Cap. 9
Jacob:
Llega el mediodía y voy hacia el comedor de los guardias donde hallo a todos comiendo y conversando deliberadamente, Melou está entre ellos sonriendo con algo que Yang, el coreano, le dice.
Me siento al lado de la asiática, la cual se pone roja solo con mi presencia. Comienzo a comer en silencio, sin hablar con nadie hasta que alguien decide romper mi tranquilidad.
—Ustedes tuvieron algo ¿no?— habla uno de los guardias sentado al otro lado de la mesa refiriéndose a Melou y a mí.
Melou deja de comer y yo me muerdo la lengua para evitar decir lo que pienso.
—Sí— asiente otro guardia —lo dijeron en los noticiarios, pero al desembarcar te desapareciste— se gira hacia Melou.
Todos se han quedado en silencio al pendiente de la conversación, Melou se recompone y esboza una sonrisa completamente falsa. Tuve el tiempo suficiente con ella como para saber cuándo sonríe de verdad.
—Pues sí— habla —lo que tuve con Jacob no fue una relación como tal porque él nunca lo vio así— aprieto la mandíbula con algo de enojo.
—¿Por qué?— le pregunta Yang con el acento asiático más pronunciado que la chica que está a mi lado.
Se encoje de hombros y veo como sus ojos se cristalizan —Pregúntenle— me señala.
Todos me miran —¿Podemos comer en paz?— espeto.
—Diles Jacob— pide ella —diles por qué nunca aceptaste el estar conmigo.
—Melou... — advierto.
—Diles por qué preferiste meterme en un manicomio, sola, para librarte de mí— el resto murmura y ella pestañea varias veces para ahogar las lágrimas —diles la razón del por qué no fui suficiente.
—Melou este no es el momento.
—Es que nunca va a ver momento— se levanta, arroja con rabia la servilleta que llevaba en la mano sobre la mesa y se va.
Nadie habla, nadie se mueve, el apetito se me ha quitado, también me pongo de pie y salgo en su busca.
La veo doblar la esquina hacia las habitaciones y la sigo, entra a la suya y antes de que la cierre entro igual.
—¿Qué quieres?.
—Hablar.
—¿Hablar?— bufa —¿No quisiste hablar cinco años atrás y ahora sí?.
—Nunca lo vas a superar ¿eh?.
Niega —No, porque decidiste elegir a otros antes que a mí.
—Sabes...
Levanta la mano deteniendo mi habla —Y lo entiendo, yo me enamoré cuando tú solo lo consideraste un pasatiempo.
—No es...
—¡Déjame terminar!— se altera —me ilusioné feo contigo y eso fue mi perdición, ahora entiendo a Francesca, a la inmune esa... — doy unos pasos hacia ella —no te me acerques.
—Yo también necesito hablar— aclaro y camino a medida que ella avanza hacia atrás —comprendo que no tomé la mejor decisión al... — las palabras no me salen.
—Deshacerte de mí— termina por mí y su espalda choca contra la pared.
—No es la mejor palabra pero sí— poso mis manos en la pared alrededor de su cabeza —después de que te fuiste te busqué, y hasta ayer te estaba buscando.
—Pero fue tarde.
—¡¿Y no piensas que lo sé?!— exclamo —¿No piensas que todavía me duele haber perdido cinco putos años cuando tuve la oportunidad de ir contigo?— se le salen las lágrimas.
—¿Y por qué al menos no me diste la oportunidad de elegir? ¿Por qué me dejaste en el peor momento, Jacob?.
Pego mi frente a la suya, cierro los ojos, quiero hablar, quiero decirlo pero las palabras se me atascan en la garganta con un jadeo.
—Dime, Jacob— exige.
Abro los ojos y me encuentro con un gris humedecido, beso sus lágrimas.
—No lo sé— me voy por la vía más fácil.
Ella suelta un risa falsa —Entonces me avisas cuando lo sepas.
Intenta separarse y no la dejo estampando mi boca en la suya, se resiste, trato de transmitirle todo lo que siento, la beso con violencia, me empuja en vano, agarro sus manos y las presiono por encima de su cabeza, sigue negándose, muerdo su labio y halo de él haciendo que abra la boca y suelte un gemido ahogado, aprovecho para meter mi lengua y toco el piercing, gruño al sentirlo, se estremece y jadea.
Al fin se da por vencida y me deja invadir totalmente su boca, me besa con la misma vehemencia, el mismo deseo. Mi lengua acaricia la suya en una guerra campal en la que ninguna piensa darse por vencida. Extrañé esto, extrañé la suavidad de sus labios, el frío metal de ese piercing, la extrañé toda.
Aprovecho cada segundo en su boca hasta que de repente me muerde el labio con fuerza obligando a separarme, su mano se estrella en mi mejilla izquierda logrando que voltee la cara.
—No te atrevas a hacer eso de nuevo.
Me río con descaro mientras trato de recuperar el ritmo de mi respiración.
—¿En serio?— aprieta los puños a su costado —ahora mismo estabas jadeando en mi boca— intenta golpearme de nuevo y no la dejo tomando su mano —¿a qué le temes?— le susurro pegándome a ella y entrelazo sus dedos con los míos —¿qué es lo...?— me detengo al ver lo que tiene en el dedo anular.
Esto no lo había visto antes, me separo aturdido y ella me mira con rabia en los ojos.
Me paso las manos por el pelo —Mierda.
—Vete, Jacob.
—No— niego y trago tratando de desaparecer el nudo que se ha formado en mi garganta —no puedes...
—Jacob, vete— repite y la miro a los ojos.
A ese gris que me atrajo desde la primera vez. Respiro hondo, doy media vuelta y salgo dejándola sola.
Camino sin dirección y me detengo en el medio del pasillo.
No puede ser lo que estoy pensando ¿En serio la perdí? ¿Ya no tengo oportunidad? ¿Qué es esto? ¿Karma?.
Aprieto los ojos y me siento frustrado, las mismas emociones que pensé que habían desaparecido hace tiempo hacen acto de presencia.
La rabia, el enojo, la frustración, la exasperación.
Ella no puede... no puede...
El aire se me atasca, todo me da vueltas.
—Señor ¿Está bien?— una empleada se detiene a mi lado, intenta tocarme y no la dejo.
—Estoy bien.
Cruzo todas las puertas que veo, el presidente me llama y no hago caso, llego al jardín trasero en el que estuve esta mañana y me dejo caer cerca de un árbol de trébol. Llevo mis manos a ambos lados de mi cabeza.
No, no, no... esto no puede estar pasando.
—Oye ¿estás bien?— escucho la voz aniñada de la hija del presidente.
Alzo la cabeza y la encuentro frente a mí mirándome con ojos de cordero.
—¿Dónde está pitufina?— vuelve a preguntar mirando a todos lados.
¿Pitufina? Sin querer sonrío.
—¿Quién es pitufina?— mi voz se escucha ronca e intento aclararla carraspeando.
Ella se sienta a mi lado con los pies estirados, deja el oso ese que siempre lleva frente a nosotros.
—La muchacha que tiene el pelo pintado.
—Ella no se llama pitufina— aclaro.
—¿Entonces cómo?.
—Acércate— se corre hasta que mi boca llega a su oído y le susurro lo que quiero.
Ella se separa y abre la boca —Pero me gusta más pitufina— se enfurruña cruzándose de brazos.
—Vale.
De repente su estado cambia y se levanta dando saltos —¡Vamos a jugar!.
-—¿Qué? ¡No!— su labio inferior tiembla —no, no, no... llores.
—No quieres jugar conmigo.
—Es que... — cierro los ojos y maldigo —no sé jugar— me excusó.
Ella hace una mueca —¿En serio? ¿Estás grande y no sabes jugar?.
—Exacto, mejor ve por pitufina y dile que juegue contigo.
—No porque te vas a ir.
—Yo te voy a esperar.
—Está bien— deja el oso en el mismo lugar y sale corriendo.
Niego con una débil sonrisa y me levanto para irme antes de que regrese. De todos modos me ayudó a medio aliviar la incomodidad que siento.
Vuelvo a mis labores de dirigir a los guardias, al final decidí aceptar el trabajo.
Quizás así logre recuperarla.
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