7: Pequeño y sucio secreto
A medida que los días pasaban, James Sirius Potter no dejaba de pensar en lo mucho que había metido la pata en su vida. En su mente no dejaba de aparecer la imagen de lo que hizo en público con Ryn, la forma en la que deslizó su mano por su cuerpo, dirigiéndose en el cálido lugar que tenía su cabeza hecha un lío. Merlín, estuvo tan mal, pero tuvo tanta satisfacción al hacerlo.
Ryn era su estudiante, por el amor a Godric Gryffindor.
La había besado, devorado, tocado. Sus dedos acariciaron las zonas que jamás tenía que haber tocado en primer lugar. La hizo retorcerse de placer, la hizo gemir.
Debían meterlo en la cárcel por lo que eso causó en él porque la realidad fue que tan pronto la dejó sola, tuvo que encargarse de su propio problema por sí solo. Se estaba volviendo extrañamente cercano con su mano, detalle que lo hacía sentir como un adolescente que apenas empezaba a explorar su sexualidad. Pero no podía evitarlo.
La bruja se había metido bajo su piel, incluso invadiendo su mundo de los sueños donde muchas de sus nuevas fantasías se centraban en ella. Si pudiera describir a Ryn como una criatura mágica, sería un súcubo. Todo por el hecho de que era como si todo su cuerpo lo estuviera invitando a pecar, a hacer lo prohibido.
Una gran parte de James quería ir a buscarla y encerrarla en su oficina para poder degustarla por horas, pero su subconsciente preocupado por su carrera profesional era lo único que lo mantenía firme. Se mantendría utilizando su mano hasta que le salieran ampollas si era necesario. No podía ceder a sus impulsos solo porque encontrara ciertas partes de la joven tentadoras.
No podía perder su carrera.
Tenía apenas veintidós años. Se suponía que tendría muchas oportunidades de éxito, pero estaba estancado en un año de tortura con una chica que no le salía de la cabeza. Él nunca era de esa forma con las mujeres. Sí, tal vez eso lo ponía como un patán de primera, pero simplemente nunca se vio muy profundizado en toda la atracción sexual como para desear a alguien del modo que lo hacía con Ryn.
Quizá era el hecho de que era prohibida, que estaba mal visto ante la sociedad y el mundo, lo que encendía ese lado de él.
—Potter.
James alzó la cabeza, sacando la nariz de los pergaminos que tenía sobre el escritorio y miró a McGonagall de pie en el interior de su oficina.
—¿En qué puedo ayudarte, Minnie?
La directora rodó los ojos ante el sobrenombre, pero lo dejó pasar. Sabía que era en vano hacerlo cambiar.
—Quería hablarle sobre la señorita Stormhold.
Sin poder evitarlo, James se tensó por completo. El recuerdo de los besos y la forma en la que la tocó brilló en su mente.
—¿Qué sobre ella? —Afortunadamente logró que su voz saliera tan natural y relajada como siempre.
—Ha llegado a mis oídos el incidente con el señor Winstock.
Había olvidado por completo enviarle a McGonagall la nota de castigo de Adrien. ¿Cómo ella sabía lo que pasó?
—Sí, sobre eso...
—¿Castigó a Stormhold? —cuestionó la directora, frunciendo los labios en una mueca inconforme.
James arrugó el entrecejo y negó con la cabeza.
—No, solo le aconsejé que tratara de no dejarse llevar por las provocaciones de ese tara-... digo, del señor Winstock. —McGonagall apretó su boca en una línea. James supo que en el fondo ella también pensaba que Adrien era un imbécil—. ¿Por qué la preocupación, Minnie-Minnie?
Minerva suspiró.
—Tenle paciencia. Es una joven que puede parecer un tanto problemática, pero es incomprendida.
—Cuidado, Minnie. Cualquiera que te escuche dirá que le has cogido cariño a la chica —bromeó en un intento de no sucumbir a la curiosidad que se instaló en su cuerpo.
¿Por qué todos actuaban tan misteriosos con Ryn? ¿Qué había sucedido para que tuviera el apoyo de McGonagall, pero no el del estudiantado de Hogwarts?
—No seas payaso, Potter —dijo McGonagall ante su comentario burlón—. Solo... tómalo con calma con ella. Sé que puede ser irrespetuosa, pero no es mala estudiante.
En la mente de James se reprodujeron las palabras malsonantes que habían salido de la boca de Ryn desde que la conoció en el tren. Esa boca que lucía tan dulce, pero que era capaz de decir frases muy sucias si se lo proponía.
Minerva McGonagall pensaba que James había hablado con Ryn varias veces para castigarla cuando la realidad era que sus conversaciones involucraban de todo menos regaños. Dos de esas conversaciones habían terminado en besos desesperados y manoseos prohibidos que los hicieron temblar. El pensamiento de que podían atraparlos y echarlo todo al caño había sido electrizante; casi como cuando una droga hace efecto en tu sistema.
—Entendido, Minnie. Paciencia.
«No creo que sea paciencia lo que necesito con ella», quiso decir, pero se aguantó. No quería despedirse de su empleo y de su carrera. Una palabra de más y se convertiría en la desgracia familiar.
—No suenes muy entusiasmado con ello, Potter. —Minerva rodó los ojos, haciendo denotar el toque sarcástico de su frase—. ¿Ha estado haciendo un buen progreso académico? El ministerio anda pidiendo los datos.
Tuvo la necesidad de toser, pero retuvo las ganas. Solo podía pensar en el ensayo que Ryn le entregó donde hablaba sobre su lengua explorando su boca.
—Me debe un trabajo.
La escuchó suspirar con un toque de decepción.
—Dale una oportunidad de hacerlo. Evalúala ligeramente distinto esta vez.
«Que no te escuche que es capaz de pedirme que evalúe sus capacidades en otros temas», pidió James en su mente.
A pesar de que esa fue la respuesta que pensó, solo forzó una sonrisa.
—Como desees.
—Perfecto. Trata de darme un reporte de su progreso pronto. Es importante —pidió antes de salir de la oficina.
James se hundió en su silla, apoyando su cabeza en el espaldar de esta. Pensó en cómo podría estar cerca de ella en una evaluación sin pensar en sus reacciones ante su toque.
Resopló con molestia.
Estaba perdiendo la jodida cabeza por una estudiante.
◊
Esa tarde Ryn estuvo ocupada ayudando al profesor Neville Longbottom a acomodar las nuevas plantas que los estudiantes estarían repasando en las siguientes semanas en la clase de herbología. A pesar de que pasar su tiempo con una figura de autoridad no era su pasatiempo favorito, le ayudaba a mantenerse distraída. Sin duda era mejor que estar en su habitación solitaria o escuchando los insultos y murmullos de sus compañeros.
Además, el profesor Longbottom era dulce, amable. La trataba sin el prejuicio habitual y se notaba que no era por peticiones de McGonagall, sino porque verdaderamente era así con las personas.
Genuinamente bueno. Esas eran las palabras perfectas para describirlo. Su carisma era una de las razones por las que se ofrecía a ayudarlo. Definitivamente las plantas extrañas y peligrosas de los invernaderos no formaban parte de la lista. Detestaba esos, pero pasar tiempo con alguien que llenaba ese vacío paternal en su pecho lo compensaba.
Llevaba desde finales de su sexto año ayudándolo ocasionalmente. Fue para su séptimo que se distanció y todo terminó mal. Le alegró que el profesor Longbottom se acercara a ella unas semanas atrás para pedirle ayuda en los invernaderos. Se sintió menos sola.
—Las mimbulus mimbletonias, ¿las recuerdas? —le preguntó a Ryn, manteniendo una sonrisa en su rostro.
Ella rodó los ojos con molestia.
—Recuerdo que unas chicas me lanzaron el líquido de sus furúnculos la semana pasada —masculló con amargura.
Neville borró la sonrisa, frunciendo los labios en una mueca que demostraba que no estaba contento. No se había enterado de ese incidente.
—¿No te había dicho que les hicieras frente? —preguntó en un tono serio.
Ryn encogió los hombros.
—¿Cuál sería el uso? De todas formas seguirán odiándome. Solo les estaré dando razones para que continúen hablando pestes.
Neville no estaba conforme con esa respuesta.
—Estás dejando que te pisoteen y se salgan con la suya —argumentó—. Ryn, su odio es tonto. No fue tu culpa lo que pasó el año pasado. Solían ser tus amigos, ¿cómo pueden ser tan ciegos para pasar eso por alto?
Volvió a encoger los hombros. No le gustaba hablar del tema y mucho menos de lo que había ocurrido el año anterior. Solo quería dejarlo oculto en el pasado, continuar con su vida, terminar esos meses de su educación para cumplir el deseo de su madre y poder marcharse para siempre. Tenía el plan elaborado a la perfección.
—Está bien, en serio. Además, no sé de qué hablas de hacerles frente si siempre me regañas cuando me pongo a repartir puñetazos —se defendió, arqueando una ceja para probar su punto.
—No soy fan de la violencia.
—Yo tampoco —aseguró, terminando de acomodar la última mimbulus mimbletonia en su lugar. Se quitó los guantes de piel de dragón para ponerlos sobre la mesa—. Pero igual dudo que un puñetazo los deje más tontos de lo que son.
Neville rodó los ojos y se esforzó en mantener el rostro serio, lo cual fue un intento fallido. La chica tenía un cierto ingenio para las palabras que podía resultar gracioso.
—No eres graciosa.
—Tienes razón. Muchos me llamarían un dolor en el trasero —opinó, ladeando la cabeza.
Sonrió inocentemente ante la mirada de Longbottom.
—No, Ryn. Mi hijo junto a tu profesor Potter eran un dolor en el trasero. Tú eres tolerable.
—¿Tolerable?
—Sí. Como un dolor de cabeza. Fastidias, pero no tanto como un dolor en el trasero.
Ryn no pudo evitar carcajear.
—¿Lo dices por experiencia? ¿Te ha dolido el trasero antes? —lo molestó, su rostro adquiriendo una expresión de inocencia fingida.
—Bah, vete al comedor mejor. Hay un festín de Halloween. Tal vez deberías ir y, ya sabes, compartir con los demás.
La alegría que sintió molestando al profesor fue efímera, disipándose de su cuerpo con rapidez al pensar que ella no sería capaz de disfrutar un festín e Halloween con sus compañeros. Se quedaría sola, aislada de los demás en la esquina de la mesa sin que le dirigieran la más mínima palabra. Incluso eran capaces de lanzarle pequeñas porciones de comida para mancharle la ropa.
No pensaba pasar ese tormento.
—Creo que me iré a dormir temprano hoy —dijo, arrugando la nariz en una mueca—. Ayudarte me ha dejado cansada.
La mentira era visible, pero Neville no comentó al respecto. Sabía que en el fondo era difícil para Ryn pretender que todo estaba bien cuando todo lo que recibía era el codo duro de las personas. Tal vez esa era la razón por la que le había tomado cariño a la muchacha. No le gustaba ver cómo la detestaban tanto porque no era mala, solo incomprendida.
◊
En el camino de vuelta a su habitación, Ryn sintió hambre, pero no se desvió para ir al comedor. Estaba demasiado furiosa con las personas, con sus propios compañeros de casa. Durante la mañana le habían dañado su verdadero pergamino del encantamiento Patronus que planificaba entregarle a James esa tarde. No tenía forma de probarle a su profesor que sí tenía la capacidad de tomarse las clases en serio y hacer los trabajos bien.
Ya podía escuchar los vociferadores que su tía Leticia le enviaría al recibir el reporte de mitad de curso. Si andaba mal académicamente, el ministerio no le daría la oportunidad de terminar Hogwarts. Incluso cuando quería abandonar la escuela, no quería que fuera de ese modo.
Los pasillos de Hogwarts estaban tranquilos. Ni siquiera los fantasmas andaban merodeando, lo cual se sentía extraño. Estaba segura de que Peeves saldría de la nada a espantarla, pero al mismo tiempo sabía que era Halloween y todos formaban parte del festín que tomaba lugar en el gran comedor.
Quería decir que no extrañaba su pasado, pero había ocasiones en las que la soledad se adueñaba de su sistema. Llevaba casi dos meses de clases y las únicas conversaciones civilizadas que había tenido fueron con dos profesores. Eso era profundamente patético. Tenía dieciocho años, por el amor a Salazar.
«Es su pérdida», solía decirse para elevarse los ánimos.
Ese día se sentía como si la pérdida era completamente de ella.
En uno de los pasillos decidió que quería distraerse. Sabía que ni por casualidad la invitarían a formar parte de los festines secretos en su sala común, y que nadie le dirigiría la palabra en el gran comedor, así que optó por tentar a la suerte y desviar su camino hacia otro lugar.
Que estuviera solitario le daba la oportunidad de ser escurridiza sin sentir que estaban cazándola. Pudo llegar a su destino con rapidez y sigilo. No hizo ruidos cuando abrió la puerta del aula. El hecho de que no estuviera bloqueada le dio esperanzas de que todavía se encontrara encerrado en su oficina.
Se quitó los zapatos porque sus tacones hacían un repiqueteo que alertarían a la persona de su presencia. Quería ser callada en caso de que tuviera que marcharse con poca dignidad si no estaba allí.
El ruido sería un recuerdo de que estuvo tan desesperada por obtener una pizca de atención como para buscarlo.
La puerta del despacho estaba entreabierta y pudo husmear entre la rendija para analizar el interior. Lo primero que apreció fue la esquina del escritorio. Luego pudo encontrarlo de pie al otro lado del lugar, sirviéndose un vaso de un líquido ambarino que pudo reconocer como whiskey de fuego. Estaba teniendo una noche solitaria como ella.
Tocó la madera de la puerta con sus nudillos al mismo tiempo que la empujó, viéndolo sobresaltarse por la visita inesperada.
—No pretendía asustarte —dijo con suavidad.
—No te esperaba —comentó James en su defensa—. ¿Por qué no estás en el festín?
Ryn hizo una mueca.
—Detesto los festines —mintió.
Él tan solo frunció el ceño como si no pudiera creer que existiera alguien que odiara los festines de Halloween de Hogwarts. La comida solía estar más exquisita de lo habitual esa noche. ¿Cómo podía detestarlos? Solo por los innumerables platos de comida valía la pena asistir.
—Eres de otro mundo —murmuró, negando con la cabeza y llevó el vaso de whiskey a los labios para tomar un sorbo.
—Tú tampoco estás en el festín —apuntó ella, arqueando una ceja.
Al haber establecido una ligera charla, tomó asiento en una de las sillas que se encontraban frente al escritorio.
—Tal vez me dirigía al comedor cuando llegaste.
—No tenías pinta de hacerlo. Estabas consumiendo alcohol y tienes un desastre de pergaminos en tu escritorio —comentó, señalando los papeles para apoyar su respuesta.
James ladeó la cabeza. Sintiéndose desorganizado, se dirigió a su área de trabajo, tomando asiento en la silla. Recogió disimuladamente algunos de los pergaminos, apilándolos en una esquina.
—Tengo mucho por corregir.
—¿Quieres ayuda? Suelo ayudar al profesor Longbottom con algunas tareas —ofreció, y por primera vez, no sonó como si quisiera sacar algo de ello—. Puedo solo ayudar con ortografía si te preocupa que mi conocimiento no es lo suficientemente amplio.
Él dudó.
—¿Por qué no me ayudas escribiendo un verdadero ensayo sobre el encantamiento Patronus?
—Sí escribí uno. Lo iba a entregar hoy, pero mis compañeros decidieron que sería gracioso practica varios encantamientos en él, así que...
James quiso preguntar la razón por la que todos la trataban tan mal. Sin embargo, no sabía qué tan peligroso podía ser ese terreno, así que decidió apegarse a la petición de McGonagall. Cambiar el método de evaluación quizá funcionaría mejor que pedirle una entrega de trabajos.
Principalmente porque no sabía qué ella escribiría en el siguiente ensayo. Quizá sobre la forma en la que sus dedos trabajaron sobre ella.
—De acuerdo. Hagamos algo distinto viendo que no podemos llegar a un punto medio en los trabajos escritos. Cada vez que pida uno, te presentarás aquí y harás un oral.
El rostro de Ryn se iluminó con malicia antes de que James pudiera procesar lo mal que sonaron sus palabras.
—Vaya, profesor, haberlo dicho antes.
—¡No, espera! ¡No así! —exclamó, su cara enrojeciendo.
Merlín, se suponía que él era experto en decir cosas sucias y captar el doble sentido. ¿Cómo se le pudo escapar algo así frente a ella? Demostraba que no pensaba con su cerebro, sino con la cabeza inferior.
—¿Seguro?
—Ryn —murmuró su nombre casi suplicando—, sabes a lo que me refería.
Ella sonrió.
Claro que lo sabía, pero seguía siendo divertido jugar con él.
—Sí, sé a lo que te referías —aceptó, rodando los ojos—. Entonces, ¿cómo lo harás? Evaluarme, aclaro. ¿Solo hablo sin parar sobre mi conocimiento del encantamiento?
—Eso podría funcionar.
Claramente no iba a funcionar tan bien como leer las palabras porque de esa forma sí podría concentrarse en algo más que sus labios y cuánto deseaba devorarlos como en sus sueños, pero se esforzó en escucharla.
Observó su rostro al expresarse. Tenía un toque aristocrático al hablar. Era... distinta a las otras estudiantes. No solo se trataba de que era mayor, sino que no tenía ese toque dulce, chillón e irritante que solía ver en las chicas que estudiaron con su hermana. Tampoco era como las fanáticas del quidditch que se acercaban dispuestas a seducirlo en la habitación de las posadas donde se quedaban durante los campeonatos.
Ryn tenía una seguridad deslumbrante. Era firme en sus palabras, confiaba en su cuerpo, siendo dueña de cada movimiento preciso. Podía tener una piel de porcelana, pero no quitaba que fuera deslumbrante e intrigante. Como el fruto prohibido de un jardín.
—¿Por qué tengo el presentimiento de que no me prestaste atención?
La pregunta de Ryn fue lo único que pudo entender en los pasados minutos. Principalmente porque su mirada cambió, luciendo recriminatoria.
—Lo siento —se disculpó, su voz cargando una dosis de sinceridad—. Haces que sea difícil concentrarme.
Hablar de su frustración era liberador, le daba una sensación de ser comprendido, pero al mismo tiempo resultaba como una tortura. Lo único que verdaderamente podría liberarlo sería sucumbir a sus deseos, a lo que quería hacer, a lo prohibido. Las consecuencias eran lo único amarrándolo a su cordura.
—Te he ofrecido una solución a eso varias veces.
—Ryn...
—Tu carrera, lo que pasaría si nos descubren, mi reputación, la tuya. Sé que son muchos factores. Lo haces complicado cuando debería ser sencillo.
Pero, ¿era sencillo? El sexo podía ser simple; era un acto centrado en conseguir el placer mutuo. No le cabía duda de que sonaba como un suceso sin grandes complejidades. Eran las condiciones en las que lo practicarían lo que hacían del tema algo riesgoso. Estaban hablando de sus futuros, de la pérdida de empleos, destrucción de sueños, de ganarse el visto malo de la sociedad en la que vivían. Quedarían siendo destrozados por todos.
¿Valía la pena destruir sus vidas por unas horas de placer?
—Solía ser sencillo —murmuró, pasándose una mano por el rostro.
—Podría seguir siéndolo si te relajas un poco —dijo Ryn, elevando las cejas sin lucir sorprendida.
James apretó los puños. ¡Él era relajado! ¿Acaso no dijo que lo conoció en el pasado? Era tan relajado como ir a la playa en un día de verano.
—¿Por qué estás tan interesada en hacerlo conmigo? —Se interesó en saber.
Ryn se puso de pie, rodeando el escritorio para. Sintió los ojos de James recorrer su figura durante unos segundos, devorando la forma en la que sus caderas acentuaban cada paso que daba. Lo escuchó aguantar la respiración cuando invadió su espacio personal al sentarse en el tope de la madera, cruzando las piernas. La tela de su falda cubriendo poca piel de sus muslos.
Si se movía, sus pies cubiertos solo por las medias tocarían las piernas de James. Así de cerca se encontraban.
«El puto sueño». Esas tres palabras eran las únicas dando vueltas en el interior de la cabeza de él. Hasta el aliento se le había ido.
—El sexo nunca ha sido excelente. No de esos que te vuelan la cabeza. Creo que me he dado mejores orgasmos con mi mano de los que un chico me ha podido dar. Se ha sentido... bien, pero no lo suficientemente satisfactorio. Tú eres mayor que los chicos con los que he estado. Espero que sepas un poco más que ellos —respondió, explicando la situación sin pizca de vergüenza. No tenía un filtro verbal a la hora de mencionar el tema sexual.
«Está mal», se repitió James, pero su mente le estaba jugando sucio porque lo único que podía pensar era que Ryn estaba sentada en el mismo lugar que en su sueño.
—Estaría terrible si cediéramos a los impulsos —mencionó Potter, poniéndose de pie.
Su intención inicial había sido escapar para no caer en la tentación presentada, pero desde el nuevo ángulo pudo notar los botones que Ryn dejaba desabrochados que daban una sutil invitación a su escote. Se detuvo en seco, perdiéndose durante unos segundos. Fue un acto reflejo cuando llevó sus manos a ambos lados del cuerpo de ella, bloqueándole las vías de escape.
—Moralmente estaría pésimo. Físicamente sería una delicia —replicó Ryn mirándolo a los ojos, y en un acto inconsciente pasó la punta de su lengua por sus labios—. ¿Es usted una persona moralista, profesor?
Sintió la dulce respiración de la chica chocar con la suya. Una chispa de lujuria estaba encendiéndose en sus cuerpos, el ambiente nublándose con la tensión acumulada.
—Tocarte está prohibido —susurró James, pero mientras su boca decía eso, sus manos se encontraban haciendo lo opuesto. Pasó la punta de los dedos por la piel que la falda de Ryn no alcanzaba cubrir—. Deberían llevarme a Azkaban por esto.
—¿Valgo tanto como para arriesgarlo? —inquirió Ryn.
A pesar de que lo deseaba con cada centímetro de su cuerpo, quería que estuviera tan consciente como ella de que eso era lo que estaban haciendo, que ambos conocían las consecuencias.
—Dime, Ryn. ¿Vales la pena arriesgar tiempo en Azkaban?
La muchacha mordió su labio inferior. Hubo una pizca de inseguridad que brotó en su sistema.
—Tengo un ego enorme. Deberías saber la respuesta que te diría —replicó en lugar de dejarse influenciar por los pensamientos que la hicieron dudar.
A pesar de que lo dijo en tono de broma, James no se rio. Ni siquiera sonrió. Hubo una seriedad silenciosa de unos segundos que parecieron durar horas. Se dedicó a mirarla fijamente, sus ojos cubiertos por una capa de duda; el debate mental siendo visible desde un kilómetro de distancia.
Él no era de los que pensaba mucho en consecuencias. En otra ocasión ya hubiera estado descubriendo el cuerpo de Ryn sin repercusiones, solo complaciendo y complaciéndose, sintiendo el placer fluir. Pero con ella estaba pensándolo todo tanto que podría causarle una jaqueca. Si tan solo pudiera apagar esa voz en su cabeza que lo estaba haciendo detenerse podría permitirse disfrutar.
Tal vez eso era lo que lo estaba matando. Debía ser impulsivo como siempre lo había sido.
Con la afirmación brillando en su mirada, se inclinó y Ryn lo encontró a mitad del camino, permitiendo que sus labios chocaran. El contacto no fue suave, sino lo contrario. Duro, tosco y desesperado. La devoraba con su boca, los labios bailando con fiereza, los dientes dando pequeños mordiscos que los hacían estremecer en medio del beso. Exploraron sus bocas de una manera sensual y apasionada, como si ese momento fuera el único que iban a tener.
La adrenalina se disparó por sus cuerpos al recordar que se encontraban en el despacho de James, que cualquiera podía entrar y atraparlos. La puerta seguía entreabierta, permitiendo que el salón fuera visible y ellos desde el interior. La sensación electrizante rápidamente se tornó adictiva.
—Déjame verte. —Ryn susurró la petición en su oído, el aire adornó sus palabras.
James tenía un rastro de rubor en las mejillas, los labios ligeramente hinchados por la fricción ruda del beso y las pupilas dilatadas. Ryn sabía que tenía que lucir del mismo modo o quizá peor, teniendo en cuenta que él se había encargado de meter las manos en su cabello mientras la besaba.
La mirada de la chica descendió y sus manos hicieron lo mismo, bajando desde sus hombros hasta su pecho cubierto por una camisa de botones azul. Desabotonó el primero, evaluando la reacción de él. Cuando vio que no hizo algún movimiento para detenerla, se encargó de continuar desabrochando los botones. Retiró la tela para poder tener todo su torso visible y accesible.
La piel ligeramente bronceada se expuso cuando terminó de quitar los botones, había músculos marcados de manera sutil. No era un hombre que luciera exageradamente musculoso, pero sí tenía firmeza en los lugares indicados.
Hubo un sonido que vino de él cuando deslizó la punta de los dedos por su piel, explorando con un contacto sutil, casi como la caricia de una pluma. Los músculos de su abdomen se contrajeron bajo su tacto.
—Mi turno.
Ryn se quedó quita mientras James desabotonó su camisa, dejándola abierta, pero no retiró la tela, de modo que esta quedaba colgando a ambos lados de su cuerpo, sirviendo como un telón para su torso. El sostén gris sin tirantes era lo único cubriendo su pecho.
Con un dedo, James trazó el contorno de su anatomía, ondeando en las curvas y luego deslizándose por el valle de sus senos, anclándose en el medio del sostén. No la estaba verdaderamente tocando, pues apenas solo tentaba el terreno, evaluando las reacciones, pero disfrutaba de la forma en la que su piel se erizaba cuando su dedo pasaba por las zonas.
—Quítate la falda —ordenó y retrocedió un paso para brindarle el espacio necesario para que pudiera hacerlo. Mientras ella se despojaba de la tela, James aprovechó para bloquear las puertas e insonorizar la oficina.
No podían tomar tantos riesgos.
Una vez asegurado, se permitió disfrutar de la vista. El color de la ropa interior era distinto, tenía el sostén gris y las bragas rojas todo en un material de algodón, detalle que le causó gracia. No estaba acostumbrado a encontrarse con esa desigualdad por el hecho de que siempre que iba de cacería, las mujeres iban con la ropa interior de «follar». Le gustó ese toque de autenticidad de Ryn. Fue refrescante.
También le agradeció a cualquier fuerza divina por alejarla lo más posible de su sueño. No quería que fuera como en sus sueños, sino mejor. Diferente era bueno, diferente era real.
—No traigo el conjunto de «cógeme duro». Tal vez para la próxima —bromeó Ryn.
James sonrió.
—Me gusta. Tienes la pinta de colegiala. En especial con las medias. —Señaló la tela que cubría sus piernas hasta la rodilla.
Rodando los ojos, Ryn se puso en puntillas para atraerlo en un nuevo beso. Sintió las manos de James explorando su figura, esta vez con más firmeza y seguridad. La agarró de la cintura, alzándola para que ella rodeara sus caderas con las piernas, detalle que hizo con facilidad. A ciegas, pasó un brazo por la superficie del escritorio para despejarlo, y depositó a Ryn en la superficie.
Después se aseguraría de recoger los pergaminos y lo objetos que cayeron al suelo.
Se apartó de su boca y comenzó a bajar. Besaba el camino por su cuello, mordiendo levemente la piel para seguir su camino hacia el sur. Removió el sostén para dejar sus pechos a su disposición.
Un gimoteo se escapó de sus labios al saber que estaba a solo centímetros de distancia, que esa vez sí podía hacer lo que deseaba. Estaba tan cerca que podría dibujarlos de memoria —si el arte se le diera bien—. Tenía la boca hecha agua.
—¿Te pongo una foto de ellas en el siguiente ensayo? —preguntó Ryn al ver la expresión de James.
La burla se atoró en su garganta cuando sintió la calidez de la boca de James en su piel sensible, una mano trabajaba sobre el otro y luego alternó el proceso. Ryn enterró sus dedos en el cabello de James, tirando de él ocasionalmente.
Se sentía un poco más que bien. Los chicos que habían estado con ella en el pasado básicamente habían torturado sus pechos al apretarlos como si fueran a ordeñarla. James sabía las zonas que debía masajear y también dónde succionar para que resultara placentero y no doloroso.
Gimió bajito cuando él continuó su camino por su vientre, arrodillándose frente a ella.
La tela que cubría la parte inferior de su cuerpo fue removida en un abrir y cerrar de ojos. Estaba desnuda fuera de la camisa abierta que le cubría los brazos y las medias. No lucía avergonzada ni tampoco se ocultó cuando la mirada de James se oscureció un poco más. Sintió la excitación burbujear en su vientre, arremolinándose como un torbellino.
James la había tocado antes, pero no la había visto. Tenía que admitir que la vista era mejor que todo lo que sintió al tocarla.
—Oh, por Salazar —maldijo Ryn al sentir la lengua de James haciendo maravillas en su centro. Tenía que admitir que era mejor de lo que había imaginado en sus noches de frustración.
Sí, decía frases de imbécil con esa boca, pero también sabía hacer cosas perversamente deliciosas.
El placer nubló sus sentidos. No podía pensar con coherencia y tampoco pronunciar dos palabras que tuvieran una lógica entendible. Todo lo que podía procesar era lo bien que se sentía, lo delicioso que resultaba, lo cerca que se encontraba de llegar a la cúspide del placer.
—Joder, joder, joder.
Su cuerpo se estremeció con las convulsiones, el placer electrizante azotando su cuerpo como un látigo que deseaba que fuera eterno. Sus ojos casi se cristalizaron por lo bien que se sintió su orgasmo.
—¿Estás bien? —preguntó, volviendo a ascender mientras limpiaba su rostro con el dorso de su mano—. Creo que es la primera vez que te dejo sin palabras.
—Dios.
—No estoy tan lejos. ¡Auch! —se quejó cuando Ryn le dio un ligero golpe en el pecho.
La muchacha todavía estaba recuperando el aliento. Notó que James cambió desde que empezaron a quitarse la ropa. Lucía más despreocupado, más como el jugador que no conocía las consecuencias, más como el chico que conoció en el pasado. Estaba enfrentándose a su faceta de «busca problemas» y no le disgustaba en lo absoluto.
—Creo que es mi turno de convertirme en una deidad.
Lo vio arquear una ceja, quizá un poco incrédulo, pero no protestó. En lugar de ello, permitió que Ryn desabrochara su cinturón y lo lanzara en algún lugar de la oficina. Luego la ayudó a quitar el pantalón, quedándose en ropa interior durante los minutos en los que ella se entretuvo torturándolo al tocar su dureza sobre la tela. Aprovechó que tenía las manos desocupadas para conjurar un hechizo de protección que evitaría la concepción.
—Eres una pequeña bruja.
—Gracias por el cumplido —murmuró Ryn, dándole un pequeño beso en los labios para acto seguido despojarlo de la última prenda que lo cubría.
James le mordió el labio, tirando de él un poco cuando se apartó. Sintió que Ryn lo empujó hasta que quedó sentado en la silla donde solía corregir los trabajos de sus estudiantes; ahora estaba cerca de cogerse a una, lo cual estaba terriblemente mal, pero se sentía tan bien como una victoria de un partido ceñido.
Ella se sentó sobre él a horcajadas, manteniendo el equilibrio al sostenerse de sus hombros. La aseguró con las manos en las caderas, brindándole un toque de seguridad. En esa posición sus centros se rozaban y James siseó ante la calidez que emanaba ella. El ligero contacto producía una leve fricción placentera, aunque necesitaban el completo contacto para estar satisfechos.
Lo ayudó a alinear su miembro en su entrada y permitió que se introdujera en ella lentamente. Disfrutó cada centímetro, rodeándolo de una calidez abrumadora. Solo podían sentir en ese momento. Después de unos segundos absorbiendo el placer de estar llena, comenzó a moverse.
En ese momento James le dio toda la razón sobre convertirse en una deidad porque si no lo era, estaba muy cerca de serlo. Tenerla sobre él lo hizo sentir como un hombre perverso, pero no lo suficientemente fuerte como para no caer en la tentación. Sin duda no podía arrepentirse de haber sucumbido a sus deseos porque la vista y la sensación eran más que suficientes para tenerlo en las nubes.
Prefería ser un depravado en esos momentos. Mandaba al infierno la moral de las personas. La utilizaría como pañuelos para secar sus lágrimas cuando todo saliera mal. Mientras tanto disfrutaría del momento, de la pequeña y misteriosa diosa que tenía sobre él.
Para el momento en el que terminaron, decidieron quedarse unos minutos en la silla para recuperarse de la intensidad que habían compartido. Aunque la verdad era que James no quería apartarse por miedo a que fuera otro de sus sueños. No quería despertar con una erección. La miró, absorbiendo su apariencia. Tenía una ligera capa de sudor cubriendo su frente y las mejillas rojas, siendo adornada por el cabello alborotado que decía que habían tenido una buena sesión de sexo.
Ryn apenas podía sentir sus piernas mientras se vestía. Se sentía hecha gelatina, temblorosa y sin huesos. El placer se deshizo de ellos.
—Supongo que ahora viene la parte incómoda post-sexo —murmuró Ryn mientras terminaba de abotonarse la camisa.
James encogió los hombros, restándole importancia al asunto. Si bien había una ruidosa alarma recordándole que estaba tentando con su futuro, no podía encontrar una razón para arrepentirse del todo.
—Solo será incómodo si lo vuelves así.
La sorpresa se adhirió al rostro de la muchacha como una segunda piel.
—Vaya, el sexo te cambió. Dejaste de ser el estirado que fuiste en las pasadas semanas.
—Puedo regresar a ese modo rápido —advirtió.
Ryn negó.
—Me agradas más así. Suenas como cuando estuvimos volados, pero sin realmente estarlo. Te queda bien el aire despreocupado —dijo, soltando el cumplido sin tapujos ni vergüenzas. Volteó ligeramente, sus ojos localizando un reloj en el despacho y un suspiro se escapó de sus labios—. Tengo que volver a mi habitación ahora.
—Ryn... esto fue... bueno.
La escuchó reír.
—Mira quién está volviendo esto incómodo —se burló—. Fue un poco más que bueno.
—Sí, lo fue.
—Y no tienes por qué preocuparte, esto será nuestro pequeño y sucio secreto —prometió, robándole un último beso antes de marcharse con los zapatos en la mano.
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Anda, como que se prendió esto un poco. ¡Se rindió, gente! James Sirius Potter mandó al diablo el angelito conciencia que tenía en el hombro. ¿Este es el momento en el que zarpa el barco Potterstorm o todavía les falta?
También se mostró un pequeño vistazo de la vida de Ryn fuera de su constante seducción con James. ¿Qué les ha parecido? ¿No les causa intriga su historia del pasado?
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