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El campeón

Chaud.

La noche iba tan bien, tan maravillosamente bien, que por supuesto que algo malo denbía suceder. Si él pudiese poner una cinta permanente sobre la boca a su primo Steve, lo haría sin pensarlo dos veces; el chico parecía tener un don para decir y arruinar buenos ratos desde el momento en que aprendió a decir "mamá".

Chaud había crecido creyendo que la madre de Steve y Kyle, y esposa de su tío Greg, había sido una insensible al decidir divorciarse e irse lejos, hace mucho tiempo, cuando ellos aún eran muy pequeños. Pero ahora era consciente de que vivir con una persona como Greg no era menos que insoportable, que la única manera de poder hacerlo era convirtiéndose en una digna copia de admirar.

Y ese era Steve, y aunque Kyle no se quedaba atrás, al menos a veces tenía sus propias ideas y opiniones, Steve seguía y hacía todo lo que su padre quería sin poner alguna objeción o siquiera considerarlo. A Chaud veces le daba un poco de miedo lo idénticos que eran.

En resumen, era viernes en la tarde y él había decidido aparecer en su casa junto a Froid, encontrándose con la agradable sorpresa de que su primo se hallaba allí y no pensaba irse pronto. Finalmente había llegado su madre del trabajo y ahora estaban juntos viendo una película tirados en el sofá de la sala. No iba todo tan mal como Chaud creería que sería, Steve había mantenido su boca a raya, hasta hace unos segundos.

"Chaud, papá dijo que aún no consigues una novia y debo admitir que estoy un poco sorprendido. Solías ser el maldito campeón entre nosotros tres. ¿Qué ha pasado?"

Supo que Steve la había cagado más de lo normal en cuanto vió que Froid fruncía el ceño por el rabillo de su ojo.

—¿Campeón? ¿Era una competencia o...? —preguntó el rubio.

Chaud estuvo a punto de interferir, pero Steve se adelantó.

—Sí —respondió él, girándose hacia Froid e ignorando la película—, solíamos apostar —añadió con una sonrisa.

—¿Qué clase de apuestas? —Froid se acomodó en su lugar, de repente muy interesado en el tema.

—De todo tipo, en realidad —Steve se rió, recordando—. Todo sobre las chicas; quién lograba llegar más lejos, quien se tardaba menos o cuánto valía-

—Steve, creo que ya ha entendido —interrumpió, removiéndose en su lugar bajo el escrutinio del rubio.

—Como... ¿Quién lograba acostarse con ellas primero? —insistió Froid, sin apartar sus ojos de él.

—No siempre, ese era el premio mayor y-

—Creo que ya ha sido suficiente de esa conversación —interfirió su madre, quien estaba caminando por la entrada de la sala de estar y Chaud dejó salir un suspiro que no sabía que estaba reteniendo.

Los siguientes veinte minutos pasaron con la incomodidad casi respirándose en el ambiente, al menos entre Chaud y Froid. Éste último mantenía su mirada fija en el televisor, su ceño medio fruncido y un músculo tenso en su mandíbula.

—Creo que me voy a ir ya, mamá dijo que necesitaba que le ayudara con algunas cosas —Froid se levantó del sillón sin siquiera mirar en su dirección.

—Chaud llévalo a casa, puedes-

—No —La interrumpió Froid con fingida cortesía—, está bien, puedo tomar el metro.

—¿El metro? —preguntó Chaud, Froid odiaba el metro, sabía que el rubio prefería mil veces aprovechar para dar una larga caminata antes que meterse en un espacio cerrado con un montón de personas estresadas después de un largo día laboral.

—Sí, necesito hacer algunas otras cosas —respondió Froid—. Hasta luego.

Froid se dio media vuelta y Chaud se apresuró a acompañarlo hasta la puerta. Una vez allí, tragó saliva y detuvo al rubio antes de que saliera.

—Froid, déjame-

—Ahora no, Chaud, estoy molesto, más bien como decepcionado y podría decir cosas horribles —Le respondió, mirando hacia el suelo—. Te veo luego.

En cuanto la puerta se cerró detrás de Froid, Chaud supo que lo había arruinado. Otra vez.

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