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Cap. 6

Reencuentro:

Jacob:

El día pasa como siempre, hoy ha estado nublado, llega la noche y me preparo para ir a trabajar.

El bar en el que trabajo queda en el centro de la ciudad, es uno que abrieron hace tres años, llego en mi auto y ya Ana y el resto están ahí, hoy no le corresponde trabajo a Amanda, es dos días sí y dos días no, ayer me tocaba pero no vine.

El bar como siempre empieza a llenarse, los camareros estamos de aquí para allá y de allá para acá, detesto esto, lo bueno es que dentro de dos días tendré otro trabajo.

Llegan las doce de la noche y los que están borrachos empiezan a bailar, otros siguen bebiendo, yo me siento en una esquina, ya que no hay nadie cerca de la barra. Miro a la multitud, me sirvo un trago de ginebra y lo bebo de una.

—Oye— Ana se me acerca.

—¿Qué quieres?.

—No quiero nada, Banner, solo vine a hacerte un favor.

—¿Favor?— río con amargura y me sirvo otro trago.

Viene un viejo hasta nosotros y le pide una cerveza, ella se la da y se gira a arrebatarme la botella.

—¡¿Puedes hacerme caso un momento?!— alza la voz y los camareros cerca nos miran —hay algo que tengo que decirte— farfulla entre dientes.

—Si no es importante no quiero saber.

—Lo es, créeme— respira hondo -la chica de la foto que siempre llevas...

La miro —¿Qué tiene?.

—Déjame terminar por Dios— una pareja se acerca a por más bebidas y voy yo esta vez a atenderlos —estuvo anoche aquí.

—¿Qué?— mi corazón se acelera.

—Como lo oyes, estaba distinta pero era ella.

—¿Cómo lo sabes?.

—Por el color de sus ojos, tenía el mismo corte de cabello pero teñido de azul y rosa a mitades, también llevaba un piercing en la ceja.

Me paso las manos por la cara —¿Cómo iba vestida? ¿Con quien vino?.

—Una pregunta a la vez, iba vestida de negro y vino con una pareja que parecían hermanos.

—¿Le preguntaste el nombre?.

—No, si me quedé mirándola demás y me saltó como fiera, además estaba borracha, ella y con los que andaba formaron un show aquí.

Era ella.

El aire se me atasca, me alboroto el cabello.

—¿Sabes el nombre de la pareja con que vino?.

Niega —Creo que son los que tatúan en el local que está a medio kilómetro de aquí— le doy la espalda y su voz me detiene —¿a dónde vas?.

—A coger aire.

Salgo por la parte trasera y saco un cigarrillo para encenderlo, empiezo a fumar tratando de apagar la maldita ansiedad que me ataca.

La brisa no me refresca ni una mierda, tiro el cigarrillo al suelo, lo apago con la suela del zapato y vuelvo a entrar.

—¿Amanda la vio?— le vuelvo a preguntar.

—No, ella tampoco vino ayer— asiento y voy en busca de mi chaqueta —¿te vas a ir?.

—Sí.

—Dominik se va a enojar.

—Me vale mierda.

Tengo que encontrarla, salgo del bar y me subo al auto emrumbándome al lugar donde hacen esos tatuajes. Sé que son las una de la madrugada pero no importa.

Voy a toda velocidad hasta llegar, me bajo y toco la puerta de aluminio que produce un ruido extremadamente alto. Nadie abre, vuelvo al auto y me siento en espera de que lleguen.

×××

Las nueve de la mañana me toma y no llega nadie, me recuesto de la capota del auto cruzado de brazos.

Un hombre viene hasta donde estoy —Si viene a tatuarse o a hacerse algo con los mellizos le digo que ellos hoy no trabajan.

Maldigo —¿Sabe dónde viven?.

—No, lo siento.

Agradezco y decido volver a mi apartamento. Llego y como siempre, me encierro, voy hasta la cocina y saco la botella de ron para beber.

Tocan a la puerta, voy hasta ahí y veo por el orificio de la misma a Amanda, me doy otro trago y me giro dejándola ahí en la puerta, que se canse de tocar y timbrar, no estoy para nadie hoy.

Entro a mi habitación, me quito los zapatos, me siento en la cama y sigo bebiendo hasta que la botella se acaba.

—Esto es una mierda— se me cae la botella haciéndose añicos en el piso.

Me dejo caer en la cama y ahí mismo me quedo dormido.

×××

Dos días después:

Me pasé dos días bebiendo encerrado en mi apartamento y ahora el dolor de cabeza me tiene al borde de una crisis, pero eso no es motivo para no asistir hoy a la casa presidencial.

Amanda ha venido y ha llamado pero la he ignorado totalmente.

Me doy un baño con condiciones, me echo de la loción y me visto normal, no estoy para trajes, ni nada de eso.

Salgo y conduzco en el auto hasta llegar.

Es inmenso el lugar, le doy mi nombre a los dos guardias que están como porteros y me dejan entrar.

—Jacob Banner— confirma una mujer —venga sígame.

Camino detrás de ella, cruzamos pasillos, puertas, subimos escaleras hasta que llegamos a un despacho que tiene dos puertas.

—Espere aquí— ella se va por una de ellas.

Minutos después llega el presidente junto a su hija y esposa.

—Jacob Banner— le estrecho la mano —es un gusto tenerlo aquí.

No hablo y la mujer se presenta con su hija en brazos —He oído hablar mucho de usted y me sentiré más tranquila sabiendo que cuidará de nuestra seguridad.

—Aún no he dado mi respuesta.

—Pero sé que será un sí— el presidente interfiere —y si no, me encargaré de convencerlo porque hay personas infiltradas, no se sabe quién es quién y usted tiene experiencia.

—Lo necesitamos— habla la primera dama.

Mejor dejo de hacerme tanto de rogar —Está bien.

—Venga, le mostraré el lugar y cómo funciona la seguridad— empezamos a caminar dejando a la mujer con la hija —la otra chica está en eso igual.

—¿La otra chica?.

—Sí, ella es... mira estos son dos de los guardias— me presenta a dos guardias que vienen en sentido contrario.

Me muestra todo lo relacionado con la seguridad del palacio, me deja claro que tendré que pasar seis días de la semana aquí y los domingos puedo ir a casa.

Estamos tres horas en eso, me lleva hasta las habitaciones de los guardias, me enseña la mía, veo una sombra por el rabillo del ojo y para cuando me quiero voltear escucho un grito.

—¡Al suelo!— la ventana a nuestro lado se rompe y alguien se lanza sobre mí como tratando de cubrirme mientras diviso al presidente siendo protegido por la asiática que me llevó la carta.

La persona que se tira sobre mí nos hace rodar escaleras abajo, es una mujer pero no logro verle la cara, hay disparos, intento moverme pero ella no me deja. Me golpeo la espalda, el brazo, las costillas y seguimos rodando hasta que no hay más escalones y su cuerpo cae sobre el mío.

Se aparta el corto cabello y me quedo sin respiración cuando un par de ojos grises chocan con los míos.

Me sonríe con malicia —Hola, limoncito.

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