CAPÍTULO: 2
BRUNO
—¡Medina! ¿Qué diablos te pasa hoy? ¿Se te ha olvidado correr botando ese maldito balón?
Los gritos del entrenador se escuchan desde el interior de los vestuarios con total claridad. Incluso más que los gemidos suaves de Mayka sobre mi oreja.
—¡Medina! ¿Ahora también se nos ha olvidado defender? —aúlla, muy enfadado—. ¿Y dónde narices se ha metido Arias?
Mierda. Ese soy yo. Tengo que darme prisa o terminará estallándole la vena del cuello a ese hombre. Hablo enserio, es como un gnomo gruñón.
Me concentro de nuevo en la chica, quien inclina su cabeza hacia atrás mientras arquea su espalda entre mis brazos. Mayka sube y baja con ganas, sentada a horcajadas sobre mis piernas. Tiene el cabello revuelto y los labios hinchados. Hace más de quince minutos que el entrenamiento de hoy ha empezado, exactamente la misma cantidad de tiempo que ha tardado ella en esconderse en los vestuarios conmigo. Una vez más. Mayka es la recepcionista del centro polideportivo y nos lo pasamos bien juntos. Increíblemente bien. Pero creo que ya va siendo hora de volver a la cancha si no quiero que el entrenador le prenda fuego a las instalaciones.
Con habilidad, succiono sutilmente la piel de debajo de la oreja de Mayka sin bajar el ritmo de mis embestidas, mientras ella ahoga un grito de placer al sentir mis dedos trazando círculos sobre su clítoris con habilidad, aumentando la intensidad. Minutos después, ella se deja ir por completo y yo acabo retirándome el preservativo para tirarlo a la papelera después de que ella se enfunde de nuevo con su uniforme. Me visto con rapidez y abandono el vestuario mientras dejo que ella se recoloque la melena castaña y su falda de tubo por encima de las rodillas.
—Recuérdale a tu amigo Oliver que este viernes se acaba el plazo para abonar su siguiente mensualidad del polideportivo —me informa, ajustándose las gafas sobre el puente de la nariz.
—¿Con eso quieres decirme que ha sido uno de los mejores orgasmos de tu vida?
—Eres un crío, todavía te queda mucho por aprender —recalca ella con sorno, centrando su mirada en mis ojos azules. Lola, mi hermana melliza, siempre me dice que son idénticos a los de nuestra madre—. Aunque tienes unos ojos preciosos.
—No pensabas eso cuando me has empujado dentro de la ducha, ¿no crees?
Contengo la risa, dejando escapar parte del aire entre mis dientes. Me visto con la ropa interior, unos pantalones anchos de color negro que me llegan a la altura de la rodilla y mi antigua camiseta de los Boston Celtics que deja ver parte de mi nueva marca en la piel. Mi nuevo tatuaje de la espalda ya está prácticamente curado y me encanta como combina el resultado junto a los que ya lucen en mi brazo izquierdo.
—¡Medina! ¿Ahora resulta que eres manco? —la voz del entrenador vuelve a la carga con mucha más energía que antes—. ¡¿Dónde cojones está Bruno?!
—Corre o te colgará de la canasta —me advierte Mayka—. Hoy no tiene un buen día.
—¿A caso tiene alguno que no sea así?
Por mi bien, obedezco a sus palabras y le guiño un ojo antes de salir del vestuario. Mayka sabe que no busco ningún tipo de relación que no sea disfrutar de un poco de sexo antes de los entrenamientos. Y lo entiende, ella tampoco busca nada más que diversión y placer. Aunque siempre me pregunto qué pensaría su marido si supiese que, cada martes y viernes por la tarde, su mujer grita en voz alta el nombre de un jugador de baloncesto diez años menor que ella. Misterios del matrimonio, supongo. No es problema mío.
Antes de acceder a la pista, me entretengo dos últimos segundos en uno de los lavabos para recolocarme con los dedos unos cuantos mechones de mi cabello negro azabache y, para terminar, tomo un largo trago de agua del grifo antes de salir a la cancha.
—¿Y tu de dónde demonios sales chico? —grita el entrenador con la cara mucho más encendida de lo que nunca había visto antes. Y eso es mucho decir porque llevo más de cuatro años entrenando con él—. ¡El entrenamiento ha empezado hace más de veinte minutos y esta panda de mequetrefes no es capaz de encestar dos tiros seguidos! ¡Coge ahora mismo ese balón y muéstrame por qué sigo intentando entrenaros! ¡Joder!
—Lo siento, entrenador. Tenía que ir al baño urgentemente.
El hombre me mira fijamente el tiempo suficiente como para que yo me haga le entender por qué es una buena idea seguir entrenando al equipo. Ajustándome la camiseta por dentro del pantalón, le hago una señal a uno de mis compañeros para que me pase la pelota. Desde medio campo, Erick, uno de mis amigos de la infancia, se aproxima hasta mí para defenderme. Flexiona las rodillas, extiende los brazos y se agacha lo suficiente como para que las palmas de sus manos queden a la altura de mis caderas. Sus ojos no apartan la mirada del balón que comienzo a botar contra el suelo. Antes de fintar hacia la izquierda, el lado débil de mi compañero, me entretengo intercambiándome la pelota entre las piernas y por detrás de la espalda, algo que sé que a Erick le termina poniendo de los nervios.
—¿Es que no sabes hacer otra cosa? —me pregunta.
Pequeñas gotitas de sudor comienzan a resbalarse por su mandíbula. Cómo me divierte hacerle rabiar.
—¿Cuándo aprenderás del maestro, Erick?
Amagando hacia su izquierda, le despisto de forma que cuelo el balón por su izquierda para zafarme de él. Uno de los puntos fuertes de Erick es que es increíblemente rápido, así que no tarda en alcanzarme para volverse a situar frente a mí en posición de defensa. Me acompaña hasta que ambos nos colamos en las rayas que dibujan la zona bajo la canasta. Con agilidad, me cambio la pelota de mano y me giro, dándole la espalda a mi contrincante. Avanzo un par de pasos más y, antes de que Erick pueda levantar los brazos para impedir que lance a canasta, mis piernas son más veloces y amago de nuevo dejando sola a la defensa. Me impulso sobre ambos pies y tiro a canasta con una sola mano. La pelota ni siquiera roza el aro de la canasta al encestar.
—¡Por fin algo que merece la pena ver en este entrenamiento! ¡Maldita sea! —aplaude el entrenador y aunque parezca enfadado, esta vez hay cierto tono de alegría en su voz.
El comentario del hombre hace que se me escape una risa nerviosa a la que Erick no tarda en unirse. A pesar de su semblante de tipo duro e inaccesible, los enfados no le duran mucho. Aunque odie perder por encima de todo. Mi amigo y compañero pasa un brazo por encima de mis hombros y, juntos, nos encaminamos hasta el banquillo donde nos sentamos unos instantes para beber agua de nuestras botellas. Yo bebo un poco y aprovecho para mojarme la nuca dejando que el agua descienda libremente por mi espalda.
—Pienso machacarte la próxima vez, que lo sepas —me advierte Erick, tomando asiento a mi lado.
—Para ganarle tendrías que volver a nacer.
Ese es Oliver, mi mejor amigo. Mi mano derecha en realidad. Prácticamente, nos hemos criado juntos y, a pesar de que no es uno de nuestros mejores jugadores, se intenta dejar siempre la piel en la cancha. De no ser por él, yo desconocería lo mucho que me encanta ese deporte.
Oliver se deja caer sobre el suelo, arrebatándome mi bidón de agua entre las manos para terminar su contenido por completo. Su pelo castaño luce totalmente húmedo, con pequeñas gotitas de sudor que recorren sus rosadas mejillas. Erick, por su parte, se cuelga una toalla alrededor del cuello con intención de ir directo a la ducha.
—¿A dónde vas? —le pregunta Oliver—. Aún tenemos que ir al gimnasio antes de terminar el entrenamiento.
—Paso de eso. Puede que dentro de la cancha Bruno sea el mejor jugador, pero sabéis de sobra quién es el mejor en fuerza.
—Tocado y hundido, chaval.
Oliver levanta las manos a modo de rendición y se levanta del suelo. Erick termina de recoger toda su ropa de abrigo dentro de la mochila. Estamos a pocas semanas de comenzar la Navidad y en la ciudad ya hace demasiado frío durante todo el día.
—¿Vendréis mañana por la noche? Emma lleva preparando su fiesta de cumpleaños desde hace más de dos meses —nos recuerda Erick mientras se coloca los auriculares en las orejas para conectarlos a su teléfono móvil.
—Yo sí. Sabiendo el mal genio de Emma, no quiero que me corte nada que me deje sin descendencia si no aparezco por allí ¾responde Oliver.
—¿Y tu Bruno?
Termino de recoger todas mis pertenencias dentro de la bolsa de deporte y me coloco junto a Oliver, quien me devuelve mi bidón de agua ya vacío.
—Mañana por la noche tengo que trabajar hasta cerrar el turno en el restaurante.
Desde hace unos meses, trabajo como cocinero en un pequeño restaurante del centro de la ciudad. No llevo mucho tiempo allí, pero es importante para mí. Quiero sacrificar las horas que hagan falta para que mi jefe, uno de los chefs más conocidos de la zona, vea que tengo el potencial suficiente como para dirigir mi propio restaurante algún día. Ese sería mi gran sueño. Pero, para ello, tengo que esforzarme al máximo las horas que hagan falta.
—Pues Emma te castrará —me advierte Oliver con una sonrisa burlona.
—¿No puedes escaparte unas horas antes? —me pregunta Erick, haciendo caso omiso a la preocupación de Oliver.
—Lo intentaré.
Erick se despide de nosotros antes de desaparecer por las puertas del polideportivo. Próximo a ellas, se encuentra la pequeña oficina de Mayka, quien está empezando a recoger todos los papeles que seguramente tenga esparcidos por el escritorio. No estaría mal probar una nueva sesión de sexo allí. Puede que se lo plantee antes del partido del domingo. Para liberar tensiones, más que nada.
—¡Por eso has llegado tarde a entrenar! ¾exclama Oliver dándome una fuerte palmada en la espalda—. He tenido que correr el doble de vueltas al campo por tu culpa, capullo.
—¿De qué hablas?
—De que has vuelto a tirarte a Mayka. ¿Te recuerdo que nos jugamos entrar en el campeonato dentro de dos días?
Oliver siempre se ha preocupado por todo en exceso. No solo de sus problemas, sino también de los demás. Diría que, incluso, se preocupa mucho más por estos últimos que por los suyos propios. Esa es una característica que nos diferencia aún más. Yo vivo el presente y considero que es un insulto a la vida no hacerlo. Es cierto que debería frenar de vez en cuando, practicar eso de pensar las cosas un par de veces antes de actuar. Pero estaría engañándome a mí mismo, por mucho que Oliver y los demás me lo adviertan más veces de las que me gustaría reconocer.
—Y aún así, sigo siendo el mejor jugador del equipo.
Sin que mi mejor amigo se lo espere, me hago con uno de los balones que todavía quedan sueltos por el campo de baloncesto y lanzo a canasta desde una distancia de la que es considerablemente complicado encestar. Pero lo hago. El balón a penas emite un sutil chasquido al rozar con la red de la canasta, dejando constancia de un tiro más que limpio que hace que Oliver desencaje la mandíbula antes de mostrarme su dedo corazón.
—Me das asco, Bruno.
—¡Arias! ¿Te crees que esto es el patio del recreo? —me pregunta el entrenador en su tono habitual—. ¡Cinco vueltas más al campo! ¡Ya! ¡Y tu Medina más te vale levantar el doble de kilos que la semana pasada o vas a fregar la cancha con la lengua! ¡Niñatos!
Irremediablemente, Oliver y yo rompemos a reír a carcajadas a pesar de que los gritos del entrenador no cesan y llenan el polideportivo durante la siguiente hora.
—Te veo en los vestuarios —le digo a Oliver mientras comienzo a correr alrededor de la pista.
—Ojalá te tuerzas un tobillo.
—¡Aún así seguiría siendo el mejor!
¡HOLA BONICOS! ✨❤
¡Qué ganas tenía por fin de traeros un capítulo de mi chico preferido! *Lukás no te enfades ejem ejem 😈*
Aquí se descubren ciertos aspectos de Bruno que serán muy importantes para la trama de la novela. El primero, el baloncesto, un deporte que va a jugar un papel fundamental en la ambientación. Y, por otra parte, el grupo de amigos de Bruno, especialmente Oliver. Estoy más que segura de que muchos os encantará ese personaje ❤❤.
¡Contadme! ❤ ¿Os ha gustado? ¿Tenéis ganas de más?
¡Nos leemos pronto! ❤
María ❤
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