Distinta atmósfera
Froid.
El muchacho de ojos azules se encontraba pasando sus dedos sobre las teclas del piano en el salón de música.
—¿Sabes tocar el piano?
La pregunta de Chaud le hizo levantar la cabeza y asentir.
En realidad le gustaba mucho el piano, desde los cinco años cuando aprendió a tocarlo; le parecía el más hermoso y elaborado instrumento; le transmitía mucha paz escuchar las melodías que se podían crear y se perdía en el sin fin de emociones que podía sentir con tan solo oprimir aquellas teclas.
—Sí, me encanta tocar el piano —admitió con una pequeña sonrisa.
Escuchó a Chaud dejar a un lado los triángulos que sostenía en su mano no lastimada y acercarse hasta él.
Chaud se dejó caer en el banquillo frente al piano y lo observó expectante: —Toca algo —le pidió.
Froid dejó el trapo con el que había estado limpiando y tomó asiento junto a Chaud.
—¿Qué cosa? —preguntó mientras posaba sus manos sobre las teclas, estas ya cosquilleaban con anticipación.
—No lo sé —Chaud se encogió de hombros—. Algo que sepas, cualquier cosa.
Froid arrastró su mirada azul por las teclas mientras pensaba, hasta que a su mente vino aquella emblemática canción que sus padres tanto insistieron para que aprendiera, aquella con la que él se había lucido tocando en la boda de sus tíos hace ya más de cuatro años atrás.
Las partituras que se habían grabado a fuego en su mente, debido al gran esfuerzo que hizo para poder aprendérselas, empezaron a reproducirse en su cerebro al mismo tiempo que él las seguía. La suave y calmada melodía lleno el silencio en el que ambos se hallaban y Froid se dejó envolver en uno de sus más lindos y preciados pasatiempos, tanto que una pequeña sonrisa apareció en su pálido rostro.
Una sonrisa que Chaud se dedicó a admirar mientras escuchaba... Aunque era claro que Froid jamás notaría la admiración con la que el castaño lo estuvo observando durante todo su pequeño performance, ya que estaba demasiado ensimismado para darse cuenta.
—¿Te gusta Elvis Presley? —Le preguntó Chaud en cuanto terminó de tocar.
—Solo me gusta esta canción —respondió—. Tocarla siempre me transmite buenas sensaciones, es verdaderamente hermosa, ¿no crees? —inquirió levantando su mirada hacia el contrario.
Chaud lo observó con ojos amables y asintió con suavidad.
Entonces, Froid ni siquiera pensó en lo que haría, solo se dejó llevar por el agradable sentimiento que absorbió la atmósfera y recostó su cabeza en el hombro de Chaud, quien no pareció molesto en lo absoluto. Ambos olvidándose de terminar de organizar el aula y continuar odiándose como usualmente lo hacían.
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