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2: Castigo ejercitado


JAMES SE DESPERTÓ CON UNA ENORME SONRISA EN EL ROSTRO.

A pesar de que apenas había dormido, adaptarse a la nueva vida responsable de un profesor se le dificultaba, se sentía menos frustrado que el día anterior. Sería la primera vez que entrenaría a los equipos de Quidditch y era consciente de que muchos se opondrían a practicar en conjunto, pero era de la primera vez en mucho tiempo que tenían a un entrenador que había participado en las grandes ligas del deporte. James era profesional y sabía que alguno de los estudiantes también quería serlo. Siempre había uno.

En adición a su pequeño regreso al Quidditch de forma pequeña, su alegría estaría en molestar a la chiquilla del tren, Ryn. Le parecía un poco altanera y, ya que sabía que ella no había participado en los equipos, suponía que ella detestaba el deporte o tal vez no era buena en él. De igual manera sería una forma de probarle que sí había castigos que ella nunca había realizado.

Lo asistiría durante las prácticas, quizá hasta la haría ejercitarse con los miembros de los equipos. Tendría que ver hasta qué grado sería la oposición de la chica ante su castigo.

Era temprano, una hora antes del amanecer, y ya se encontraba vestido de manera más casual, tirando a deportiva, preparándose para entrenar a los chiquillos. Desayunó algo rápido, pero que lo mantendría con energías y también tomó una cargada taza de café que los elfos domésticos que trabajaban en las cocinas de Hogwarts le prepararon. Estaba ligeramente emocionado.

También era consciente de que los estudiantes lo detestarían el triple porque eligió hacer la práctica a las ocho de la mañana un sábado. Estaba cavando su tumba, pero era la manera en la que lo habían entrenado a él.

Y si verdaderamente les apasionaba el deporte, no pensaba que les molestaría un poco de disciplina a la hora de entrenar.

McGonagall había hablado con él antes de iniciar las clases y le comentó que los equipos estaban teniendo una baja en desempeño y que ya no eran tan competitivos como en el pasado. Antes se lo tomaban más en serio, sabían que si alguno aspiraba a entrar en las ligas profesionales, se requería tener un trasfondo en algún equipo, posiciones y puntuaciones o marcas que enumeraran sus fortalezas y récords establecidos.

Fue de esa manera que James había podido entrar a los Montrose Magpies en primer lugar. Si no hubiera sido por eso, jamás le hubieran dado la oportunidad de la prueba.

Así que le había puesto un poco de empeño o quizá solo quería torturar a los estudiantes para que sintieran la frustración que retenía en su sistema. Se suponía que estuviera entrenando para la temporada, para los nuevos campeonatos, para hacer crecer su carrera. Sin embargo, estaba estancado enseñándole a pequeños mocosos cómo lanzar una maldita quaffle.

Preparado para iniciar el día, James se encontró a las ocho de la mañana en el campo de quidditch, observando repetidamente su reloj mientras esperaba a que los estudiantes llegaran. Quince minutos después de la hora acordada, James todavía se encontraba esperando a que algunos jugadores hicieran acto de presencia y que Ryn se dignara en aparecer también.

Finalmente, llegaron los que faltaban; Ryn siendo la última. La muchacha estaba vestida de la manera menos apropiada para una práctica de quidditch. Merlín, incluso llevaba una falda ajustada que le cubría justo el trasero.

Tal vez sirvió para que los chicos despertaran —la mayoría al menos—, pero James no necesitaba ese tipo de distracción para unos chicos hormonales que estaban aprendiendo para qué servía lo que llevaban entre las piernas.

—Han llegado tarde —dijo James con voz neutra e inexpresiva, ocultando en su interior lo molesto que se encontraba con la impuntualidad de los jóvenes—. Acaban de añadir tres vueltas más al campo a su rutina de hoy.

Escuchó a uno de Gryffindor carcajearse.

—¿En escoba? Por favor, eso es pan comido —se burló el mismo, codeando al que estaba a su lado.

Fue el turno de James para reírse.

—Gracias a su compañero, serán cuatro vueltas más las que harán —anunció, sonriendo sin ganas—, corriendo.

Las protestas no tardaron en llegar, incluso Ryn abrió sus ojos desmesuradamente porque era algo nuevo.

—¿Está loco? ¡Es un deporte en escoba! —exclamó un estudiante de Hufflepuff.

—Nos está tratando como muggles —acotó un chico de Slytherin. Podía reconocerlo como el estudiante que Ryn golpeó en el Expreso de Hogwarts—. Apuesto a que ni siquiera tiene preparación para entrenarnos.

Nuevamente, James se encontró inundado de rabia. Un mal sabor se instaló en su boca, su ceño se frunció y apretó sus manos en puños, sus nudillos poniéndose blancos por la presión ejercida. Ladeando su cabeza, apretó sus labios en una fina línea antes de permitirse hablar.

—¿Cuál es tu nombre?

—Adrien Winstock. Tal vez ha escuchado de mi padre; te pateó el trasero en el campeonato de hace dos años. Podría decirle que te enseñe a jugar, a ver si puedes aprender de un verdadero talento —dijo el Slytherin, una sonrisa marcando una expresión burlona en su rostro juvenil.

James buscó en sus recuerdos por una cara familiar que viniera a su mente cuando escuchó el nombre hasta que lo consiguió. Sabiendo qué hacer, dio un paso al frente.

—¿Cuál es tu posición? —cuestionó.

—Cazador.

—Déjame adivinar, también eres el capitán de tu equipo, ¿no? —El silencio entre los estudiantes y la sonrisa de Adrien fueron más que suficientes para deducir la respuesta—. Hagamos algo. Agarra tu escoba y una quaffle. Tendrás cinco oportunidades de lanzar, yo serviré de guardián, y si logras echar al menos tres tiros, dejaré que todos se vayan.

No tenía que presionarlo mucho. Todavía recordaba lo altanero que él mismo fue en su adolescencia, creyendo que sería capaz de comerse el mundo solo por su apellido. Cuando llegó a las ligas profesionales fue que tuvo que enfrentarse al mundo real y descubrir que no solo tenía que tener talento, sino que debía entrenar duro para poder vencer a los demás equipos del mundo.

Adrien dio un paso al frente, estirando su brazo para que uno de sus compañeros —menor y más delgado— le pasara su escoba de último modelo y la agarró para elevarse unos metros sobre el suelo.

James esbozó una sonrisa triunfante porque el chico había caído justo en su trampa. Podía ser Slytherin, pero le faltaba malicia y astucia. Se olvidaba por completo contra quién jugaría. Además, el muchacho tenía una escoba nueva que no parecía haber utilizado, no parecía haber leído que ese modelo en específico había salido un porcentaje de deficiencia.

Sin mencionárselo, James tomó su propia escoba, montándose en ella antes de seguir al muchacho. Voló hasta su posición frente a los aros y esperó. Analizó el panorama, la forma en la que Adrien volaba y sostenía la quaffle con impaciencia, movimientos acelerados y demasiado torpes.

Lo vio lanzar la pelota con fuerzas, pero no la suficiente como para que James tuviera que moverse y atraparla. Cayó justo en sus manos. Sonriendo burlonamente, se la devolvió en un lanzamiento firme y rápido. Adrien tuvo que moverse para poder alcanzarla.

Los siguientes tres lanzamientos tuvieron el mismo patrón. Para el último ya sabían que no tenían oportunidad de librarse de James S. Potter, pero continuaban observando para saber cómo terminaría todo. Se había esparcido el rumor de que el joven profesor era retador y que le gustaba intimidar a aquellos que osaban desafiarlo. Incluso algunos habían comenzado a decir que era un abusador.

Adrien estaba tan enfadado que parecía echar humo por las orejas ante la humillación que estaba recibiendo de parte de Potter. Estaba pensando que había hechizado la quaffle para evitar que pudiera hacer un punto.

Desde su posición, Ryn disfrutaba de la escena. Era de las pocas veces que encontraba satisfacción en Hogwarts, pero era divertido ver cómo le pateaban el trasero a Adrien. Hasta se rio un poco cuando vio que su compañero falló el último tiro.

—Recuerdo a tu padre, Winstock. Le pateé el trasero. En las calificaciones del campeonato, quedé en el top diez de los mejores cazadores a nivel nacional en mi segundo año de carrera; tu padre no llegó al top veinticinco —habló James, encogiendo sus hombros—. Así que puedes decirle que ando dando clases, por si quiere aprender de un verdadero talento.

Ryn mordió su labio inferior, sus ojos recorriendo la anatomía de Potter mientras rodaba sus ojos ante la forma sutil en la que le devolvió las palabras a Adrien. Admitía que había sonado caliente y que lo encontraba un poco interesante. Era distinto a los chicos que todavía estaban en Hogwarts; se veía de lejos que James sabía cómo cazar a las personas.

Con un silbido, James gritó la orden de que se pusieran a correr y a los estudiantes no les quedó de otra que ponerse a hacerlo. Ya no tenían forma de retarlo para evitar que fuera tan físico, pero tenían que crear resistencia. No todos los partidos eran cortos, sino que podían extenderse durante exageradas horas y era bueno tener una buena resistencia física para distintos panoramas.

Observando a Ryn sentada viendo a los demás correr, James se dirigió a ella, manteniendo una ceja arqueada en todo momento.

—No te veo corriendo —dijo, cruzando sus brazos para adoptar una pose más autoritaria, pero solo logró que la atención de la chica se concentrara en sus bíceps formados y fuertes.

—Yo no soy parte del equipo —respondió Ryn, esbozando una sonrisa altiva y jugueteó con un mechón de su cabello ondulado, enrollándolo en su dedo índice como si la cosa no fuera con ella—. Y tampoco encuentro diversión en el juego.

Él se carcajeó un poco.

—Por eso se llama un castigo, ¿no? —inquirió, ladeando su cabeza. El rostro de Ryn dejó de lucir tan divertido y una máscara de seriedad cubrió su piel—. Y tampoco estás vestida apropiadamente.

—Estás disfrutando de esto, ¿verdad, profesor? —replicó, intentando de mantener la calma y sacó su varita, moviéndola levemente al transformar su ropa por una más cómoda y deportiva—. Profesor, solo porque no encuentro placer en el quidditch, no quiere decir que soy una ignorante que no sabe jugarlo o practicarlo.

James mantuvo sus ojos en los de ella en todo momento, esperando a que ella se dignara a cumplir el entrenamiento como los demás. Se aseguraría de hacerla sudar.

—Nunca dije que lo fueras.

Ella tomó el atrevimiento de tocarle la barbilla a James en un gesto burlón.

—Sé leer entre líneas, profesor.

Dando la vuelta, Ryn se contoneó para alcanzar a los jugadores y James se fijó en su figura similar a la de un reloj de arena. Llevaba un pantalón de Quidditch blanco y tan ajustado que realzaba un trasero firme y redondo.

Estaba seguro de que podía pensar en otras formas en las que podía hacerla sudar, en distintas posiciones. Sus manos temblaron ante la ligera necesidad de apretujarlo mientras... Detuvo sus pensamientos de golpe, percatándose de lo que estaba haciendo. ¿Acababa de imaginarse a sí mismo follándose a su estudiante? ¡Era una estudiante, sin importar lo apetecible que luciera su retaguardia!

Sacudió su cabeza, alejando las imágenes gráficas que estaban invadiendo su mente y se concentró en hacer que los jugadores completaran el entrenamiento. Los hizo correr, realizar lagartijas, lanzamientos, golpes, entre otros ejercicios. Para la hora en la que terminaron, varios estudiantes se encontraban tirados sobre la hierba del campo, exhaustos.

Para su sorpresa, Ryn todavía seguía de pie. Tenía el cabello atado en una coleta alta de la cual se escapaban algunos mechones rebeldes, utilizaba su camiseta verde para secarse el sudor que cubría su frente, dejando al descubierto su abdomen, y con su mano libre se abanicaba el rostro sonrojado por la actividad física.

—Pueden marcharse a bañarse y continuar sus planes de hoy —los despachó James.

—Es una maldita bestia —escuchó que un estudiante se quejó.

No pudo evitar sonreír orgullosamente.

—¿Algún otro castigo? —preguntó Ryn, deteniéndose a su lado mientras esperaba con calma algunas instrucciones de su parte.

James negó, desviando su mirada lejos de la gota de sudor que se encontraba deslizándose hacia el valle de los pechos de Ryn.

—No, ya hemos acabado por hoy.

—Pensaba que serías más duro conmigo —murmuró ella como si nada—. Tal vez no encuentre satisfacción en sus clases, pero en sus castigos puede que la encuentre.

Él frunció el ceño ligeramente.

—No tienes más castigos conmigo —le notificó, aclarándose la garganta.

Todavía.

Relamiendo sus labios, Ryn le dio una palmadita en el hombro y se marchó, siguiendo al resto de los estudiantes fuera del campo de Quidditch, dejando a James severamente confundido.

¿Ryn acababa de coquetear con él o eran productos de su imaginación por la pequeña abstinencia que estaba teniendo? Cualquiera que fuera la respuesta, estaba mal. No podía permitir que una estudiante se metiera bajo su piel. No podía desear o imaginarse realizando actos inapropiados con ella.

«Contrólate, James», se dijo a sí mismo, resoplando por lo bajo.

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Dedicado a tefiPops y a mis nenas heyymei_ fantasymoony  EthanKeenan las amo ❤️

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