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4: Sueños inapropiados


HACÍA CALOR.

Eso era de lo único que estaba consciente mientras se encontraba en el despacho del aula de DCAO, luchando con el deseo que provocaba un torbellino de sensaciones en su estómago. Tragando en seco y relamiendo sus labios, James Sirius observó cómo Ryn Stormhold se encontraba sentada frente a su escritorio, parloteando sobre una situación que, para ser sincero, no había escuchado en primer lugar.

Su mente había estado más concentrada en el hecho de que su camisa estuviera desabotonada, de modo que el valle de sus pechos era completamente visible a la vista de todos. Llevaba un sostén negro y de encaje que hacía que su piel luciera como una suave seda que necesitaba acariciar. Quería tener la oportunidad de poder recorrer ese camino prohibido entre su pecho con la punta de sus dedos.

Probar sus labios pintados de rojo parecía una tentación que le carcomía el sistema entero, calando sus huesos. La forma en la que los movía al hablar hacía que se sintiera como un hambriento y sus labios fueran el fruto más jugoso para satisfacer su necesidad.

Tuvo que tragar para deshacer el nudo de tensión que se había formado en su garganta. Tosió un poco y desvió la mirada, borrando de su cabeza la imagen mental que ella misma le había ofrecido dos noches atrás. Pero se le hacía tan difícil concentrarse en cualquier otra cosa que no fuera su cuerpo y ella en general.

—¿Se encuentra bien, Potter? —le preguntó Ryn y James agradeció que no lo llamara profesor porque se sentiría más culpable que nunca.

—Estoy bien —aseguró James, removiéndose en su lugar y una de sus manos viajó bajo el escritorio para poder acomodarse a sí mismo.

Estaba actuando como un chiquillo que apenas bordaba la pubertad. ¿Desde cuándo él se ponía duro así sin más? Era un hombre adulto, sí, pero esa era la diferencia: ¡era un hombre! Ya no era una cría.

Oh, pero es que el recuerdo de sus pechos desnudos era tan dulce y tan vivo. Quería verlos de nuevo a una distancia más corta.

No tocar, James. No debes tocar.

Ese iba a ser su lema. Lo repetiría hasta el cansancio. Demonios, se lo tatuaría si eso le recordaría que jamás debía tocar a una estudiante; aunque había conocido a todas las chicas que tomarían clases con él, y solo Ryn había logrado ponerlo en ese estado. No debía tocar a Ryn Stormhold. Mantendría especificaciones en su mente para que fuera más claro.

—¿Estás seguro de eso? —cuestionó y al terminar de hacerlo, Ryn pasó la punta de su lengua por su labio inferior, delineándolo sutilmente.

Oh, por Godric.

—Ryn...

—¿Qué, profesor?

Y ahí estaba la palabra.

Ese simple título le echaba en cara lo mal que estaba sentirse de ese modo respecto a una estudiante. Estaba tan mal. Pero quizá era eso lo que le atraía de ella, que era completamente prohibida. El sencillo pensamiento de pasar sus dedos por su piel de seda hacía que tuviera un cosquilleo de adrenalina.

—No me llames así, por favor —pidió entre dientes.

La mirada de Ryn se oscureció y sus manos volaron hacia su camisa, donde sus dedos acariciaron el borde donde la tela dejaba al descubierto su piel oliva.

—¿Por qué? —Arqueó una ceja. James permaneció en silencio—. Ya veo.

Se puso de pie al pronunciar esas palabras y rodeó el escritorio, sus caderas acentuando sus pasos. Invadió el espacio de James, pero le importó poco cuando se sentó en el tope de la madera, cruzando sus piernas, detalle que elevó un poco su falda ajustada, revelando un poco más de piel.

James tragó gordo.

—Ryn, no hagas esto —pidió, aunque sus ojos estaban pegados a la zona que estaba mostrando su falda—. Está mal.

—Pero se sentiría bien, ¿no?

—Ryn.

—Está bien, Potter. Yo no beso y cuento —aseguró y a pesar de que era una chica confiada, su voz sonó temblorosa.

Una ola de distintos sentimientos abrumadores azotó a James, dejándolo paralizado en su silla. Ryn lo quería también, lo deseaba tanto como él la estaba deseando a ella. Se preguntó si la encontraría excitada si sus manos se aventuraban entre sus piernas.

Dejándose llevar por un impulso, James se puso de pie, quedando frente a ella y colocó sus manos a ambos lados de su pequeño cuerpo, bloqueando las vías de escape de Ryn. Pero a ella parecía molestarle porque elevó su mentón para poder mirarlo a los ojos.

—No debería hacer esto —susurró, sintiendo la dulce respiración de Ryn chocar con la suya—. No debo tocarte.

—¿Y si te toco a ti?

Silencio fue lo que Ryn recibió por respuesta. Los ojos de él brillaron con deseo y lujuria acumulados; eso fue una contestación más certera, una que la impulsó a llevar sus manos a los botones de la camisa de James. Fue quitándolos con lentitud, dejando a la vista la piel ligeramente bronceada. Músculos marcados de manera sutil resaltaban en su abdomen.

Lo escuchó sisear cuando deslizó sus dedos por la piel descubierta, descendiendo por la misma, acariciando y explorando con suavidad. Estaba tentándolo tan sutilmente que quería separar sus piernas y perderse en ellas hasta que lo único que sonara en el despacho fueran sus pieles chocando y débiles gemidos de placer.

No puedes tocarla.

Pero si veía no era tan malo, se recordó a sí mismo. La imagen que había recibido la otra noche flotó en su mente y lo hizo desear verla de nuevo.

—Abre su camisa —ordenó con voz ronca y grave. Casi pudo escucharla jadear, pero obedeció sin chistar. Desabotonó la mitad que le faltaba y permitió que James observara sus pechos cubiertos por el sostén y su abdomen plano—. No te la quites —añadió cuando vio que Ryn iba a remover la tela y se apartó un poco de ella, dejándole espacio—. Quita tu falda.

Ladeando un poco su cabeza, Ryn se puso de pie en el espacio que James le proveyó y se liberó de la falda que rodeaba sus muslos. La dejó caer alrededor de sus tacones de aguja.

James se tomó su tiempo en apreciar su figura.

Su ropa interior estaba combinada, el conjunto de lencería de encaje negro cubría sus senos redondos y del tamaño perfecto, y su feminidad. También tenía un liguero puesto que mantenía sus medias de nylon en un lugar fijo. Sobre esto tenía la camisa blanca abierta. Su cabello estaba suelto, ondas chocolates cayendo sobre sus hombros de forma desordenada.

Era preciosa, sensual, perfecta.

Había estado con una gran y diversa cantidad de mujeres en su vida, pero Ryn resaltaba. Quizá era lo juvenil de su cuerpo o porque no le molestaba encargarse de la situación. Porque era coqueta sin ser demasiado lanzada, porque sabía cómo crear una tensión.

Ryn sonreía cuando lo empujó para que cayera de vuelta en su silla y se trepó en su regazo.

—¿Me deseas, profesor?

—No debería —murmuró James, resistiéndose de tocarla.

—Pero lo haces —dijo Ryn y una de sus manos se posó en la parte de su pantalón que se encontraba abultada—. Yo te deseo, profesor. Prometo que no le diré a nadie.

Y con esas palabras, James se despertó de golpe, sudoroso y con una dolorosa erección en su pantalón de dormir.

—Necesito parar —se dijo a sí mismo, dejando caer su cabeza en la almohada.

Era la segunda vez que soñaba con Ryn y se levantaba necesitado.

James no había visto a Ryn desde la noche en la que fumaron y ella le mostró sus pechos antes de marcharse. Se había torturado sin cesar desde ese momento. Se sentía mal, como si se hubiera aprovechado de su estudiante. Estaba seguro de que en cualquier momento entrarían las autoridades al aula y se lo llevarían preso, en especial porque había escuchado que la tía de «la señorita Stormhold» estuvo en el castillo el día anterior.

Sin embargo, ninguna autoridad entró al aula, pero sí lo hizo Ryn. Tenía el uniforme demasiado corto y ajustado. Era como si quisiera buscarse los regaños de parte de los profesores.

Se le hizo difícil concentrarse en dar la clase. Especialmente porque las imágenes de su sueño húmedo invadían su cerebro cada vez que la miraba. Se sentía avergonzado por eso.

Sí, James Sirius Potter estaba avergonzado. Era momento de que la comunidad mágica pidiera un deseo porque eso no sucedía todos los días. Vamos, todos sabían que él era un desvergonzado de primera. Pero no podía evitar sentirse de ese modo cada vez que tenía un pensamiento obsceno donde Ryn era la protagonista.

No supo cómo lo hizo, pero se las arregló para terminar la lección del día y despachó a los estudiantes.

—Stormhold, ¿puedo hablarte un segundo?

La muchacha se tomó su tiempo en recoger sus cosas antes de caminar hacia él. De cerca, podía ver que tenía ojeras marcadas en su rostro y sus orbes lucían cansados, pero no quitaba que se viera atractiva. Solo le pareció extraño verla de ese modo.

—¿Qué sucede? —preguntó con desinterés, acomodando su melena castaña sobre su hombro derecho.

—No tienes el uniforme correcto —se apresuró en decir porque no sabía cómo acercarse al tema de la noche.

Ryn rodó sus ojos con molestia.

—Dime algo que no sepa —masculló—. Nunca utilizo el uniforme correcto, ya los profesores se cansaron de regañarme al respecto. Incluso McGonagall se dio por vencida, así que le aconsejo que también lo haga —habló con monotonía.

Si James fuera un bastardo, haría algún comentario respecto al humor que cargaba, pero se lo reservó.

—Y quiero hablarte sobre lo de la otra noche...—dejó la oración en el aire, haciendo una enorme pausa, esperando que ella lo comprendiera de ese modo.

—¿Qué sobre la otra noche?

James maldijo en su interior.

—Ryn, sobre lo que dije... y sobre lo que tú hiciste... Solo...

Ella se rio un poco, casi burlándose de su estado de nervios.

—No me llenaré la boca hablando de eso, si es lo que te preocupa —le aseguró con simpleza y encogió sus hombros en el proceso—. Tú estabas volado, yo estaba volada. Nos dejamos llevar por el momento. Además, incluso si no hubiéramos estado fumados, como quiera no lo hubiera dicho. No es el asunto del mundo, sino nuestro.

Tenía que admitir que la madurez con la que Ryn estaba manejando el asunto lo había dejado estupefacto. Quizá porque se había acostumbrado a tener ciertas discusiones con algunas chicas que buscaban más que sexo con él. Mujeres adultas que hacían berrinches, y luego estaba Ryn, quien en pocas palabras le dijo que no le interesaba hablar de lo sucedido.

—¿Estás hablando en serio? —preguntó, ladeando su cabeza porque todavía estaba inseguro.

Ella asintió.

—Claro que estoy hablando en serio —dijo al instante, frunciendo el ceño ante su inseguridad—. Mira, soy tu estudiante y tú eres mi profesor, te echarían de Hogwarts antes de que pudieras decir "quidditch" y bla, bla, bla. Lo sé, no soy ingenua.

—Gracias a Merlín por eso.

—Pero, si en algún momento quieres hacer más que ver, déjame saber.

James la detuvo antes de que pudiera marcharse. Las palabras lo habían dejado alocado.

¿Ryn acababa de hacerle una proposición directa?

—¿Qué?

—Me has escuchado —afirmó.

—Sí te escuché, pero no estoy seguro de haber entendido —confesó.

Había entendido a la perfección, pero necesitaba una aclaración de que no estaba oyendo cosas que no eran. Merlín, iba a irse al infierno. Ryn necesitaba decirle que no quiso decir eso porque no estaba seguro de poder controlarse si era justo lo que había pensado.

—Potter, creo que me entendiste bien —dijo con simpleza—. Pero, si lo necesitas, abundaré en mi propuesta. Tú tienes un año en Hogwarts y todos saben tu reputación con las mujeres, así que vas a estar en una enorme abstinencia. A mí no me atraen los chicos menores y como estoy repitiendo el año, estoy ante una enorme abstinencia también. Eres caliente y estoy segura de que yo también lo soy, ¿por qué no aprovecharnos de ello?

—Puedo pensar en un montón de razones por las que no debemos hacerlo —murmuró James.

Ryn chasqueó su lengua.

—Esas razones solo valen si nos atrapan —adivinó, teniendo una respuesta para todos sus argumentos.

—Tengo pésima suerte. Créeme, nos atraparían en el primer momento —aseguró, reprimiendo un gruñido de frustración—. Ni siquiera deberíamos estar hablando de esto. Soy tu profesor.

—No eres un profesor, Potter. Eres un jugador profesional castigado por el Ministerio.

James frunció el ceño.

—¿Cómo sabes eso? —preguntó.

Estaba seguro de que no era conocimiento público su contrato como castigo.

—Sé leer a las personas —comentó sin darle importancia—. Si en algún momento cambias de opinión, dímelo.

Sin esperar respuesta de su parte, Ryn se marchó del aula, dejando a James muy confundido y enormemente tentado.


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Como que está empezando a hacer calor en este fic. James, James, James, ¿cuánto crees que puedas aguantar sin ceder? 🌚

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