Capítulo 6
Avalon
¿Contra qué me había golpeado? Mi cabeza dolía como si fuese a partirse por la mitad. Mi boca estaba pastosa, la claridad que se filtraba por mis párpados era demasiado intensa, y el crujido del colchón bajo mi cuerpo parecía como si estuviese resquebrajando.
Un ruido, como un fuerte silbido, resonó en mis oídos hasta alcanzar mi cerebro. No pude contener el lastimero gemido que escapó de mi garganta.
—¿Cómo te encuentras? —La suave voz de mamá sonó muy cerca de mí, aunque no le pareció tan suave a mi cerebro.
—Ahora me levanto. —Le prometí, aunque mi cuerpo no estaba muy conforme con ejecutar esa orden, no al menos de forma inmediata.
—Tómate esto, te ayudará. —Sentí como tomaba mi muñeca y depositaba algo pequeño en la palma de mi mano. Abrí un ojo para ver su familiar rostro sonriéndome.
—¿Qué es? —todo mi ser protestó cuando me incorporé para sentarme.
—Un analgésico. —Siempre he sido una persona reticente al uso de químicos, pero había ocasiones en las que usarlos es algo inevitable, como esta.
—Gracias. —Metí la pastilla en mi boca, y después tomé el vaso de agua que me ofreció para tragarla.
—Pronto te sentirás mejor.
—Eso espero. —Me dejé caer sobre la almohada, al tiempo que cerraba los ojos. Mala idea, una nausea llegó veloz desde lo más profundo de mi estómago.
—Bajaré a prepararte un zumo, lo mejor para la resaca son los líquidos. —No quise preguntar como sabía que había bebido la noche anterior, pero... Es mamá, se entera de todo. ¿Me respondería si le preguntaba cómo había llegado a mi cama? Mejor no, hay cosas que por dignidad era mejor no preguntar.
Escuché como se alejaron sus pasos, bajando las escaleras, y hasta oí algo de ruido de la cocina. Mi oído estaba especialmente perceptivo esa mañana, o quizás fuese que todo, incluso las cosas pequeñas, me molestasen.
Después de un rato decidí que era momento de ponerme en pie, aunque no me apeteciese en absoluto. Era una mujer adulta, tenía que hacerme responsable de las consecuencias de mis decisiones, por nefastas que estas hubiesen sido. Salí con calma y cuidado de mi colchón. Me costó un rato darme cuenta de que no encontraba mis zapatillas, porque esa noche no las llevaba puestas en el momento de echarme a la cama. ¡Mierda! Tenía que recordar lo que había pasado, pero no podía. Mi ropa... No era mi pijama, sino que aún tenía puesta la camiseta de algodón del día anterior, y las braguitas. Sin sujetador, sin pantalones... un intenso calor ascendió a mis mejillas, ¿quién me había desnudado? Quería saber, pero no me atrevía a preguntar.
Sopesé un par de segundos el si ducharme o no, pero al final decidí no hacerlo. Ese día me sentía especialmente desanimada y rebelde, así que pasaba de hacer lo que se esperaba que debía hacer. Ni ducharme, ni vestirme, ni siquiera ir a trabajar. ¿Quién iba a quejarse si no lo hacía? No iban a despedirme.
Busqué algo cómo en mi armario; unos leggins y una chaqueta de estar por casa, y bajé a la planta inferior, hasta la cocina. Había un enorme vaso de zumo de naranja esperándome, y por el olor, mamá estaba haciendo algo dulce para desayunar, ¿serían uno de esos cruasanes a la plancha que tanto me gustaban? Hoy sí que los necesitaba. Después de beberme más de medio vaso, mamá depositó un plato con mi deseado cruasán. Tenía una pinta deliciosa, tan tostaditos...
—¿Preguntas tú o lo hago yo? —Se acomodó frente a mí con otro cruasán en su plato.
—No recuerdo mucho, la verdad. —dije avergonzada sin apartar la mirada de mi plato.
—No me refiero a cómo llegaste a casa, sino al motivo por el que lo hiciste en esas condiciones. —mamá es de ese tipo de personas que no se anda por las ramas, sino que directa al meollo del asunto.
—Digamos que alguien me ha decepcionado y cabreado a partes iguales. —Ella sopesó esa información.
—Difícil combinación.
—No tanto. —No iba a confesarle que además me sentía humillada, utilizada, y muy, pero muy frustrada. Había querido escapar de la influencia del apellido de mi padre, para darme cuenta de que me gustaría poder utilizar todo el legado que había ocultado a mis profesores y compañeros. Me hervía la sangre por ir al despacho de Poe y decirle «mi auténtico nombre es Avalon Bowman, y voy a joderte la vida por lo que me has hecho». Pero no iba a hacerlo, porque quería abrirme paso en la vida sin utilizar ningún atajo, sin apoyarme en la influencia de mi familia. Quería destacar por mis propios méritos. Pero me había salido el tiro por la culata, porque había caído en las garras de un carroñero sin escrúpulos, ni ética ni moral. Me había pasado a mí, pero podía haberle pasado a cualquiera de mis compañeros. Entrar en el mismo cajón que la gente normal, me exponía a este tipo de cosas.
Apreté el cuchillo mientras cortaba una porción de crujiente cruasán. No iba a quedarme llorando en una esquina, saldría adelante, volvería a luchar. Eso es lo que realmente diferenciaba a los triunfadores del resto, el volver a levantarse cuando caen.
—Esa pastilla te ha venido estupendamente, tienes mejor cara. —Alcé la mirada hacia ella.
—Sí, era justo lo que necesitaba, gracias.
—Y el zumo, y el cruasán... —Mamá lo dijo con una ceja alzada, esperando que reconociera todo lo que había hecho para mimarme.
—Sí, eso también. —Cedí.
—¿Y bien? —Mamá me observó fijamente mientras bebía de su taza. —¿Qué has decidido hacer con esa persona? —Como dije, mamá iba directa al grano.
—No permitir que maneje mi vida a su antojo.
—Así se habla. —Su cabeza giró hacia el reloj de su muñeca, lo que hizo que se pusiera en pie con rapidez. —¡Huy!, llego tarde. —Su comentario me hizo despertar. Si no quería que Poe me hundiese, tenía que regresar al trabajo y encontrar otra cosa en la que centrarme, algo que no pudiese arrebatarme. Si mi tesis ya estaba entregada, mi título era algo que podía borrar de mi llista de pendientes.
—¿Podrías acercarme? Solo tardo unos minutos en vestirme. —No era necesario que mamá se desviase de su destino para llevarme al laboratorio, solo necesitaba que me prestase su transporte cuando ella no lo utilizase.
—¿Por qué no usas tu coche? ¿Se ha estropeado? —Aquello me extrañó.
—¿Mi coche? —Mis últimos recuerdos me decían que lo había dejado en casa de Bianca, y que Adrik me había traído... Al menos recuerdo haber salido de casa de mi amiga con él. ¿Había sido él el que me metió en la cama? Otra vez sentí ascender ese intenso calor a mis mejillas.
—Está ahí afuera, como siempre. —Mamá señaló hacia la puerta principal, por lo que me sentí tentada a comprobarlo. Pero si ella decía que estaba allí, es que era así.
—Ah, sí. Perdona, lo olvidé. —No podía insinuar que no tenía recuerdos de por qué estaba allí.
—Alguien lo trajo anoche. —Susurró junto a mi oído. Su sonrisa tenía algo oculto, ¿qué trataba de decirme? ¿Quién lo había traído? ¿Adrik, había sido él?
—Ah. —Sentí la vergüenza apoderarse de mí. ¿El fue quién me desnudo? Porque este chico estaba en todo.
—Fui yo quién te quitó la ropa, él y tu padre te subieron a la habitación. —Dijo mientras se alejaba.
—¿Papá? —¿Podía una mujer sentir más vergüenza? Mi padre me había visto inconsciente por culpa del alcohol.
—Tranquila, ninguno de los dos vio como te desvestía. —Suspiré de agradecimiento. Tampoco había pensado en eso, pero sí que me aliviaba que hubiese sido así.
Necesitaba recuperar el completo funcionamiento de mi cerebro, estaba claro que el alcohol sin control no era un buen amigo para alguien como yo. En fin, me daría una ducha e iría a trabajar. La rutina es lo mejor para hacer que todo retorne al lugar que le corresponde.
Si no puedes esperar, el lunes el siguiente capítulo en mi blog.
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