5: El deseo bajo sus pieles
DURANTE LAS SIGUIENTES DOS SEMANAS, JAMES APENAS DIALOGÓ CON RYN. De hecho, no se podía considerar un «hablar» a mencionar su apellido en voz alta y recibir un «Presente» de su parte mientras corroboraba la asistencia de la clase. En el salón, Ryn no hablaba con sus compañeros y tampoco colaboraba cuando asignaba que trabajaran en parejas para la práctica de hechizos.
Eso solo había conseguido que una curiosidad se instalara en el sistema de James, queriendo observarla para descifrar la razón por la que Ryn no estaba en la sala común de Slytherin como el resto de sus compañeros. Parecía que su aislamiento no era solo en su habitación o en las clases, sino que en los pasillos y en el gran comedor también.
En las cenas había visto cómo ella comía sola en una esquina de la mesa y que sus compañeros de casa no se acercaban a Ryn; dejaban mínimo dos espacios a su lado y en frente, de modo que siempre estaba sola. No se veía completamente afectada por ello, pues siempre llevaba su característica expresión de... bueno, perra.
Sin embargo, eso no significaba que no estuviera tomándole un poco de... pena. Tendría que ser solitario no hablar con alguien cuando estás rodeado de un centenar de personas. Se puso alerta, estando pendiente a los susurros de los estudiantes al escucharla pasar. Todos los que no pertenecían a primer año la miraban con desdén.
Ese hecho le hizo preguntarse qué había hecho la chica para ser tan repudiada por sus compañeros; incluso los de su propia casa. Había visto a los Slytherin ser extrañamente unidos y defensores de sus miembros, ¿por qué se comportaban de ese modo con ella?
La clase que estaba impartiendo ese día, no fue una excepción al comportamiento de Ryn. Siempre en silencio, siempre con la misma expresión, siempre devolviendo las miradas de odio que le dedicaban.
Mientras James hablaba sobre el encantamiento Patronus en un repaso para los ÉXTASIS, Ryn se mantuvo con la mirada perdida, fija en el suelo y sin tomar nota en cómo invocar un guardián corpóreo en un solo intento. Algunos estudiantes, los pocos que le tenían respeto a James, aprovechaban para intentar ganar puntos al responder y aportar información valiosa y pertinente para la lección.
—Señorita Stormhold, ¿podría darle a la clase un ejemplo de cómo realizar un Patronus?
Ryn elevó la mirada, dirigiéndola a los ojos de James. Había una pequeña furia flameando en sus orbes. Su entrecejo fruncido en una mueca inconforme y molesta.
—No.
—¿Perdone?
La muchacha encogió sus hombros, acomodándose en el asiento para adoptar una pose de indiferencia a pesar de que sus músculos estaban completamente tensos. No había persona en el aula que no pudiera ver lo apretada que estaba la mandíbula de Ryn; lucía como si estuviera reteniendo lo que verdaderamente quería decir.
—Usted preguntó si podía dar un ejemplo, le respondí que no. Por más profesor que sea, no puede obligarme a participar en su clase —replicó Ryn, intentando sonar calmada y sin problemas.
James pensó que lo estaba haciendo por irritarlo. Quizá era su pequeña venganza por haberle rechazado la propuesta indecente que le hizo dos semanas antes. Mordió el interior de su mejilla antes de tomar una decisión ante las palabras de la chica Stormhold.
—Temo que tendré que quitarle diez puntos a Slytherin.
No obtuvo una reacción de parte de Ryn, pero sí la consiguió de Adrien Winstock, quien casi saltó de su asiento, estando indignado con la sustracción de puntos.
—¿Realmente nos está castigando? —cuestionó y señaló a Ryn con su mano—. Nosotros no tenemos culpa de que esta perra sufrida no pueda formar un jodido Patronus.
Durante un segundo, James se quedó confundido, pero fue la reacción de Ryn la que le confirmó que las palabras del altivo estudiante eran ciertas, pues se puso de pie luciendo completamente envenenada por lo que había dicho de ella.
—Llámame de ese modo una vez más, Adrien, y me aseguraré de que tengas una cicatriz en tu puta cara que te recuerde a mí todos los días —habló Ryn, casi escupiendo las palabras con veneno.
—Te reto, pe-...
Antes de que pudiera completar la oración, James realizó un movimiento de varita que alejó a los estudiantes, llevándolos a esquinas opuestas del aula. Ambos se miraban con odio; podía apreciar que se despedazarían si les dieran la oportunidad de tener contacto del uno con el otro, pero tenía que mantener un orden en su clase.
—Treinta puntos menos a Slytherin —anunció James y añadió—: y por la interrupción de la clase tendrán que traerme un pergamino de al menos treinta centímetros de largo sobre la investigación del encantamiento. Lo quiero en mi escritorio para el lunes a las diez de la mañana a más tardar. —Se escuchó un quejido colectivo—. ¿Ha quedado claro?
—Sí, profesor.
—Bien —dijo y se dirigió a los causantes del disturbio en la clase—. Ustedes dos se quedan, el resto puede irse.
Cuando los estudiantes se marcharon, James les pidió que se acercaran al escritorio donde le firmó una nota explicando el castigo respectivo al vigilante y celador encargado para que manejara el castigo de Adrien Winstock; James manejaría el de Ryn.
—Estaré enviándole una reproducción a McGonagall y al celador para asegurarme de que has ido —le dijo a Adrien—. En caso de que se te ocurra saltarte el castigo.
Escuchó al adolescente gruñir con molestia y marcharse con la nota en mano, estando más furioso de lo que lo había visto en el campo de quidditch con los entrenamientos sabatinos. Lo ignoró, enfocándose en Ryn una vez estuvieron solos. Pensándoselo unos segundos, rompió la nota que había escrito referente a su castigo.
—¿No se supone que vas a decirme lo mal que hago las cosas, lo irrespetuosa que soy y el día de castigo que me tocará? —le preguntó a James.
—Te dejaré ir con una advertencia o, más bien, un consejo —avisó y dejó salir un suspiro antes de continuar—. No te dejes llevar por sus provocaciones, te hacen quedar mal.
Ella frunció el ceño, escandalizada y molesta con sus palabras.
—¿Qué demonios pasa por tu mente? Estaba defendiéndome porque me llamó una perra sufrida. Yo no necesito el consejo, lo necesita él —soltó Ryn—. Eres tan idiota como él, ¿sabes? Él te grita y me llama una perra sufrida y lo único que recibe es un castigo y que se marche, pero yo me niego a ser forzada a hacer algo que no puedo y me defiendo ante un insulto y soy la que queda mal. Es taaan justo.
—Ryn.
—Gracias por el consejo, profe. Pero creo que quiero cambiarlo por un castigo.
◊
En la tarde, James todavía seguía dándole vueltas a la pequeña discusión que tuvo con Ryn. Ni siquiera podía llamarlo discutir, ya que solo fue escucharla exponer su punto de vista sobre la situación. Estaba disgustada con lo que había sucedido, pero algo que notó fue que ella estaba peleando por el hecho de que Adrien la había llamado una "perra sufrida", no porque le dijera que no podía hacer un Patronus.
«Pero yo me niego a ser forzada a hacer algo que no puedo», habían sido sus palabras en el aula antes de marcharse.
¿Qué estudiante de séptimo año no podía hacer un Patronus? No era un encantamiento tan complicado como lo hacían ver una vez encontrabas el truco para dominarlo. Era un arte. En lo personal, era uno de los encantamientos favoritos de James. Adoraba ver su Patronus corpóreo dando saltos a su alrededor; le brindaba una paz que no podía obtener tan fácil.
Sin embargo, su verdadero problema con el asunto de Ryn fue cuando en su última clase, cuando sus alumnos de sexto año de Gryffindor y Hufflepuff estaban haciendo la fila para el aprendizaje de los hechizos no-verbales, una de las chicas comenzó a hablar de lo sucedido en la mañana.
—... Por favor, todos saben que es una perra sufrida —le comentó la estudiante a su compañera mientras salían del aula cuando el grupo fue despachado.
—Y tampoco es secreto que no sabe invocar un Patronus. Es el siglo veintiuno, ¿qué mago no ha aprendido a realizar, al menos, uno incorpóreo? —inquirió la otra con malicia—. ¿Sabes que se dice que pasó esa pregunta en los TIMOs porque le hizo un oral al miembro del Tribunal de Exámenes Mágicos que le tocó?
Un sabor amargo se instaló en la boca de James. ¿Por qué los estudiantes eran tan crueles entre sí? Admitía que él no había sido el mejor estudiante y tampoco era muy ejemplar, pero en sus tiempos de Hogwarts él hacía bromas, no disminuía el carácter de una persona basado en rumores. Su madre le hubiera lanzado una maldición a su trasero si se enteraba de que había estado comportándose de ese modo.
—Que me parta un rayo —susurró y pensó un sinfín de maldiciones mientras se dirigía a su despacho para buscar el mapa del Merodeador oculto en el primer cajón del lado derecho de su escritorio—. Juro solemnemente que mis intenciones no son buenas.
Las letras, pasillos y pisadas comenzaron a aparecer en el mapa simultáneamente y sus ojos recorrieron la extensión del castillo, buscando entre los nombres el de Ryn. Durante un minuto, no la encontró. Había una gran cantidad de personas caminando por los pasillos y resultaba difícil localizar a la persona. Sin embargo, justo cuando estaba por rendirse, encontró las pisadas de la muchacha saliendo del castillo, la dirección delataba que estaba tomando.
Cuando James sintió la lluvia caer en su rostro, se dijo a sí mismo que regresara al interior del castillo y lo dejara estar. Sin embargo, una parte de él, la que era menos patán e imbécil, quería disculparse por lo sucedido en el salón. Fue esa la única razón por la que continuó caminando bajo el aguacero, sintiendo su ropa empaparse con las gotas rápidas que estaban cayendo.
Encontró a Ryn de pie en medio del campo de Quidditch, sus ojos cerrados mientras permitía que la lluvia golpeara su rostro.
—Te vas a enfermar.
Ella abrió los ojos y le dedicó una mirada fastidiada acompañada por un bufido.
—No te enfermas por la lluvia —dijo Ryn—. Ahora que has hecho tu punto, puedes irte, Potter.
—Mira, Ryn, fui un imbécil.
—Dime algo que no sepa —masculló, rodando los ojos y bajó la mirada, apartando algunas gotas de lluvia que resbalan por su rostro—. Déjame sola.
—Lo siento, ¿bien? Pensé que estabas jodiéndome. No sabía que no podías hacer un Patronus.
Ryn mordió el interior de su mejilla.
—Tampoco pueden la mitad de mis compañeros. Se supone que es un encantamiento de magia avanzada —masculló—. Además, la participación fue claramente voluntaria. Tú preguntaste, yo respondí. Y ¿por qué demonios estaría jodiéndote en clase?
—No lo sé, Ryn. No te conozco.
—Eres tan... idiota. Estás buenísimo, pero cuando abres la boca le dejas saber al mundo qué tan patán puedes ser.
James parpadeó, sintiéndose ligeramente ofendido.
—Eres increíble. Vine hasta aquí, bajo la lluvia, solo para pedirte disculpas y lo primero que haces es insultarme.
—¡No te pedí que lo hicieras! —exclamó, sonando cortante y a la defensiva—. Solo... no te pedí que vinieras hasta aquí y tampoco que te disculparas. Todo lo que has hecho lo hiciste porque quisiste.
No sabía si era el hecho de que ella no había aceptado sus disculpas —algo que no solía hacer tan seguido— o que estuviera tratándolo como si fuera un verdadero imbécil, pero estaba tan cabreado como ella. Incluso tuvo que apretar los puños en un intento de calmarse porque si actuaba como un crío inmaduro sería como darle la razón a Ryn.
—Claro, yo soy el imbécil y tú eres perfecta.
—Oh, por Dios —Ryn se rio con amargura—. Estás trayendo a colación cosas que no vienen ni al caso. Merlín, ¿cómo siquiera pensé que podría tener sexo contigo? Eres un niño.
Tres palabras.
Eso fue lo que tomó para empujarlo a su límite. Era una pequeña provocación, una invitación a probar que no lo era. Sí, era inmaduro de su parte siquiera pensarlo, pero tenía una mezcla de coraje y frustración en su sistema que no lo dejaban pensar con claridad.
—¿Soy un niño? ¿Eso es lo que piensas? —inquirió, alzando sus cejas mientras se acercaba a ella.
Ryn no retrocedió, se mantuvo en su lugar, elevando el mentón con soberbia. Sus ojos estaban brillando con furia. No importaba lo pequeña que fuera físicamente, todavía podía lucir intimidante; aunque no funcionara del todo con James.
—No lo pienso, lo confirmo con cada pala-...
Lo que iba a decir se perdió en su garganta cuando James silenció su voz al pegar su boca a la suya, aplastando sus labios en el proceso. No estaba pensando cuando su cuerpo actuó por sí solo, sucumbiendo a sus verdaderos deseos carnales. Solo se dejó llevar y la pegó a su pecho, rodeando su cintura con un brazo, mientras que su mano libre hacía su camino a acunar el rostro de Ryn.
La molestia que corría por sus venas no desapareció del todo, sino que se transformó en una mezcla de deseo y, a pesar de que quiso retirarse, terminó devolviéndole el beso.
Los labios de ambos estaban fríos y mojados por la lluvia que caía sobre ellos, pero todo a su alrededor se sentía como si un fuego infernal estuviera rodeándolos, haciendo que sus pieles ardieran con cada toque y cada movimiento que hacían. Durante unos minutos, no les importó que estuvieran en un lugar público y que cualquiera que entrara al campo de quidditch podría verlos, solo importaba lo que estaban viviendo, la calidez que estaba aumentando en sus vientres a medida que seguían besándose.
De alguna forma, lograron trasladarse a la parte inferior de las gradas donde James la aprisionó contra un poste de madera y la alzó un poco, de manera que Ryn pudo rodear sus caderas con sus piernas.
Todo estaba siendo una comunicación silenciosa. Los besos húmedos, los toqueteos sobre la ropa húmeda y la forma en la que restregaban sus cuerpos en busca de alguna fricción satisfactoria.
No fue hasta que los dedos de Ryn comenzaron a desajustar su corbata que la realidad y la conciencia de lo que estaban haciendo lo azotó como un rayo, haciendo que se apartara, teniendo cuidado de colocarla en el suelo sin ser brusco.
—No puedo hacer esto, Ryn. Lo siento.
Sin esperar una respuesta de su parte, James salió de las gradas, preguntándose una y otra vez qué demonios acababa de hacer.
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Ay, James, James, James. ¿Qué haremos contigo? 🤦🏻♀️
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