Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

CAPÍTULO: 4

ABRIL

Si hablamos de las virtudes de Fabián, a pesar de tener muchísimas, podría decirse que la paciencia no entra en la lista. No entra de ninguna manera. Por no hablar de lo que detesta la impuntualidad. El motivo que justifique un retraso tiene que tener la suficiente envergadura como para compararse con un incendio que arrase media ciudad. Eso como poco. Así que no, yo no tengo excusa más que estaba disfrutando de una mañana con mis amigos. Pero eso no le sirve. Lo sé porque, al llegar a la puerta del restaurante, le veo y su rostro no es de comprensión. Fabián se mantiene sentado en una de las mesas para dos que hay en el centro del restaurante. Viste con un elegante traje azul marino con una camisa blanca y gemelos dorados en los puños de la chaqueta. Con su mano derecha, tamborilea con los dedos sobre el mantel, manteniendo su mirada fija en las copas de cristal vacías. Ni siquiera levanta la cabeza para ver que soy yo quien acaba de entrar en el establecimiento. Esto promete.

—Sé que llego tarde, lo siento mucho.

Me aproximo hasta su rostro con la intención de saludarle con un pequeño beso en los labios. Sin embargo, Fabián retira mi mano de su rostro y me mira por primera vez. Está claramente enfadado. Sus cejas gruesas se alinean dando cobijo a su mirada castaña, ahora mucho más oscura de la habitual.

—Sabes que odio la impuntualidad, Abril —con una mano retira un mechón rizado de su frente y vuelve a centrar su atención a las copas de cristal.

—Lo sé, lo sé y lo siento mucho. Estaba con mis amigos y...

—Ya te he oído. ¿Y tú a mí?

Quiero a Fabián, de verdad que lo hago. Le quiero desde el primer día que le vi entrar en las bodegas de mi padre. Pero se vuelve una persona incorregible cuando hay algo que no le gusta. Por insignificante que sea el detalle.

—Voy un momento al baño —le anuncio.

—Claro —responde con sarcasmo—. Has llegado ya más de diez minutos tarde, qué importa que sean diez más.

Resoplo, cansada, mientras dejo el abrigo sobe el respaldo de mi silla. Saludo con una sonrisa amable a un par de camareros que me dan la bienvenida de camino a los lavabos y, una vez allí, contemplo mi imagen en el espejo ovalado del baño. Inspiro y suelto el aire lentamente varias veces seguidas. Con rapidez, abro la cremallera de mi bolsa y busco en su interior mi estuche de colorete rosado y brochas y mi pintalabios en tonos nude. Me retoco de forma sutil el maquillaje y, con un poco de agua, me refresco la nuca cogiendo una bocanada de aire por última vez. Antes de salir, compruebo el estado de mi blusa y ajusto un poco más el cinturón de mi pantalón ancho. Fabián siempre me dice lo mucho que le gusta verme con el pelo recogido, así que me empeño en sujetar todo mi cabello en una coleta lo más tirante posible. Un último vistazo al conjunto y salgo de los lavabos con el bolso en mi mano izquierda.

—Abril —me llama justo antes de que yo pueda tomar asiento—, nunca he querido ser duro contigo. Pero sabes mejor que nadie lo mucho que odio...

—La impuntualidad.

—Podrías haberme contestado a las llamadas. Estaba preocupado.

—Solo estaba en el Muse's y se me pasó tan rápido el tiempo que no me di cuenta de la hora que era.

Fabián chasquea la lengua antes de volver a centrar su mirada en mí. Me toma de la mano y acaricia con ternura mis nudillos. La luz natural que entra en el restaurante hace que sus ojos se vean de un tono dorado más intenso que el habitual y yo me quedo absorta observando cómo sus comisuras se elevan dibujando una sonrisa cálida y reconfortante.

—Debería haber estado más atenta al reloj —confieso sin apartar mi mirada de la suya.

—No te fustigues más, cariño ¾me pide sin dejar de acariciar mis manos—. ¿Quiénes estabais en la cafetería?

—Gala, Nicolás y yo —sonrío—. ¿Sabes? Hemos hablado con Lola y viajará a España para las vacaciones de Navidad. ¿No es genial? Por fin podré presentártela, seguro que Lukás te cae genial. Es un chico estupendo.

Fabián apenas conoce a Gala más allá de un par de quedadas puntuales y conoce a Nico de las veces que ha venido a buscarme a la cafetería, pero nada más. Siempre ha sido un chico que le ha dedicado todo su tiempo a los estudios, a formarse y a aprender el negocio familiar. Los pocos ratos libres que tenía los pasaba conmigo o con los hijos de varios socios de nuestras familias.

—Ya sabes que no sé si les caería bien. Soy muy distinto a ellos, igual que tú.

Odio con toda mi alma cuando hace eso. Cuando nos hace de más solo por tener un apellido que vale el suficiente dinero como para tener el poder del que presumen nuestras familias. Yo conozco a todo su círculo de amigos, la diferencia es que, de los míos, ninguno tiene un yate para veranear por las islas griegas.

—Son mis amigos. Ni siquiera te has molestado en conocerlos bien, nunca.

—Tus verdaderos amigos son nuestros círculos más próximos —me señala con el dedo, pero rectifica su gesto rápidamente—. No digo que no sean buena gente, pero son como nosotros. Además, pronto tendrás los exámenes en la universidad, tienes que aprovechar el tiempo para estudiar. Tienes un futuro portentoso por delante, Abril. Ambos lo tenemos.

Desde que era una niña, me han dejado bien claro que mi camino ya estaba marcado, incluso mucho antes de que rompiese en mi primer llanto dentro de la habitación del hospital donde nací. Abril Pedraza ya tenía su ruta hecha, perfectamente delineada, como la estela de una estrella brillante y digna de admirar. Ni siquiera tenía que verse en la humana necesidad de tomar cualquier clase de decisión. Todo venía escrito de antemano. Y no he conocido mayor condena en toda mi vida. Mi ropa, los cinco colegios distintos en los que tuve que matricularme, qué dieta seguir, mis notas finales, mis amistades, qué carrera estudiar, quién iba a ser mi novio desde los diecisiete años... Todo. Absolutamente todo venía escrito en unos papeles de futuro de los que yo nunca he tenido la potestad ni he decidido firmar. Mi misión es poner buena cara y agradecer que, simplemente, tenga que dejar que mis días pasen según lo previamente planificado. Mi único deber es no vivir.

Olvidar la presión que siento en el pecho cada mañana se ha convertido ya en parte de mi rutina.

—¿Saben ya lo que van a tomar? —nos pregunta el camarero.

Yo todavía sostengo la carta entre mis manos, apenas he leído un par de líneas desde que he vuelto del lavabo. Sin embargo, Fabián cierra su carta con decisión y se la entrega al metre perfectamente vestido con su traje negro a juego con su pajarita anudada al cuello.

—Sí. Yo tomaré el tartar de marisco con lima y las vieiras con espuma de bogavante —pide Fabián—. Y para beber yo quiero una copa de vino tinto.

—Perfecto. ¿Y la señorita?

—Yo tomaré una ensalada de tomate y una botella de agua, por favor.

—Fantástico.

—¿Podría traer también un poco de pan? —pregunto en un tono de voz bajo, ocultando la mitad de mi rostro tras la carta forrada en cuero oscuro.

—Por supuesto.

Le hago entrega al camarero del menú y, cuando se marcha de nuestra mesa, despliego la impoluta servilleta sobre mi regazo y recoloco un par de cubiertos que han quedado torcidos sobre el mantel. Se me están terminando las improvisaciones para evitar toparme con la cara de advertencia de Fabián, quien ni siquiera he catado el vino tinto en cuanto lo han descorchado junto a nosotros.

—¿Estás segura de que es la mejor opción? Ya conoces tu dieta... ¿Cuándo tienes la siguiente revisión con el endocrino?

El camarero vuelve con una pequeña cesta de mimbre llena de pan recién hecho. Llevo siendo diabética desde que tengo uso de razón y sé lo que me sienta bien. Sería la primera vez en la historia donde, un simple trozo de pan, desencadena la muerte de una joven chica diabética. Sin embargo, es mucho mejor ser alérgica al marisco y que tu novio decida que es una buena idea reservar en una de las mejores marisquerías de la ciudad. Porque, claro, un trozo de pan puede causarme la muerte pero la anafilaxia que me provoque una gamba es un mal menor.

—Es solo un poco de pan —contesto molesta—. Un poco de pan no me hará daño.

—Yo solo me preocupo porque estés bien.

—¿Hoy ni siquiera recordabas que soy alérgica al marisco y ahora te preocupas por mis citas con el endocrino?

—¿Cómo?

Puede que mi comentario no haya sido el mayor acierto. Estoy segura de ello, por lo que intento reconducir la situación lo mejor que puedo.

—¿Cuánto tiempo hace que no nos vemos y simplemente nos dedicamos a estar juntos? —le pregunto—. Estás tan pendiente de la inauguración del hotel o de que cumpla mis horarios de estudio que parece que no exista nada más.

—Estamos aquí para celebrar algo importante —recalca de forma que, de toda la gente que ocupa sus mesas en el restaurante, solo yo pueda escucharle.

—¿Un nuevo hotel de nuestras familias? ¿Cuántos llevamos? Es el tercero que inauguran en lo que llevamos de año.

—¿Te parece algo insignificante?

—No me hagas hablar... —susurro.

Antes de que nuestra discusión continúe, el mismo camarero vuelve para traernos lo que parece un tartar de marisco, vieiras y un enorme plato de ensalada de tomate con queso. Fabián le da las gracias con un gesto de cabeza y yo lo sonrío de forma tímida.

—Abril —me llama mientras me las apaño para aliñar mi plato con un poco de aceite y sal—, no quiero que discutamos. Es que estoy nervioso y quiero que todo salga bien esta noche. Tú también lo quieres, ¿no es así?

Fabián se hace con mi mano por encima de la mesa de nuevo y entrelaza sus dedos entre los míos. Sus manos son cálidas, al igual que el color bronceado de su piel que combina a la perfección con la miel de sus ojos. Creo que eso es algo que me gustó desde el principio, como sus ojos pueden pasar de la tempestad a la calma en cuestión de segundos y mostrarlo en su tonalidad castaña. Eso y que Fabián es el chico más detallista que conozco. Al principio de nuestra relación, mi habitación se llenaba de rosas rojas que él se encargaba de enviar y me preparaba cientos de sorpresas para escaparnos juntos para que yo pudiese ver las estrellas por la noche. Aunque ahora hace mucho tiempo que no hacemos esos planes. Hace mucho tiempo que mi vida con Fabián no ve más allá de los negocios y de la importancia de que nuestras familias permanezcan unidas. Todo es dinero y más dinero. Supongo que es una mala racha, otra mala racha. Pero saldremos adelante, como siempre hacemos.

—Necesito que me digas que todo va a salir bien. Necesito oírlo.

—Fabián...

Él retiene mi mano con más fuerza entre las suyas, inclinando su cuerpo hacia delante para poder mirarme fijamente a los ojos. Siento la punzada de su anillo, con el sello de la familia grabado, clavándose en la palma de mi mano.

—Dímelo.

Su agarre se afloja de inmediato cuando el camarero nos trae la última comanda de nuestra comida de hoy. A penas he podido saborear nada más que los nervios y la tensión que se acumulan sobre los hombros de mi acompañante. Muerdo mi labio con fuerza antes de hablar, dejándome llevar unos instantes por el escozor de mis dientes sobre la piel. Ahora no, otra vez no.

Aquí no.

—Todo va a salir bien.

Satisfecho, besa con cautela el dorso de mi mano y le suelta después para reclinarse sobre su silla. Fabián es de esa clase de personas que consigue todo aquello que se propone, por muy descabellado que sea. Absolutamente todo. Lleva la palabra éxito grabada con un hierro ardiente bajo la piel. Desde que era un niño, creció sabiendo que su camino iba a estar labrado de éxitos y sueños cumplidos. Le criaron para que así fuese, igual que a mí. Todas sus opciones conducían a la misma dirección, no importaba lo que escogiese. Fabián iba a ser un triunfador. La única diferencia que nacía entre nosotros es que él tuvo la oportunidad de escoger desde el principio el rumbo que tomaría su vida.

Fabián termina de comerse su tartar y parte de mi ensalada. Tengo el estómago cerrado, y no creo que se deba solamente a que el olor a marisco comienza a marearme. Hay algo más, algo que se desenvuelve en mi interior cuando veo a Fabián atender una llamada de teléfono de su padre.

—Sí, papa. Se lo diré —me mira de reojo unos instantes—. Claro, descuida. Ahora mismo voy.

—¿Ocurre algo?

El chico guarda el teléfono móvil dentro del bolsillo interno de su chaqueta de traje. Se limpia con cierta elegancia las comisuras de sus labios con la servilleta y la arroja después sobre la mesa. No son más de tres miradas las que cuento antes de que mi pareja se coloque su abrigo y una bufanda en tono caoba anudada al cuello.

—Mi padre quiere que vaya con él y sus socios al hotel, antes de la inauguración. Tu padre estará allí también. Dice que es importante que vaya formando parte de las reuniones no tan oficiales...

Una risa burlona se desprende de su boca mientras deja el dinero suficiente como para pagar nuestra comida y dejar una generosa propina al servicio del restaurante. Con un gesto de cabeza, avisa al camarero para que recoja el dinero.

—Procura no llegar tarde esta noche, cariño. —Con pasos sigilosos se acerca hasta mí para agacharse lo suficiente como para que sus labios rocen la piel fría de mi pómulo. Siento el calor emanando de su mano sobre la tela que viste mi cintura baja antes de que su aliento impacte contra mi oído con una sutileza que me eriza la piel—. Y ponte el vestido verde que te regalé. Me muero de ganas de vértelo puesto.

Es entonces cuando me besa pausadamente por segunda vez la mejilla y abandona el restaurante, dejándome con la palabra en la boca una vez más.












¡Hola bonicos! ❤ ¿Cómo estáis? Espero que todo os vaya genial ❤

Yo os traigo un nuevo capítulo de mi niña Abril . Esta semana voy a tener más tiempo para escribir porque estoy algo enferma y me quedo esta semana guardando descanso en casa.

¡Contadme! ¿Qué os parece Fabián? ¿Y la relación que mantiene con Abril? ¿Tenéis ganas de asistir a la fiesta de inauguración del nuevo hotel? Estáis todos más que invitados ❤ ¡No os la podéis perder!

Nos leemos, bonicos 

María

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro