Confrontación
Chaud.
Estaba en la cocina preparándose un té de manzanilla para tratar de elevar un poco su temperatura corporal. No sabía la razón, pero estaba tiritando de frío desde que Froid se había ido de su casa. No quería pensar en nada ridículamente romántico, así que decidió culpar a la gripe.
En cuanto el agua hirvió, la sirvió en una pequeña taza y dentro colocó una bolsa de té de manzanilla. Estaba tirando del hilo que sujetaba a ésta hace unos cuantos segundos, cuando una voz irrumpió en el silente ambiente de la cocina.
—¿Qué haces de pie tan tarde, sobrino? —preguntó y Chaud se tensó de inmediato. Con la presencia de Froid había olvidado completamente que Greg se hallaba en la segunda planta viendo partidos de fútbol con su padre— Podrías enfermarte peor —añadió.
Chaud se dio media vuelta con la taza en sus manos, ésta actuó de inmediato contra sus dedos congelados, calentándolos poco a poco.
—No creo poder ponerme peor —respondió, bajito, como casi siempre acostumbraba a hacerlo.
Las pobladas cejas castañas de Greg se levantaron.
—Oh, claro que puedes, Chaud —respondió, se adentró en la cocina y se apoyó en la encimera del lado opuesto al suyo.
Chaud sonrió con cortesía y se encaminó hacia la salida, esperando poder escapar de allí tan rápido como le fuera posible.
—Buenas noches —Se despidió, sin embargo, no fue mucho más allá, la voz de Greg lo detuvo.
—Ese amigo tuyo... el rubio que se acaba de ir.
—¿Froid? —preguntó, girando a ver el rostro bronceado de Greg.
—Sí —respondió su tío, su semblante era serio y eso solo lo puso más nervioso—, es un poco extraño, ¿no?
—¿A qué te refieres? —inquirió, posando toda su atención en el hermano de su padre, esperando por una respuesta que no lo hiciera querer soltarte un buen golpe en el estómago.
—Toda esa miera moral que nos soltó durante la cena... —Greg se interrumpió a sí mismo, haciendo una mueca—. ¿Cómo lo soportas? Pasar media hora junto a él debe ser el equivalente a diez siglos en el infierno.
Chaud apretó su mandíbula tan fuerte que casi le dolió. Definitivamente era imposible que cada vez que Greg abriera la boca no le dieran ganas de golpearlo.
—Eso no es-
—No me malinterpretes —Lo interrumpió, acercándose para pasarle una mano en su hombro y observarlo directo a los ojos—, me da completamente igual lo que ese niño quiera hacer de sí mismo —El agarre en su hombro se apretó y Chaud tragó saliva—, pero me preocupas tú. No quiero que nadie te meta ideas raras en la cabeza. Tú eres un joven muy normal.
—No es de tu incumbencia —Se encontró escupiendo a sí mismo. Lo dijo tan rápido que ni siquiera tuvo tiempo de reflexionar.
La expresión asombrada de Greg no tenía precio, y se sintió tan bien que Chaud empezó a considerar la idea de responderle así más seguido. Seguramente su respuesta le había volado la mente al viejo, dejándolo sin respuesta alguna; porque él siempre había sentido miedo hacia su tío, bajando la cabeza y aceptando por cualquier cosa que le dijera.
—Lo sé —Le respondió el adulto, su expresión sorprendida cambiando en un segundo a una casi enojada, con sus facciones remarcadas y tensas—, pero no pude evitar darme cuenta de que ustedes dos son muy cercanos.
La manera en la que su tío dijo aquella última palabra tuvo a Chaud pensando lo peor. Se quedó estático y con el rostro pálido.
—E-es... No es... —Se calló en cuanto se dio cuenta de que no tenía idea de qué decir.
—No quiero que te vayas por otros caminos, Chaud —A Chaud le sonó más como una advertencia y no un consejo. Greg lo miraba directamente a los ojos y sin una pizca de humor, hablando totalmente en serio. Tan en serio como su fuerte agarre en sus propios hombros—. Y mucho menos por un... raro.
Eso fue suficiente para él, así que se deshizo con tanta rudeza del agarre de su tío, que casi tira su taza de té al suelo. Su ceño se frunció al mismo tiempo que escudriñaba con la mirada a Greg.
—Froid no es ningún "raro" —respondió, molesto—. No sé a qué mierda te refieres con toda esta estúpida charla, Greg —añadió con seguridad, aprovechando el momento de valentía para enfrentar a su mayor pesadilla, aquel ser humano que le había arruinado gran parte de su niñez—, pero puedes ir a dársela a alguien a quien realmente le interese —pasó por el lado del adulto, dispuesto a marcharse, pero antes, añadió—: Como a los imbéciles subdesarrollados que tienes por hijos. A mí déjame la vida en paz, ya permití que me la jodieras más de lo que debías.
Se marchó de allí antes de que el mayor le respondiera o le hiciera algo aun peor, realmente no confiaba.
Una vez en su habitación, dejó la taza de té en la mesita de noche y no pudo evitar sonreír con nerviosismo, sintiéndose menos tenso y tan malditamente genial, tratando de ignorar que sus manos habían empezado a temblar, por una razón totalmente distinta al frío, y que el miedo estaba empezando a arrastrarse por su pecho y garganta.
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