellos son blancos. No sé si lo recuerdes, no sé si nos llegamos a ver antes de que enfermaras y perdieras la vista.
—Perdóname, no lo recuerdo, pero me da gusto saberlo. Seguro tu cabellera es blanca como la nieve —Asmita rio levemente dejando la copa vacía sobre la mesita mientras Hasgard estaba pendiente de sus movimientos sin apartar la mirada.
Asmita se sentía a gusto en la presencia de su colega, no recordaba si se vieron en el pasado, no lo sabía. Pero Hasgard era dueño de una presencia poco común; el sonido de sus pasos, su tono de voz masculino y único, el aroma que emanaba cuando se topaba con él. Quizás, el hombre no era un toro dorado exactamente si no un especie de tigre blanco cuya ferocidad comenzaba a interesar al santo de virgo.
Le causaba curiosidad desde hacía tiempo aunque no lo quisiera confesar abiertamente.
—En fin... gracias por compartirlo —Hasgard dejo salir un largo suspiro sin estar consciente de ello.
—¿Qué es lo que te preocupa, es la carta de Sísifo? —Asmita espero un poco antes de añadir algo más sin embargo, solo recibió otro suspiro por respuesta— Tiene que ver con lo que se dice de él, ¿es correcto?
—¿Qué has escuchado sobre eso?
—No me consta, pero he escuchado por boca de diferentes mensajeros y otros aprendices, que está interesado en una persona poco apropiada para él, además de que tiene un estatus prohibido dentro de los estándares de la sociedad del Santuario.
—Si... me temo que es eso. Escucha, no quiero incomodarte con estas cosas.
—No te preocupes por nada, cuenta con mi discreción, además pareciera que necesitas sacarlo de tu pecho.
—Si, algo así... —Hasgard se sirvio otra copa de vino tratando de sentirse menos tenso.
Sísifo, su amigo y el más cursi que conocía, cometió el error de fijarse en un hombre prohibido debido a sus circunstancias y su exilio: Defteros, hermano gemelo del buen amigo de ambos, Aspros.
—Dfeteros no es apropiado para él ni para su buen nombre —Asmita tardó un poco en decir aquello, primeramente, por que no le incumbía—. Se murmura mucho sobre ambos y reconozco que sus asuntos no me importan, pero tampoco me gustaría ver a mi colega envuelto en un escándalo innecesario.
—Creeme que he hablado con él muchas veces, por eso intercambia tanta correspondencia conmigo. Soy el único que está dispuesto a escucharle, Aspros no quiere ni saber del tema y no es necesario que Regulus lo sepa. Sería demasiado vergonzoso para él aunque, a estas alturas, casi todos lo saben.
—Como te digo, es un rumor por ahora, nada hay confirmado por fortuna. Solo creo que Sísifo debería tenerlo en mente, si se preocupa por Regulus, debería evitar que se propaguen más rumores.
—Ojalá lo entendiera...
Ambos se quedaron en silencio por un momento, Hasgard le dedicó una mirada larga mientras que Asmita abría sus ojos observando frente a él. Se le veía tan en paz con ese semblante, se le veía tan hermoso y sereno.
—¿Te has enamorado o has estado con alguien que no debes?
—No... —respondió el rubio con calma— No he experimentado nada de eso hasta ahora, ¿y tú?
—Enamorarme como tal... creo que no. Tengo tanto que hacer que no me quedan horas del día para nada más, menos para el amor.
—Ya veo.
Se quedaron en silencio otro momento más mientras Hasgard buscaba con qué encender las velas del candelabro y alguna otra excusa que usar para mantener a Asmita con él. Su compañía resultaba deliciosa no queriendo que se marchara a pesar de haber anochecido ya. La luz de las velas proyectaban una sombra suave sobre ambos no estando seguro cuanto tiempo había transcurrido ya, podrían ser varias horas incluso pues afuera estaba ya oscuro.
El custodio del segundo templo se giró sobre sí mismo observando al rubio delante de él dedicándole una larga mirada de arriba abajo.
—Enséñame, Hasgard —dijo Asmita de pronto poniéndose de pie dirigiéndose al toro dorado quien lo observó sin entender—, algo me dice que hay un tigre blanco en tu interior y quiero conocerlo.
—Asmita, pero ¿por qué? No entiendo —dijo despacio tratando de mantener la compostura ante el inesperado giro de la situación que aceleró su pulso a niveles insospechados.
—Hay algo en ti... que encuentro muy atractivo, ¿sabes?
El joven hindu camino despacio hasta topar con su compañero mientras Hasgard se mantenía inmovil a la espera de lo que siguiera; Asmita comenzó a recorrer lentamente el rostro del hombre frente a él, sus dedos trazaron sus líneas de expresión, las cuencas de sus ojos, la forma de su nariz y labios. A Hasgard jamás lo habían tocado de esa forma encontrando el tacto del rubio de lo más sensual y provocativo.
—Tu rostro —dijo Asmita en voz baja—, no puedo verlo pero percibo su belleza a través de mis manos.
—Asmita... —para esos momentos Hasgard había salido ya de su sorpresa dejando que el hermoso hombre frente a él continuara aquel juego que lo excitaba— Puedes continuar si así lo deseas.
—Te dejas querer... que interesante.
Hasgard se mantuvo expectante ya que aquello era nuevo y diferente. No deseaba ahondar en sus experiencias pasadas ni hacer comparaciones odiosas, solo dejarse llevar por el compañero que le mostraba algo que ya conocía pero con otras palabras, por así decirlo. Asmita se tomaba su tiempo, hacía las cosas a su propio ritmo, no parecía tener prisa pues deseaba conocerlo todo sin apuro.
—Dijiste que no tenías experiencia —comentó Hasgard con suavidad—, pero pareciera todo lo contrario.
—Es como todo, solo lo sé...
El joven solo sonrió bajando sus manos hasta pasarlas por sus pectorales, los cuales estaban sin la protección de la ropa de entrenamiento bajando por el abdomen sintiendo lo marcado de este. Sabía perfectamente que todos en el Santuario dedicaban horas y horas a entrenar, no siendo Hasgard la excepción. En un punto, Asmita se detuvo ya que lo siguiente en el cuerpo de tauro le intimidaba dibujandose un ligero rubor en sus mejillas.
—¿Por qué te detienes? —preguntó Hasgard algo contrariado al verse privado del placer que le daba Asmita con esas manos suyas que sabían hacer mucho más que solo mudras.
—Creí que no te gustaba, como no dices nada y no puedo ver las expresiones de tu rostro.
—Claro que me gusta, no lo diré cada segundo de la noche, pero confía en mí.
Hasgard correspondió todos y cada uno de sus toques sintiendo la suavidad de la piel de Asmita, su aroma a especias exóticas y la delicadeza de su ser. Ambos estaban muy metidos en ese juego que se les iba de las manos no deseando parar ni hacer más pausas que pretendían prolongar el inminente momento de placer que deseaban ahí y ahora.
El santo de tauro quedó gratamente sorprendido al ver como Asmita tomaba el control de la situación cual hábil amante que era. Hasgard se cuestionaba para esos momentos qué clase de entrenamiento habría tenido, la habilidad del rubio no era algo normal ya que se habría esperado un comportamiento más bien tímido o conservador.
—Estoy intrigado por tus habilidades —dijo de pronto recostado sobre la cama mientras su amigo lo hacía enloquecer—, pensé que eras célibe hasta la muerte.
—Me temo que no... —reconoció el joven hindu con algo de pena en la voz— Reconozco que soy algo egoísta a veces, siempre buscando conocimiento, placer, experiencias. Debería dedicarme a la meditación con más ahínco, es cierto, simplemente no estoy dispuesto a privarme y más que soy ciego. Percibo el sexo de una forma un tanto distinta, por asi decirlo y me gusta disfrutarlo.
—Vaya...
—¿Por qué no solo cierras los ojos y te dejas llevar?
—Lo haré, quiero conocer algo de tu estilo.
Y esa noche Asmita lo hizo suyo cosa que Hasgard no estaba acostumbrado pues, siempre era al revés, se le tenía por amante dominante asociado a su gran tamaño de estatura y atributos. No obstante, el custodio del sexto templo sabía cómo gozar y hacer gozar a sus compañeros de juegos; talentos que tenía muy bien escondidos pues, era un hecho, que nadie en el Santuario se imaginaría tal cosa, menos de un monje budista de apariencia tan recatada y mustia.
—Veo que no me darás oportunidad de mostrarte mis habilidades, ¿o si? —Tauro lo observó divertido apenas Asmita cayó rendido a su lado.
—Por supuesto que si, dame un momento para reponerme. Quiero que me muestres al tigre que vive dentro de tí, el de la melena blanca como la nieve.
—Sabía que tenías algo especial e interesante —dijo Hasgard de pronto a la luz de las velas que los acompañaban esa noche tiñendo el ambiente de intimidad entre dos amantes inesperados—. Lo supe esta tarde cuando te vi sentado.
—Creo que lo sabías desde antes —comentó el joven hindu sonriendo levemente—, solo que son cosas que no se saben a simple vista, no se perciben a la primera.
Se dedicaron largos besos y caricias por varias horas más en las que Hasgard le demostró de qué estaba hecho y el alcance de sus habilidades. Su estilo era un poco más rudo, era cierto, pero lo suficientemente eficaz para hacerlos explotar a ambos hasta quedar sin energías pero satisfechos.
Momentos más tarde, Asmita estaba boca abajo sobre el mullido colchón sintiendo como Hasgard garabateaba algo sobre él. El santo de tauro pidió permiso para usar la espalda de su amante cuál "escritorio" colocando sobre éste un trozo de papel ejecutando una interesante técnica pues, con una mano sostenía el tintero y con la otra la pluma, escribiendo la respuesta a la carta de Sísifo. Sus frases eran significativas aunque breves pues debía volver su atención al hombre rubio recostado a su lado.
—No tardaré —decía Hasgard sumergiendo la punta de la pluma en la tinta rasgando suavemente el papel.
—No te preocupes por eso, sé que Sísifo te preocupa a tal grado que estás redactando esa misiva en medio de esta noche de pasión.
—Si, de hecho, es de las mejores cartas que he escrito —respondió Hasgard positivo y alegre—, creo que las técnicas de relajación hindu eran justo lo que necesitaba para que mi carta saliera tal y como la deseo.
—¿Que dirás a Sísifo respecto a su "asunto"?
—Pues qué puedo decir, tan solo desearle suerte y que sea discreto para que Regulus no se vea afectado por nada de eso. Una vez que el chico sea lo suficientemente mayor, creo que podrá hacerse de su buen nombre y así lo que Sísifo haga o deje de hacer no le afectará.
—Buen consejo.
Apenas Hasgard terminó la carta, volvió su atención a Asmita quien le esperaba impaciente por continuar.
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FIN
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