9: Charla de almohada
DURANTE EL FIN DE SEMANA, RYN RECIBIÓ UNA VISITA DE SU TÍA. Fue la primera vez que salió del castillo hacia Hogsmeade, acompañada de su tutora legal mientras su padre se encontraba lejos. La realidad era que Leticia Stormhold había sido su encargada desde que tenía memoria y a su vez sabía que eso le arrebató la posibilidad a su tía de echar raíces en otro lugar que no fuera la mansión familiar.
Su padre la había dejado con Leticia desde que ambas eran muy jóvenes, su tía no era más que una adolescente cuando empezó a cuidar de Ryn, pero lo hizo de todas formas. Se encargó de ayudar a la niña con su educación y los cuidados, se desveló muchas noches en las que Ryn se enfermó, la crio como si fuese su propia hija. En cierto modo, lo era. Podían ser tía y sobrina, pero la verdad era mucho más profunda que esa.
Paseando por el pequeño pueblo, Leticia observó a la hija de su hermano, reconociendo que había dejado de ser una niña. Tenía dieciocho años, sus facciones estaban perdiendo el toque adolescente, apenas y quedaba un rastro de él, y su cuerpo era el de una joven atractiva y seductora. Podía decirse que físicamente Ryn era una mujer.
Sin embargo, le faltaban las características que predominaban en la juventud: felicidad, emoción y amor. Ryn estaba vacía, emocionalmente destruida con su pasado y solo demostraba una frialdad impenetrable. Le preocupaba que jamás saliera de ese estado, que no se permitiera sentir porque era una pena que se perdiera de las cosas que verdaderamente importaban.
—Hablé con McGonagall sobre tu proceso académico. Estás mucho mejor que el año pasado, se ha notado un progreso —dijo Leticia, rompiendo el incómodo silencio que tenían desde que salieron del castillo.
Ryn frunció el ceño.
—No soy tonta, no sé por qué te sorprende que pueda tener buenas calificaciones.
Ahí estaba. Eso era justamente lo que Leticia temía. Esa constante defensa que Ryn cargaba en sus palabras, la hostilidad y el tono cortante la mantenían alejada de lo lindo de la vida.
—Sé que eres una bruja muy capaz —aseguró Leticia, formando una pequeña sonrisa para aligerar el ambiente.
La joven elevó las cejas.
—¿Entonces? —cuestionó.
—No me sorprende que tengas buenas calificaciones, sino que estés comprometiéndote con el semestre.
La expresión de Ryn se ensombreció.
—Tampoco es como si quisiera pasar más tiempo en ese infierno. Es mejor pasarlo que repetirlo, ¿no? —dijo encogiendo los hombros para restarle importancia al tema.
Leticia no estaba conforme con eso, pero lo dejó pasar.
—También me mencionaron un incidente que hubo en una clase de DCAO.
Ryn apretó los labios en una mueca de molestia. No le gustaba que sus profesores estuvieran pasando el mensaje de lo que ocurría con ella en el colegio. Prefería que mantuvieran los secretos, así su tía no terminaría diciéndole a su padre lo que estaba ocurriendo. No lo molestaría con unas nimiedades. Tendría que hablar con el profesor Potter al respecto, aunque en el fondo dudaba que hubiera sido él. Lucía muy cuidadoso con hablar sobre ella por el miedo a que descubrieran lo que había ocurrido entre ellos como para exponerse de ese modo con el tema.
Seguramente el responsable de que McGonagall supiera del tema era Adrien. No podía pensar en otra persona más berrinchuda e inconforme.
—Ugh, déjalo ir, tía —pidió, aunque sonó más como una orden.
Estaba claro como el agua que Leticia no lo soltaría tan fácil.
—No, no lo voy a dejar ir, señorita. Tenemos que hablar sobre todo esto y tu experiencia académica. No solo porque se requiere que lo hagas, sino porque me preocupo por ti —manifestó en un tono más fuerte para que su sobrina dejara de intentar hacerla a un lado.
Ella merecía saber lo que estaba ocurriendo en la vida de Ryn. La había criado, por el amor a Merlín. Cada vez que su sobrina fallaba en algo, se sentía como si hubiera sido su error por no haberse involucrado lo suficiente. Por ser muy inexperta en cómo cuidar de una adolescente rebelde con problemas de papi.
—¿Qué quieres saber? —preguntó, suspirando y metió las manos en los bolsillos de su abrigo negro.
—Todo. ¿Tienes amigos? ¿Tus compañeros te están haciendo pasar un mal rato? Quiero saberlo todo.
Todo.
No podía y seguramente no iba a querer saberlo todo si conociera la verdad que ocultaba. Los recuerdos de su cuerpo uniéndose con el de su profesor, de sus pieles sudorosas y resbaladizas chocando, de sus respiraciones mezclándose, de sus bocas bailando un vals peligros la hicieron estremecerse, pero lo disimuló bien gracias a una ventisca que las azotó en ese momento.
Sí, definitivamente Leticia no querría saberlo todo. Cumpliría su promesa de mantener ese pequeño y sucio secreto para sí misma. Recordándolo en clases y antes de dormir, esperando por el momento en el que se repitiera.
—No necesito amigos —respondió—. Y mis compañeros pueden hacer lo que les plazca. No me interesan, así que me da igual lo que hagan o digan.
—Ryn, hay una línea entre lo que no te importa y lo que es acoso escolar —le dijo, sintiendo su corazón encogerse por el hecho de que su sobrina estuviera pasando por un momento difícil y solitario y que ella no pudiera hacer nada al respecto.
—Estoy bien, en serio. No me voy a poner mal porque un imbécil me diga que soy una perra porque es la verdad. Soy una perra y lo digo con orgullo.
Leticia suspiró.
—¿Estás segura? Podemos hablar con McGonagall y que les toque lo que se merecen.
—Completamente. No quiero que McGonagall me esté haciendo favores innecesarios. Estoy bien. Estamos a mitad del semestre, en diciembre volveré a la mansión por las vacaciones y luego regresaré para terminar esto de una vez y por todas. No es tanto tiempo.
Aunque sonaba como si cada día fuera una tortura y tuviera que convencerse a sí misma de que faltaba poco tiempo para acabar el año. Le faltaba una eternidad, así se sentía estando en el interior del castillo, en una torre alejada y recibiendo constantes malos tratos de sus compañeros.
Quizá esa era la razón por la que le gustaba sentir la adrenalina que la invadía cuando hacía algo indecoroso con James Potter. La hacía sentir viva.
◊
De vuelta en Hogwarts, Ryn se despidió de su tía y se dirigió hacia su habitación a un paso lento y relajado. No tenía ánimos para ir a encerrarse, pero tampoco era como si tuviera otra cosa que hacer. Ese fin de semana el profesor Longbottom estaba visitando a su familia, de modo que no podía ir a perder el tiempo en los invernaderos. Tampoco planificaba perseguir a Potter por todo el castillo, quería que la próxima vez que ocurriera algo entre ellos fuera porque él la buscara, no al revés.
Sin embargo, cuando entró a la habitación, se dio cuenta de que no estaba sola como esperaba. James Sirius Potter estaba en el interior, sus ojos curiosos recorriendo las fotos, deteniéndose nuevamente en aquella fotografía que había visto la noche en la que la visitó por primera vez.
—Tienes que parar la obsesión con esa foto —le dijo, adentrándose Ryn en la habitación, cerrando la puerta detrás de su figura, poniéndole el seguro para tener una ventaja en caso de que alguien quisiera entrar.
James se sobresaltó al no escucharla llegar y volteó para verla.
—Me asustaste.
—Qué mal por ti. ¿Hay alguna razón particular por la que estás en mi habitación? —preguntó, arqueando una de sus cejas.
—¿Quieres que me vaya? —quiso saber James, sosteniéndole la mirada.
Ryn no la apartó, haciendo que el contacto visual fuera fuerte y presente. Ninguno deseaba romperlo.
—No dije eso, Potter.
—Tal vez lo inferiste.
Ella dio un paso hacia el frente, sus dedos desabrochando los botones de su abrigo negro. Al apartar la tela, James vio que tenía un vestido azul cobalto ajustado a su figura. No pudo evitar romper el contacto visual para examinar las curvas de su cuerpo.
Se sintió poderosa al saber que ganó la competencia de miradas.
—No, solo es la curiosidad de siempre. Si la situación fuera al revés sabes que desearías saber por qué —expresó, sabiendo que tenía la razón.
James ladeó la cabeza un poco.
—Quizá —concedió y Ryn esbozó una sonrisa triunfante—. O tal vez ya sabría por qué.
Dejó el abrigo sobre la cama antes de cerrar los pasos de distancia que los separaban, sus pechos casi tocándose. Elevó su rostro para poder mirarlo a los ojos, viendo sus pupilas dilatarse ligeramente.
—¿Y si yo no quiero eso?
—Sería otra noche de familiarización con mi mano —respondió, sabiendo a qué se refería la muchacha.
Ryn frunció los labios en una mueca, agarró la mano dominante de James. Lo había visto en clase corregir algunos papeles y pudo ver que siempre sostuvo la pluma con la derecha. También fue la mano que utilizó al tocarla antes de que tuvieran su momento en el despacho.
La alzó hasta la altura de sus pechos, jugueteando con los dedos.
—No queremos que esta mano sufra, ¿verdad?
Una sonrisa se dibujó en el rostro de James y se inclinó con lentitud para darle un beso tentativo a Ryn, probando el terreno. Presionó sus labios contra los de ella tres cortas veces. La cuarta vez ella lo sostuvo en el lugar, enredando su mano libre en su cabello y profundizó el beso, aunque lo hizo manteniendo el ritmo suave, sintiendo el tiempo ralentizarse.
—Podría besarte todo el día —murmuró James sobre su boca y no le dio oportunidad para responder porque volvió a besarla, esta vez más demandante, buscando un poco más de su beso.
Apartó su mano de la de Ryn y la llevó a la cintura de la chica, acercándola a él. Luego, sus dedos buscaron el cierre del vestido, localizándolo a ciegas. Jugueteó con él, tentándola, probando su reacción y buscando su permiso. No pensaba hacerlo sin que ella le dijera que podía hacerlo, que podía aventurarse en su cuerpo. Quería esa invitación, el consentimiento.
—Bájalo —susurró Ryn, rozando su nariz con la de él antes de descender para besar la piel de su cuello.
Con el permiso brindado, James comenzó a bajar la cremallera con una lentitud enloquecedora. Sintió la piel de Ryn erizarse a medida que bajaba el cierre y luego cuando sus dedos trazaron su espalda.
Ryn retrocedió para quitarse el vestido, dejándolo caer alrededor de sus pies en un círculo desordenado. James aprovechó la distancia para deshacerse de su camisa. Una vez las prendas fueron descartadas, se acercó a ella, dándole un beso que le robó el aliento antes de conducirla a ciegas a la cama.
—En tu ensayo...
—¿Qué sobre él? —lo interrumpió antes de que él pudiera terminar de hablar.
James rodó los ojos ante su impaciencia.
—Mencionaste algo que llamó mi atención.
—¿Qué cosa? —cuestionó.
No recordaba todo lo que había escrito. Solo sabía que lo hizo estando molesta y con la intención de provocarlo, así que seguramente tuvo que escribir unas cuantas suciedades.
—Dijiste que cuanto te dejé a medias, habías estado ocupada con tu mano para liberar la frustración. —Oh, sí, recordaba eso. No había sido ninguna mentira. Lo sintió echarla hacia atrás para que quedara sobre el colchón, pero no se subió—. ¿Fue en esta cama?
Ryn asintió.
—Sí, me toqué en esta cama pensando en ti —confesó.
James tragó.
—Muéstrame.
Su palabra la tomó por sorpresa. Admitía que no se había imaginado que le pediría eso, pero la idea la excitó. Había tenido sexo una considerable cantidad de veces, sí. No era ninguna mojigata o inexperta. Sin embargo, esa era la primera vez que le pedían que se tocara mientras la observaban.
Un jadeo salió de sus labios y los relamió, reuniendo su confianza para hacer lo pedido. Estaba temblando por la anticipación, no por nervios. Sus manos empezaron a recorrer su cuerpo, tocando su cuello para deslizarlas hacia su pecho cubierto por un sostén. No removió la tela. En lugar de eso, tocó sus senos por encima, preparándose y tentándose lo suficiente antes de llevar los dedos a la zona que quería.
En todo momento se mantuvo viendo a James, los ojos oscuros nublados por la lujuria le devolvían la mirada como un espejo. Él la devoraba con sus orbes, pero no se acercó al colchón. Quería verla primero. Necesitaba esa imagen tanto como necesitaba respirar. Su mente eclipsada por el deseo, por la excitación.
La observó acariciar su centro por encima de la fina tela de su ropa interior. Retuvo un gruñido ante la erótica escena que tenía en frente. Estaba duro, su erección presionándose contra su pantalón, pidiendo a gritos su liberación. Pero no iba hacerlo todavía. Deseaba verla tocarse por unos minutos más, verla llegar a un orgasmo primero si era posible. O al menos que se acercara.
—¿Te gusta lo que ves?
¿Si le gustaba? Era un eufemismo. Estaba completamente hipnotizado por ella. Podría pasar un huracán en el exterior y no se daría cuenta porque toda su concentración estaba en Ryn. En sus caricias circulares sobre sus bragas.
—Me gustaría más si pudiera verte, Ryn.
—¿Sí? ¿Por qué no me las quitas tú?
James formuló una sonrisa ladina. Pudo leer entre líneas. Quería que la tocara, pero todavía no planificaba concederle eso. Si había algo que él disfrutaba más que el acto de estar dentro de una mujer era el juego previo, esa tentación que prometía deshacer. La espera hacía que se construyera una expectación tormentosa y placentera.
—No seas listilla. Me uniré a ti en la cama cuando me muestres cómo te tocas realmente.
Escuchó un gruñido exasperado de parte de ella y su sonrisa se expandió al saber que iba a obtener lo que quería. Cuando Ryn se deshizo de su ropa interior y separó las piernas para que pudiera apreciar todo de ella, su erección palpitó.
—¿Sabes en lo que pensaba cuando me tocaba?
—Dime —la animó, tragando al observarla pasar sus dedos por su sexo húmedo.
Ryn dejó salir un gemido apenas audible y se mordió labio inferior, su rostro contrayéndose con el placer.
—Pensaba en ti follándome en esta cama...
—¿En dónde más?
No era que planificara cumplir todas las fantasías, pero quizá alguna sirviera de referencia en el futuro.
—En el aula de DCAO y en el baño de prefectos. También en los vestuarios.
—Eres una chica perversa, Ryn, ¿lo sabías?
Ella se rio.
—Sí —admitió, arrastrando la palabra y dejó escapar otro jadeo—. Te necesito, Potter.
—Llámame por mi nombre —pidió, desabotonando su pantalón.
—¿Papi? —bromeó, quitándose el sostén para quedar completamente desnuda.
James le dedicó una mala mirada mientras terminaba de deshacerse del pantalón.
—Graciosa —masculló con sarcasmo, subiéndose a la cama.
—¿Qué? ¿No te pone caliente que te llamen «papi»?
—Me pondría más caliente que me llamaras por mi nombre —replicó, agarrando su varita para pronunciar los hechizos pertinentes que hacían del sexo uno seguro.
Ryn sonrió, traviesa. Se sentó sobre James, sus centros desnudos rozándose.
—¿Quieres decir que sí te pone que te llamen «papi»? —cuestionó, enarcando una ceja—. Dijiste que te pondría más que te llamara por tu nombre.
James rodó los ojos.
—No digas nada mejor.
Ryn se rio y agarró su miembro para alinearlo con su entrada, descendiendo en él lentamente. Se inclinó para darle un beso húmedo mientras se adaptaba a su tamaño, a tenerlo dentro y sentirse completamente llena.
—Te sientes tan bien, James.
◊
Después del sexo, Ryn y James se quedaron en el cuarto de ella, tonteando en la cama, acostados uno al lado del otro. Sus cuerpos cubiertos por las desordenadas sábanas, pero no del todo porque él todavía era capaz de pasar los dedos por el muslo de la muchacha.
—Esto es divertido —le dijo Ryn, todavía metida en su nube de las secuelas del orgasmo.
—Y también peligroso —recordó James.
Sin embargo, eso no significaba que quería parar. Ella era como una droga; solo se necesitó una vez para volverse un adicto incapaz de salir de su vicio.
—Creo que eso es lo que lo hace más atractivo. La constante adrenalina por el miedo de que nos vayan a atrapar —opinó, sabiendo que sus palabras cargaban la verdad que ambos querían ocultar.
—Seguramente.
—Entonces, ¿vas a decirme la fuente de tu castigo? —curioseó Ryn. James detuvo las caricias.
—No eres buena haciendo charla de almohada —le dejó saber.
Ella rodó los ojos.
—Vamos, quiero saber.
—Yo quiero saber muchas cosas, Ryn. De ti especialmente, pero no las ando preguntando —contraatacó.
La expresión de Ryn cambió. Sabía que era injusto pedirle su historia cuando ella no estaba dispuesta a hablar de la suya.
—No te gustaría mi historia —dijo en un tono apenas audible, melancólico y triste.
«Ni siquiera a mí me gusta», pensó desanimadamente.
—¿Qué te hace pensar que te gustaría la mía? —Ryn encogió los hombros—. Además, estuvo en todos los periódicos y revistas de chismes.
—No me dejan leer periódicos y encuentro las revistas de chismes innecesarias e invasoras a la privacidad de las personas.
A James le extrañó conocer a alguien que no tuviera permitido leer un simple periódico, pero lo dejó pasar porque se escuchaba honesta. Tal vez su historia no era tan mala como pensaba. Solo fue... inoportuna para su carrera profesional.
—Tuve sexo con dos mujeres antes de un juego.
—¿Un trío? —preguntó, sonando muy interesada en el tema.
James mordió el interior de su mejilla.
—Sí.
—Continúa. Ahora me enganchaste con la historia, necesito saber más —dijo, dándole un empujoncito en el hombro.
—Eran las novias de los capitanes del equipo contrario.
—Oh, eso suena como problemas.
—Sí, se formó una pelea bastante grande. Un motín, según lo clasificaron. Yo recibí la mayoría de los golpes. No fue para nada divertido, así que deja de reírte.
Ryn no pudo contener su carcajada.
—Lo siento... es que... Es jodidamente gracioso. ¿Cuáles son las probabilidades de que eso ocurra? —pronunció entre risas.
—Te dije que tengo mala suerte.
—¡No pensé que fuera tanta! —se defendió—. Oye, ¿te dieron duro? —James solo la miró—. ¿Más duro de lo que me das a mí?
Una risotada brotó de sus labios sin poder evitarlo y se movió para quedar sobre el cuerpo de Ryn, besándole una mejilla. Se preguntó en su interior qué pudo haber hecho una chica como ella para ser tan odiada porque no veía una razón lo suficientemente buena.
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