Fe
Chaud.
Chaud sonrió con entrañable diversión en cuanto observó la cómica escena que estaban armando Froid y una pequeña niña por conseguir el último algodón de azúcar: el rubio tenía su ceño fruncido mientras respondía a las fuertes declaraciones de la niña sobre ella siendo la primera en llegar junto al vendedor y pedir el dulce.
Las cosas estaban llegando a tal extremo que, el pobre vendedor estaba mirando a su alrededor buscando una manera de escapar y la pequeña chiquilla estaba dándole un buen manotazo al brazo de su novio, quien abrió su boca inmediatamente indignado y a punto de devolver el golpe, pero Chaud fue más rápido y lo detuvo sosteniendo su muñeca en el aire.
—Linda, ¿te importaría dejar que mi novio se quede con el último? —preguntó mientras se inclinaba hacia la niña, haciendo uso de su sonrisa y expresión más encantadora.
La niña apenas se inmutó, respondiendo de inmediato: —No —le dio el billete al vendedor, tomando el algodón de inmediato y sacándole la lengua a Froid. Salió corriendo antes de que alguno pudiera hacer o decir algo.
—Oh, vaya, gracias —dijo Froid, sarcástico—, ¿qué sería del mundo sin tu ayuda?
Chaud aún observaba el camino que había tomado la niñita, su ceño fruncido.
—Mocosa del infierno —maldijo.
Froid rodó los ojos y bufó.
—Los niños son horribles —comentó, jalándolo para comenzar a caminar—, no sé porqué la gente insiste en amarlos. Les damos un poco más de poder y nos convierten en sus esclavos.
—Ella en serio fue desagradable —se quejó Chaud, aún con su ceño y sus labios fruncidos.
—Pero tú no me dejaste romperle el hocico para que aprenda a-
—Froid —lo reprendió, bajando su mano lentamente por el brazo del rubio, hasta que entrelazó sus manos juntas y sostuvo sus bonitos dedos—, no está bien golpear a las personas, especialmente a los niños.
—Aburrido —canturreó el menor.
Chaud se rió un poco, suspirando mientras caminaba relajadamente por las calles de Florida de la mano de Froid, observando cada pequeño detalle y dándose cuenta de que le gustaba bastante este lado del país. La gente parecía agradable y despreocupada, con las tiendas repletas de adornos navideños y el sol brillando con intensidad.
Todo iba muy bien hasta que Chaud tuvo que girar su cabeza en un preciso instante y en una precisa dirección, justo a tiempo para observar las muecas de desagrado y burla que dos tipos compartieron al verlos pasar por su lado. Dos pasos más adelante, la pequeña sonrisa con la que venía se borró, siendo rápidamente reemplazada por una fea sensación de pesadez en su estómago. Se mordió el labio inferior, suspirando mientras intentaba esconder su expresión de incomodidad.
Su mirada cayó hacia sus zapatillas blancas y frunció el ceño, sintiéndose enojado consigo mismo de repente. ¿Por qué demonios estaba amargándose la tarde por un par de desconocidos? ¿Qué carajos les importaba a ellos y al resto del mundo? Estaba teniendo una tarde agradable junto a su novio y no tendría que permitir que nada en el mundo se la arruinara.
Se detuvo en un instante, jalando por el brazo a Froid hasta que lo tuvo en frente suyo con una expresión confundida, pero antes de que pudiera replicar, acunó su rostro y depositó un beso fugaz en sus labios.
—Eres hermoso y yo no podría ser más afortunado por tenerte a mi lado —dijo sonriendo, poniendo otro beso en los labios del rubio y reanudando su camino con la misma sonrisa que tenía hace unos minutos, solo que más grande cuando notó que la timidez coloreó de rosado las mejillas del contrario.
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