25: Paz y esperanza
EL PROBLEMA CON LA ESPERANZA, ES EL MOMENTO EN EL QUE LA REALIDAD LA ALCANZA. James no lo supo hasta el instante en el que Madame Pomfrey le reveló lo que estaba pasando con Ryn, hasta que se acercó a la camilla y se dio cuenta de que era lo que estaba viviendo, que el amor de su vida estaba muriendo.
El amor de su vida.
Eran palabras grandes y pesadas para su corta edad. Apenas tenía veintidós, próximo a cumplir veintitrés en los siguientes meses. Muchos dirían que era imposible encontrar el amor a esa edad, al menos uno tan verdadero y permanente como el que él sentía por Ryn. Pero era fácil para él saberlo.
Su amor por Ryn no era efímero y débil, sino uno fuerte y trascendental. Amar a Ryn era como estar en las nubes con los pies firmes en la tierra. Era uno que hacía que un futuro sin ella fuera borroso e incapaz de imaginar.
Pero ahí estaba, dándose cuenta de que no importaba cuán grande fuera su amor cuando la muerte era mayor, era definitiva.
Merlín, Ryn era tan joven.
Ella merecía más tiempo, una vida llena de cosas buenas. En sus dieciocho años, solo obtuvo miseria y sufrimiento. Dolor, tragedia, catástrofes. Lo único bueno que conoció provino de dos profesores que conoció en su escuela. Nada de parte de su propio hogar, de sus padres o familiares. Tampoco de amistades porque todas terminaron dándole la espalda cuando las cosas se pusieron difíciles para ella.
Ryn en serio no tenía una buena vida en ese mundo.
En la soledad de la enfermería, James se sintió perdido. Tanto sus padres como McGonagall, Pomfrey y Neville, le permitieron pasar los últimos momentos de Ryn a solas con él. Solo ellos dos entre las paredes de un castillo, tal y como iniciaron su relación.
Si hubiera sabido que ese semestre iba a terminar de esa forma, nunca hubiera dejado a Ryn en su casa luego de despedir el año juntos. Joder, lo mejor hubiera sido que se escaparan lejos y nunca regresaran.
¿Por qué no tomaron esa oportunidad? Estuvieron solos y alejados del mundo. Tuvieron la oportunidad perfecta para tener una vida juntos lejos de la ola de dolor y sufrimiento que les esperaba, pero no se dieron cuenta de eso hasta que fue demasiado tarde. Porque tenían la esperanza de que iban a durar hasta que James terminara su contrato con el ministerio y Ryn sus estudios.
¿De qué valía una educación si estabas perdiendo tu vida poco a poco por el odio del mundo?
Ryn merecía más de lo que obtuvo en vida.
Ahora lo único que James podía esperar era que el otro lado fuera lo mejor para ella, que fuera un lugar donde se sintiera en paz y pudiera descansar en calma. Era lo más que podía pedir.
Tal vez sus abuelos serían capaces de recibirla en el otro lado y ofrecerle el amor familiar que nunca tuvo. Si las historias que escuchó de sus abuelos eran ciertas, no tenía duda alguna de que les agradaría. Ryn siempre tuvo un humor excelente y una lengua astuta que era capaz de idear frases sabihondas. A ellos les agradaría.
Tal vez su tío Fred le enseñaría de sus bromas.
Nunca lo conoció, pero todos aseguraban que era igual que su tío George. Quizá hasta más gracioso e ingenioso en ocasiones.
Estando junto a ella en la camilla de la enfermería, James solo podía esperar y pedirle a todas las personas de las que escuchó en el pasado, que fueran buenas con su chica porque merecía estar en un lugar donde era aceptada.
James pasó una mano por el rostro de Ryn, acariciando la piel de porcelana con cautela. Tenía los dedos temblorosos. No, todo su cuerpo se estremecía. Le tomó un segundo darse cuenta de que era porque estaba llorando. Llorando con tantas fuerzas que su cuerpo se sacudía y apenas podía respirar, pero no le importó.
Dejó salir una bocanada de aire y se trepó en la camilla junto a Ryn, acomodándose pegado a su cuerpo. Estaba tan fría, tan pálida, tan ida.
No quedaba duda de que estaba muriendo, aunque James no quisiera aceptarlo.
—Se supone que me despida de ti —susurró en su oído—. ¿Cómo se supone que haga eso, Ryn?
Parte de él esperaba oir su voz diciéndole un comentario sarcástico y viperino, pero no recibió nada. Apenas podía escuchar su respiración.
Aguantó la respiración por unos segundos, buscando retomar el control de su cuerpo para poder continuar hablando. Había tanto que quería decirle. Tal vez nadie lo escuchaba, pero decirlo en voz alta le ayudaría a tener paz.
Dudaba que fuera a estar calmado alguna vez en su vida luego de esto, pero era lo más cercano que iba a obtener. Necesitaba expresar todo lo que no pudo decirle en los pasados meses, esperando que de alguna forma, ella iba a obtener su mensaje.
—Ni siquiera sé por dónde empezar. Podría decirte que te amo y que no quiero dejarte ir nunca. Podría decirte que amarte duele, duele tanto que no puedo respirar bien cuando estás lejos. —Resopló con amargura—. Pero, ¿de qué vale decirte eso? ¿De qué vale expresarte todo lo que siento cuando sé que no importa? No importa porque como quiera morirás y la última imagen que tengo de ti con vida es una en la que te dije que no puedo salvarte. No sabía cuán real iban a ser mis palabras. Pensaba que iba a tener más tiempo.
» Este mundo ha sido tan cruel contigo que puedo entender por qué la muerte podría ser intrigante. Ryn, espero que la muerte sea la paz que mereces tener. Espero que sea un lugar precioso para ti y que puedas estar feliz. Espero que puedas ser feliz.
James se inclinó y besó los labios de Ryn una última vez, ignorando la frialdad. Solo un roce de labios que decía el resto de lo que quería expresar, terminando su despedida. En un cuento de hadas, ese hubiera sido el momento en el que Ryn despertaba de una maldición y vivían felices para siempre. Pero esta historia no era un cuento de hadas, sino lo opuesto.
La historia de James S. Potter y Katsiaryna Stormhold era una tragedia que no se acababa con beso.
Quince segundos después, Ryn dejó de respirar.
♢
La muerte no era como Ryn pensaba que sería. No despertó en un lugar precioso, en un prado enorme con estrellas brillando sobre su cabeza. No hubo una sensación de paz o tranquilidad. De hecho, no podía sentir...nada. Su pecho estaba vacío, aunque no ser capaz de sentir era mejor que las horas de tortura que experimentó en su muerte.
En lugar de despertar en un lugar precioso, Ryn abrió los ojos para encontrarse en la enfermería de Hogwarts. Solo que estaba fuera de su cuerpo y era capaz de ver a James llorar sobre ella.
Si hubiera sido capaz de sentir, el corazón se le hubiera quebrado.
Pero el vacío absorbió el sentimiento sin darle oportunidad de procesarlo como una emoción real. Después de todo, los muertos no podían sentir.
Solo una persona la acompañaba en ese lado de la enfermería, una mujer rubia de ojos grises. Tenía el cabello atado en una trenza que caía sobre un hombro y lucía... ¿amable? A pesar de que estaba vestida de negro en su totalidad y tenía las botas más aterradoras que había visto antes, la mujer transmitía familiaridad. Pero no tenía recuerdos de haberla conocido antes. Dudaba olvidar a alguien con un rostro como el de ella. No porque fuera una belleza de esas que salían en las portadas de las revistas, sino porque tenía una esencia que creaba un impacto.
—¿Quién eres? —preguntó Ryn, aunque no estaba segura de que la mujer fuera capaz de escucharla.
—Una amiga —respondió con calma.
—No tengo amigos —rebatió Ryn al instante.
La mujer se rio.
—Bueno, puedes decir que nos hemos conocido antes.
Ryn frunció el ceño a medida que la confusión se instaló en su cerebro.
¿Cómo era posible que se hubieran conocido antes? En especial porque estaban en el lado de la muerte... El lado de la muerte.
—¿Eres la muerte?
Esta vez la mujer se rio más fuerte.
—Oh, a Bambi le va a encantar escuchar eso —murmuró, más para sí misma que para Ryn—. No, no soy la muerte, pero sí tenemos una relación estrecha. Solo soy una bruja con habilidades excepcionales...como tú.
Ryn tragó en seco.
—No soy excepcional. Creo que no podría estar más lejos de eso —pronunció en un tono tan bajo que fue apenas audible.
Pero la rubia pudo escuchar cada palabra.
—Sí que lo eres. Lo sé porque, en otro universo, soy tú o, bueno, tú eres yo —dijo, aunque eso no pudo apaciguar la confusión de Ryn—. La verdad es que no sé cómo explicar esto sin que suene como una desquiciada. No soy tan buena en esto, pero sí quería hablar contigo por segunda vez. Creo que lo necesitas más que la primera vez.
Ryn comprendió entonces en qué momento se refería.
Siempre pensó que Neville fue el que logró actuar en su primer intento de quitarse la vida. Siempre pensó que él la había salvado de reunirse con la muerte.
Pero ahora comprendía que tal vez sí había llegado a rozarla y que, de alguna forma, regresó.
—Me salvaste aquella vez.
La rubia negó con la cabeza y encogió los hombros.
—Te salvaste a ti misma —contestó con facilidad—. Solo te dije que todavía te quedaba conocerlo y decidiste regresar.
Ryn ladeó la cabeza.
—¿Decidí vivir?
—Sí. —Suspiró—. ¿Qué puedo decirte? No hay un universo en el que amar a James Sirius Potter no valga la pena.
Entonces Ryn entendió lo que la mujer quiso decir con ser ella en otro universo. Ambas eran ecos de sí mismas. Eran las mujeres que James elegía para amar. Siempre excepcionales, intrigantes, peculiares.
—¿Somos todas tan miserables en todos los universos? —preguntó con curiosidad.
La rubia hizo una mueca, arrugando la nariz.
—Depende. Todas hemos atravesado infiernos y sufrimientos propios. Todas conocemos el lado del rechazo y la desesperación, aunque sí hay versiones de nosotras que eligen ver el mundo más blanco en vez de enfocarse en las sombras como nosotras.
—Así que somos las pesimistas, huh.
La mujer se rio.
—Algo así.
Ryn inhaló profundo y no pudo evitar preguntarse por qué necesitaba respirar cuando estaba muerta, pero no lo dijo en voz alta. En su lugar, regresó la mirada al hombre que amaba y tragó en seco.
—¿Voy a convertirme en un fantasma?
—¿Quieres eso? —inquirió la mujer—. Creo que deberíamos hablar sobre lo que sucedería si lo haces para que tengas una imagen clara. Te conviertes en un fantasma y puedes hablar con James una última vez, pero te das cuenta de que no es lo mismo. No va a poder tocarte ni sentirte. Siempre vas a ser esa versión en la que te perpetuas y él no va a estar en el castillo para siempre. En el mejor de los casos, se irá y continuará con su vida mientras tú te quedas aquí siendo miserable y recordando tus peores momentos. En el peor de los casos, él se ve incapaz de dejarte ir y jamás progresará. Solo se quedará regresando aquí porque es el único lugar donde podrá verte.
Ryn apretó los labios en una fina línea. A pesar de que no era capaz de sentir, quería llorar porque no quería imaginar a James de esa forma. Ella tenía razón. A pesar de que no lo dijo en voz alta, su tono lo infirió. No era justo para James torturarlo de esa forma. Tampoco para ella que se quedaría en ese lugar por toda la eternidad.
No quería ser la próxima Dama gris.
—Así que, ¿solo cruzo el velo al otro lado y ya? ¿Has estado ahí antes?
—Es más complicado que eso. No he estado, pero tengo personas que me han asegurado que es el lugar más precioso que han visitado.
Ryn asintió.
—¿Estaré sola? —Logró vocalizar uno de sus miedos más grandes.
La mujer negó.
—Él hizo una petición especial para ti y me aseguré de pasar el mensaje —confesó—. Vas a conocer unas personas nuevas, pero te van a querer. Serán tu familia, una familia mucho mejor de la que tuviste aquí.
La única razón por la que Ryn no lloró, fue porque no pudo producir las lágrimas, pero sí sabía que su alma estaba haciéndolo.
—¿Podrá sentirme?
La mujer negó con la cabeza y Ryn asintió.
Se acercó a la camilla, inclinándose sobre James para depositar un beso en su mejilla.
—Te amo mucho más —susurró. Apretó los labios en una fina línea mientras se enderezaba y suspiró, observando a la mujer que tenía en frente—. Estoy lista.
La rubia extendió su mano hacia ella y la tomó, apreciando el apoyo que le estaba ofreciendo. No quería estar sola en ese proceso.
—No es doloroso. Creo que te va a encantar —aseguró ella con calma.
Sabía que solo lo estaba haciendo para tranquilizarla porque pudo ver que las paredes de la enfermería estaban comenzando a desaparecer. Sin embargo, quiso creerle. Quería que fuera un lugar precioso y que no le doliera en lo absoluto.
—¿Cómo te llamas?
—Agatha —respondió con una ligera sonrisa.
Ryn se relamió los labios.
—Agatha, ¿qué fue lo que me dijiste la otra vez para hacer que me quedara? No creo que haya sido sobre James. No me importaba el amor en ese entonces.
Agatha borró su sonrisa.
—Me preguntaste si el dolor alguna vez se acababa o desaparecía.
—¿Y qué me dijiste?
—Que nunca lo hace, solo aprendes a vivir con él.
Con esas palabras, Ryn dejó de ver todo a su alrededor y fue cegada por un resplandor blanco. Cerró los ojos con fuerzas, dejando ir su pasado. Cuando los abrió, se dio cuenta de que podía sentir de nuevo.
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Solo voy a decir aquí que falta el epílogo, así que no me olviden o saquen la historia de sus bibliotecas todavía.
¿Cómo se sienten con este capítulo final?
Besos y disclaimers de terapias emocionales,
Thals. ❤️
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