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21: Un poder peculiar

EN EL INICIO DE SU ÚLTIMO AÑO DE HOGWARTS, Ryn estaba emocionada por terminar con su educación. Luego de seis exhaustivos años, se encontraba a unos meses de culminar con lo que se había convertido en una carga para sus jóvenes hombros. No porque fuera excesivamente complicado, sino porque estaba cansándose del mismo circo de actos a los que ya no le interesaba pertenecer.

Sabía que era una persona con influencia en su casa, que los chicos querían tenerla en sus camas, y que otros detestaban. No existía un punto medio con ella. La odiabas o la amabas, y a veces era estar yendo de un punto extremo al otro.

De todas las personas en Hogwarts, solo Neville Longbottom la conocía a fondo. A finales del año anterior había comenzado a ayudarlo en los invernaderos. Todo inició como parte de un castigo, pero la presencia del profesor era amena y relajante, la mantenía anclada cuando su personalidad la ponía en situaciones un tanto peligrosas, o simplemente se estaba alejando del camino de la persona que quería ser. Cuando se estaba empezando a parecer aún más a su padre, necesitaba recordarse que quería ser más como su madre, que necesitaba esa cantidad de gentileza que a los Stormhold le faltaba.

Neville parecía cumplir con los requisitos para mantenerla con los pies en la tierra. En cierto modo, llenaba un rol que a Ryn le hacía falta. Era la figura paterna que necesitaba para regañarla y dejarle saber cuando ya estaba pasándose de raya.

Esa era la misma razón por la cual Ryn no le comentó a Neville que estaba ayudando al nuevo profesor de DCAO, Simon Fox. No porque estuviera haciendo algo necesariamente malo, sino porque estaba segura de que Longbottom no vería con buenos ojos que Ryn estuviera hasta altas horas de la noche en la oficina de Simon ayudándolo a corregir tareas, o hablando, o llamándolo por su nombre de pila en lugar de por su apellido.

Pero Simon era un hombre relativamente joven. Tenía veintiocho años, todavía recordaba lo bueno de la vida, y no era para nada feo. Con el cabello dorado y una sonrisa que podía romper corazones a diestra y siniestra, Simon era el profesor más buena onda que habían tenido en mucho tiempo. Ryn era una de las pocas personas que podía beneficiarse de tener una buena relación con él.

—Eres buena en esto. Si no me cuido las espaldas me vas a quitar el empleo —solía decirle Simon para bromear con ella en las largas noches que pasaban corrigiendo exámenes y tareas.

Habitualmente, Ryn respondía con una sonrisa y una nariz arrugada.

Simon se ganó la confianza de Ryn a la velocidad de la luz con sus charlas. Él le contaba sobre sus aventuras por el mundo y las investigaciones que había hecho, y ella lo escuchaba atentamente, queriendo revelarle los secretos de su familia, las partes que solo McGonagall conocía por precaución. Lo que a Ryn le gustaba de él era que la trataba como una adulta, como una mujer capaz y dueña de sus decisiones. Al contrario de su tía y su padre que muchas veces la veían como una chiquilla malcriada de mala actitud y poca madurez.

Así que una noche de vulnerabilidad en la que Simon le permitió darse un par de copas de vino con él, Ryn se sentó cerca de la chimenea en la oficina y se mordió el labio inferior, pensando en la confianza que le tenía. Simon era un buen tipo y parecía tener una gama de conocimiento que a ella le gustaba explorar de vez en cuando.

—Si te confieso algo, ¿prometes guardar el secreto? —preguntó y Simon asintió, sonriéndole ampliamente con la misma sonrisa que hacía que las entrañas de Ryn se estremecieran con un cosquilleo.

—Claro. ¿Alguna vez he traicionado tu confianza? —inquirió, ladeando la cabeza sutilmente.

Ryn negó con la cabeza.

—No, claro que no. Es solo que este es un secreto muy, muy antiguo, uno que mi familia lleva guardando por generaciones y no solemos compartirlo. Es un gran lío para mí contarlo —advirtió, secándose las palmas sudorosas con su pantalón. El nerviosismo era detectable en su voz y en su lenguaje corporal, pero Simon le ofreció una sonrisa tranquilizante—. ¿Puedo sostener tu mano?

—De mí puedes sostener lo que quieras.

La boca de Ryn se secó ante el comentario de su profesor, pero no quiso darle vueltas al asunto porque no estaba segura de que él estuviera coqueteando con ella. Simon era su profesor y una década mayor que ella. De seguro pensaba que era una niñata con un flechazo porque Merlín sabía que sentía mariposas en el estómago cada vez que le pedía ayuda.

Extendiendo su mano, Ryn sostuvo la de Simon entre sus cuerpos, y él le dio un pequeño apretón reconfortante. A lo que ella respondió con un sonrojo. Por Salazar, era completamente patética. Sacudió la cabeza y se concentró en su energía, en sacar su poder y contenerlo entre las manos. Alzó su palma unos centímetros de la de Simon y fue cuando sucedió.

Una pequeña nube cúmulo flotó entre las manos, rápidamente tornándose en una cumulonimbos, y pequeñas gotas de lluvia empezaron a caer en la palma de Simon. Él miraba lo que estaba sucediendo completamente fascinado, intrigado, y ligeramente confundido. Los truenos y pequeños relámpagos no tardaron en llegar, y Ryn sacó su mano para elevar la tormenta para que flotara entre ellos antes de retirarla por completo como si nunca hubiera ocurrido.

—¿Cómo? —Simon murmuró la pregunta.

—Es algo que solo las mujeres de la familia Stormhold pueden hacer. A veces se salta una que otra generación y desde mi abuela, soy la primera en tener esta habilidad. Por ahora solo puedo controlar tormentas pequeñas y dependen mucho de mis estados emocionales porque suelen tomar mucho de mí. Puede tornarse en un poder muy agresivo si no se trata con cuidado —explicó pausadamente, queriendo que se entendiera con claridad, aunque la verdad era que no tenía muchas formas de explicarlo.

Su abuela había muerto luego de excederse con una tormenta que la hizo desaparecer por una semana, y cuando la hallaron era demasiado tarde. Apenas tenía treinta años cuando ocurrió ese suceso y Alastair nunca se recuperó del todo, así que su padre prefería que Ryn no se expusiera porque no quería pasar por lo mismo que su madre.

—¿Alguna vez piensas que serás capaz de controlarlo por completo?

Ryn encogió los hombros, insegura.

—No... No lo sé —susurró.

Simon sostuvo su mano nuevamente y entrelazó sus dedos con cautela y suavidad, como si estuviera sosteniendo una flor delicada.

—¿Y si te ayudo? —ofreció dulcemente.

Ryn, cegada por la emoción de ese contacto físico, aceptó su ayuda sin saber lo que estaba cosechando en su interior.

Las primeras sesiones con Simon fueron excelentes. Solo se concentraban en hacer pequeñas tormentas en el lago negro donde los demás no eran capaces de verlos, donde era capaz de dejar su poder salir a la luz y donde no corría riesgo de herir a alguien. Por unas semanas, todo estaba yendo de maravilla. A veces, practicaban hasta el anochecer y Simon la despedía con un beso en la mejilla para que se preparara para la cena.

Lentamente, Ryn se alejó de todos sus compañeros y sus calificaciones comenzaron a bajar porque estaba demasiado enfocada en estar con Simon y practicar el control de su poder que no tenía el tiempo o las ganas de realizar sus tareas.

Tampoco visitaba al profesor Longbottom. Apenas y asistía a su clase porque no quería meterse en grandes problemas por faltar. Sin embargo, no era como si realmente le importaran las clases. Solo se enfocaba en planificar cómo empujar su poder un poco más porque era lo que Simon le pedía que hiciera: empujar sus límites.

—¿Estás segura de que puedes aguantarlo? —le preguntaba Simon cada vez que se preparaban para otra sesión.

Ryn asentía y canalizaba su poder hasta que se sentía mareada y su cabeza cerca de reventar. A veces, podía sentir el agua de las mismas tormentas que querían tomar el control de ella, invadiéndole el estómago y los pulmones. En más de una ocasión, Ryn se despedía de Simon con una sonrisa y se apresuraba al baño para vomitar todo el agua que regresaba a ella cuando las retiraba.

Pero no le decía a Simon que cada vez se le hacía más difícil controlarlo y que estaba comenzando a tener consecuencias para ella. Dolores de cabeza constantes, ataques de tos que terminaban en vómitos, y una presión en el pecho que no se le iba del todo. El cansancio no la dejaba concentrarse y comer también se le dificultaba porque se sentía ahogada la mayoría del tiempo.

Ryn lo ocultaba porque le gustaba la atención y dedicación que Simon ponía en ella. Se sentía bien tener la atención de alguien, de un hombre que la veía como una adulta, que veía su potencial. No quería decepcionarlo, incluso si cada vez que invocaba a la tormenta, sentía que se estaba consumiendo.

—Tengo que decirle —se dijo a sí misma.

Pero, ¿cómo iba a decepcionar a Simon? Con lo bueno y paciente que había sido con ella durante esos meses. Sin embargo, estaba consciente de que su condición física y mental estaban

Así que decidió dirigirse a la oficina de Simon a sabiendas que él se encontraba ahí antes de la cena. Tenían acordado encontrarse una hora después de comer, pero no podía esperar tanto. La cabeza la estaba matando y estaba segura de que necesitaba al menos una semana de descanso antes de poder concentrarse en volver a practicar su poder. Si llegaba a intentar de canalizar una tormenta con la forma en la que se estaba sintiendo, no estaba segura de poder tolerarlo físicamente y podía terminar hiriéndose, o hiriendo a alguien más.

El salón estaba a oscuras cuando se adentró en él, pero sabía que se encontraba ahí porque la puerta del despacho estaba entreabierta y la luz del interior se colaba por la apertura, al igual que un par de voces de las que solo reconocía una. Sin embargo, no le hizo falta reconocerla para darse cuenta de que estaban discutiendo. En silencio, Ryn se aproximó a la puerta, escuchando con más claridad lo que estaban diciendo.

—Ya me deshice del bebé, ¿qué más quieres que haga? —preguntó la voz femenina, y a pesar de que no estaba viéndola, supo que estaba llorando; la desesperación clara en los hipidos que soltaba.

—Te dije que nunca vinieras a verme a menos que se tratara de una reunión con previo aviso —masculló Simon.

Ryn apenas pudo reconocer el tono frío y rudo con el que se dirigió a la mujer que lo acompañaba. A ella nunca la trató de esa forma. No, ni siquiera en el aula de clases cuando regañaba a algún estudiante se expresaba de esa manera. Merlín, era como si estuvieran hablando dos personas distintas.

Sin embargo, lo que más la sorprendía era el tema de conversación. Por el amor a Morgana, estaban hablando de un aborto. ¿Simon estaba con alguien? ¿Tenía pareja? Pero todos sus coqueteos... No, Ryn no lo había imaginado todo. Las caricias sutiles, la forma en la que le hablaba cuando nadie los veía, la manera en la que sus ojos le recorrían las piernas o el escote del pecho si tenía una blusa con cuello en V.

No pudo evitar sentirse ligeramente asqueada al pensar que Simon pudo estar coqueteando con ella mientras tenía pareja. Por Salazar, ¿qué tipo de hombre hacía eso? Eran pensamientos pequeños, pero poderosos, de esos que rápidamente estaban quebrando la imagen idealizada que tenía de Simon Fox en su cabeza.

—¿Cómo pudiste hacerme esto? —cuestionó la mujer, aunque no dio lugar para una respuesta porque continuó hablando desesperadamente—: Me has arruinado. Si mis padres se enteran de lo que me obligaste a hacer...

—Yo no te obligué a nada —rebatió Simon de mala gana—. Tú viniste a mi oficina a seducirme. Tú decidiste no usar protección. Tú coincidiste en que un bebé sería lo peor para ambos.

—Eres un cabrón —masculló la chica, y el ruido agudo de piel chocando contra piel fue suficiente para que Ryn supiera que lo había abofeteado.

—Piensa lo que quieras. Eso fue lo que pasó y es una pena que no puedas ver la verdad. Ahora lárgate de mi oficina.

La puerta se abrió de golpe y Ryn se topó cara a cara con la persona que estaba discutiendo con Simon. No era una mujer. Era Tiff Furby, una chica de Ravenclaw que cursaba su quinto año... una niña de quince años que había quedado embarazada de un hombre de veintiocho años. Trece años de madurez y experiencia que Tiff no tenía.

El estómago de Ryn se retorció y una ola de náuseas recorrió su estómago, casi haciéndola vomitar de la impresión.

Tiff se quedó paralizada al ver a Ryn, y Simon, irritado porque la chica no se había marchado, salió para ver qué la había hecho detenerse. Ryn notó el pánico en sus ojos cuando la localizó con la mirada, uno que cambió rápidamente a uno enfadado y casi maniaco.

—Tiff, vete —masculló Simon.

La adolescente lo miró de reojo y bajó la cabeza, escabulléndose fuera del aula con rapidez.

—Ryn...

—Aléjate de mí —exigió ella dando dos pasos hacia atrás, procurando no tropezar con los escalones a sus espaldas.

Necesitaba imponer una distancia entre ellos. En especial con la nube viciosa y asesina cubriendo los ojos de Simon, aquellos orbes que alguna vez la observaron con gentileza y hasta cariño.

¿Acaso todo había sido mentira?

—No le hagas caso a lo que Tiff dijo. Está pasando por un episodio de...

—No pretendas —lo interrumpió Ryn—. Puedes pensar que soy una chica estúpida, pero siempre le creeré a una chica abusada.

Simon se rio.

—¿Abusada? Vaya, Ryn, esa es una palabra muy grande para lo que verdaderamente ocurrió —dijo él, caminando hacia ella.

Ryn continuó retrocediendo, bajando los escalones con cautela, tratando de imponer una distancia prudente antes de escapar. Si lograba acortar los metros entre su cuerpo y la puerta del aula, tendría más oportunidades de irse sin que Simon la detuviera con un hechizo antes.

—¿Entonces qué pasó? —optó por seguirle la corriente para distraerlo.

—Está teniendo un episodio de alucionaciones. Cree que la he embarazado. Está loca, Ryn. Justo iba a llevarla con Pomfrey cuando apareciste, pero prometo buscarle la ayuda que necesita —aseguró Simon, su voz regresando al tono dulce y gentil que empleaba cuando le hablaba en el pasado.

Solo que ahora Ryn no era capaz de creerlo. No después de que escuchara la verdadera forma en la que se expresaba. No cuando sabía que era completamente falso.

—Te... Te creo —se esforzó en decir, completando la afirmación con una sonrisa que no le llegó a los ojos—. ¿Vamos a practicar ahora? Sé que dijiste después de la cena, pero creo que estoy preparada para empujar mis límites.

Simon sonrió con alivio, y asintió.

—Claro. ¿Vamos al lago?

Ryn asintió con el corazón latiéndole en la garganta. Las manos le temblaban y estaba tratando de cubrirlo al agarrar la tela de su falda, estrujándola con fuerzas para aminorar la respuesta de su cuerpo ante el terror de lo que podía suceder.

—Sí, vamos.

Asintió ligeramente y esperó a que Simon se le acercara para poder caminar junto a él. Estaba actuando. Una vez cruzara la puerta, sería capaz de correr lejos, gritar, alertarle a los retratos... cualquier cosa. De seguro alguien estaba merodeando los pasillos y la escucharía. Solo debía salir del aula porque no estaba del todo segura de que Simon no la hubiera insonorizado. Lo único que le aseguraría salir de ese cajón, sería caminar junto a él y pretender como si nada.

Pero algo estaba ocurriendo.

Su profesor, ese que todos adoraban y que era el nuevo favorito de los Slytherin, era un hombre perverso, de las peores escorias pisando el planeta. Era un manipulador, abusador, un violador. Tiff era una niña. Apenas quince años de vida y había sido seducida por un hombre adulto que le llevaba trece años de experiencia. No era que estuviera opuesta a las diferencias de edades porque con una edad adulta y estando en unas etapas de vida similares, podía entenderse. Pero Tiff era una menor incapaz de tomar sus propias decisiones. No importaba lo madura que pudiera sentirse o que Simon le hubiera hecho creer que era, seguía siendo una niña.

Así que caminó junto a él, sintiéndose completamente insegura y en peligro. Conocía sus opciones y sus desventajas. Simon era un mago exitoso y talentoso, sabía cómo atacar y defenderse. Lo único que Ryn tenía a su favor era un poder que no era capaz de controlar del todo, que se comportaba irregular bajo presión, y que la mayoría del tiempo trataba de ahogarla si empujaba todos sus límites.

Por primera vez en su vida, Ryn rezó. No sabía si existía una fuerza superior capaz de ayudarla, ni siquiera creía en la gama de religiones muggles, pero necesitaba creer que sí. Al menos en ese momento donde necesitaba fortaleza, determinación, y una gran porción de valentía, aunque fuera de todo menos eso.

«Solo un metro más», pensó con alivio.

La puerta del aula se cerró de golpe y Ryn se sobresaltó, retrocediendo un paso. Su espalda chocó con el pecho de Simon y se apresuró en apartarse, volteándose lo más rápido que pudo.

—¿Realmente pensaste que me creí ese pequeño acto? —preguntó Simon, acorralándola contra la madera de la puerta. La presionó con su cuerpo, inmovilizándola, y sus manos le sostuvieron la cara con tantas fuerzas que Ryn pudo jurar que dejarían marcas—. ¿No crees que puedo localizar a una perra mentirosa desde lejos?

—¡Déjame ir! —gritó Ryn, tratando de zafarse de su agarre.

—Tsk, no puedo hacer eso ahora. Primero tengo que borrarte esos recuerdos y luego averiguar cómo canalizar tu poder para completar mi investigación. No vas a arruinarme mi boleto de entrada al ministerio.

—¿Tu qué?

—¡Mi investigación! —exclamó y luego la miró a los ojos riéndose. Ryn no vio rastro del hombre con el que había compartido tantas semanas—. ¿Crees que he invertido todo este tiempo porque salía de mi corazón? He sabido quién eres desde el momento en el que entraste por el salón.

—¿Qué? —murmuró con el ceño fruncido—. Nunca le dije a alguien...

—Tú no, pero tu tía tenía una bocota cuando estudiábamos juntos. Esperaba que su poder despertara, pero no lo hizo. Ah, pero su sobrina recién nacida ya era capaz de crear nubes en su sueño.

Ryn se removió, incómoda e incrédula ante la verdad. Fue utilizada por meses y nunca se dio cuenta. Solo se dejó llevar por las partes de su corazón que reclamaban atención y permitió que un hombre extraño le sacara todos los secretos y la manipulara, afectándose física y emocionalmente para su beneficio propio.

—Nunca me vas a tener —susurró Ryn y echó la cabeza hacia el frente con fuerzas, golpeándole la nariz con la frente.

Simon profirió un gruñido de dolor, soltándola de inmediato para llevarse las manos a la cara. Un chorro de sangre se escurrió por sus manos y Ryn aprovechó la distracción y la distancia para abrir la puerta, pero Simon se recuperó, halándola del cabello bruscamente. Ella cayó al suelo, golpeándose con la esquina de una de las mesas. Al caer se mordió la lengua y escupió un buche de sangre que le invadió la boca.

—No vas a escapar, Ryn. Ni aunque lo quieras con toda tu alma.

Ryn comenzó a tratar de levantarse del suelo, pero Simon la sostuvo de los tobillos, arrastrándola de vuelta a su posición inicial. La fuerza bruta que empleó le elevó la camisa y los ásperos ladrillos del suelo le rasparon la piel del abdomen.

Aprovechando el dolor de la muchacha, Simon se trepó a horcajadas sobre su cuerpo, impidiendo que se moviera.

—Está bien. Pronto vas a olvidar todo esto y te llevaré a la enfermería para que te atiendan esas heridas luego de caer por las escaleras —la consoló Simon, acariciándole el rostro ensangrentado con el dedo índice.

—Eres un psicópata, Simon —masculló Ryn.

Él negó.

—Solo hago lo que es mejor para ambos.

Antes de que él pudiera pronunciar algún hechizo, Ryn permitió que su poder saliera de su cuerpo; los vientos de tormenta arrojaron a Simon al otro lado del aula. Con dificultad, se puso de pie y observó sus opciones. Podía marcharse del salón y buscar ayuda, o podía asegurarse de que Simon nunca volvería a herirla.

«Termínalo», se dijo sin pensar en las consecuencias.

Porque Simon no solo era una amenaza para todas las chicas que la rodeaban, sino que sabía su secreto más profundo. Quería utilizarla para algo que no comprendía del todo. Era una amenaza para ella.

Y también quería vengarse de todos los meses que la empujó, que la manipuló, que la utilizó.

Así que en lugar de marcharse corriendo del aula, Ryn concentró todo su poder en su exterior. El viento fluyó en círculos y con una rapidez inigualable, rodeando a Simon como una jaula. El ventanal del aula estalló con la presión del aire. Entonces conjuró un grupo de nubes, seguidas de los relámpagos que anunciaban el inicio de una tormenta. Los truenos no tardaron en llegar y Ryn solo se esforzó más.

Podía sentirse mareada, al igual que su nariz estaba comenzando a gotear sangre, pero no se detuvo, sino lo contrario. Hizo que los rayos empezaran a formarse.

Tosió agua.

—¡No vas a poder hacerlo, Ryn! —le gritó Simon.

—Obsérvame —dijo, extendiendo las manos frente a ella para dirigir su poder.

Sus pulmones gritaron por oxígeno, por el agua que los estaba llenando.

Tosió de nuevo.

—No eres lo suficientemente poderosa —continuó Simon.

Ryn sintió algo hacer «clic» en su interior. Un cambio en su sistema que le alivió el quemazón en los pulmones. Todo el agua de la tormenta que la estaba ahogando comenzó a fluir fuera de ella, flotando hacia Simon, escabulléndose con fuerzas en su boca y su nariz.

Había invertido la tormenta, causando una inundación en Simon. Lo estaba ahogando y no sabía cómo pararlo, pero tampoco quería hacerlo. Solo se quedó observando cómo la tormenta que había creado continuaba matándolo. No detuvo su poder en ningún momento. Solo continuó hasta que el cuerpo de Simon dejó de pelear y estremecerse en el aire, hasta que supo que no había forma de que su corazón continuara latiendo.

Hasta que estuvo muerto.

—Ryn, ¿qué has hecho?

Se volteó lentamente para encontrar a Neville Longbottom observándola con una mirada que no pudo descifrar. ¿Estaba decepcionado? ¿Molesto? No. Estaba completamente aterrado y paralizado por la sorpresa de la atrocidad que acababa de cometer.

La realidad de sus actos la golpeó.

Le quitó la vida a una persona.

Mató a una persona.

Asesinó a alguien a sangre fría.

Oh, por Salazar. ¿Qué clase de persona era? Siempre se había considerado alguien que trataba de hacer el bien, de alcanzar un punto medio en el que podía canalizar los puntos de su personalidad que le causaban pavor; las características que la hacían parecerse a su padre. Pero en ese momento era mucho peor que su progenitor.

Era una asesina. Sus manos estaban cubiertas de sangre, incluso aunque no hubiera derramado una sola gota. Porque incluso si las personas se enteraran de la verdad, el agujero negro en su alma solo seguiría expandiéndose, recordándole que era una persona tan vil como la que acababa de matar. Eran los epítomes de la malicia, de lo que estaba mal con el mundo.

La verdad era que Ryn no le quitó la vida por defensa propia. Lo hizo por razones egoístas, porque se sintió traicionada, porque le arrebató la confianza, porque la manipuló, y su padre siempre le enseñó que las oportunidades para vengarse no se repetían y tampoco debían ser desaprovechadas.

Desviando su mirada a uno de los cristales remanentes del ventanal y su reflejo le devolvió la mirada. Solo que esa vez no se vio a sí misma, vio la misma imagen de su padre. Y odió cada segundo que pasó observándose.

Se repudiaba.

Odiaba la persona en la que se convirtió esa noche. Tanto así que apenas podía aguantar observar su reflejo. No toleraba la piel que la rodeaba. Si no podía estar quince segundos frente a sí misma, ¿cómo iba a explicar lo ocurrido? ¿Cómo le decía al mundo que era tan horrible como todos pensaban que era?

Sollozando, dio un paso hacia el cadáver de Simon, el cual yacía en el suelo con los ojos abiertos y vacíos.

—Voy a arreglarlo —murmuró.

Sin embargo, en lugar de detenerse junto a él, continuó hacia el ventanal quebrado. Se volteó ligeramente para darle una última mirada a Neville, y se lanzó.

Una vida por otra.


_____________

Mmm, sí, buenas, ¿qué tal les trata la vida?

Se sabe la verdad de lo que sucedió aquel día. En el próximo se explicará a fondo cómo fue que lograron meter a Ryn de vuelta a Hogwarts y todo lo demás.

Así que, cuéntenme, ¿sus teorías le atinaron?

Con lo que saben hasta ahora, ¿cómo creen que será el final?

21/25

Love,
Thals. ❤️

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