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Hazel

Chaud.

El castaño soltó un suspiro tembloroso mientras observaba la lista pegada a un pizarrón en el pasillo principal. No era exactamente temprano, pero tampoco tarde, los muchachos caminaban tranquilamente de un lugar a otro mientras Chaud se mordía el labio inferior y trataba de ubicarse en el mapa colgado a un lado de la lista.

Si no estaba mal, estaba en la facultad correcta, solo que en el ala oeste, necesitaba llegar al otro lado: el ala este. Asintió brevemente y se abrió paso entre el montón de estudiantes.

Chaud estaba emocionado, sí, por fin iba a empezar la universidad, pero estaba nervioso como nunca. Había olvidado lo horrible que era no reconocer ningún rostro, porque a pesar de que él solía ser muy sociable en su escuela secundaria, ahora parecía más un cachorro asustado y perdido.

Cuando, después de lo que pareció una eternidad, llegó finalmente a su primera aula de clases, se permitió relajar su cuerpo tenso y su respiración acelerada por caminar de prisa durante unos cinco minutos. La universidad era como dos veces del tamaño de su escuela anterior, por lo que supuso que sería un infierno acostumbrarse.

Dentro del aula había alrededor de diez personas, quienes ya charlaban amenamente entre ellos, y a Chaud le resultó bastante difícil creer que era su primera vez aquí. O quizá era el hecho de que había pasado demasiado tiempo socializando con una sola persona: Froid, y se había convertido en un ser jodidamente asocial.

Tomó asiento en la tercera fila de sillas y le regaló una pequeña sonrisa a una chica punk al fondo del salón, que fue la única que se dio cuenta de su presencia. Sus exuberantes rizos color azabache se agitaron en cuanto le devolvió el saludo con un asentimiento de cabeza.

Un estruendoso ruido hizo que girara la cabeza hacia la puerta de entrada, dándose cuenta de una chica rubia que cayó de bruces al suelo, tirando su bolso en el proceso. Chaud estaba cerca de levantarse para ayudarla, pero antes de que eso sucediera ella gritó:

—¡Estoy bien! No se preocupen, son estos estúpidos Louboutin —La rubia se puso de pie, levantando su bolso y acomodándose el cabello.

Chaud entrecerró sus ojos, observando a la chica con detenimiento; algo en ella le resultaba familiar. Y en cuanto la mirada verde de ella chocó con la suya, el aliento se le atascó en la garganta.

—¿Hazel?

Hazel lo miró extrañada durante unos segundos.

—¿Por qué sabes mi...? —Su voz se fue apagando a medida que parecía reconocerlo, sus ojos se abrieron como platos— ¡Chauddy!

Ambos se encontraron en un abrazo en cuanto Chaud se puso de pie. El dulce olor del perfume de su vieja amiga lo rodeó, haciendo que la apretara más fuerte entre sus brazos.

—Joder, no creí que te volviera a ver en la vida —comentó él con una sonrisa en cuanto se apartaron.

—¿Qué hice mal en la vida para que nos volviéramos a encontrar? —bromeó Hazel, aunque las pequeñas lágrimas que se le escaparon la delataron.

—Te eché de menos —respondió él, en cambio. Sus manos limpiaron las mejillas de la que solía ser su mejor amiga—. ¿Qué pasó con Londres?

Ella bufó antes de responder: —Papá no cree que lo del modelaje esté dando frutos, así que me ha obligado a volver para estudiar.

Chaud tomó asiento de nuevo y Hazel se sentó en el puesto a su lado.

—Pero creí que modelar era lo que siempre habías querido —comentó, recordando aquellas épocas de cuando eran dos niños vecinos y Hazel usaba los tacones y labiales de su mamá, lo obligaba a sentarse y aplaudirle mientras ella modelaba diferentes prendas demasiado grandes para su pequeño y menudo cuerpo.

—Y es lo que sigo queriendo, pero papá no parece entender que no es una carrera en la que vas a triunfar de la noche a la mañana —Hazel rodó los ojos, acomodándose la chaqueta de cuero roja que traía puesta.

—¿Viniste a la universidad? —preguntó y la rubia asintió— ¿A la facultad de medicina?

—Que sea una niña rica no quiere decir que no quiera ayudar a los demás —respondió ella—. Quiero ser la excepción a la regla y hacer algo significativo con mis privilegios, no solo ser una inconsciente niña mimada que vive en una realidad alterna.

—Bueno, tú sí que solías ser un poco-

—Voy a poner mi zapato de ochocientos dólares en toda tu fea cara —amenazó, interrumpiéndolo.

Chaud rió y recostó su espalda contra el asiento, aún sin poder creer que de verdad tenía a su mejor amiga de la infancia de vuelta y justo en frente de sus narices, hasta que la pregunta de Hazel lo devolvió al presente.

—¿Qué hay de tus padres? ¿Cómo han estado?

Chaud frunció los labios, su sonrisa desapareciendo tan rápidamente como llegó, mientras jugueteaba con sus dedos.

—Vayamos por un helado después de clases —simplemente respondió.

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